sábado, 28 de febrero de 2009

Nada nuevo bajo la luna

Acabo de ver los dos primeros capítulos de True Blood y me han parecido bastante flojos, la verdad. Ya me habian avisado, y también me han dicho que debo insitir, porque después la serie, por lo visto, toma fuerza. Por el momento no es más que un soso pastiche, de muy buena factura HBO, vale, pero eso no basta. El personaje de Anna Paquin te hace echar de menos todo el rato a Buffy, y el paseo de la chica y el vampiro por el bosque en el capítulo dos recuerda demasiado a Crepúsculo. La chica empieza a hacerle preguntas al vampiro, el vampiro responde. Se besan. Pero el deseo es peligroso, y el vampiro se aparta. Lo fuerte es que hasta en la cursi Crepúsculo esta escena, calcada, tenía más tensión dramática.

Seguiré viendo la serie, pero por ahora, no hay mucho donde rascar.

jueves, 26 de febrero de 2009

¡Tiburón en la laguna!



Nunca me ha gustado la playa. A todas luces soy andaluz (no lo podría negar aunque quisiera) pero en realidad nací en Gandía, Valencia, y los cinco primeros años de mi vida los pasé en Ondara, un pueblo de Alicante a escasos kilómetros de la playa. Mi infancia está llena de recuerdos playeros, pero cuando a los cinco años mi familia se mudó al interior, no eché de menos el mar.

Hoy, la playa sigue sin apasionarme. No soy capaz de meterme en el agua hasta donde me cubre totalmente, y si estoy más de un minuto sin hacer pie, los acordes de John Williams empiezan a sonar en mi cabeza y tengo que salir disparado hasta la orilla. Por supuesto, del submarinismo ni oír hablar. Me da pánico.

Todo empezó viviendo en Sevilla y cuando mis padres se compraron por fin un vídeo VHS. Empezó mi cinefilia y me puse a grabar películas de tiburones como loco. La primera película con tiburón incluído que vi, sin embargo, fue en el cine. Se trataba de Tiburón 4, un pestiño considerable, pero que a mí me apasionó. La escena de la banana, en la que el tiburón le arranca una pierna de cuajo a una desdichada, me impactó sobremanera. Vista hoy, me parece de risa, pero a mí me cambió la vida. A partir de ahí empecé a grabarme todas las pelis con tiburón que echaban en la tele. Hoy sé que la mejor es la primera, la de Spielberg, pero yo por entonces no tenía criterio, y adelantaba las pelis hasta los momentos más sangrientos, que no podía dejar de mirar en la pantalla. Y fíjate tú que quizá sea la primera la que menos momentos de esos tenía, porque la valía de Spielberg está en cómo maneja la tensión, y en el insinuar más que en el enseñar directamente.



La escena de la banana. Jevi jevi!!

Tiburón 2 me encantaba. La historia de esos adolescentes rebeldes, malotes y follisqueadores a los que Dios castiga en forma de gran escualo me parecía total. Morbo puro.



En cuanto a la tercera parte, durante mucho tiempo tuve grabada una peli que yo creía que era Tiburón 3, pero que con el tiempo descubrí que era una pastiche italoamericano llamado L'último squalo, que aun así que yo me tragué tranquilamente miles de veces. Ahí va al escena final, en la que el prota mata al tiburón. Cutre cutre:



Más tarde pusieron en la tele la verdadera tercera parte: Jaws 3D, esto es, en tres dimensiones, las cuales en la pantalla de mi tele de finales de los 80, se veían bastante cutre, la verdad. Ahí va un remix cañero con las mejores escenas:



Muchos años después, vi en el cine la revisitación del tema por parte de Renny Harlim. En Deep Blue Sea los tiburones están modificados genéticamente, son más inteligentes y hasta saben abrir puertas (sic.). ¡Una peli genial! Lo mejor, la muerte de Samuel L. Jackson, en un momento autoparódico sencillamente sublime y al mismo tiempo acojonante.



Tantas pelis se han hecho sobre el tema (y casi todas malísimas), que casi se puede hablar de subgénero. Yo me he bajado gran parte de ellas de la red, y las he visto a cámara rápida, parando sólo en las partes de los ataques. Pero mientras espero que salga a la luz la peli MEG, que después de múltiples retrasos quizá ya nunca tome forma, siempre nos quedará esa gran primera incursión spielbergiana en el tema, que ahora, ya con un criterio formado, sí que sé apreciar en toda su magnitud.

La frase que da título a este post es uno de los gritos más terroríficos que se sueltan en ese Jaws de Spielberg. Una frase que me sigue poniendo los pelos de punta. El jefe Brody tiene ya la clara certeza de que un gran escualo amenaza las playas de Amity, pero nadie le hace caso. Prohíbe a su hijo bañarse en la playa, le pide que lo haga en la pequeña laguna, donde no sospecha que el tiburón pueda meterse. Hasta que una mujer grita: ¡Tiburón en la laguna! La música empieza a sonar y el jefe Brody salta a la carrera en busca de su hijo. En la escena no hay sangre, ni falta que hace, porque sólo así ya es acojonante.

miércoles, 25 de febrero de 2009

El cafelito con la Campos sabe mejor



María Teresa Campos ha vuelto a las mañanas de Telecinco. Muchos la odian, a mí me encanta. Desayunar con la Campos, esa señora cabezona que no deja hablar a sus contertulios y que siempre impone sus ideas, me encanta. Qué quieren, es una debilidad. La Campos es un terremoto, cuenta las noticias casi casi como si te las contara tu vecina, pero sin perder las formas periodísticas. La fórmula perfecta, como la de mi café soluble que sazono con la dosis justa de azúcar y sacarina: mitad y mitad.

Hoy ha entrevistado a Ibarretxe, y ha mantenido las formas periodísticas hasta el final, cuando le ha preguntado si se sentía español (ole!). El tío se quería salir por la tangente, pero ella no le ha dejado. Esta mujer es grande, muy grande!

Crónica de unos premios cantados



Pues ganaron los que tuvieron que ganar, ¿no?

Penélope era lo mejor de la peli de Woody Allen, que es un tipo que siempre hace pelis que se dejan ver, y que cada dos o tres de ésas, hace una obra maestra. Vicky Cristina Barcelona no lo era en absoluto, pero era salir nuestra Pe y la peli ganaba muchos puntos. Esta chica tal vez no sea una gran actriz, pero hay unos cuantos de los papeles que ha hecho en los que está para comérsela, véase La niña de tus ojos, Elegy o Vicky... (no tanto Volver, en la que estaba bien pero no a la misma altura).

Slumdog Millionaire es un festival para los sentidos y además el corazón te da unos cuantos vuelcos a lo largo de la cinta. ¿Qué más se puede pedir? Yo fui a verla cuando el factor sorpresa ya no era tal. Mucho había leído y mucho se había hablado sobre la peli, con lo cual no es que lo flipara precisamente, pero hay que reconocer que la historia es una maravilla.

La Winslet es una máquina, y quizá me gustó más su actuación en Revolutionary Road (una peli que me dejó patidifuso, pero sé que hay otros a los que ni fú ni fá). En The Reader también está impresionante; para mi gusto su actuación era bastante menos sutil, aunque sí bastante más de Oscar. En cuanto a la peli en general, impresionante. El único pero es ese sosainas con continua cara de estreñido de Ralph Fiennes (que sólo me gusta en La lista de Schindler y en El jardinero fiel, que por cierto, es una peli alucinante, con otra actriz, Rachel Weisz, que me encanta hasta en La Momia y a la que estoy deseando ver en Ágora, de Amenábar).

Para actuación poco sutil pero marcada a hierro por el Oscar, la de Sean Penn en Milk. Irónicamente, aunque la peli es reivindicativa, la actuación de Penn a mí me pareció muy al uso, y el premio muy poco arriesgado.

El Oscar a Heath Ledger también estaba cantado, pero es verdad que lo que hace en El caballero oscuro te deja con los pelos de punta.

domingo, 22 de febrero de 2009

Ser profe es un chollo

El tópico es que los profesores vivimos como Dios. ¿Es el tópico cierto? Este post es un aviso para todos los que no sois profes, pero tenéis amigos docentes que se empeñan en desmentir el tópico. Que si su trabajo es muy duro, que si menuda responsabilidad, que si no estamos reconocidos, bla bla bla. NO LES CREÁIS. Mienten. Como bellacos. Fiaros de mí que también soy profe, que antes no lo era, y que, al contrario que la mayoría de mis compañeros, que después de la carrera se metieron directamente a opositar y no han trabajado más que en institutos, puedo comparar. Porque eso sí, estoy hablando de la enseñanza pública. La privada es otro cantar. Si yo tuviera que soportar a monjas y curas supervisando mi docencia, estaría amargado y jamás escribiría este post.

Vamos a desgranar todas las ventajas que tiene ser funcionario en la educación pública:

1) El horario. Para empezar, las horas lectivas semanales son 18. A veces, para ajustar horario, alguien se tiene chupar alguna más (¡y menudo trauma!, no dejas de protestar en todo el año), o también quedarse a una menos (y te callas como una perra también todo el año). Si eres jefe de departamento, cosa que es muy fácil si eres de francés, filosofía o latín, la cosa se reduce a 15 horas. Y digo que es fácil porque en el caso de estas asignaturas suele haber un solo profe por instituto, y esto automáticamente te convierte en jefe. ¿De quién?, dirás. Pues de ti mismo. Costosa tarea que exige una liberación de tres horas semanales. Después es verdad que se supone que hay más horas de permanencia en el centro, y además las guardias, que vale, suelen ser un coñazo, pero que no son más que tres, como mucho, a la semana. Estas horas no lectivas te pueden servir para tomarle el pulso al instituto más allá de los tres o cuatro grupos a los que tú des clase. Pero aviso, eso de tomarle el pulso al centro es algo que la mayoría de los profes no es que no lo hagan, es que ni se lo plantean. Resumiendo, y lo que es más importante: sea como sea tu horario, a las 2,15 o 2,30 estás liberado. Suena el timbre y a casa. O lo que es más fuerte: ya te estás yendo a casa cuando suena el timbre. Que eso yo lo veo día a día. Con liberar a los chavales 5, 10 o hasta 15 minutos antes, solucionado. Y encima los chavales te van a adorar. También puede ser que entres a las 8,30, y entonces será muy raro que salgas a las 2, con lo cual, a las doce o la una, algunos profes ya se están yendo e incluso sueltan eso de "me voy ya que estoy aquí desde las 8". Una vez en casa, puedes dedicarte a preparar clases o a corregir exámenes, pero a eso nadie te obliga. Si eres capaz de improvisar las clases sin que se te caiga la cara de vergüenza, nadie te lo va a echar en cara. Si tardas en corregir los exámenes dos semanas, tampoco. Como si no los corriges y te inventas la nota. O como si directamente no haces exámenes, porque eres un profe de la nueva era. Qué más da, ¡si encima vas de moderno!

2) Las vacaciones. Dos meses en verano, dos semanas y pico (con suerte tres) en navidades, diez u once días en semana santa, puentes y demás. Esto es lo más llamativo y de lo que nos tiene envidia todo el mundo. Pues sí, tenemos una vacaciones que te cagas. Hasta el punto de que la vuelta del verano llega a ser traumática, después de tanto tiempo desconectado del curro. ¿A que os damos pena?. Bueno, y hay que tener en cuenta que tanto las últimas semanas de junio como las primeras de septiembre el trabajo es meramente presencial. Ir, hablar con los compis y tomarse un café. Hay gente que, claro, muchos días ni se presenta en el instituto. ¿Para qué?

3) El trabajo en equipo, que es de la mejores cosas de trabajar en un instituto. ¿Saben por qué? Porque no hay. No es que no se intente, es que sencillamente la gente no sabe qué siginifica eso de trabajar en equipo. No saben lo que es ponerse un objetivo común, dividirse el trabajo, tener algo preparado a tiempo. Esto se nota sobre todo entre los que no han sido más que funcionarios toda su vida. Se hacen simulacros de trabajos en equipo, sólo, claro está, si es a cambio de puntos para trienios y sexenios; simulacros de los que no se suele sacar nada en claro, pero eso es lo de menos. Es verdad que trabajando como se trabaja con chavales, que son impredecibles, por mucho que te lo curres a veces no se ven los frutos, pero ¡ésa también es la excusa perfecta!

4) La territorialidad. Mi primer año de trabajo fue "supuestamente" el de prácticas. Este año, aparte de tragarte un tedioso y absurdo curso y elaborar una memoria, te nombran un tutor de prácticas. En mi caso, mi tutor ni siquiera se dignó a pasarse por mis clases a ver qué tal me manejaba. Aun así, yo provengo de la empresa privada, y por eso tendía a rendirle cuentas de lo que iba haciendo día día. Pero claro, él me rehuía. Yo era un pesao. Al final pillé la "dinámica" de trabajo y empecé a ir a mi bola. Y es que en el instituto, para lo bueno y para lo malo, nadie te va supervisar en cuanto a tu comportamiento en el aula. Los tres primeros meses, acostumbrado a otras rutinas, me sentí desamparado. Nadie te dice cómo hacer nada. Piensas: Dios mío, me voy a morir sin saber si soy o no buen profesor, sin saber si hago las cosas bien. Con el tiempo, claro, te acostumbras peligrosamente, hasta el punto de que desarrollas un territorialismo ("mi clase es mía y en ella no entra ningún otro") que en algunos profes raya con la neurosis. Ejemplo: estás de guardia y tienes que ir a una clase a comunicar algo, lo que sea. A mí eso, como buen voyeur, me encanta. Pues vas y llamas a la puerta. Algunos te dejan pasar sin problemas. Otros te abren la puerta sólo lo suficiente para sacar la cabeza, poniéndote la mano por delante en postura de "ni se te ocurra pasar". Es que tengo que decirles algo a los chicos, cuentas. Pero nada, no te dejan pasar. Podría decirse que es que los chavales están trabajando y no es bueno interrumpirles, pero no es así. Lo que se oye al otro lado es la tele, y por la cara del profe que te ha abierto la puerta, la peli, más que un documental educativo de la BBC, suena a Los albóndigas en remojo. Pero no culpen al profe. Dime qué harías tú si te toca dar Educación para la Ciudadanía o las dos horas semanales de MAE (¿Motivación Al Estudio?, ¿Medidas de Atención al Esfuerzo?, quién sabe lo quieren decir esas siglas).

5) La dignidad. Si estás falto de dignidad y autoestima, hazte funcionario. En un año estarás gritando por los pasillos y la sala de profes frases que comienzan por "Yo no tengo por que...", todo un clásico de la sala de profesores. Y es que todo trabajo que se salga de dar tus clases o que implique rendir cuentas es un ataque a la dignidad del trabajador. Y hay más: ¿Se imaginan a a un trabajador cualquiera entrando en el despacho de su jefe y poniéndose a gritarle hasta hacerle llorar, para luego salir del despacho impunemente? Ni de coña, ¿verdad?. Pues eso lo he visto yo en mi instituto, y no una vez, sino dos. Les cuento: Un profesor organiza una excursión. A última hora deja a los alumnos tirados, porque ya no le apetece la excursión. La jefa de estudios le da un toque para que no lo vuelva a hacer y a continuación él entra en Jefatura y se pone a gritarle hasta hacerla llorar. A la jefa de estudios. Porque claro, quién es nadie para poner en duda sus métodos y su dignidad laboral. Ese profesor, por supuesto, sigue campando a sus anchas por el instituto, pensando que lo que hace es trabajar y creyéndose más digno que nadie. Así, ¿quién no querría ser funcionaro?

6) La pedagogía. Si eres un profesor entregado a la causa, en la educación pública tienes a tu disposición cursos y seminarios varios sobre tendencias educativas, perspectivas pedagógicas varias y hasta el sexo de los ángeles. Pero nunca sobre prácticas reales de aula. La teoría es bienvenida; la praxis un tabú. Pregúntale a un compañero cómo enseña él los verbos, o qué dinámicas de clase plantea para mejorar la ortografía, o qué textos usa para explotar determinados contenidos, y en una milésima de segundo estará en Pekín. Este tipo de preguntas son las más incómodas que se pueden plantear en un pasillo de instituto. Yo, inocente de mí, que venía de una academia de español para extranjeros, donde esas preguntas y esa manera de compartir experiencias estaba a la orden del día, creía que en los institutos sería igual, pero qué va. Y claro, lo mejor de no aterrizar jamás en la práctica real de las aulas, es que hay teorías pedágogicas para todos los gustos, y como dice una compañera mía, cualquier manera de organizar un centro educativo (desde el segregacionismo más salvaje hasta el integracionismo más inabarcable) es justificable pedagógicamente. Y así nos va.

7) Los imprevistos. Cuando trabajaba en la tele, cualquier imprevisto suponía quedarte en el curro toda la noche preparando nuevas ideas. Que Bisbal, Chenoa o los de La oreja de Van Gogh no vienen al final al programa, pues a quedarse toda la noche improvisando algo para un programa que, con lo que sea, hay que sacar adelante. Era una putada, y todos estábamos siempre cruzando los dedos para que todo saliera según lo planificado, cosa que era bastante rara. Y diréis que qué es más importante, ¿sacar un programa de TV adelante o sacar a un montón de niños (el futuro de nuestro país) adelante? Pues parece ser que lo primero. En el instituto tampoco sale nada según lo planificado, pero las consecuencias son siempre las opuestas. Cualquier imprevisto significa menos curro. Vas tan ricamente a dar tu clase y te la encuentras vacía. Se han ido de excursión y nadie te lo había dicho: menos curro. Los chavales se ponen en huelga: menos curro. La calefacción se estropea: menos curro. Llega una orquesta de cámara al instituto para tocar en el salón de actos. En el centro nadie sabe nada porque la cosa se organizó con 6 meses de antelación y ya nadie se acuerda (entre funcionarios, ya se sabe). El jefe de estudios empieza a correr aula por aula suspendiendo clases para llevar a todos los chicos al salón de actos, antes de que la orquesta se ponga a tocar sola. Eso ocurrió tal cual; ese día yo tenía repaso para el examen con los de cuarto y ya me cabreé. Me negué a posponer el examen (menos curro sí, pero es que estoy harto) y la mayoría de los chavales se quedaron. A cambio, me sentí un auténtico boicoteador de actividades extraescolares.

8) El sueldo. Si a los dos mil euros y pico que ganamos le quitas el IRPF, cada mes nos tocan unos 1700/1800 euros. Eso sin trienios y sexenios (que yo aún no sé lo que son). Y en Navidad y verano las pagas extras, esto es, el doble. ¿Es eso poco? Si lo comparas con lo que ganan los profes en Alemania, pues claro. Si lo comparas con lo que gana un redactor de TV cuyo puesto está siempre en peligro y que se puede dar con un canto en los dientes si aguanta en un programa más de dos meses, es bastante más. Un redactor de TV que va de moderno, que se compra la ropa en el mercado de Fuencarral y que luce todos los domingos palmito y gafas de sol ultramodernas en La Latina, pero que al fin y al cabo no se mete en el bolsillo más de 1500 euros al mes, trabajando además 12 horas al día.

9) La descarga de adrenalina. En mi primer año de trabajo, y antes de empezar las clases, cuando los primeros días de septiembre gritaba a diestro y siniestro que menudo chollo salir a las dos, alguien me dijo que la energía que se emplea en controlar una clase durante una hora es hasta el doble y el triple que la de muchos otros trabajos, y que por tanto por las tardes acabas rendido. Y es verdad: si se compara con un trabajo de oficina, éste implica una descarga de adrenalina impresionante. Tengo compañeros que en su primer año han adelgazado varios kilos. Otros que antes de cada clase potaban. Yo, por ejemplo, mi primer año me lo tiré entero sudando como un cerdo. Son los nervios. Pero todo eso pasa. Uno se acostumbra y desaparecen las potas, los sudores y las cagantinas. Además, yo he pasado horas muertas delante de un ordenador, sin tener ya nada que hacer y esperando a la hora de salir, y eso es desesperante. En las clases estás en constante alerta y el tiempo se pasa volando (al menos si de verdad te interesa hacer bien tu trabajo), y al entrar en ellas se te olvida todo lo bueno y lo malo: tu vida personal, enfermedades, diarreas (que se cortan ipso facto, porque no hay más cojones) y absurdas neuras.

10) Los chavales. El material con el que trabajamos los profes no son ni los libros, ni las tizas, ni la pizarra. Ni siquiera las nuevas tecnologías, tan de moda. Nuestro material es real, está vivito y coleando. Es el mejor material con el que se puede trabajar: son los chavales. Chavales impredecibles que lo mismo te pueden amargar el día que hacerte feliz hasta el delirio. Y es que ése es el verdadero chollo de ser profesor. Ningún otro trabajo es tan apasionante, y eso es gracias a esos pequeños locos que tanto nos hacen gritar y sudar la gota gorda día a día. El horario, las vacaciones, el sueldo, todo eso se te olvida cuando a un chaval se le ilumina la cara porque ha conseguido comprender algo, o cuando guardan silencio mientras tú les lees un cuento, o cuando te piden que les cuentes más cosas sobre un tema que tú consideras una disgresión, pero que a ellos les está (¡oh sorpresa!) apasionando. Esos momentos son impagables, y nunca sabes cuándo van a llegar. A veces los atisbas, y me imagino que la experiencia en esto es un grado y con el tiempo hasta sabré conjurarlos conscientemente. Unos momentos que son una pasada porque ves que esos "niñatos" se convierten día día en más persona, y porque sabes que es gracias a ti. Los chavales son barro en tus manos, y aunque en el 90% de los casos no se dejen moldear, el otro 10% vale por todo lo demás y hace que el domingo no te importe que se acabe el fin de semana y tengas que ir al instituto el lunes, otra vez. Eso es lo que pienso que de verdad debe dar envidia a los que no sois profes, y nada de lo otro que he contado más arriba, y que habréis leído si no habéis desistido antes de llegar al final de este largo post.

***

¿Saben? Desde que empecé a currar de profe siempre ma ha pasado lo mismo. Voy por la calle, o en el metro, me encuentro con un grupo de niñatos armando jaleo y hablando de chorradas, un grupo de adolescentes desconocidos, y me parecen como poco absurdos, y a veces, según su comportamiento, hasta despreciables. Sin embargo, con los chavales a los que les doy clase, con los míos, jamás he sentido eso, sino todo lo contrario. Son lo mejor, son unos soles, son unos tíos listos. Son la caña. Sé que en el fondo nada les diferencia de los que me cruzo en el metro, pero no puedo evitar sentirlo. Cuando estoy en la calle, soy un adulto más. Cuando estoy en clase, soy el profe. ¡Menudo subidón!

martes, 17 de febrero de 2009

Descartes vs. Pascal



No hay nada como la buena dialéctica. Los griegos la descubrieron hace ya varios milenios y hoy sigue siendo el no va más para aclarar las ideas. De eso va la obra El encuentro de Descartes con Pascal joven, un único round entre los dos filósofos que dura apenas hora y cuarto y que más que encuentro, deviene en desencuentro. Porque lo de menos es llegar a una conclusión (bien lo dice en la obra el propio Descartes), sino recrearse en los mecanismos mentales que nos llevan a ella. Los actores, geniales, le dan a la obra un estatus muy superor al del texto, que es muy interesante, pero que tampoco supone nada nuevo.

Una lectura del genocidio nazi / En tiempo de prodigios

Sé que en el último siglo ha habido historias de genocidios tan terribles como el dirigido por Hitler y los suyos. Yo también sé lo que hizo Stalin. Sé lo que hizo Idi Amin y ese otro chiflado de Camboya, Pol Pot. Pero esto fue peor. ¿Sabes por qué? Porque Hitler no tenía enfrente a un pueblo reprimido, pobre o limitado. No se las tuvo que ver con campesinos aplastados bajo el yugo de los zares, con aldeanos analfabetos o con miembros de tribus africanas tradicionalmente sometidas a algo o a alguien. Alemania era un país desarrollado, rico, culto. La patria de Schiller, de Goethe, de Bach o de Lutero. Los nazis pervirtieron todo eso. Convirtieron a los alemanes en culpables colectivos de un crimen monstruoso que se les seguirá recordando cuando pasen los siglos. [...] eran ellos quienes torcieron, quizá para siempre, el destino de todo un pueblo previamente bendito por la Historia.

Esta es quizá la idea más lúcida que saco de la lectura de En tiempo de prodigios, de Marta Rivera de la Cruz. Yo siempre había dicho que el genocidio judío no ha sido el único de la historia, que ése no ha sido el único holocausto, y que ahora los mismos judíos, en su afán victimista y, lo que es peor, de autojustificación revanchista, se han encargado de recordárnoslo hasta la extenuación. Pero la idea de que el pueblo alemán no tenía excusa nunca había pasado por mi mente. Quizá lo expuesto más arriba (dicho por uno de los personajes del libro) sea una idea simplista, pero creo que tiene su parte de razón. Y quizá por eso el horror del Holocausto judío esté en alojado el inconsciente colectivo actual con más fuerza que cualquier otro horror histórico, y no se trate sólo del poder actual del lobby judío.

Por lo demás, el libro de Rivera de la Cruz me ha parecido bonito. Lo he leído poco a poco, muy poco a poco. Tal vez porque no es que me haya apasionado, pero también porque mi vida últimamente va a saltos. La historia es compacta, pero había momentos predecibles y otros un tanto reiterados. A la autora el libro le sirve de catarsis personal tras la muerte de su madre, pero la catarsis llega a ser eso mismo, demasiado personal, y resulta algo densa. Hay momentos en los que parece despreocuparse del lector, un lector que quizá agradecería menos densidad y sí más momentos lúcidos de esos que pueden aplicarse a todos.

martes, 10 de febrero de 2009

Lucidez en La duda



Lo que más me ha gustado de La duda no ha sido la ambigüedad de sus personajes, sino el diálogo que mantiene la madre interpretada por Viola Davis con la monja Meryl Streep. De una lucidez apabullante. Es una conversación que se adentra en todos los tabúes sociales que imperan hoy día con respecto a la pedofilia, para cargárselos y plantearlos desde un punto de vista totalmente nuevo y a la vez desgarrador: el de una madre que conoce mejor que nadie a su hijo, y que quiere lo mejor para él, o al menos lo menos malo. Y eso es algo que el resto de la sociedad rechaza pero que ella sabe que puede salvar a su hijo de ser un marginado para el resto de su vida. Qué dura la postura de esa madre (manteniendo el tipo frente a una Meryl Streep horrorizada) pero qué lucida también.

viernes, 6 de febrero de 2009

Otro ladrillo a escena


Es increíble como un mismo teatro, dependiendo de la obra, puede resultar otro diferente. Ayer fuimos a ver El dúo de la africana al mismo teatro en el que justo antes de Navidad vi ese Hamlet que tanto me gustó. Lo de ayer, sin embargo, rozó el patetismo. Terminé sintiéndome atrapado en la platea y sacando el periódico, que me puse a leer tan ricamente. Menudo tostón infumable: la historia, los actores, el planteamiento escénico; todo confluía en un desaguisado sin parangón. Hasta el punto de que el teatro me terminó pareciendo otro.

jueves, 5 de febrero de 2009

Películas condenadas al olvido


This property is comdemned es la peli que fui a ver el otro día a la Filmoteca, ese cine que me resisto a visitar demasiado, porque está lleno de tarados intelectualoides que te dan la tabarra en la cola antes de entrar a la sala y que después se soban en mitad de Ciudadano Kane. (Para colmo, muchos huelen mal; vayan y comprobarán que no les engaño.) Pero a lo que iba, la cinta está incluida en un ciclo de recuerdo a Sidney Pollack, y si no os suena es normal, porque la peli vale bien poquito. Según los créditos está basada en una pieza de acto único de Tennessee Williams, y eso se nota en la primera mitad de la peli, que está bastante bien. Los protas son un Robert Redford en su mejor momento (ideal si quieres olvidar la cara acartonada e hiperoperada que luce actualmente) y una Natalie Wood que hace de Liz Taylor, pero que también funciona. Lo malo es la segunda mitad del metraje, bastante nefasta, en la que a guionista y realizador se les va la olla hasta el punto de que el final más bien parece un parche improvisado, como si se les hubiera acabado el dinero para resolver la historia en condiciones. Normal que no haya trascendido, y una pena, pero aun así mereció la pena por esa primera mitad y por poder recuperar un cine que ya no se hace, sólo por dos euros cincuenta.

The Parent Trap, again



Después de tres años ensayando la madurez, en este revoltijo emocional en el que me hallo, me he vuelto a comer las uñas hasta el delirio y me he vuelto a tragar aquel clásico de mi infancia que hice alquilar a mis padres fin de semana tras fin de semana. Se trata de The Parent Trap, o Tú a Boston y yo a California (no confundir con el remake sindongo de los noventa, Tú a Londres y yo a California). Y vista de mayor, a mis treinta años, no deja de parecerme una cinta genial con una historia que me sigue apasionando. Ahora valoro otras cosas que en mi infancia, aunque las atisbara, no me daba por analizar: el perfecto engranaje del guión, la pulcra labor de gran artesano que tiene la realización, la música, tan de la época y tan emotiva, y esa manera de actuar de los actores, tan de los años 60, que me encanta, especialmente Maureen O´Hara que está deslumbrante con su pelo rojo como el fuego y unos ojos que traspasan la pantalla.

Lo intrascendente con ritmo pasa mejor


Valkiria es una peli intrascendente pero con mucho ritmo. No hay que buscarle más profundidad de la que tiene, porque ni siquiera su director, por lo que he leído, lo pretendía. No hay estudios psicológicos ni papeles de Oscar, pero sí está la factura impecable del mejor cine mainstream made in America y, lo que es más importante, la mano firme de Bryan Singer. Y con lo de que no hay papeles de Oscar no quiero decir que Tom Cruise lo haga mal. Al contrario, que el cienciólogo esté tarado no le impide ser buen actor. Lo hace muy bien, y para colmo, el cabrón, lisiado y todo como sale en la peli, parece que se haya quedado anclado en los treinta y pocos. Mal que les pese a muchas (y muchos), el tío está más joven incluso que Brad Pitt, al que últimamente se le notan más los retoques quirúrgicos.