domingo, 18 de noviembre de 2007

Beatus ille

El otro día fui al Teatro Pavón, a ver Del rey abajo, ninguno (que por cierto, es de los mejores montajes que he visto últimamente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, pero no voy a hablar de eso ahora), y me llamaron la atención las palabras del protagonista, un villano que busca la paz en el campo, lejos de la estresante Corte. Ya sabéis por el perfil que yo soy un urbanita recalcitrante, nada que ver con ese don García. Pero de pronto sus palabras me empezaron a emocionar. Me parecía que era mi padre el que las decía:

"Más precio entre aquellos cerros
salir a la primer luz,
prevenido el arcabuz,
y que levanten mis perros
una banda de perdices,
y codicioso en la empresa,
seguirlas por la dehesa
con esperanzas felices
de verlas caer al suelo,
y cuando son a los ojos
pardas nubes con pies rojos,
batir sus alas al vuelo
y derribar esparcidas
tres o cuatro, y anhelando
mirar mis perros buscando
las que cayeron heridas,
con mi voz que los provoca,
y traerlas, que palpitan
a mis manos, que las quitan
con su gusto de su boca;
levantarlas, ver por dónde
entró entre la pluma el plomo,
volverme a mi casa, como
suele de la guerra el Conde
a Toledo, vencedor;
pelarlas dentro en mi casa,
perdigarlas en la brasa
y puestas en la asador,
con seis dedos de un pernil,
que a cuatro vueltas o tres,
pastilla de lumbre es,
y canela del Brasil;
y entregarlas a Teresa,
que con vinagre y aceite
y pimienta, sin afeite,
las pone en mi limpia mesa,
donde, en servicio de Dios,
una yo y otra mi esposa
nos comemos, que no hay cosa
como a dos perdices, dos."

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