A veces, entre la paja se encuentran pepitas de oro. Leo comentarios en el facebook, ese absurdo hipnotizador de mentes que nos está volviendo aún más tontos que el Sálvame. Y me encuentro con un poema de Bécquer que alquien ha colgado. Manido, ¿eh?. Pero, de repente, alguien responde: "A veces cuando uno lee a Bécquer cree que ya toda la poesía quedó escrita en sus versos". Y no sé si ese comentario viene de un verdadero conocedor de la poesía o de un
tolay cualquiera, pero me doy cuenta de que tiene razón. Porque Bécquer estará sobadísimo, pero en la literatura española hay pocos como él, con esa capacidad de compilar toda la tradición anterior y de abrir nuevos caminos para la poesía que vendría después (sin Bécquer, por ejemplo, Lorca no hubiera sido el mismo). Y con un lenguaje que llega a todos, y que lo mismo sirve para rellenar carpetas de adolescentes que para filosofar sobre el existencialismo romántico de fin de siglo (de siglo XIX, se entiende). Porque como decía Pepa, a propósito de la rima de las golondrinas, "lo de Bécquer sirve siempre para un roto o un descosido, pero pocas veces se plantea como el recuerdo de lo fugaz e irrepetible, del tiempo no recobrado." Y es verdad, lo fácil sería desdeñar al poeta sevillano; más difícil es darse cuenta de la verdadera hondura vital de sus aparentemente sencillas palabras.
Venga, yo, como mi amiga del facebook, también os dejo uno de Bécquer. El de las olas, que me encanta:
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!