Hoy ha sido la primera vez en mi vida que he llorado en el teatro, así que no esperen una crítica racional o concienzuda, porque lo que que he experimentado esta noche en el teatro María Guerrero de Madrid pasará a los anales de mis experiencias estéticas y emocionales. Y ha sido con Hamlet, con una versión de Juan Diego Botto que en principio no prometía nada y que debo reconocer, tampoco es que haya apasionado a mis acompañantes. A mí, sin embargo, estando como estoy en horas bajas emocionales, me ha dejado K.O. La catarsis ha tenido que ser, como no, con Shakespeare.
A Shakespeare yo lo he descubierto en el teatro. No leyéndolo, o en el cine, con esas versiones tan resultonas que de sus obras ha hecho por ejemplo Kenneth Branagh. Fue el año pasado en el Valle Inclán de Lavapiés, con ese poderoso Rey Lear del Centro Dramático Nacional, que me dejó loco. Aquella fue la primera vez que sentí en el teatro lo mismo que he sentido en el cine con esas pelis que más te marcan. Antes había visto más obras de Shakespeare, pero hasta esta noche, con el Hamlet del Botto este que tan bien se lo ha montado, no he tenido esa sensación de estar DENTRO de la historia, como en las mejores novelas, como en las mejores pelis. Que eso me pase con una obra de teatro es muy difícil. Sólo Shakespeare lo ha conseguido, hasta ahora.
Porque el mérito de este montaje de Juan Diego Botto no está tanto en el montaje en sí mismo, que ha sido muy sencillito, sino en haber sabido dejar hacer al propio Shakespeare y a su propio texto. Y donde se ponga Shakespeare, no hay ni lopes ni calderones que valgan. Y no lo voy a comparar con Lorca porque ahí ya no hay parangón y además sería de mal gusto, pero es que en Shakespeare está todo. TODO. El Hamlet destila fuerza dramática desde el minuto uno, las primeras palabras del príncipe ya te atrapan y la obra no te suelta hasta el final.
Por supuesto, se le pueden poner pegas al montaje. Lo que pasa es que no quiero. Quede dicho que entre actores desiguales yo me quedo con un sorprendente Juan Diego Botto que se ha enfrentado a Hamlet tal como yo entiendo al personaje. Y no se trata de que su actuación fuera magistral, en el sentido más aparatoso de la palabra. No. Estaba cercano, sin falsas trascendencias ni grandilocuencias. Juan Diego Botto ya no es el niño pijo de Historias del Kronen o Martín Hache. Es ya un tío hecho y derecho que afortunadamente aún rezuma juventud e inocencia y todo eso se lo da a un Hamlet hermoso, perverso, loco, rencoroso, atormentado y todo lo que tiene que ser Hamlet, pero sin caer en el histrionismo en ningún momento. Cuando le gruñía a Ofelia y le ha dicho varias veces aquello de "vete a un convento", se me ponía la piel de gallina.
Mérito de Botto, como director, es también el tremento final con la voz en off, hipercinematográfico en el mejor sentido de la palabra. Un final en el que he llorado como sólo había hecho hasta ahora en el cine. Y oye, sí, estaré más sensible, pero es que una vez más, Shakespeare tenía que ser el que apuntara directo al corazón.
miércoles, 24 de diciembre de 2008
La catarsis según Shakespeare
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