Nunca sabes qué es lo que se te va a quedar en el recuerdo para toda la vida, nunca sabes lo que te va a marcar, como no sea retrospectivamente…
(uy uy qué pesturrio a Javier Marías tiene este comienzo)
Lo que decía, que a veces me pregunto por qué unas cosas se vuelven a la larga tan importantes y otras no. El día que Carmen Martínez entró por la clase con sus tacones negros de firma (estoy seguro de que lo eran) y nos leyó aquel cuento en voz alta, ¿lo llevaba preparado o fue una improvisación?, ¿sabía ella lo que podría implicar para al menos uno de sus alumnos? Esto no lo he llegado a saber, pero ahora, cada vez que les leo a mis alumnos algo en voz alta, no puedo evitar pensar que tal vez les esté marcando en cierta manera. No sé, es el poder de la lectura en voz alta, de la escenificación, de la oración, un poder que hunde sus entrañas en el origen de los tiempos (los aedos, los juglares y trovadores) y que va más allá de toda pedagogía educativa.
El cuento que nos leyó Carmen Martínez aquel día fue La casa de Asterión, de Borges. Una exquisitez, vaya. Nada que ver con las gañanerías que me suelen gustar. Sin embargo, imagináos lo bien que lo leyó, que desde entonces lo considero mi cuento favorito.
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