jueves, 21 de febrero de 2008

These are a few of my favorite things!!!


A veces el ser un ecléctico pasa factura y te hace quedar como alguien de poco gusto frente a los puristas, pero tiene su punto, como el de poder disfrutar a tres bandas del tema My favorite things de la mano de Julie Andrews, John Coltrane y Marlango como yo hago ahora con mi iPod. Julie Andrews en The Sound of Music, con ese acento british tan apolíneo. John Coltrane con su trompeta (ya en terrenos más dionisíacos). Y Leonor Watling en el navideño anuncio de El Corte Inglés, que, por cierto, no encuentro forma de bajarme la canción íntegra sin el dichoso eslogan final. Y que nadie me haga escoger entre ninguno de los tres.

PD: Lo que también tiene ser un ecléctico es no saber si lo que toca el Coltrane en este tema es una trompeta, un saxo o cualquier otro instrumento de viento, así que, de nuevo, que me perdonen los puristas si he errado...


Los muertos se equivocan

Más del coronel:

—Yo tengo pesadillas todas las noches —dijo la mujer—. Ahora se me ha dado por saber quién es esa gente desconocida que uno se encuentra en los sueños.
Conectó el ventilador eléctrico. “La semana pasada se me apareció una mujer en la cabecera de la cama”, dijo. “Tuve el valor de preguntarle quién era y ella me contestó: Soy la mujer que murió hace doce años en este cuarto”.
—La casa fue construida hace apenas dos años —dijo el coronel.
—Así es —dijo la mujer—. Eso quiere decir que hasta los muertos se equivocan.

Bueno, eh?

lunes, 18 de febrero de 2008

El intocable original literario y las nuevas dimensiones cinematográficas


Leyendo a Marcelo Figueras en El boomeran(g) sobre el Drácula de Coppola he vuelto a pensar en ese lugar común de que los libros son mejores que las películas y en la risa que me entra cada vez que lo escucho. Rebatir este lugar común a veces conlleva polémica y a veces no. Por ejemplo, decir que la película El silencio de los corderos es mejor que el libro de Thomas Harris suele ser aceptado por todos. Es el típico caso de un bestseller flojucho pero con material, que bien adaptado, da un peliculón. Pero en el caso del Drácula de Bram Stoker, decir que es mejor la peli de Coppola que el libro (que lo es), no suele ser tan bien recibido. ¿Por qué? Porque estamos hablando de un clásico. Y es verdad que lo es. Pero aún así, el original literario no es mejor que la película. Stoker es un clásico porque dio forma al monstruo por antonomasia en una historia que aunaba muy bien costumbres, creencias y sentimientos ocultos del inconsciente colectivo. Y por supuesto, en cuanto a la novelística, el relato está muy bien imbricado de cartas y diarios. Pero si has visto la película y después lees el libro, te das cuenta de que Coppola aprovechó una historia y la supo mejorar infinitamente sólo con incluir un pequeño ingrediente, dándole un giro a la historia para que siendo la misma del libro a la vez contuviera una más: la historia de amor entre Mina y el Conde. Por eso, cuando después de haber visto la película te vas al libro, es como degustar un plato que te encanta, pero sin sal. Y piensas: ¿cómo no se le ocurrió a Stoker darle esta dimensión al personaje? Bueno, pues porque a Stoker ya se le ocurrieron muchas cosas, que además hicieron que el libro fuera genial. Pero Coppola añadió otra más, y el trasvase al cine dio como resultado algo aún más genial. Si quieren restarle méritos a Coppola, por segundón y aprovechado, háganlo. Yo sólo digo que la película es mejor.

domingo, 17 de febrero de 2008

Qué bonito que canta Adam


Nombre completo: Adam Noah Levine. Más judío, imposible. Pero juro por dios que ya me gustaba antes de saberlo. Las cuatro primeras canciones del último disco de Maroon 5 (It won’t be soon before long) son una futil descarga eléctrica teñida de trascendentalidad sólo gracias a la voz de este hombre. ¿Qué más se le puede pedir al buen pop?

Las palabras mágicas



"Encontró en el baúl un paraguas enorme y antiguo. Lo había ganado la mujer en una tómbola política destinada a recolectar fondos para el partido del coronel. Esa misma noche asistieron a un espectáculo al aire libre que no fue interrumpido a pesar de la lluvia. El coronel, su esposa y su hijo Agustín —que entonces tenía ocho años— presenciaron el espectáculo hasta el final, sentados bajo el paraguas. Ahora Agustín estaba muerto y el forro de raso brillante había sido destruido por las polillas.
—Mira en lo que ha quedado nuestro paraguas de payaso de circo —dijo el coronel con una antigua frase suya. Abrió sobre su cabeza un misterioso sistema de varillas metálicas—. Ahora sólo sirve para contar las estrellas."

¿Lo han leído? ¿No les parece genial? Las dos últimas frases encierran una poesía como yo sólo he visto en Lorca. Léanlas de nuevo:

"Abrió sobre su cabeza un misterioso sistema de varillas metálicas—. Ahora sólo sirve para contar las estrellas."

Ésas son las frases de García Márquez que me cortan la respiración, que me impiden seguir leyendo y que hacen que el argumento de la novela (El coronel no tiene quien le escriba, en este caso) pase a un segundo plano. La novela, el coronel y su gallo pueden esperar, que yo me quedo aquí, saboreando estas palabras tan bien escogidas, tan llenas de magia.

Y pienso: ¿le saldría esto del tirón o se haría con las palabras mágicas después de darles vueltas y más vueltas, como el novelista de Roth?

Venga, sí, una vez más. La última:

"Abrió sobre su cabeza un misterioso sistema de varillas metálicas—. Ahora sólo sirve para contar las estrellas."

Sobre la intrascendencia


Atención, atención: no se pierdan la manera que tiene Roth de resumir el trabajo del escritor en Zuckerman encadenado.

—Cojo frases y les doy vueltas. Eso es mi vida. Escribo una frase y le doy una vuelta. Luego la miro y le doy otra vuelta. Luego como algo. Luego vuelvo y escribo otra frase. Luego tomo el té y le doy una vuelta a la nueva frase. Luego vuelvo a leer ambas frases y sigo dándoles vueltas. Luego me echo en el sofá y pienso un poco. Luego me levanto, lo tiro todo a la papelera y empiezo desde el principio.

Como tú dijiste, Pepa, delirante.
Y tan divertido…

domingo, 3 de febrero de 2008

Un lema para la posmodernidad: ¡¡¡¡No dejes de grabar!!!!


Cuando trabajaba en televisión, mi jefe estaba obsesionado con los reportajes tipo Mi cámara y yo (ahora lo que se ha popularizado es Callejeros, que en esencia es lo mismo), reportajes en los que el presentador era a la vez cámara, y en los cuales el resultado era el mismo de un vídeo casero. Muchos no le vimos al principio la gracia, pensábamos que era sólo por ahorrar dinero (que también) y cuando pasábamos por la cabina de sonorización con el repor ya montado, recuerdo que uno de los técnicos de sonido echaba pestes de esta manera de hacer los reportajes, en los que la calidad de imagen y de sonido eran ínfimas.

Pero es verdad que si bien nosotros hacíamos estos reportajes a lo cutre, el resultado tenía algo. No sé, los hacía diferentes. Más reales, más íntimos. Y merecía la pena el sacrificio en calidad de imagen y sonido. El reportaje era un esencia un repor más, pero el rollito mi cámara y yo lo cambiaba todo.

Esto lo tenía que saber J.J. Abrams cuando se puso a pensar en su nueva peli allí en su oficina de la calle Cloverfield, en Santa Monica. Quería hacer Godzilla, pero -¡putada!-, ya estaba hecha, y no solo por los japoneses, sino también por Hollywood. Sin embargo, él estaba encabezonado, como un niño chico. Además, su otra opción hubiera sido volver a coger las riendas de Lost, y eso no se lo desearía él ni a un enemigo. Así que se estrujó la cabeza hasta que dio con el quid de la cuestión: ¡el rollito mi cámara y yo! (que en EEUU se deberá llamar el rollito bruja de Blair).

Y funciona. Vaya si funciona. Cloverfield (Monstruoso en español, y espero que el traductor del título tenga una muerte lenta y dolorosa) es una peli más de monstruo arrasaciudades, pero este planteamiento visual hace que la película sea mil veces más efectista y parezca mucho más real (sin serlo, porque en fondo hay que aceptar las mismas convenciones de toda peli de acción, y una más: el que unos personajes al borde de la muerte sigan preocupándose de registrarlo todo con la cámara, lo cual en el fondo es absurdo). Tan real que incluso había gente que se salía de la sala. Aunque no sé si sería por el mareo. Porque eso también es verdad: la cámara se mueve, vaya si se mueve, y está guay, forma parte del planteamiento, pero también marea (pero no se preocupen: se soluciona sentándose un poco más atrás de lo normal).

Un último apunte: otra cosa buena de este planteamiento visual, es la recuperación del “no enseñar” o mostrar lo menos posible para mantener el interés y el suspense. Lo que hizo Ridley Scott con Alien, o Spielberg con Tiburón, y muchos otros maestros del cine de terror. Estamos en una era, la de los efectos especiales, en la que hay que enseñarlo todo (la pornografía del terror, se podría llamar) y así, las pelis de monstruos ni dan miedo ni nada. Pero ésta de Cloverfield sí.

sábado, 2 de febrero de 2008

Defender el castellano… ¿de qué?

Rosa Díez insta a ambos PP y Psoe a defender el castellano. Claro, no íbamos a ser nosotros menos que los nacionalistas, ¿verdad, Rosa? De lo que no me había enterado yo es de que el castellano estuviera en peligro. Habrá que preguntarle a los más de 400 millones de hispanohablantes que hay en el mundo, de ellos más de 40 millones en EEUU; o a García Márquez y Vargas Llosa, aún vivos y coleando; o a los espectadores de Pasión de Gavilanes y Betty la Fea, repartidos por medio planeta.
A lo mejor resulta que es verdad, que el castellano está en peligro por estos lares donde un día nació, pero yo he estado dos veces en Nueva York y allí, de peligro nada. En una semana no tuve que usar el inglés ni para decir good morning. Y que conste que uno lo habla, el inglés. Pero claro, si no ves la necesidad, no te sale.
Las políticas lingüísticas protectoras, lo sabéis, me parecen una chorrada. Están muy de moda, pero hay que pensar qué es lo que se protege y por qué se protege. Y el español no necesita protección, creedme que no. Si los catalanes son más papistas que el Papa, ¿nosotros también tenemos que serlo, Rosa?
A estas alturas, por mí como si en España sólo se termina hablando una mezcla del euskera y el catalán. Fíjate tú qué pena. Eso sí, lo irónico será que los niños ricos, los más pijos, se gastarán un pastizal en academias con profesores nativos llegados directamente de Colombia, Cuba o Miami, para aprender español.
No, Rosa, el castellano no necesita ser defendido. El tiempo será el encargado de ponerlo en su lugar, sea el que sea.

viernes, 1 de febrero de 2008

New York City: Opening credits


Sobre la foto fija de una gran ciudad
los nombres y apellidos de los que serán
actores, directores, productores y demás.
El ruido de las fábricas al despertar
los olores y colores de la gran ciudad
me hicieron sentir que yo estaba allí,
que estaba allí.
El cuerpo de esa chica que empezó a temblar
cuando el protagonista la intentó besar
me hicieron sentir que yo estaba allí,
que era feliz.

(Mecano: El cine)

Desde pequeño me han hipnotizado esas películas que comenzaban con Nueva York a vista de pájaro bajo los títulos de crédito. Todas las que recuerdo son ochenteras y siempre eran comedias románticas urbanas, en la que la gran ciudad, la jungla de asfalto, también dejaba un hueco al amor. Ahora, años después, hay una canción que me recuerda esas pelis de mi infancia y primera adolescencia: es el Open Your Heart de Madonna. Creo que ninguna de aquellas pelis empezaba con esta canción, pero no puedo evitar imaginarme la Gran Manzana desde el cielo cuando la oigo.

Todo esto, porque una de esas pelis que tan colgado me tenía de pequeño, Splash, resulta que está colgada (¡enterita!) en youtube!!

Exilios


Lo tenía pendiente desde que me leyeron en voz alta uno de los capítulos –el que se titula Beatriz (La polución), que es una joyita y que a la hora de usarlo en clase, con los niños, es magia pura–, y desde que me lo pasó mi hermana, inmersa en su network argentino-uruguayo-catalán (juos juos), hace ya varios meses. Y me ha encantado. Puedo decir que Primavera con una esquina rota es mucho más que ese bonito título (y esto lo digo porque al comentar el libro me han llegado a decir que tiene un buen título y poco más; aunque sospecho que era uno de esos comentarios que ciertos gañanes hacen –hacemos, me incluyo: yo a veces también lo soy– sin conocimiento de causa, esto es, sin haberse leído el libro en cuestión).

De Benedetti poco sabía y lo que ahora sé es por este libro. En mi época del instituto estaba de moda, entre los estudiantes más intelectuales, leer su poesía (ya sabéis, al compás de la guitarra de Silvio Rodríguez, cuando todavía nos pasábamos sus canciones grabadas en cintas). La cosa es que yo jamás le leí nada, y que incluso, hace poco, cuando en un cumpleaños alguien le regaló a una amiga un libro con la poesía de Benedetti, no pude evitar pensar que menudo trasnochao, otro que se ha quedado anclado en los diecisiete.

Pero bueno, este rechazo tiene una explicación: el trabajo que me cuesta entrar en los mundos poéticos, aunque una vez familiarizado llegue a disfrutarlos más que la novelística. Y a mí, lo reconozco, esto sólo me pasa con Lorca y con Bécquer. Tengo pendiente ahí a Miguel Hernández, que sospecho me va a chiflar, y aparte de ciertos poemas sueltos, poco más. La poesía me resulta difícil de masticar.

Pero a lo que iba, que me pierdo. Que sea por rechazo o por ignorancia o por ambas dos, de Benedetti no conocía más que algún cuento suelto, y eso como mucho. Y no quiero decir que ahora me lo vaya a leer todo de él, o que me haya apasionado su estilo literario. Sólo quería apuntar que el tío tiene la capacidad de hacerte comprender la experiencia del exilio con todas sus aristas, y que sólo por eso merece la pena. Y fíjate que me estoy poniendo profundo, que a mí estos rollos reivindicativos políticosociales me la suelen pelar, pero en este caso me quito el sombrero, porque Benedetti lo hace con mucho arte. Con arte uruguayo, y si no véase el capítulo en el que Graciela se sincera con Rafael. La manera de hablar de ella, la lucidez con la que es capaz de analizarse a sí misma, no podía ser, al menos para mí, más que argentina o uruguaya.

Alberto, te lo tenés que leer. Te va a encantar, a vos.

Sobre pérdidas de inocencia


Me encantó El amor en los tiempos del cólera, no digo que no. Eso sí, mientras que Philip Roth cayó en dos días, García Márquez necesitó quince. Pero no vengo aquí a hablaros de ritmos o velocidades. De El amor…, lo más impactante, esa primera aparición de Florentino Ariza en el entierro, cuando aún no sabemos quién es pero ya atisbamos su importancia; o esas visitas, todos los martes por la tarde, que se hacen Florentino Ariza y Fermina Daza ya de viejos. Cómo os decía, momentos impactantes, que me han llegado a provocar mis lagrimitas, pero que se teñían del sabor agridulce –la nostalgia puta– de recordar aquellos días de mi adolescencia en que leí La casa de los espíritus o Cien años de soledad, y a veces tenía que parar de leer por culpa de tremendas palpitaciones o del llanto más estentóreo. Nada que ver con las lagrimitas de ahora. Es lo que tiene estar al borde de la treintena, que ya estamos de vuelta de todo, que ya nos las sabemos todas, y que hasta con García Márquez vamos sobre aviso y levantamos la maldita ceja.