jueves, 26 de junio de 2008

El valor añadido de la voz

De todos los grupos y artistas con los que traté en la tele mientras trabajé como redactor encargado de la música, uno de los que mejor recuerdos me traen son Amaral. De Juan poco puedo decir, es muy muy reservado. Eva también es tímida, pero con ella me atreví a hablar más. En total los vi varias veces, pero el día que más tiempo pasamos juntos fue con un repor sobre un concierto de ellos en Segovia. Cuando llegamos al recinto, estaban ensayando, y la voz de Eva, que sonaba tan nítida o más que en los discos, me dejó apabullado. Después de grabar con ellos, de incordiarlos antes del concierto con tonterías sin que ellos dejaran de colaborar del modo más educado, no me lo pude callar y le pregunté si era consciente del privilegio que era tener esa voz tan alucinante, y la felicité por lo bien que cantaba. ¿Una obviedad? No lo creo. Tal y como está el panorama musical, a pocos artistas se les puede decir que cantan bien de verdad. Y no es que crea que es indispensable, no soy un purista: Madonna no canta nada y eso no quita para que sea una artista como la copa de un pino. Quiero decir que en el caso de Amaral, lo que me enganchó no fue solo la última canción de su disco Estrella de mar (se llama En solo un segundo y es una pasada, de ponerte los pelos de punta), sino la poderosa y cristalina voz de Eva en directo.

(En otro post a lo mejor les cuento del grupo que peor recuerdo me trae, pero la perraca de Amaia Montero felizmente lo ha abandonado, y de los otros cuatro componentes no podría decir nada malo)

lunes, 23 de junio de 2008

The Comeback

Tras la sexta y última temporada de Sexo en Nueva York, y antes de que se pusiera manos a la obra con la película, (y apunto que me ha parecido bastante más que decente, en contra de la crítica, que la está poniendo a parir sólo porque es frívola, ¿es que la serie no lo era?), en ese lapso de tiempo, decía, Michael Patrick King no estuvo de brazos cruzados. Se montó él sólo, junto a la genial Lisa Kudrow (la eterna Phoebe de Friends) lo que nada más terminar su única temporada se convirtió en una serie de culto y en un clásico desternillante y desgarrador sobre los entresijos del entertainment americano: The Comeback.

The Comeback narra el regreso a la pequeña pantalla de Valerie Cherish, una actriz de mediana edad que tuvo su momento de gloria en los ochenta. Ese regreso estará lleno de humillaciones, aunque ella, que es una survivor en toda regla, pondrá en todo momento al mal tiempo buena cara, al más puro estilo americano. Pero lo verdaderamente innovador es el formato de la serie. Lo que el espectador ve en todo momento es (atención) el material grabado, antes de pasar por la mesa de edición, de un reality en el que la actriz accede a participar, y en que se narra su vuelta (el comeback del título) a la televisión, a una sitcom en la que estará rodeada de jovencitos californianos calientes y en bañador. Así, la cámara sigue a Valerie Cherish absolutamente todo el tiempo: en su casa, de compras, en el coche, en los estudios, grabando la serie (y es alucinante ver cómo se hace una sitcom americana desde el otro lado), de vacaciones, etc. Una Valerie Cherish cuyo nivel de patetismo se supera capítulo a capítulo, pero a la que acabas queriendo por su increíble ternura. Una doble faceta, la del personaje, que Lisa Kudrow maneja con delicado equilibrio y suma maestría (nada más empezar la serie, te olvidas de Phoebe; este nuevo personaje es igualmente absurdo, pero opuesto en todos los sentidos).

La serie, en sus trece capítulos, alcanza unas cotas de ridículo sublimes, de pura vergüenza ajena. Tiene algunos de los momentos más destroyers de la televisión americana de los últimos años, y quizá por eso no calara entre el público y la HBO no se atrevió a renovarla. Así que habrá que conformarse con esos trece capitulitos de apenas media hora cada uno. Lo bueno, si breve...

viernes, 20 de junio de 2008

Ausencia de complejos / el arte del buen guión

Llevaba casi dos años sin ver televisión. Prácticamente desde que me hice profe de lengua y mis lagunas literarias empezaron a no dejarme dormir. Y sigo sin haberme leído todo el Quijote, pero aun así he decidido darme una tregua, y el otro día fui a casa de mi amiga Kubelick, que antaño fuera una de mis principales proveedoras de series, y me grabé en el disco duro las dos primeras temporadas de Ugly Betty y de Brothers & sisters.

De Ugly Betty ya había visto algo, y al volver a verla he confirmado que los americanos no se han contentado con hacer un remake facilón como el resto de copias de la original colombiana que se han hecho en todo el mundo. La Betty americana es la única Betty que no es una caricatura, y que tiene entidad propia como personaje, y eso es mérito de la premiada America Ferrara, pero también de unos inquietos guionistas que capítulo a capítulo se superan, sabiendo que la serie es un cuento de hadas, por supuesto, pero que no por eso ha de ser facilona ni políticamente correcta.

Pero vamos a la segunda, Brothers & sisters, que es la que me ha hecho correr al ordenador para escribir este post. Acabo de ver ahora mismo los dos primeros capítulos y hacía mucho que no veía un trabajo de guión tan bueno. En apenas 45 minutos (los del capítulo piloto) los guionistas han sido capaces de condensar una espectacular presentación de personajes interrelacionados, con sus cargas emocionales, sus contradicciones y sus ambigüedades, y todo sin tracas ni efectismos. Y ya estoy enganchado, porque los personajes están tan bien construidos que ahora sólo queda dejarlos ser, dejarlos actuar, como eso que dicen los escritores sobre el proceso literario (cuando hablan de personajes que cobran vida propia y doblegan la voluntad del propio escritor), lo de que se convierten en meros canalizadores de las historias hacia el papel.


Recuerdo el capítulo de Desperate Housewives de la cuarta temporada en el que la progre Lynette pide ayuda espiritual a la rancia y conservadora Bree. “Tengo necesidad de Dios ¿puedo ir a tu iglesia a ver si me reconforta?”, le dice Lynette. Así, sin complejos. Todo el tema religioso, en principio tan farragoso, está tratado desde la más total ausencia de prejuicios, sin por ello ahorrarse la crítica, por supuesto. Aquí, en la vieja España, con tantos siglos de pesada historia a nuestras espaldas, eso sería impensable. No hay diálogo posible. La facciones son intocables.
Ahora, en Brothers & sisters nos encontramos con una hija republicana en el seno de una familia demócrata hasta la médula. Pero el conflicto, lejos de simplificarse, huye de los axiomas y pone en tela de juicio las dos posturas, hasta que terminas enamorándote, tanto de la reaccionaria hija en plena crisis emocional, como de la progre madre que atropella a la hija con sus puntos de vista. Grandísimas, por cierto, Calista Flockhart y Sally Field.

Aunque en la vida real muchos americanos sean una panda de cabezas huecas (y esto es otro de esos absurdos axiomas que está por probar), en muchas de las series americanas no se da nada por sobreentendido. Todas las ideas se pueden discutir, todos los puntos de vista son respetables. En España vivimos en estos días un posicionamiento muy peligroso, hay que ser o de izquierdas o de derechas, y si eres de izquierdas debes, por ejemplo, apoyar el sistema de autonomías y odiar a Gallardón (lo cual me es imposible, de corazón, en ambos casos). Eso es un estrés. Probablemente en Estados Unidos, a pie de calle, pase lo mismo, pero al menos en sus series hay cabida para el debate. Y mirad que estoy hablando de sus series, no de sus películas indies o de su literatura underground. No. Estoy hablando de series comerciales creadas para las cadenas generalistas, en busca de la máxima audiencia, y de un debate que se plantea ya desde el capítulo piloto, sin esperar a que la serie esté ya consagrada y no haya así tanto riesgo. Eso es echarle cojones. O tal vez, simplemente, ser un buen guionista.

domingo, 15 de junio de 2008

Panta, Pantita

Bueno, ya me estrené con Vargas Llosa. Por fin le hinqué el diente al otro grande de la literatura latinoamericana. Y lo hice con el libro que mi madre me venía recomendando desde mi más tierna infancia: Pantaleón y las visitadoras. Ay, qué bonito, me decía, es divino. Y yo me quedé con la copla de que el libro sería una entrañable historia y no la descacharrante radiografía del Perú más profundo, con putas y militares a modo de guindas del pastel. Claro, con el tiempo he aprendido que lo que mi madre califica como bonito o divino se refiere sólo a la buena calidad, abarcando desde lo más oscuro y subversivo a lo más desternillante. Tal era el caso.
Me ha encantado el libro, por supuesto, y me he reído muchísimo, sorpresa tras sorpresa. Me ha encantado esa forma de reflejar la sociedad hispanoamericana, tan diferente de la de Gabo, pero también tan llena de verdad. Y me gusta lo que hace Vargas Llosa porque la radiografía no es hiriente, aunque a veces tenga esos tintes, sino que se nota que Vargas Llosa quiere a su gente. Denunciar desde el odio es mucho más fácil. Denunciar desde el amor, como lo hace Vargas Llosa, tiene más mérito. Me quedo con la carta que Pochita le escribe a su hermana. Genial tanto por lo que cuenta como por el uso del lenguaje, por esa capacidad de captar formas de pensar ajenas y atraparlas con las palabras como sólo saben hacer los grandes.

Lorca en el aula: la (verde) pincelada expresionista

Ya lo dije en un post anterior, hablando de Darío: explicar un poeta a un puñado de chavales te obliga a entender su universo poético en todas sus consecuencias. Ahora me ha pasado con Lorca, al que creía tener más que dominado. Y así era sólo en parte. Me he visto a mí mismo yendo por derroteros nada premeditados, contando de Lorca cosas que luego contaban los libros, pero que no he querido que los chavales descubrieran más que a partir de sus poemas y de su teatro (que también son poemas, puestos en escena). Pero también me he visto forzado a desentrañar todas las enigmáticas imágenes del Romancero Gitano, tan fácil a primera vista, pero tan críptico en el fondo. Porque como profesor tienes enfrente a un público exigente que quiere respuestas, y que te hace preguntas que uno solo jamás se hubiera planteado. Y eso es un lujo. Los años que me quedan por delante como profesor de literatura van a ser un gustazo, porque gracias a esos chavales que para otras cosas pueden ser unos analfabetos funcionales (no quiero caer en el buenismo absurdo de muchos profesores, sé que cada vez he de ser más exigente si quiero un buen futuro para ellos, no me puedo conformar con el mínimo que están dispuestos a dar), gracias a esos pasotas desganados, decía, voy a poder desentrañar los misterios poéticos de Lorca y de muchos más. Porque son esos pasotas los que a veces también saben preguntar por la esencia de las cosas, los que no son tan tontos como nos creemos, y te exigen como profesor comprender cada línea de unos poemas con los que puedes haber convivido toda tu vida sin molestarte en ir más allá de la superficie.

Es lo que tiene Lorca, que como superficialmente también me pone, en muchos casos no me he molestado en mirar más allá. Este año era la primera vez en mi vida que daba clase en cuarto (la literatura del XIX y -horror- del XX) y decidí, más que dar un repaso a todas las épocas y autores, adentrarme en algunos autores paradigmáticos y profundizar mínimamente en ellos, no sólo porque crea que es la mejor opción pedagógicamente, sino también, lo reconozco, por la propia ignorancia mía. Así, escogí a Bécquer en el Romanticismo, a Clarín frente a Galdós en el Realismo, a Darío como modernista, y para el 27 a Lorca. Sobre todo porque de los otros del 27 tengo tristemente bien poquito que contar. Claro que esto no deja de ser 4º de la ESO. Tienes delante a un hatajo de adolescentes a  los que lo último que les importa es la obra y milagros de un niño bien granadino, mariquita para más inri, al que le dio por hablar de los gitanos y convertirlos en ese pueblo mágico que los chavales jamás han visto, porque viven la dura realidad de un barrio de realojo, y los gitanos reales con los que conviven desde que nacieron, de mágicos y soñadores tienen bien poquito.

Las obras escogidas fueron: del Romancero Gitano, el Romance de la luna, luna, el de la casada infiel, el de la pena negra y el sonámbulo; del teatro, Bodas de sangre; y de Poeta en Nueva York, Oficina y denuncia (uno de mis favoritos de Lorca, paradójicamente, porque yo amo Nueva York) y La aurora. Se trataba de identificar las constantes temáticas lorquianas (amor, falta de libertad, represión, tragedia) y el juego entre lo tradicional y popular y la vanguardia. Creo que al final se han quedado con la copla. Uno de los últimos romances que leímos fue el de la pena negra, tan complicado, y aun así supieron ver en Soledad Montoya a la Novia de Bodas de sangre. Bueno, no está mal, pensé, ahí está la cuadratura de círculo lorquiano.

Pero a lo que iba este post era a hacer una confesión sobre el Romance Sonámbulo. Les reconozco que en todos estos años leyendo y amando a Lorca, nunca supe de qué iba en verdad este romance. También es cierto que nunca lo leí entero prestando verdadera atención, siempre me quedaba en la primera estrofa y nunca pensé que ese omnipresente verde significara algo más que "el del color de la aceituna" según la copla original. Pero claro, Lorca es mucho más. Te puedes quedar en la superficie y gustarte, pero hay mucho más. 

La clase ha estado todo el año presidida por un póster de un cuadro expresionista de Kirchner (el de la imagen), nos hemos tirado además casi un mes con las vanguardias, y justo cuando terminamos de leer en voz alta el romance, se hizo la luz en mi cabeza. Verde carne, pelo verde, igual que la chica de Kirchner. El verde es el color de las ramas, el color del pozo, el color de todo el romance. Pero el verde es también el color de las violentas pinceladas de un Lorca convertido de pronto en un pintor expresionista, que altera los colores y los resignifica. Ahora el verde ya no es ni la vida ni la esperanza, sino todo lo contrario: EL VERDE ES LA MUERTE.

Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata
.

Y el negro, sin embargo, es la vida.

¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
 

Me sentí iluminado con la revelación, y en unos minutos ya toda la clase comprendía. Que Lorca es mucho más que un poeta, que Lorca pinta, colorea e insufla vida y muerte trastocando todo lo conocido. Que algo que suena a tópico popular es en realidad pura revolución y ruptura.