martes, 22 de julio de 2008

La burbuja


The Bubble es una simpática película con un final duro como una bofetada. Es la última cinta de Eytan Fox, del año 2006, y desconozco si se ha llegado a estrenar en España. Poco importa, teniendo a mano el e-mule, descarga que te descarga (y que no protesten los de la industria, cuyas distribuidoras no se han molestado en estos dos años en traer la peli a España).

Para mí esta película no está a la altura de la anterior de Fox, Caminar sobre las aguas (una cinta bestialmente desgarradora), pero se le acerca bastante. En principio, The Bubble trata de una pandilla de esas tan de comedia romántica postmoderna, con gays y heteros veinteañeros compartiendo piso. Un punto de partida que aunque pueda parecer ridículo a mí me basta para engancharme. Pero la peli es mucho más. Estos chicos viven en Tel-Aviv, pero durante la primera mitad de la cinta igual daría que vivieran en Brooklyn, por ejemplo. A pesar de haberla visto en la versión original hebrea, hay momentos en los que se te olvida que son israelíes. Bien podrían ser cuatro chicos neoyorquinos o londinenses. Pero es que es eso precisamente lo que Eytan Fox pretende: mostrarnos la burbuja pseudoalternativa pero despolitizada en la que vivimos la juventud actual (da igual si es en Lavapiés, en el Soho o en pleno Tel-Aviv) y hacerla explotar en nuestra cara. Eytan Fox se hace más incómodo, pero también más necesario que nunca.

70 años no son suficientes


Con apenas 30 años, cada vez que a mi alrededor se habla de la República, la guerra civil y la dictadura de Franco, no puedo evitar sentirme ajeno a todo ello. Nací en el 78, en el seno de una familia de derechas. Hasta los 16 no comenzó mi viraje hacia la izquierda, pero fue (y sigue siendo) un viraje en abstracto. Soy de izquierdas, sí, pero no soy republicano ni la bandera con su franja morada causa especial inspiración en mí (como tampoco la causa la actual). Para mí la República, la guerra, o la dictadura tienen el mismo valor histórico que la guerra de Independencia del 1808 o la Restauración borbónica. Sí, haber nacido en el 78 limita mi compromiso, pero creo que me hace más libre para ver las cosas en perspectiva, sin ataduras emocionales. Por eso me extraña que personas más jóvenes incluso que yo se posicionen de manera tan apasionada en un bando u otro.
Todo esto viene a cuento porque en el pueblo de mis padres, Antonio Manuel Barragán-Lancharro, nacido en el 1981, ha publicado un trabajo de investigación titulado República y Guerra Civil en Monesterio. No he leído el libro, tan sólo he podido con el prólogo, de un tal Ángel David Martín Rubio, de la Universidad Juan Pablo–CEU de Madrid, en el que se dedica a desprestigiar la II República Española, etapa por etapa, para finalmente, cuando llega al famoso 18 de julio del 36, correr un tupido velo y dar por finiquitado el repaso histórico. ¿Y del alzamiento militar qué? ¿Y de la guerra qué? ¿Y de la dictadura? Son las preguntas que me hice al acabar el prólogo.
El mismo autor del trabajo anuncia en la contraportada su blog sobre la historia de Monesterio. Tampoco lo he leído a fondo, pero sólo me ha hecho falta echar un vistazo a la lista de links “amigos”, entre los que está Jiménez Losantos y otros vínculos a la COPE. Entren y juzguen ustedes.
No soy tonto, cada vez que alguien me habla de las bondades de la II República no puedo sino levantar una ceja. Igualmente estoy más que harto de que El País Semanal me dé la tabarra semana sí semana no con historia de rojos, de los hijos de los rojos y de los nietos de los rojos, como si fueran la únicas víctimas que ha habido en la historia de España. Sé que no hay nada blanco ni negro. Sé que en todos los países y a lo largo de toda la historia, cada vez que hay un alzamiento militar o un golpe de estado es porque el gobierno legalmente constituido hace aguas. Pero eso no justifica un golpe de estado. Nunca. No sé hasta qué punto la II República estaba en crisis, ni me importa demasiado, la verdad. Porque ésa no es la cuestión. La cuestión es que muchos hablen de la II República con la velada intención de justificar lo que vino después. Por muy mal que lo hicieran los “rojos”, eso no justifica cuarenta años de mediocridades (y eso como poco).
Lo que me jode de todo esto es que ya no me puedo fiar de nadie. No me puedo fiar de los pesaos de El País. No me puedo fiar de este trabajo de investigación que presume de objetivo y definitivo y que ha sido calificado con un sobresaliente por un tribunal de la Universidad de Extremadura. No me fío de Ian Gibson, el apasionado biógrafo de Lorca del que lo he leído casi todo y para el que la República es como el Edén perdido. No me fío, por supuesto, de ése gañán que no para de gritar mañana tras mañana desde la radio de los obispos. Ni de los que demonizan a Zapatero, tratándolo de innombrable (!), ni de los que no son capaces de ver la valía de algunos del PP, como Gallardón. Me doy cuenta de que 70 años no son suficientes para encontrar una posición objetiva sobre lo que se coció en España durante el pasado siglo. Y no me importa si esas opiniones encontradas, apasionadas, vienen de personas de generaciones anteriores a la mía. Es lo natural. Les tocó de cerca. Lo grave es que también haya gente de mi edad atrapada en esas redes del odio, tanto de un bando como del otro.

miércoles, 16 de julio de 2008

Etimología de GUAY

Un amigo me pregunta sobre el supuesto origen inglés de guay y me deja descolocado. Sospechaba que de inglés, nada de nada, pero aun así me he quedado con la duda y a falta de un Corominas a mano, me he puesto a buscar en Internet. Esto es lo más fiable que he encontrado: que viene del marroquí. Tiene sentido, pero tampoco pondría yo la mano en el fuego. ¿Alguien que me saque de dudas?

Lenguas por derecho

Hace ya unos días que salió a la palestra todo el tema del Manifiesto por una lengua común en defensa del castellano, y yo, de veraneo como estaba, no me había enterado. Después, cuando me he querido enterar bien del tema, ha sido muy de refilón, y de una manera muy mediatizada. El tema es polémico, lo sé, y ya sabéis que, en principio, defender una lengua (sea la que sea) me parece absurdo. Pienso que las lenguas, como seres inanimados que son, no tienen derechos. Los que tienen derechos son los hablantes. Derecho a comunicarse libremente, a que su voz se oiga, pero no sé si derecho a una lengua en particular. Si yo me voy a Japón, como persona puedo exigir mi derecho a ser oído, pero no a ser oído en español. Si quiero poner en práctica mi derecho a ser oído en Japón, deberé usar el japonés o si acaso el inglés (sabiendo que entonces no llegaría a tanta gente, pero que por otro lado me serviría para ser oído en casi cualquier parte).
Hoy en El País viene esta columna que también pone en duda ese supuesto derecho a hablar una determinada lengua. Creo que el autor no va mal encaminado, y estoy bastante de acuerdo, pero aun así reconozco que el tema me crispa un poco por lo mal que nos lo estamos montando en general y por lo complicado que nos gusta hacerlo todo. ¿Qué pensáis vosotros?

sábado, 12 de julio de 2008

Lo que sé de Nezahualpilli



Nezahualpilli es uno de los personajes más apasionantemente retratados por Salvador de Madariaga en El corazón de piedra verde. También aparece en Azteca, de Gary Jennings. Aunque estos dos autores crearon personajes muy diferentes, es curioso que ambos convirtieran a este rey poeta de Texcoco (la capital cultural del imperio azteca) en una especie de visionario de lo que habría de sucederle a su pueblo (la llegada de los españoles).

Frente a Tenochtitlan, que era la capital administrativa, Texcoco era la capital cultural, donde el florecimiento intelectual y literario alcanzó sus más altas cotas. Incluso se decía que el mejor náhuatl se hablaba allí, de la misma manera que hoy en día se dice que el mejor inglés se habla en Oxford o en Cambridge. Y sí, es una sentencia ridícula, pero cuando la manera de hablar una lengua cobra privilegio suele ser porque en ese lugar la cultura y el conocimiento intelectual están más avanzados.

Más tarde descubrí que en realidad poco se sabe de Nezahualpilli. Su entrada en la Wikipedia es más bien decepcionante. Es su padre, Nezahualcóyotl, quien se lleva todos los honores de trascender los siglos. Fue poeta y filósofo y se convertiría en gurú de una élite intelectual, la de Texcoco, que llegó incluso a dejar de lado el politeísmo y a creer en una única divinidad, a espaldas del pueblo y de la capital, Tenochtitlan. Pero parece ser que Nezahualpilli no desmereció del padre. Salvador de Madariaga lo retrata con pasión, como un rey crepuscular que ve más allá y acepta con resignación la llegada del hombre blanco. Es un agnóstico que sabe que su pueblo comete barbaridades como el sacrificio humano en nombre de los dioses, y aguarda a la dominación española triste porque su propio pueblo, interrumpido, ya no tendrá nunca la posibilidad de llegar a un estado más humano, más civilizado, por sí mismo. Para Gary Jennings, Nezahualpilli es el rey de los disfraces, un monarca inquieto y en constante búsqueda, que prefiere el polvo de los caminos al salón del trono. Para ambos autores el rey de Texcoco se convertirá en un referente del mundo azteca, con un sólo punto débil que lo hace aun más interesante: Nezahualpilli sucumbe de pasión ante Chalchiuhnenetzin o Corazón de Jade, la famosa reina adúltera, cuyo retrato es estremecedor y muy escabroso en los dos libros. Pero ésa es otra historia.

Después de leer estos dos novelones, buceando en Internet, encontré este ensayo de biografía, menos apasionado pero sí más completo. No es mucho lo que desentraña, casi le hacen más justicia Madariaga y Jennings con su fuerza literaria. Lo que la historiografía no alcanza, bien está que lo supla la imaginación.

jueves, 10 de julio de 2008

Letras desordenadas para el comienzo del verano

Empecé con Hija de la Fortuna, de la Allende (porque trata de la fiebre del oro en San Francisco y para allá voy en apenas 15 días) y he seguido con un totum revolutum de lecturas como nunca, a saber:






- El Reino del Dragón de Oro, 2ª parte de La Ciudad de las Bestias, que he dejado a las 100 páginas porque el rollo infantil sólo me estimula durante el curso escolar, cuando soy más capaz de meterme en las mentes de mis alumnos.





- Juego de Tronos, de George R. R. Martin. Es el primer tomo de Canción de Hielo y Fuego, la saga interminable que mi hermana no me deja de recomendar y a la que ya le hinqué el diente en invierno. Sólo llegué a leerme por encima el primer capítulo. ¿Será el verano el periodo ideal?




- Retrato en sepia. Desdeñada la Allende versión juvenil, preferí continuar con el culebrón de la Hija de la Fortuna. Esta supuesta segunda parte me está gustando algo más que la primera. La Allende se acerca aquí más al tono de La casa de los espíritus (sin llegar a alcanzarlo, por supuesto). Ya voy por la mitad, y me he atascado algo en la parte de la guerra: prefiero el culebrón familiar.



- Estupor y temblores, de Amélie Nothomb. Me lo compré ayer y ya me lo he terminado. Se lee en un plis. Tremenda, la inquina de la autora hacia la mentalidad japonesa. Sobre todo teniendo en cuenta que la tía se crió allí.






- La conquista de México, de Hugh Thomas. Es un mamotreto, pero ya le había echado el ojo desde que me leyera el año pasado El corazón de piedra verde y me cambiara la vida (literariamente hablando). Para ser un libro de historia, tiene bastante buena pinta. Me gusta que el autor sea un anglosajón, que no suelen caer en el pecado de ser tan sesudos como el resto de los europeos. Como poco, podré poner orden a todo lo que el año pasado leí sobre los aztecas.



Cuando vuelva a casa, imagino que recuperaré la rutina de leer un libro cada vez. Aunque, no sé, este desorden resulta bastante estimulante.