lunes, 30 de agosto de 2010

Por manido que esté

A veces, entre la paja se encuentran pepitas de oro. Leo comentarios en el facebook, ese absurdo hipnotizador de mentes que nos está volviendo aún más tontos que el Sálvame. Y me encuentro con un poema de Bécquer que alquien ha colgado. Manido, ¿eh?. Pero, de repente, alguien responde: "A veces cuando uno lee a Bécquer cree que ya toda la poesía quedó escrita en sus versos". Y no sé si ese comentario viene de un verdadero conocedor de la poesía o de un tolay cualquiera, pero me doy cuenta de que tiene razón. Porque Bécquer estará sobadísimo, pero en la literatura española hay pocos como él, con esa capacidad de compilar toda la tradición anterior y de abrir nuevos caminos para la poesía que vendría después (sin Bécquer, por ejemplo, Lorca no hubiera sido el mismo). Y con un lenguaje que llega a todos, y que lo mismo sirve para rellenar carpetas de adolescentes que para filosofar sobre el existencialismo romántico de fin de siglo (de siglo XIX, se entiende). Porque como decía Pepa, a propósito de la rima de las golondrinas, "lo de Bécquer sirve siempre para un roto o un descosido, pero pocas veces se plantea como el recuerdo de lo fugaz e irrepetible, del tiempo no recobrado." Y es verdad, lo fácil sería desdeñar al poeta sevillano; más difícil es darse cuenta de la verdadera hondura vital de sus aparentemente sencillas palabras.

Venga, yo, como mi amiga del facebook, también os dejo uno de Bécquer. El de las olas, que me encanta:

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!

Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!


Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!


3 comentarios:

Pepa dijo...

Más que manido, yo diría, ahora, ignorado. De siempre fue tenido como poeta menor(Clarín hace que Ana Ozores sea lectora -cursi, se supone, - de él). Y es que para los racionalistas del XIX que un autor publicara versos en El Jardín de las Damas, o lo que es lo mismo escribiera para mujeres, suponía un desvalor. ¿Qué diríamos ahora si un poeta llevara sus versos al "Hola"? Pero en frente de todo eso veo a Luis Cernuda sentado en la escalera de su casa de la calle Acetres leyendo apasionadamente a Bécquer, como antes lo había hecho JRJ.
¿Así que en Chicago? Bien llegado.

eduaccion.orcasur@gmail.com dijo...

A todos nos encantan los poemas de Bécquer.


... Al final,
sólo los seres que no escribieron
poemas de amor
son los que son
ridículos.
Álvaro Campos

Me alegro de que estés de vuela de las vacaciones con ganas de escribir.

RbbR dijo...

A veces las casualidades de la vida nos unen invisiblemente a personas, lugares...por necesidad ( no como la de los años 40) me fuí a Portugal, viví en Lisboa,bonita Lisboa, hasta su nombre me gusta...después regresé a Toledo y entonces descubrí que desde los estudios en Cáceres hasta hoy el Tajo acompaña mis pasos, en Lisboa escribía a menudo y siempre me refería al mar con nombre de río...
Los años me llevaron a León Santiago y recorrí las calles y los lugares por donde creció Rubén Darío y donde descansan sus huesos. Un día cualquiera, de esos que uno quiere correr sin ruta marcada hice un viaje relámpago a Palma,el coche me llevó a uno de esos pueblos preciosos, donde vivió Rubén Darío..y me emocioné.
Bècquer me recuerda que hace años, muchos, quería escribir como él.
La casualidad tal vez, las ganas de hacer especial el día o que nada se pierda en la cotidianidad hacen que el Tajo y Rubén Darío formen parte de mi vida. Bécquer de esa primera adolescencia. Perdón por tanta palabra.