lunes, 18 de febrero de 2008

El intocable original literario y las nuevas dimensiones cinematográficas


Leyendo a Marcelo Figueras en El boomeran(g) sobre el Drácula de Coppola he vuelto a pensar en ese lugar común de que los libros son mejores que las películas y en la risa que me entra cada vez que lo escucho. Rebatir este lugar común a veces conlleva polémica y a veces no. Por ejemplo, decir que la película El silencio de los corderos es mejor que el libro de Thomas Harris suele ser aceptado por todos. Es el típico caso de un bestseller flojucho pero con material, que bien adaptado, da un peliculón. Pero en el caso del Drácula de Bram Stoker, decir que es mejor la peli de Coppola que el libro (que lo es), no suele ser tan bien recibido. ¿Por qué? Porque estamos hablando de un clásico. Y es verdad que lo es. Pero aún así, el original literario no es mejor que la película. Stoker es un clásico porque dio forma al monstruo por antonomasia en una historia que aunaba muy bien costumbres, creencias y sentimientos ocultos del inconsciente colectivo. Y por supuesto, en cuanto a la novelística, el relato está muy bien imbricado de cartas y diarios. Pero si has visto la película y después lees el libro, te das cuenta de que Coppola aprovechó una historia y la supo mejorar infinitamente sólo con incluir un pequeño ingrediente, dándole un giro a la historia para que siendo la misma del libro a la vez contuviera una más: la historia de amor entre Mina y el Conde. Por eso, cuando después de haber visto la película te vas al libro, es como degustar un plato que te encanta, pero sin sal. Y piensas: ¿cómo no se le ocurrió a Stoker darle esta dimensión al personaje? Bueno, pues porque a Stoker ya se le ocurrieron muchas cosas, que además hicieron que el libro fuera genial. Pero Coppola añadió otra más, y el trasvase al cine dio como resultado algo aún más genial. Si quieren restarle méritos a Coppola, por segundón y aprovechado, háganlo. Yo sólo digo que la película es mejor.

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