sábado, 24 de enero de 2009

Buenismo en las aulas



El jueves nos juntamos ocho o nueve profes del instituto para ver La clase. La peli, en el plano estrictamente cinematográfico, me encantó, pero claro, al salir, siendo los que éramos todos profes, destripamos la película sin tener en cuenta si era o no una buena peli, o si se había merecido la Palma de Oro en Cannes. Lo que nos importaba era lo que ocurría en ella. Los problemas de un instituto del extrarradio de París donde el 90% de los alumnos eran inmigrantes, con un desfase curricular acojonante y con una falta de sentido de la autoridad abrumadora. Casi casi como nuestro instituto.

Tanto como me gusta hablar y dar mi opinión, yo sólo fui capaz de decir que la peli me había encantado, pero no tenía nada claro qué postura tomar con respecto a lo que ocurría en ella. Algunos de mis compañeros parecían tenerlo más claro. Que si el profesor no hacía más que meter la pata. Que si los alumnos eran unos incomprendidos. Que si el sistema no atendía a las necesidades de esos chavales. Y yo abrumado por lo buena que era la peli y por la cantidad de situaciones que en ella eran exactamente iguales a las de mi instituto, pero que ahora había vivido como espectador, en una gran pantalla, y no envuelto en ellas.

Quizá por eso he tardado tres días en atreverme a tener una opinión. Ha sido difícil. Por un lado, menospreciar la labor de un profe entregado a la causa, que pretende motivar a sus alumnos y hacerles pensar, me parecía una postura un tanto cretina. Por otro lado, en la peli hay escenas en las que a los alumnos se les consiente ciertos comportamientos que no pueden ser calificados por menos de despreciables (la actitud de las delegadas en la sesión de evaluación, por ejemplo).

Yo por mi parte, en estos escasos dos años y medio de experiencia en un instituto de una de las zonas más cañeras de Madrid, he comprobado que pocas cosas hay más peligrosas y perturbadoras para los alumnos que entrar en una clase en plan buen rollito. En plan "aquí vamos a aprender todos juntos mientras nos divertimos y debatimos sobre la vida". Los niños no son tontos, y a ellos no se les puede vender la moto de que las seis horas que tienen que pasar todos los días calentando la silla van a ser maravillosas, porque la educación es liberadora y bla bla bla, todo muy LOGSE. No, señores, los niños necesitan sinceridad, y la escuela, a la larga, es una etapa maravillosa, pero también es un lugar al que se va a aprender mediante el trabajo y el esfuerzo. La motivación está muy bien, pero tengo comprobado que la verdadera motivación surge tras el esfuerzo, y no al revés. Cuando un chaval consigue aprobar un control o hacer un ejercicio bien, por sí solo, y sin que tú como profe le bajes el nivel, ahí sí que se motiva. Pero si se lo pones todo fácil, si sólo le pides un mínimo esfuerzo porque el chaval, pobrecito, tiene un desfase curricular muy grande, y no se le puede exigir más, entonces lo más probable es que lo pierdas. Y si no lo pierdes, tampoco va a aprender gran cosa, porque uno como profe ya se ha encargado de que no llegue a más. Si un chaval tiene desfase hay que hacérselo saber, y dejarle claro desde el principio adónde tiene que llegar, y que si no llega, no aprueba, y ya está.

Por supuesto, todo esto, en el día a día de las aulas, es muy difícil de cumplir a rajatabla. Y quizá, en algunos casos, sea hasta contraproducente: cada alumno es un mundo, con sus propias necesidades. Pero también es verdad que los alumnos están, para bien y para mal, agrupados en clases de 30, con lo cual, atender a sus necesidades individuales, viéndolos como los ves una hora al día como máximo (hablo de la secundaria), es misión casi imposible.

Mi primer año como profesor me encontré con unos niveles desastrosos. Chavales que con 13, 14 y hasta 15 años no tenían no ya lectura comprensiva, sino una mínima fluidez en la lectura en voz alta (independientemente de que se enteraran de lo que leían, que tampoco). Y ese primer año no paré de decir que si había que bajar el nivel lo bajaba, para poder aprobar al menos a dos o tres de la clase, porque si no, me cortaba las venas de la frustración. Hoy sigo teniendo muchos chavales así, y aunque sigo bajando el nivel y tratando de enganchar con lo que ya saben, ya no lo hago tanto. Si tienen un desfase, ellos tienen que ser conscientes y trabajar más duro. Hay que tirar de ellos hacia arriba, no se pueden quedar estancados en su nivel de segundo ciclo de primaria.

Y es que cada vez pongo más en duda todo eso del constructivismo y la teoría del anclaje. Una teoría que dice que hay que partir de lo que ya saben para adquirir nuevos conocimientos. Sí, es verdad, la mente humana funciona así, pero creo que también tiene, sobre todo en los chavales, la capacidad de aprender cosas sin necesidad de contextualizar. Lo que toda la vida se ha llamado aprender de memoria (o de memorieta), aunque esté tan denostado. Un chaval de trece años, con la cabeza vacía, jamás va a contextualizar. Sin embargo, memoria tienen para parar un tren. Una memoria que en el caso de los adultos es poco útil (todo se nos olvida), pero que en los niños es mucho más potente, y que en la escuela actual la estamos desaprovechando. Eso sí, para que se aprendan algo de memoria hay que obligarles, y tan denostada como está, hacerlo está visto casi casi como una medida fascista. Hoy es mucho más importante la reflexión, la capacidad crítica, los valores humanos, etc. Y ahí estamos, intentando meter en esas cabecitas huecas dilemas morales, reflexiones y razonamientos a los que nosotros mismos no llegamos hasta los 18 años.

A eso lo llamo yo buenismo. Un buenismo peligrosísimo que azota la escuela actual y que está echando a perder la capacidad de los niños de aprender un montón de cosas, sin las cuales además jamás llegarán a razonar o abstraer. Un buenismo en el que cae el profesor de La clase y en el que suelo caer yo mismo muchas veces frente a mis 30 alumnos hiperactivos de 1º de la ESO, que a quinta o sexta hora se suben por las paredes, pidiendo a gritos más disciplina, más control, más "partes" y menos debates sobre la mejor manera de lograr un clima de convivencia y felicidad entre todos juntos y sin que nadie imponga su voz. Ni siquiera, por supuesto, el profesor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bajar el nivel es un error. Yo tuve faltas de ortografía hsta sexto de E.G.B. Hasta que Don Francisco me exigió y me metió caña y acabo con mis " e benido". A los 13 años hay una capacidad de absorción brutal. Bajar el nivel es como cuando los adultos intentan comunicarse con un niño poniendo voz de nene, es absurdo; en determinadas etapas de la vida ser exigente te salva de la mediocridad; y no me refiero a la mediocridad con respecto a los demás, sino a la mediocridad de sólo descubrir una parte de lo que llevamos dentro, de desconocer nuestros propios recursos que serán salvavidas en nuestro camino. Reconozco además que me encanta la figura de autoridad; mis mejores profesores,los que aún todavía recuerdo, no eran mis iguales ( qué pasa chavales soy uno más),no, tenían un estatus superior al mío. Por ello se convirtieron en referentes válidos para una adolescente.
Ale