jueves, 29 de enero de 2009

Inmersión en la chochi-literatura

Hace mucho que no hablo de libros, ¿verdad? Bueno, pues que no se diga que no he estado leyendo. Porque desde estas navidades hasta ahora me he tragado casi 3000 páginas de literatura de la mala, y lo fuerte es que no me he atragantado. Es más, me ha sentado muy pero que muy bien. Tampoco estaba la cosa como para finezas de alta alcurnia. Y estando como he estado bajo mínimos emocionales, es comprensible que me haya tirado al barro como lo he hecho.

El barro en sí, y mi tabla de salvación evasiva, han sido los cuatro libros de la saga Crepúsculo. Y sí, es verdad, si mi vida emocional no hubiera estado tan movidita, también habrían caído tarde o temprano. Los que leéis este blog sabéis que paso de lo sublime a lo vulgar con tremenda facilidad, y que además estos cuatro mamotretos, tratando de lo que tratan, y por muy mal escritos que estuvieran, me estaban llamando a gritos.

Porque mal escritos están, eso no lo dudéis. Otra cosa es que uno se dé cuenta de que la fórmula funciona, y que es normal que las quinceañeras se lean y relean estos libros. Más jevi es que lo haga yo, aunque prometa no releerlos.

Lo fuerte es que si comparo estos libros con otros bestsellers, como El código da Vinci, he de decir que al menos los de los vampiros son más honestos y bastante menos insultantes. Ha habido momentos de auténtico sonrojo, de dios mío lo que me estoy tragando, pero también otros momentos es lo que hasta me he emocionado. Con Dan Brown y sus misterios polémico-religiosos de mierda, me sentí insultado y ya está.

Lo poco bueno de los libros de los vampiros estaba al final de cada volumen. Porque además de estar mal escritos, los libros tienen una falta de ritmo bastante desesperante. En ninguno de ellos sucede nada interesante hasta el final. Con el primero, la excusa puede ser una supuesta pretensión de pausar la acción para centrarse en los sentimientos amorosos (los cuales Stephenie Meyer no sabe describir con gracia alguna, pero bueno). Con los otros, la excusa ya no colaba tanto. Aun así, había otras cosas a las que agarrarse.



Venga, libro por libro:

Crepúsculo es flojito. Fijáos que la película, que es mala, resulta ser mucho mejor. Y me imagino que lo mismo sucederá con las secuelas. Aun así, repito, la fórmula es magistral. Vampiros adolescentes y un instituto. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?

Luna nueva es el mejor libro de los cuatro. ¿Por qué? Porque la Meyer lo que hace es coger el argumento de Romeo y Julieta y adaptarlo a sus personajes, sólo que con el final feliz. Así cualquiera, porque a Shakespeare no hay quien se lo cargue. Además en Luna nueva surge el desamor (el vampiro Edward desaparece y deja a la prota, Bella, más tirada que una colilla). Este mal rollito es, narrativamente, como todo el mundo sabe, mucho más interesante. Por último, este desamor hace cuajar el trío amoroso con Jacob, que para colmo se descubre que es un hombre lobo. Vamos, que en este libro por lo menos pasan cosas.

Eclipse es el peor. No pasa nada. Absolutamente nada, hasta las últimas cien páginas. Y encima es el volumen que incluye más momentos de esos de vergüenza ajena, y donde la Meyer, que es mormona (sic.), escudada ya en el éxito, se permite incluir más moralina religiosa de una forma descarada. Cuando el vampiro Edward le pide a Bella no hacerlo hasta que estén casados, es el despiporre. Pero lo fuerte es que yo seguía leyendo.

Amanecer es el último de la saga y el más largo. Por lo visto muchos fans se decepcionaron con este libro. Creo que es porque aquí la autora se inventa unas tramas que rozan el delirio. Pero para mí eso es precisamente lo que hace que la historia vuelva a cobrar fuerza. Delirante es todo desde el principio, así que qué más da. Además en este cuarto volumen, la Meyer hace descansar un poquito de su función de narradora a la petarda de Bella, y le da la palabra a Jacob, el tercero en discordia de la historia, cosa que se agradece.

Pues eso, que mientras El Quijote sigue esperando en la estantería (o más exactamente en las cajas de mudanza), ya veis que no sólo me permito el lujo de leerme estos libritos de marras, sino que además voy y los critico en mi blog. Qué quieren, uno es humano (un humano muy muy petardo...).

domingo, 25 de enero de 2009

Revolutionary Road o la fuerza de la narrativa



Hacía mucho tiempo que no salía del cine con la clara convicción de haber visto una gran película. Y también con el dolor de cabeza que me provoca el reprimirme las lágrimas. He disfrutado y he llorado a partes iguales con Revolutionary Road, con una Kate Winslet que me ha dejado el corazón en un puño, un Leonardo DiCaprio al que nunca le había visto tanta garra, y un Sam Mendes, el director, que no sólo sabía controlar al milímetro el ritmo de la peli y seducir al espectador con la cámara, sino también aprovechar hasta el límite la fuerza dramática de la historia. Porque mensajes hay en la peli muchos, y la crítica social está clara, pero aquí no pasaba como en American beauty, una peli genial, vale, pero en la que todo parecía supeditado a esa crítica cínica y mordaz. En Revolutionary Road todo está al servicio de la historia, al más puro estilo de la narrativa fílmica americana. De la buena, claro, la de ese cine clásico que, pasen los años que pasen, seguirá emocionando generación tras generación.

Porque lo de menos en Revolutionary Road es la crítica de la sociedad americana de los años 50. Para mí ése ha sido sólo el telón de fondo de una magistral disección de las luces y sombras del amor y de la vida en pareja. Una disección, además, no hecha desde el análisis o la razón (sería imposible), sino desde la más pura emoción.

sábado, 24 de enero de 2009

Buenismo en las aulas



El jueves nos juntamos ocho o nueve profes del instituto para ver La clase. La peli, en el plano estrictamente cinematográfico, me encantó, pero claro, al salir, siendo los que éramos todos profes, destripamos la película sin tener en cuenta si era o no una buena peli, o si se había merecido la Palma de Oro en Cannes. Lo que nos importaba era lo que ocurría en ella. Los problemas de un instituto del extrarradio de París donde el 90% de los alumnos eran inmigrantes, con un desfase curricular acojonante y con una falta de sentido de la autoridad abrumadora. Casi casi como nuestro instituto.

Tanto como me gusta hablar y dar mi opinión, yo sólo fui capaz de decir que la peli me había encantado, pero no tenía nada claro qué postura tomar con respecto a lo que ocurría en ella. Algunos de mis compañeros parecían tenerlo más claro. Que si el profesor no hacía más que meter la pata. Que si los alumnos eran unos incomprendidos. Que si el sistema no atendía a las necesidades de esos chavales. Y yo abrumado por lo buena que era la peli y por la cantidad de situaciones que en ella eran exactamente iguales a las de mi instituto, pero que ahora había vivido como espectador, en una gran pantalla, y no envuelto en ellas.

Quizá por eso he tardado tres días en atreverme a tener una opinión. Ha sido difícil. Por un lado, menospreciar la labor de un profe entregado a la causa, que pretende motivar a sus alumnos y hacerles pensar, me parecía una postura un tanto cretina. Por otro lado, en la peli hay escenas en las que a los alumnos se les consiente ciertos comportamientos que no pueden ser calificados por menos de despreciables (la actitud de las delegadas en la sesión de evaluación, por ejemplo).

Yo por mi parte, en estos escasos dos años y medio de experiencia en un instituto de una de las zonas más cañeras de Madrid, he comprobado que pocas cosas hay más peligrosas y perturbadoras para los alumnos que entrar en una clase en plan buen rollito. En plan "aquí vamos a aprender todos juntos mientras nos divertimos y debatimos sobre la vida". Los niños no son tontos, y a ellos no se les puede vender la moto de que las seis horas que tienen que pasar todos los días calentando la silla van a ser maravillosas, porque la educación es liberadora y bla bla bla, todo muy LOGSE. No, señores, los niños necesitan sinceridad, y la escuela, a la larga, es una etapa maravillosa, pero también es un lugar al que se va a aprender mediante el trabajo y el esfuerzo. La motivación está muy bien, pero tengo comprobado que la verdadera motivación surge tras el esfuerzo, y no al revés. Cuando un chaval consigue aprobar un control o hacer un ejercicio bien, por sí solo, y sin que tú como profe le bajes el nivel, ahí sí que se motiva. Pero si se lo pones todo fácil, si sólo le pides un mínimo esfuerzo porque el chaval, pobrecito, tiene un desfase curricular muy grande, y no se le puede exigir más, entonces lo más probable es que lo pierdas. Y si no lo pierdes, tampoco va a aprender gran cosa, porque uno como profe ya se ha encargado de que no llegue a más. Si un chaval tiene desfase hay que hacérselo saber, y dejarle claro desde el principio adónde tiene que llegar, y que si no llega, no aprueba, y ya está.

Por supuesto, todo esto, en el día a día de las aulas, es muy difícil de cumplir a rajatabla. Y quizá, en algunos casos, sea hasta contraproducente: cada alumno es un mundo, con sus propias necesidades. Pero también es verdad que los alumnos están, para bien y para mal, agrupados en clases de 30, con lo cual, atender a sus necesidades individuales, viéndolos como los ves una hora al día como máximo (hablo de la secundaria), es misión casi imposible.

Mi primer año como profesor me encontré con unos niveles desastrosos. Chavales que con 13, 14 y hasta 15 años no tenían no ya lectura comprensiva, sino una mínima fluidez en la lectura en voz alta (independientemente de que se enteraran de lo que leían, que tampoco). Y ese primer año no paré de decir que si había que bajar el nivel lo bajaba, para poder aprobar al menos a dos o tres de la clase, porque si no, me cortaba las venas de la frustración. Hoy sigo teniendo muchos chavales así, y aunque sigo bajando el nivel y tratando de enganchar con lo que ya saben, ya no lo hago tanto. Si tienen un desfase, ellos tienen que ser conscientes y trabajar más duro. Hay que tirar de ellos hacia arriba, no se pueden quedar estancados en su nivel de segundo ciclo de primaria.

Y es que cada vez pongo más en duda todo eso del constructivismo y la teoría del anclaje. Una teoría que dice que hay que partir de lo que ya saben para adquirir nuevos conocimientos. Sí, es verdad, la mente humana funciona así, pero creo que también tiene, sobre todo en los chavales, la capacidad de aprender cosas sin necesidad de contextualizar. Lo que toda la vida se ha llamado aprender de memoria (o de memorieta), aunque esté tan denostado. Un chaval de trece años, con la cabeza vacía, jamás va a contextualizar. Sin embargo, memoria tienen para parar un tren. Una memoria que en el caso de los adultos es poco útil (todo se nos olvida), pero que en los niños es mucho más potente, y que en la escuela actual la estamos desaprovechando. Eso sí, para que se aprendan algo de memoria hay que obligarles, y tan denostada como está, hacerlo está visto casi casi como una medida fascista. Hoy es mucho más importante la reflexión, la capacidad crítica, los valores humanos, etc. Y ahí estamos, intentando meter en esas cabecitas huecas dilemas morales, reflexiones y razonamientos a los que nosotros mismos no llegamos hasta los 18 años.

A eso lo llamo yo buenismo. Un buenismo peligrosísimo que azota la escuela actual y que está echando a perder la capacidad de los niños de aprender un montón de cosas, sin las cuales además jamás llegarán a razonar o abstraer. Un buenismo en el que cae el profesor de La clase y en el que suelo caer yo mismo muchas veces frente a mis 30 alumnos hiperactivos de 1º de la ESO, que a quinta o sexta hora se suben por las paredes, pidiendo a gritos más disciplina, más control, más "partes" y menos debates sobre la mejor manera de lograr un clima de convivencia y felicidad entre todos juntos y sin que nadie imponga su voz. Ni siquiera, por supuesto, el profesor.

martes, 20 de enero de 2009

Políticos que me caen bien / Políticos que me caen mal

Me caen bien: Alberto Ruiz Gallardón, Rosa Díez, María Teresa Fernández de la Vega, Soraya Sáenz de Santamaría, Rodrigo Rato, José Bono, Albert Rivera, Pedro Solbes, Jaime Mayor Oreja, Cristina Almeida, Celia Villalobos, Rosa Aguilar, Carmen Calvo, Josep Borrell y Felipe González, al que me educaron para considerar un sinvergüenza, pero al que en carisma no hay quien le gane (o al menos le ganara en sus tiempos).



Los gallardos Gallardón y Rosa Díez.

Me caen mal: Esperanza Aguirre, José María Aznar, Mariano Rajoy, Juan José Ibarretxe, Josep Lluis Carod Rovira, Magdalena Álvarez, Pedro Zerolo, Joaquín Almunia, y José Luis Rodríguez Zapatero, que ni fu ni fa, pero que precisamente por eso me da coraje que sea presidente, habiendo otros y otras con mucho más carisma (en su partido y en otros).



Aguirre (argg) y Zapatero (zzz...).

lunes, 19 de enero de 2009

Si el saber me constriñe, mejor no saber!

Qué atrevida, pero qué liberadora también, es la ignorancia. Si el sábado, al compartir mesa y después viaje en metro con Marta Rivera de la Cruz, hubiera sabido algo más de ella, no habría estado ni la mitad de desenfadado que estuve.

El sábado por la mañana fui a la sede de Anaya, para el fallo del VI Premio de Literatura Juvenil de la editorial. No, no era parte del jurado, pero algunos de mis alumnos se habían leído las galeradas de los finalistas, y yo iba para transmitir su decisión. Una decisión que no era vinculante; para eso estaba el verdadero jurado. Y de ese jurado formaba parte la ganadora del premio infantil del pasado año, Marta Rivera de la Cruz, cuyo libro ganador, titulado La primera tarde después de Navidad, luego nos regalaron. Tras el fallo, los de Anaya nos invitaron a comer y ella me firmó y dedicó el libro para el hijo de una amiga. Luego, tiramos juntos hacia el centro, donde ella vivía y donde yo me traslado pronto. Bajando las escaleras del metro le dije, ya te he fichado yo, tú eres carne de centro. Hablamos de libros, de cómo ella escribía, de la carrera de Ciencias de la Información (ella es periodista también) y del día a día en un instituto como el mío, que da para muchas anécdotas. Ella me recomendó El profesor, de Frank McCourt, sobre su experiencia como docente en escuelas marginales de Irlanda.

El domingo me acerqué a la Fnac a por el libro. Lo encontré, pero no me decidí a comprarlo. Tengo en casa aún muchas lecturas pendientes, y una mudanza a la vista. No está el tema para acumular. Cuando ya me iba, me vino la chispa. Me fui a autores españoles, busqué en la R y ¡ahí estaba!: Marta Rivera de la Cruz. En tiempo de prodigios. Finalista Premio Planeta 2006. Me entró la calorina y, en el acto, me llevé el libro a caja.



Mi amiga Carmen dice que soy un mitómano. Lo sé, qué le voy a hacer. Pero es que leer el libro de alguien que has conocido de primera mano no lo hace uno todos los días.

Cuando lo termine, ya os contaré qué tal.

domingo, 18 de enero de 2009

Lenguas en el ring / El bien y el mal en eso que sale de nuestras boquitas

Ayer volví a verme metido en la eterna discusión. En este caso, el detonante fue el uso del verbo parquear por parte de una amiga americana, de Florida, mientras que en España usamos aparcar. Otra amiga insistía en que lo que está mal está mal, en que las lenguas deben someterse a unas reglas, y que por supuesto, aparcar estaba mucho mejor dicho que parquear, porque ésta última no está en el diccionario. Intenté cambiar la perspectiva, explicar que los criterios morales y el uso de la lengua (eso está bien dicho, eso está mal dicho) no van juntos. Pero claro, cambiar en 10 minutos una mentalidad lingüistica forjada durante décadas es muy difícil.

Ahora, frente al ordenador, podría entrar en rae.es y comprobar si de verdad está o no el verbo parquear (como cuando un amigo gallego me riñó por usar el verbo descambiar, que al final sí estaba el el DRAE, y cuyo uso, lejos de ser vulgar, es incluso más específico en ciertos contextos que el verbo cambiar, que puede resultar demasiado genérico). Pero hoy no, me niego a buscar el verbo parquear, porque no es de eso de lo que se trata. Se trata de que tanto aparcar como parquear son, hasta donde yo puedo vislumbrar, soluciones diferentes a la hora de adaptar el anglicismo park. Soluciones diferentes, digo, pero no mejor ni peor la una que la otra. (Bien, mal, mejor, peor, son términos peligrosos al hablar de lenguas.) Otra cosa es que sospecho que la solución parquear es usada por una abrumadora mayoría hispanoamericana, frente al término aparcar, igual de digno pero no por ellos menos marginal: sólo lo decimos así en España. Y eso son 400 millones frente a 40: knock out!.

Finalmente, no podremos decir que aparcar es mejor que parquear, ni tampoco, cuidado, que parquear sea mejor que aparcar. Sólo habremos de decir que parquear disfruta de más éxito, y que si alguna palabra ha de imponerse sobre la otra, lo lógico es que sea parquear.

Igual con las lenguas: ninguna es más digna que otra, pero sí es verdad que unas son marginales y están destinadas a desaparecer mientras que otras habrán de imponerse. ¿Y qué? Así es cómo se han fraguado todas las lenguas, a base de desapariciones e imposiciones, queramos o no. Porque las lenguas son cambio, jamás se están quietas, y mientras muchos se rasgan las vestiduras al escuchar la palabra spanglish, a mí me encantaría poder estar en Florida, y ver cómo inglés y español se contaminan el uno al otro día a día, igual que sucede con mi amiga de allí, que no deja de mezclarlos con una gracia y una expresividad que te arrastra y te deja, como decía antes, K.O.

jueves, 15 de enero de 2009

La estrella ¿perfecta?



Allá por aquellos tiempos en los que en España estábamos más que saturados con El príncipe de Bel Air, esa serie que Antena 3 se ha encargado de emitir y re-emitir hasta la extenuación (y ¡atención! que aún lo sigue haciendo en sus canales de la tdt), yo descubrí que Will Smith era un pedazo de actor. Fue con Seis grados de separación, en la que Smith les plantaba cara a Donald Sutherland y Stockard Channing y no sólo salía más que airoso, sino que llegaba a hipnotizar mientras su personaje hablaba de una falsa tesis sobre El guardián entre el centeno. Después de aquello, no puedo decir que el actor se haya visto en un duelo interpretativo a esa altura (no he visto Ali, pero tampoco me interesa; ya sabéis lo que pienso de las impersonations). Pero que el tío tiene madera de estrella, de eso no hay duda. En Soy Leyenda estaba espectacular. En Hancock, siendo como es la peli un bodrio, y llevando ese traje de cuero tan ridículo, Will Smith seguía llenando la pantalla, y yo seguía creyéndomelo. Después de ver su paso por El Hormiguero de Pablo Motos, ¿alguien puede dudar de que a Smith no hay estrella de Hollywood que le pueda?

"AHORCATVS"

La profe de clásicas de mi instituto, que escribe con boli rosa y es total, me ha enseñado hoy una página web divertidísima en la que se puede jugar al ahorcado en latín. Y la verdad es que te pones a buscar páginas en latín en la red y lo flipas: blogs, juegos, webs de noticias, y todo tipo de recursos que te hacen dudar si de verdad esta lengua está muerta. Como aperitivo, este ahorcado no está nada mal. ¡Pulsad en la imagen para jugar!

sábado, 10 de enero de 2009

Ya tocaba hablar de Tarkan (otra vez)



Karma (2001), de Tarkan, es el disco que más escucho desde hace tres o cuatro años. En este tiempo he escuchado con fervor muchas otras cosas, muchas de ellas bastantes más decentes y edificantes (¡lo juro!), pero qué le voy a hacer, este disco sigue ahí, resistiendo al paso del tiempo. Ya en otra entrada hablé de Tarkan a raíz de su último disco, que, ese sí, no me gusta nada, por más oportunidades que le dé. ¿Pasó el momento del cantante turco? No lo sé, pero yo aún tengo esperanzas.

En el mundo de la música actual, casi todos los artistas se pueden preciar de tener una o dos canciones que les aúpan al estrellato; en el caso de Tarkan esa canción es Simarik, la famosa canción del beso. Menos son los artistas que se pueden preciar de tener un disco redondo; pero Tarkan también lo tiene, e irónicamente, no es el disco que le dio proyección internacional (ese mismo en el que estaba Simarik) sino el disco que sacó inmediatemente después. Ese que suele ser la prueba de fuego, y que casi siempre deja mucho que desear. En el caso de Tarkan fue justo al revés. En ningún otro disco su estilo está tan depurado y libre del lado hortera (porque el chaval lo tiene, no lo vamos a negar), como en Karma. Ni siquiera en el disco que hizo después de Karma, Dudu -un disco que presume de volver a los orígenes de la música turca y que es el que más pretende desvincularse de ese tufillo hortera- consigue canciones tan perfectas. Para mí, casi cada una de las doce canciones de Karma son una joyita, e incluso aquellas dos o tres que escucho menos tienen su punto. ¡Dadle al play, que es Tarkan!

Ask
Ask en turco significa amor, y hasta ahí puedo contar sobre la letra. Alguna vez he buscado las traducciones en Internet, pero las he olvidado. Casi mejor, porque recuerdo que no eran gran cosa; quizá lo mejor sea abstraerse de una letra que probablemente sea típica y simplona, y quedarse con la música y la voz del turco, que es lo que engancha de verdad de esta balada que abre el disco y que no podía estar mejor colocada, porque es la ideal para los no iniciados.



Ay
Aquí Tarkan se pone más rítmico, pero también más petardo; claro, yo no dejo de escuchar esta canción. Quizá sea la que me guste de una manera más subjetiva; para mí, es la canción que más energía tiene del disco.



Kuzu Kuzu
Kuzu Kuzu en turco es etimológicamente lo mismo que cus-cus en árabe: cordero. La canción fue el primer single del disco, y Tarkan le canta a una chica algo de que lo tiene sufriendo como un cordero, o algo así, no sé. La verdad es que da igual. La canción no es de las mejores, tiene demasiado sintetizador, y por eso prefiero la versión acústica, que no está en disco. Ahí van las dos, con sus respectivos y horteros vídeos:





Gitti Gideli
Una balada con la lluvia de fondo que tardé en apreciar, pero que cada vez me gusta más. Tarkan aprovecha aquí para hacer gorgoritos, pero sin pasarse.



Uzak
Uzak significa lejos. Es la canción más discotequera; sería la análoga a Bu Gece, el segundo single del disco anterior. Tiene un poquito de trance y muchos beats por segundo, pero es muy bonita. En el fondo Uzak no es tan buena como Bu Gece, pero sí es algo menos hortera.



Yandim
La primera de las canciones menores del disco. Una balada que se deja escuchar, y ya está.



O'na Sor
Esta la descubrí de veras hace poco. Suena un poco como a canción de misa, pero el exotismo del idioma turco hace que funcione. Y además después coge fuerza.



Hüp
Segundo single del disco. Es un subidón de canción y para los no iniciados, un disfrute. El videoclip, de Ferzan Ozpetek, se sale, por hortera. Atentos al movimiento de caderas del turco y a ese pelo engominao patrás. Impagable.



Sen Baskasin
Puro ritmo turco. No es de las mejores del disco pero también termina enganchando.



Tas
Sólo por curiosidad, Tas significa piedra. Pero lo importante es que ésta es la MEJOR canción del disco, y eso que al principio cuesta más digerirla. Es también la que tiene un sonido más "griego", al menos para el oído occidental, y la canción donde mejor se conjugan los sonidos tradicionales y el sintetizador. Tarkan luego la remezcló, le cambió la letra y la usó como himno del equipo de futbol turco en no sé qué mundiales. Ahí tenéis las dos versiones:





Her Nerdeysen
Otra de las menores. Quizá la más floja del disco. La única prescindible de veras.



Verme
Baladón que yo escucho poco pero que también fue single. Es gracioso que justo las canciones de este disco que se conviertieron en singles son las que yo escucho menos.

El actor versus el "impersonator"



Ayer vi Milk, y aparte de la eterna reflexión sobre la descompensada dualidad del mundo gay (el 10% comprometido políticamente vs. el otro 90% sólo preocupado por el sexo y la lascivia), a mí me ha hecho pensar sobre todo en qué es eso que llaman un buen actor. Lo digo por Sean Penn, que con esta peli está pidiendo el Oscar a gritos. Y no es que lo haga mal, al contrario; su actuación es modélica. Pero es que a mí estas actuaciones de Oscar ya empiezan a cansarme. Es verdad que no cualquier actor es capaz de meterse en la piel de un personaje real y calcar sus gestos y su manera de hablar. Pero yo me pregunto si estas capacidades actorales que tanto llaman la atención son las que definen al buen actor. ¿Es un actor mejor cuando es capaz de meterse en la piel de los personajes más dispares? ¿Son los actores camaleónicos los mejores actores? ¿Qué pasa con esos actores como Cary Grant (por nombrar a un inmortal) que siempre parecían hacer el mismo papel pero que se comían la pantalla?

Yo siempre pongo un ejemplo patrio, que no por más cañí me parece menos válido: Loles León vs. Javier Bardem. Ella hace siempre de sí misma. ¿Es por eso una mala actriz? Está claro que no. La tía es una máquina, y se come la pantalla. Pero claro, el de las actuaciones de Oscar es él, que en cada película parece una persona diferente, aunque su vocalización, sobre todo en sus primeras pelis, dejara mucho que desear (ahora ha mejorado, y en inglés he de decir que lo hace de puta madre, y si no, vedlo en No es país para viejos: acojonante). Siguiendo con el ejemplo de Bardem, además, me da a mí que cuando hace de sí mismo, como en Vicky Cristina Barcelona, pierde muchos puntos. Como si sólo se le dieran bien las "impersonations", esas imitaciones o suplantaciones que tanto gustan en la Academia de Hollywood.



Loles León, la actriz petarda, frente a Bardem, el actor serio y "de método".

lunes, 5 de enero de 2009

Ritchie se contiene


Dicen los críticos que Rocknrolla es una versión descafeinada del mejor Guy Ritchie, el de sus dos primeras películas (Lock & Stock y Snacht). Puede ser, yo esas dos primeras pelis no las he visto, pero me pega a mí que precisamente esa supuesta falta de garra en el último film de Ritchie es lo que ha hecho que a mí me guste más. Las vueltas de tuerca de ese cine que tanto ha bebido de Tarantino no me suelen gustar. A mí las tramas innecesariamente enrevesadas y los personajes tirados que sueltan diálogos absurdamente trascendentes no me suelen llegar. Menos aún los planos aberrantes y los movimientos bruscos de cámara que tantos supuestos enfants terribles del cine se empeñan en meter en sus películas. (Y no quiero sentar cátedra: a lo mejor es sólo que no me entero, que no sé pillar el tono.) En Rockanrolla hay de esto, pero se nota que Ritchie se ha frenado a la hora de escribir el guión y, luego, al ponerlo en imágenes. Como si supiera que la historia es sólo un divertimento, y que no hay que darle más trascendentalidad de la necesaria.

No sé si Ritchie es el genio venido a menos que todos dicen. En esta peli, yo no veo a ningún genio, pero sí a un director que controla lo que tiene entre manos: una peli graciosa, con una trama que engancha. Y una vez que termina la peli, ya está. No hay diálogos brillantes que recordar, ni grandes personajes, pero sí te has echado unas cuantas risas con una peli que tiene brío y ritmo, algo que le faltaba incluso a otras cintas supuestamente más brillantes, como Quemar antes de leer, de los Coen, que al final me supo a poco. Con Rocknrolla, sin embargo, me he quedado más que satisfecho.

jueves, 1 de enero de 2009