viernes, 31 de octubre de 2008
Sin aliento
Sin aliento.
Así te deja el último montaje de Animalario sobre la vida del mítico boxeador Urtain (del que yo, nacido en el 78, no sabía nada antes de ver esta obra).
Sin aliento.
Así debe quedar toda la troupe de actores al terminar cada función, en la que se nota que lo dan todo. Especialmente Roberto Álamo, impresionante dándole vida a Urtain en una caracterización al más puro estilo hollywoodiense (pero en el buen sentido).
Sin aliento.
Así es el vertiginoso ritmo de este montaje de de una hora y 40 minutos, en el que te olvidas de que estás en el teatro para sumergirte de veras en la historia (algo que yo creo que tiene un mérito tremendo; el espectador de hoy, acostumbrado al estímulo del cine, eso no lo tiene tan fácil).
Náufragos políticos y náufragos de cartón piedra
Años después leo Relato de un náugrago, de Gabriel García Márquez, y no he podido evitar recordar todo el rato aquella película de mi infancia. Imagino que nada más lejos de la intención de Gabo que hacer recordar al lector los chascarrillos de Dick Van Dyke. Pero las conexiones de la mente son inescrutables, y las vivencias de cada uno mezclan lo sublime con lo absurdo más veces de lo que queremos reconocer.
Relato de un náufrago me ha gustado, sobre todo a partir de la primera visita de los tiburones al protagonista. (Ya os contaré en otro post mi obsesión recalcitrante y freudiana con los escualos.) Y claro, está también el mensaje político, pero a día de hoy, pasado más de medio siglo, no lo recomendaría por ese mensaje rerivindicativo, sino por la historia en sí. Además, yo lo he leído contemplando la posibilidad de hacérselo leer a mis alumnos de 2º de la ESO, conque no me ha interesado tanto ese mensaje como el ritmo interno y la amenidad del relato. Y sí, supera la prueba.
Ni que decir tiene que de Gabriel García Márquez el libro apenas tiene el nombre en la portada y poco más. La impronta de Gabo yo aquí no la he visto por ningún lado. Claro, en el fondo no es un libro al uso, sino un reportaje publicado por el Gabo periodista, sin ninguna intención de construir una novela al modo de sus grandes obras posteriores. Esto en realidad no es ni negativo ni positivo; lo dejo caer sólo a modo de aviso: no está en este libro esa prosa tan característica, ni esa noción del tiempo, ni ese realismo mágico que el lector suele buscar (y felizmente hallar) en García Márquez. Aun así, el relato se lee en un suspiro, es bien entretenido y merece la pena.
miércoles, 22 de octubre de 2008
Siempre al acecho, la omnipresente Obra
Los opusinos, que son lo que no hay. Me ha hecho hasta gracia. Y por supuesto, ilusión. Un comentario que da pie al debate. Y a mí me falta tiempo para la réplica.
Para empezar, el numerario o supernumerario o simpatizante de la Obra que me escribe el post se pone de lado de la familia de Alexia por el insulto que supone la adaptación de la vida de esta chica a cargo de Fesser. Yo, por mi parte, comprendería este malestar si Fesser hubiera contado de verdad de historia de esta tal Alexia, pero no es así. Fesser cuenta una historia de ficción parecida a la historia real de Alexia, pero NO la historia de Alexia. En el momento que Fesser le pone otro nombre a su personaje, no hay insulto que valga. Intención de tocar las pelotas tal vez, pero no insulto.
Después he entrado en la web de los amigos de Alexia, que este (super)numerario/a anuncia, y en ella leo un comunicado en el que la familia de la chica se queja del siguiente mensaje que aparece en la película:
"A la memoria de Alexia González-Barros, fallecida en Pamplona en 1985 y actualmente en proceso de beatificación."
Es verdad que aquí se podría acusar a Fesser de poco tacto, porque si decide contar una historia tan parecida a la de Alexia, pero tan desvirtuadora a la vez (al menos a los ojos del Opus y de la familia), dedicar la película a la memoria de la chica en cuestión lo convierte, ahora ya sí, en un tocapelotas. Pero después he pensado: son esta familia y el Opus los empeñados en convertir a Alexia en un referente, en un personaje histórico (como lo es todo santo). Y todo personaje histórico es susceptible de ser revisado, admirado o denostado por las sucesivas generaciones. Es lo que hay. Alexia bien podría haberse quedado en el anonimato, pero en la Obra decidieron que habría de ser un ejemplo para la posteridad. El problema es que ese ejemplo no tiene por qué ser entendido de la misma manera por todos. Estaría bueno. El acercamiento de Fesser a la figura de Alexia es por tanto, tan lícito como el de la constreñida ortodoxia opusina. Por mucho que ahora a ellos no les haga gracia. ¿Querían posteridad, señores? Pues toma posteridad. Fesser (qué grande) os la ha servido en bandeja, y con todo el glamour del celuloide.
martes, 21 de octubre de 2008
Necesaria Camino
Los monstruos imponen el 'Camino'
Javier Fesser firma un retrato del Opus Dei que horroriza pero cuya fuerza convence
CARLOS BOYERO
Vi (o más gráficamente, sufrí) Camino en un pase hace dos semanas. En soledad, anhelando que terminara el calvario de la niña que la protagoniza, sintiéndome revuelto en cuerpo y alma. Cuando me preguntan que si me ha gustado, descubro que el término gustar puede ser completamente inapropiado, incluso frívolo para juzgarla. Me horroriza el universo que describe Javier Fesser e imagino que ése era su propósito al desarrollar esta historia de terror, de monstruos manipulando el intolerable dolor de una criatura letalmente enferma, ofreciendo su inmolación con infinita crueldad a un dios desconocido. En mi caso, el director ha conseguido hacerme pasar dos horas infernales, que desvíe la mirada de la pantalla, que pasado el tiempo mantenga en la retina y en el oído la cara y la voz de esa niña, el estupor y el asco hacia la secta de modales suaves, dialéctica meliflua, consignas implacables y fines salvajemente primitivos que la utilizan como sacrificio religioso. Es el precio sensitivo que tengo que pagar como espectador al ser testigo del funcionamiento, los mecanismos psicológicos, la metodología, el anverso y el reverso de los templos del fanatismo, sea éste en nombre de Alá, de Dios o de Satanás.
Supondría un alivio imaginar que lo que nos muestran es ficción, una narración sobre princesas desamparadas y villanos indestructibles que mancillan su inocencia y las obligan a corromperse, una batalla entre la luz y la oscuridad en la que forzosamente tiene que aparecer y triunfar el paladín del bien, una fábula convenientemente maniquea con tranquilizador o exaltante final feliz. No lo es. Hasta los habitantes del limbo saben que Javier Fesser está hablando de la Obra, de los principios, comportamientos, rituales, objetivos terrenales y celestiales de una organización religiosa que nunca ha descuidado el poder económico, político y social.
Berlanga nos hizo reír utilizando la sátira con personajes del Opus Dei en la espléndida La escopeta nacional. Esa novela tan eficaz en sus propósitos de comercialidad como chapuceramente escrita titulada El Código Da Vinci consiguió el desgarro de vestiduras y la inhabitual quejumbre pública de los discretos hijos espirituales de Escrivá de Balaguer. La embestida de Javier Fesser contra ellos no tiene formato de comedia ni de intriga, sino de tragedia. Aun más atroz porque las víctimas son niños. Una cría que es pura vida, utilizada como chivo expiatorio para la glorificación de la muerte y de la voluntad de Dios no ya por los mandarines de la secta sino por su propia, ciega y tenebrosa madre, y una hermana a la que estratégicamente lograron robotizar en la adolescencia, en la edad de la incertidumbre.
Sé lo que rechazo en este testimonio tan alarmantemente hermanado con la realidad. Me molesta la visualización machacante de los sueños y las pesadillas de la protagonista, las naturalistas secuencias del quirófano, un cura joven que resulta más caricaturesco que veraz, la excesiva y obsesiva utilización de la música, un desenlace inútilmente alargado. Me enamora demasiado esa cría maravillosa llamada Nerea Camacho como para distanciarme mínimamente de su tortura. Me creo lo que dicen los niños y cómo lo dicen. Me gusta la piedad de Fesser hacia ese padre débil, dubitativo, aterrado e impotente. Y me provocan mucha grima y miedo los apacibles verdugos. Si te obligan a elegir compañías indeseables entre las pavorosas sectas casi prefería a los simpáticos y siniestros ancianitos de La semilla del diablo. Y me entra el mal rollo cada vez que recuerdo Camino, lo cual me hace deducir que posee fuerza, que me ha tocado.
jueves, 16 de octubre de 2008
La abuela tiene que estar negra, me dice Paco
La abuela es Madonna, que con sus 50 años y los pómulos recién operados, se ha quedado compuesta y sin novio. Guy Ritchie, en la flor de la vida a sus 40 años, la ha dejado en la estacada. Mi amigo Paco dice que tiene que estar negra, pero ella igualmente salió anoche al escenario de Boston, haciendo de tripas corazón, con su sonrisa impertérrita y con los mismos movimientos espasmódicos de toda la gira, bailando hip hop como una veinteañera. Y yo me pregunto si esto de debe a su capacidad de recomponerse física y emocionalmente o a una completa desconexión de la realidad.
En los últimos años Madonna parece estar constantemente a punto de descarrilar, aunque no termine de hacerlo. Por un lado sus conciertos siguen siendo espectaculares, y ella sigue bailando como una condenada. Por otro, su música es cada vez más facilona, por mucho que ella insista en que con el tiempo sus letras se han cargado de ironía (que hay que tener rostro para soltar eso y quedarse tan pancha). El problema es que todos sabemos que tiene 50 años, que está hipertrofiada e hiperoperada (las últimas intervenciones quirúrgicas ya no pasan desapercibidas, como quizá si ocurría con las que se hizo en los noventa), y que con 50 años tiene que haber algo detrás de sus berreos y sus espasmódicos pasos de baile. Tiene que haber un mensaje, por muy superficial que éste sea. Un mensaje que desde hace dos discos brilla por su ausencia. Y lo peor es que Madonna en su momento lo tuvo: un mensaje de liberación sexual, de rebeldía religiosa, en contra del conservadurismo. Vale, mensajes facilones, pero esto es música pop, no Heidegger. La cosa es que hoy ese mensaje, facilón o no, ha desaparecido. Desde el American Life Madonna no se ha atrevido más que a inventar ritmos vacuos y parece más preocupada en demostrar (miren las fotos) lo joven que está y lo vigente que sigue siendo.
Coge la letra de Like a Virgin o de Material Girl, dos de sus primeros éxitos, y compáralas con la letra de cualquier canción de su último disco, Hard Candy. Sí, la factura sonora es impecable, pero no transmite nada. En 25 años ha perdido la capacidad de escribir canciones con enjundia. Antes con cada disco asumía riesgos, sorprendía. Ahora hace letras vergonzantes, del tipo de
you don’t need to be beautiful
to be understood,
you don´t need to be rich and famous
to be good
o sea, de sonrojo. En los conciertos sí que vuelve a la carga con reivindicaciones políticas y sociales (que por otro lado son de una hipocresía tremebunda, pero que al menos son algo, y dan pie al análisis). En los discos, y en los videoclips, nada. Ella muy mona demostrando que los años no le hacen mella. Y esas canciones impecables pero huecas jamás se convertirán en auténticos hits o en los himnos generacionales que sí supo hacer en los 80 y 90. Madonna es, a los 50, mucho más fugaz y escurridiza que a los 25. Eso sí que es irónico, y no sus letras.
lunes, 13 de octubre de 2008
Lúcida Betancourt
-Consiguió sin embargo una Biblia que cambió su vida. ¿Podemos hablar un poco de esa transformación espiritual que sufrió en la selva?-Me secuestraron el 23 de febrero y el 23 de marzo murió mi padre. Mi padre era y es el gran amor de mi vida... La manera en que me enteré, unos meses después, fue terrible. Eso fue un disparo, porque cuando uno siente que... [lágrimas, silencio]. Yo siempre me había sentido bendecida por la vida, consentida por la vida. Cuando me llega todo esto -el secuestro, la muerte de mi padre, la soledad de mi madre- hay dos caminos: uno es el de negar a Dios y, por tanto, pensar que todo es fortuito, absurdo, un caos sin explicación ni respuesta. El otro camino es buscar a Dios. En el dolor de la selva no puedes aceptar a cualquier Dios. El Dios ritual infantil no te basta. No te basta con pensar que Dios es amor o que no puedes explicarlo. En la selva necesitas un Dios racional. Si tu fe no es racional, si no estás seguro de que Dios existe, no puedes entablar una relación con Él. No te basta la tradición. La religión católica no nos ha abierto a leer la Biblia, como si los creyentes fuéramos minusválidos intelectuales, sin capacidad para grandes búsquedas teológicas, y eso estuviera reservado a los intelectuales.
Pero la Biblia es un instrumento extraordinario. Hay que leer la Biblia con tranquilidad, sin orejeras que te condicionen a leerla por encima, sin entender el retrato humano de la relación de Dios con el hombre. Es muy difícil de explicar, pero lo que quiero decir es que entendí, leyendo la Biblia, que Dios no es energía, ni luz ni partículas de gas en el cosmos, sino que Dios es un ser humano, en otras palabras, que lo que nosotros tenemos de humanos es lo que tenemos de Dios, y, por tanto, que su relación con nosotros es una relación de palabras, y creo que eso es fundamental: entender que somos seres de palabras. Entonces, a través de la Biblia llega la palabra de Dios con una riqueza infinita de códigos humanos y con unos retratos psicológicos impresionantes, como el de Abraham. Todos los personajes de la Biblia están retratados con sus debilidades, sus miserias, sus pequeñeces. Todos estamos retratados ahí. Yo descubrí un Dios con sentido del humor, con sentido de la autoridad, un Dios que educa, un Dios que ama, pero sobre todo, que es un Dios en el sentido de que lo puede todo. Y pudiéndolo todo, Dios podría haber hecho, en vez del ser humano, un robot perfecto, sin defectos, un robot programado para hacer el bien. La pregunta es por qué Dios hizo al hombre libre, por qué no lo hizo como un robot. La respuesta es muy hermosa, y es que un robot puede estar programado para amar, pero si no tiene la libertad de no hacerlo, el amor no tiene valor.
-¿Qué Dios le gusta más, el del Antiguo o el del Nuevo Testamento?
-Son el mismo, es un espejo. Lo que sucede es que el Nuevo Testamento nos hace el camino hacia Dios mucho más fácil. El Antiguo Testamento es Dios hacia el hombre. El nuevo es el hombre hacia Dios. En el Antiguo Testamento, Dios nos busca; en el Nuevo Testamento, nosotros buscamos a Dios. Esa transformación ha cambiado mi vida porque si uno es consecuente y su racionalidad acepta a Dios, todo cambia, porque deja uno de ser pasivo y se vuelve activo frente a uno mismo. Es una enorme liberación pensar que uno es libre, que puede cambiar, que puede ser mejor humano.
sábado, 11 de octubre de 2008
Boris Godunov (La fura dels baus)
Lo bueno:
- El ágil ritmo cinematográfico, a ratos vertiginoso (exceptuando la última media hora).
- La declamación de los actores, de las mejores que he visto nunca en teatro, era una perfecta síntesis de teatralidad y naturalidad. Se nota que hay un buen director detrás.
- La escenografía, sencilla y espectacular a la vez.
- Los momentos metateatrales: teatro dentro del teatro. Actores haciendo de actores obligados a actuar a punta de metralleta. Muy efectivo.
Lo malo:
- Se vende una supuesta ruptura con el teatro tradicional que después no es tanta. Ay, es que ya está todo inventado.
- La interacción con el público resulta escasa. Al menos para lo que se suele esperar de La fura.
- Le sobra media hora. Con 90 minutos habría sido más que suficiente para lo que da de sí el mensaje.
Y con todo, merece la pena. Independientemente del ramalazo postmoderno (que puede bien gustar bien resultar cargante), hay momentos de teatro del bueno. La valía de los actores se nota sobre todo, e irónicamente, en las escenas basadas en la obra original de Pushkin, más que en todo el rollo del secuestro del teatro, pero aun así merece la pena.
La web: Boris Godunov
Me parto con don Álvaro
Acabo de leerme la obra del Duque de Rivas Don Alvaro o la fuerza del sino y aún tengo lágrimas en los ojos de la panzada de reír que me he pegado. No os confundáis. Me lo he pasado en grande, y no es que piense que la obra sea mala. Al contrario, creo que es de los más vistosa. Pero es que claro, hay momentos en los cuales el empalago romántico alcanza cotas vergonzantes, que para colmo el insigne Ángel de Saavedra adorna con ripios e hipérbatos como estos:
Leonor: Basta, Curra,"No mi pecho despedaces". Estarán de acuerdo conmigo en que el verso es impagable. Como impagable es el encuentro a tres bandas entre Leonor, don Álvaro y el padre de ella, el Marqués, en el cuarto de la chica. Divertidísimo.
no mi pecho despedaces.
¿Yo a su amor no correspondo?
Que le correspondo sabes...
En el ecuador de la obra, el monólogo de Alvarito en la selva, emulando a Segismundo, tampoco tiene precio. Comienza así:
¡Qué carga tan insufribleLa verdad, lo del "ambiente vital", no sé cómo tomármelo.
en el ambiente vital,
para el mezquino mortal
que nace en signo terrible!
Más adelante, con las referencias a la tierra, es que entro en éxtasis:
¡Sevilla!!!¡Guadalquivir!!!Palabras que nos confirman a este Alvarito como un petardo de tomo y lomo.
¡Cuál atormentáis mi mente!...
¡Noches en que vi de repente
mis breves dichas huir!...
Pero lo mejor son los finales de cada una de las cinco jornadas que componen la obra. De traca. De un destroyer delirante. Investigando sobre la obra he leído que incluso algún crítico ha sostenido la tesis de que el duque de Rivas no hace más que una parodia del drama romántico francés. Uno, mientras lee la obra, se siente tentado de pensar lo mismo. Por momentos me daba que lo que leía no era del siglo XIX, sino una bufonada escrita hoy para reírse de los románticos.
Pero es que en eso reside la grandeza del Romanticismo, en que alcanzó en sí mismo tales cotas de exacerbación que anula todo intento de parodia. Y de verdad que no lo digo como algo negativo. Repito que me lo he pasado en grande con este gafe de don Álvaro y su mala sombra. La prueba: ya estoy preparándolo como lectura obligatoria para los de 4º de la ESO. Les va a encantar.
miércoles, 8 de octubre de 2008
Ay, Elvira / Los pelos como escarpias
ESO, ESO
Pisar las aulas, de vez en cuando hay que pisar las aulas de un instituto. Sentir el esfuerzo que ha de poner todos los días un profesor para enfrentarse a la muchachada. Notar cómo ellos, los alumnos, pueden derrochar una energía que les sobra y cómo el adulto la va perdiendo por el mero contacto con ese pelotón revoltoso, inclemente, que pone a prueba la resistencia del profesor. Hay que tener vocación para eso. Lo dicen los buenos profesores. Estos, por ejemplo, que me han recibido en el instituto Albero de Alcalá de Guadaíra. Yo pregunto y pregunto, porque creo que esto es el mundo real, fuera de tertulias y columnas, aquí es donde ese 31% que abandona las aulas sin terminar la ESO tiene nombres y caras concretos, aquí es donde se sabe el que se queda para estudiar o para incordiar. Los profesores son algo escépticos ante lo que dicen las autoridades educativas y, sin embargo, tienen que ser optimistas a la hora de hacer su trabajo, viven sometidos a un optimismo forzoso. Saben que el bachillerato ya no es lo que era; que la democratización de la enseñanza secundaria ha traído consigo, paradójicamente, una desigualdad social que aún no se sabe abordar; han sufrido el descoloque que supuso el desembarco de niños tan chicos en los institutos; han visto cómo la clase media ha optado de nuevo por la privada; son conscientes de que el problema no es sólo ese altísimo tanto por ciento que abandona la ESO, sino que muchos la terminan escasamente preparados. No son derrotistas, como dirían las autoridades educativas, que suelen enfurruñarse cuando se critica el sistema; su trabajo no se lo permite. Algún día, dicen, la prensa sabrá que aquí es donde se decide el futuro del país y nos colocará en primera página, al lado de los especuladores financieros. De momento, yo les dejo este rincón, en la última.