Con apenas 30 años, cada vez que a mi alrededor se habla de la República, la guerra civil y la dictadura de Franco, no puedo evitar sentirme ajeno a todo ello. Nací en el 78, en el seno de una familia de derechas. Hasta los 16 no comenzó mi viraje hacia la izquierda, pero fue (y sigue siendo) un viraje en abstracto. Soy de izquierdas, sí, pero no soy republicano ni la bandera con su franja morada causa especial inspiración en mí (como tampoco la causa la actual). Para mí la República, la guerra, o la dictadura tienen el mismo valor histórico que la guerra de Independencia del 1808 o la Restauración borbónica. Sí, haber nacido en el 78 limita mi compromiso, pero creo que me hace más libre para ver las cosas en perspectiva, sin ataduras emocionales. Por eso me extraña que personas más jóvenes incluso que yo se posicionen de manera tan apasionada en un bando u otro.
Todo esto viene a cuento porque en el pueblo de mis padres, Antonio Manuel Barragán-Lancharro, nacido en el 1981, ha publicado un trabajo de investigación titulado República y Guerra Civil en Monesterio. No he leído el libro, tan sólo he podido con el prólogo, de un tal Ángel David Martín Rubio, de la Universidad Juan Pablo–CEU de Madrid, en el que se dedica a desprestigiar la II República Española, etapa por etapa, para finalmente, cuando llega al famoso 18 de julio del 36, correr un tupido velo y dar por finiquitado el repaso histórico. ¿Y del alzamiento militar qué? ¿Y de la guerra qué? ¿Y de la dictadura? Son las preguntas que me hice al acabar el prólogo.
El mismo autor del trabajo anuncia en la contraportada
su blog sobre la historia de Monesterio. Tampoco lo he leído a fondo, pero sólo me ha hecho falta echar un vistazo a la lista de links “amigos”, entre los que está Jiménez Losantos y otros vínculos a la COPE. Entren y juzguen ustedes.
No soy tonto, cada vez que alguien me habla de las bondades de la II República no puedo sino levantar una ceja. Igualmente estoy más que harto de que El País Semanal me dé la tabarra semana sí semana no con historia de rojos, de los hijos de los rojos y de los nietos de los rojos, como si fueran la únicas víctimas que ha habido en la historia de España. Sé que no hay nada blanco ni negro. Sé que en todos los países y a lo largo de toda la historia, cada vez que hay un alzamiento militar o un golpe de estado es porque el gobierno legalmente constituido hace aguas. Pero eso no justifica un golpe de estado. Nunca. No sé hasta qué punto la II República estaba en crisis, ni me importa demasiado, la verdad. Porque ésa no es la cuestión. La cuestión es que muchos hablen de la II República con la velada intención de justificar lo que vino después. Por muy mal que lo hicieran los “rojos”, eso no justifica cuarenta años de mediocridades (y eso como poco).
Lo que me jode de todo esto es que ya no me puedo fiar de nadie. No me puedo fiar de los pesaos de El País. No me puedo fiar de este trabajo de investigación que presume de objetivo y definitivo y que ha sido calificado con un sobresaliente por un tribunal de la Universidad de Extremadura. No me fío de Ian Gibson, el apasionado biógrafo de Lorca del que lo he leído casi todo y para el que la República es como el Edén perdido. No me fío, por supuesto, de ése gañán que no para de gritar mañana tras mañana desde la radio de los obispos. Ni de los que demonizan a Zapatero, tratándolo de innombrable (!), ni de los que no son capaces de ver la valía de algunos del PP, como Gallardón. Me doy cuenta de que 70 años no son suficientes para encontrar una posición objetiva sobre lo que se coció en España durante el pasado siglo. Y no me importa si esas opiniones encontradas, apasionadas, vienen de personas de generaciones anteriores a la mía. Es lo natural. Les tocó de cerca. Lo grave es que también haya gente de mi edad atrapada en esas redes del odio, tanto de un bando como del otro.