Antes de nada, decir que la cosa se reduce a México (y sí, es verdad, en Guatemala y más abajo hay ruinas aún mejores, pero es que no se puede todo, bastante que he estado 25 días danzando por el país.) Además, no he ido a El Tajín, en Veracruz, que, como me dijo una mexicana, “se ve bien lindo”. Tampoco a Tula o Cempoala, y muchos otros lugares. Pero ahí los tenéis: no están todos los que son, pero sí son todos los que están, ordenados, según mi humilde opinión de aztecamaníaco, del diez al uno.
10) Mitla
Mitla es poca cosa. Es una visita que se suele organizar desde Oaxaca porque cae cerca y porque, después de haber visto Monte Albán, es de lo más interesante de la zona en cuanto a antropología mesoamericana. Pero hay varias cosas que a mi parecer le restan interés. Primero, que gran parte de lo que podría verse está tapado por el propio pueblo de San Pablo de Mitla. Segundo, que son unas ruinas mucho más recientes que otras, pues son ya del Postclásico. Tercero, que quizá precisamente por eso, no tienen ese aire tan exótico que te sueles esperar con unas ruinas mayas, sino que se parecen más a cualquier ruina europea, ya sea griega o romana.
9) Bonampak
Bonampak está chulo porque está en medio de la selva (con un calor y una humedad de morirse, pero ahí está la gracia de sentirse uno aventurero, ¿no?) y como ruina en sí no es gran cosa, pero merece la pena ver esos frescos mayas que en ninguna otra parte se pueden ver, y que para tener más de 1200 años y estar prácticamente al aire libre, se conservan muy bien.
8) Toniná
Primero se encontraron con un templo en la cima de una montaña, y se pusieron a excavar. Pero tuvieron que excavar mucho más, porque el templo no estaba encima de la montaña, sino que ERA toda la montaña. ERA toda una ciudad construida hacia el cielo, que los siglos habían cubierto de tierra y vegetación. Hoy, Toniná sigue muy cubierta por un césped verdísimo y por algún que otro árbol, pero quizá eso es lo que lo hace más chulo.
7) El Templo Mayor
El Templo Mayor es lo único que queda de los mexicas (comúnmente llamados aztecas) y del Tenochtitlán original sepultado bajo la Ciudad de México. Si no tienes una idea previa de lo que fueron las civilizaciones mesoamericanas, poco te va a interesar, porque sólo vas a ser capaz de ver muro de piedra sobre muro de piedra bajo una enorme grieta del terreno, justo al lado del Zócalo en el DF. Pero si estás mínimamente iniciado, merece la pena, sobre todo por ver cómo los aztecas tuvieron tiempo para construir uno sobre otro los sucesivos siete templos en poco más de 100 años, antes de la llegada de los españoles. El corte transversal de la ruina te deja ver cada una de las etapas, y la cosa da hasta vértigo. Como curiosidad, decir que durante mucho tiempo se pensó que este templo nunca podría ser descubierto, porque se suponía que los españoles habíamos plantado la catedral cristiana justo encima. Hasta 1978 no se descubrió que en realidad el templo nunca estuvo bajo la catedral, sino bajo las calles Guatemala y Argentina, ¡a menos de 50 metros!
6) Teotihuacán
Teotihuacán es grandioso, la pirámide del Sol impresionante, y la de la luna no lo es menos. Lo que pasa es que el ambiente es de lo peor. Te tiras toda la visita escuchando el chunda chunda que los restaurantes de los alrededores ponen a todo gas, y con lo masificado que está, parece que en vez de en un antiguo lugar de culto y peregrinación (como lo fue para los aztecas), estés en una rave.
5) Tulum
Tulum es un complejo de ruinas y playa ultrachachi, lleno de italianos
fashionistas al más puro estilo ibicenco (que yo Ibiza no lo conozco, pero se me hace que debe ser un poco así, puaj...). Y bueno, aunque este comienzo suene un poco a que no me gustó, en realidad la combinación ruinas con playa tiene su punto. Porque a medida que vas viendo las ruinas mayas, te das cuenta de la experiencia estética supera con creces a la cultural. No se trata de ver las ruinas mejor conservadas, ni de poder dilucidar más cosas acerca de la civilización maya, sino de disfrutar de las ruinas y del entorno, y de esa naturaleza que después de siglos se come poco a poco a las piedras, haciendo que la ruina y la vegetación entren en una especie de simbiosis mística. Esto se ve sobre todo en Yaxchilán, pero en el caso de Tulum también tiene su punto, aunque sea con ese toque ibicenco /
new age del que antes hablaba.
4) Monte Albán
Lo que tiene de especial Monte Albán es la energía. Por eso sube hasta el número cuatro. Y como eso de la energía es algo muy subjetivo, no me responsabilizo si alguno de ustedes va para allá y no la siente. Yo sí la sentí, no les puedo decir otra cosa. Me encantó. O tal vez es que nos lo explicaron muy bien, con anécdotas como la de que uno de los edificios, la llamada estructura J, con forma de punta de flecha, tiene con respecto al resto de construcciones la misma inclinación que el eje de la Tierra. O sea, que los zapotecas (los habitantes del monte en cuestión) ya por el siglo V a.C. sabían más de astronomía que los occidentales de casi dos mil años después. Sólo con esto, ya es para quedarse flipado.
3) Chichén-Itzá
Chichén Itzá es una de la nuevas maravillas del mundo. Palenque y Yaxchilán, no. Pero a mí me gustaron mucho más. Por eso Chichén está en el número tres. Y eso que la pirámide es espectacular. Y que lo de
la aparición de la serpiente Kukulcán en el equinoccio te deja boquiabierto (aunque sólo sea con que te lo cuenten, porque ya hay que tener potra con ir para allá y que sea justo el equinoccio, y que además no esté nublado). Ell juego de pelota es, además, una pasada, como una especie de Macaraná o Bernabéu de la época. O lo de
la acústica: otra pasada. Pero hay también otros factores en contra, como la masificación turística (y además el tipo de turismo, el de la Riviera Maya: todos recién casados o gordopilos americanos indocumentados, que no saben si lo que están viendo fue construido ¡en los años 60 o en los 80!) o el entorno: en Chichén echas de menos esa jungla que se lo come todo; Yucatán, donde se encuentra Chichén Itzá, es todo plano y mucho menos tropical, con un paisaje más al uso y menos exótico de lo esperable.
2) Palenque
Entrar en Palenque, toparte con el Templo de las Inscripciones y cortársete la respiración; todo es uno. No puedo explicar por qué, pero lo que sentí con este templo y con estas ruinas en general superó todas mis expectativas. Ni el calor agobiante de la jungla, ni la deshidratación, ni la cantidad de turistas que abarrotaba el lugar impidió que Palenque fuera uno de los lugares históricos más bonitos que he visto en toda mi vida, sólo comparable quizá con Santa Sofía, en Estambul. ¿Se acuerdan del
síndrome de Stendhal? Pues yo no lo tuve en Florencia, pero sí en Palenque. O por lo menos, algo muy parecido. Nada más entrar y ver el Templo de las Inscripciones a la derecha, me olvidé de amigos, guías y demás, y me tuve que sentar durante diez minutos frente a esa escalinata, para contemplar embobado esa maravilla. Y si a eso le añades que después me pude colar en el sector C, que estaba cerrado al público, y que pude ver yo sólo esas ruinas infestadas de hojas y lianas; o que después de recorrer las ruinas nos adentramos por nuestra cuenta en la jungla hasta llegar a una cascada y perdernos, para salir una hora después por la zona de los aparcamientos (lo cual es prueba de que, si conoces el territorio, colarte sin pagar en Palenque no debe ser muy difícil); si a Palenque, como decía, le añades todo eso, la cosa ya no tiene parangón, y sólo Yaxchilán le puede hacer sombra.
1) Yaxchilán
Primero hay que dejar claro que el valor testimonial e histórico de Yaxchilán es muy inferior al de Chichén Itzá o Palenque. Yaxchilán está en la jungla más profunda (en la frontera con Guatemala) y la naturaleza más salvaje lo ha invadido todo. Hay árboles en las escalinatas y sobre los edificios; las raíces, las lianas y la hierba han arrasado con las piedras, hasta el punto de que los edificios parecen a punto de desmoronarse. Pero esa es la gracia de Yaxchilán, ahí está lo bonito. A Yaxchilán se llega sólo después una hora en lancha por el río Usumacinta (que separa México de Guatemala). Y no recuerdo qué día fuimos exactamente, pero aparte de nosotros, de los tucanes y de los monos saraguatos que no dejaban de aullar, no había nadie más. ¿No es ese el sueño de todo turista? ¿Sentir que NO eres un turista, sino un aventurero? Pues así nos sentimos en Yaxchilán: el único sitio maya de todos los que vimos en el cual recuperamos ese aire romántico de película de aventuras de los años 30 (o de Indiana Jones, que es lo mismo), cuando ya creíamos que era imposible. El laberinto, los murciélagos, las arañas gigantes, las lianas, los guajolotes, los
árboles turistas, el calor asfixiante y la mayor tormenta y chaparrón debajo del que he estado en mi vida, hicieron de este uno de los días más divertidos que he pasado en todos los viajes que he hecho en mi vida.