lunes, 13 de octubre de 2008

Lúcida Betancourt

De la entrevista de Juan José Millás a Ingrid Betancourt en El País Semanal de ayer, lo que más me ha gustado no es el relato en sí de la experiencia del secuestro, sino su análisis de la experiencia en términos espirituales. Lo digo porque normalmente te esperas el típico rollo zen y en el caso de la Betancourt no ha sido así. Me ha encantado el análisis que hace la Biblia (único libro que pudo tener durante los seis años de secuestro). Tal vez para algunos el acercamiento al libro sea demasiado intelectual, pero creo que una postura así es necesaria antes de meterse en sentimentalismos vanos. Ya sabéis que en lo religioso cada vez soy más escéptico, pero no por ello dejo de admirar a los que viven su religiosidad sin dejar de tener los pies en la tierra y con el sentido crítico al acecho. Creo que Ingrid Betancourt, con la importancia que le da al redescubrimiento, es una de esas personas. Os dejo con el extracto, que me ha encantado:
-Consiguió sin embargo una Biblia que cambió su vida. ¿Podemos hablar un poco de esa transformación espiritual que sufrió en la selva?

-Me secuestraron el 23 de febrero y el 23 de marzo murió mi padre. Mi padre era y es el gran amor de mi vida... La manera en que me enteré, unos meses después, fue terrible. Eso fue un disparo, porque cuando uno siente que... [lágrimas, silencio]. Yo siempre me había sentido bendecida por la vida, consentida por la vida. Cuando me llega todo esto -el secuestro, la muerte de mi padre, la soledad de mi madre- hay dos caminos: uno es el de negar a Dios y, por tanto, pensar que todo es fortuito, absurdo, un caos sin explicación ni respuesta. El otro camino es buscar a Dios. En el dolor de la selva no puedes aceptar a cualquier Dios. El Dios ritual infantil no te basta. No te basta con pensar que Dios es amor o que no puedes explicarlo. En la selva necesitas un Dios racional. Si tu fe no es racional, si no estás seguro de que Dios existe, no puedes entablar una relación con Él. No te basta la tradición. La religión católica no nos ha abierto a leer la Biblia, como si los creyentes fuéramos minusválidos intelectuales, sin capacidad para grandes búsquedas teológicas, y eso estuviera reservado a los intelectuales.

Pero la Biblia es un instrumento extraordinario. Hay que leer la Biblia con tranquilidad, sin orejeras que te condicionen a leerla por encima, sin entender el retrato humano de la relación de Dios con el hombre. Es muy difícil de explicar, pero lo que quiero decir es que entendí, leyendo la Biblia, que Dios no es energía, ni luz ni partículas de gas en el cosmos, sino que Dios es un ser humano, en otras palabras, que lo que nosotros tenemos de humanos es lo que tenemos de Dios, y, por tanto, que su relación con nosotros es una relación de palabras, y creo que eso es fundamental: entender que somos seres de palabras. Entonces, a través de la Biblia llega la palabra de Dios con una riqueza infinita de códigos humanos y con unos retratos psicológicos impresionantes, como el de Abraham. Todos los personajes de la Biblia están retratados con sus debilidades, sus miserias, sus pequeñeces. Todos estamos retratados ahí. Yo descubrí un Dios con sentido del humor, con sentido de la autoridad, un Dios que educa, un Dios que ama, pero sobre todo, que es un Dios en el sentido de que lo puede todo. Y pudiéndolo todo, Dios podría haber hecho, en vez del ser humano, un robot perfecto, sin defectos, un robot programado para hacer el bien. La pregunta es por qué Dios hizo al hombre libre, por qué no lo hizo como un robot. La respuesta es muy hermosa, y es que un robot puede estar programado para amar, pero si no tiene la libertad de no hacerlo, el amor no tiene valor.

-¿Qué Dios le gusta más, el del Antiguo o el del Nuevo Testamento?

-Son el mismo, es un espejo. Lo que sucede es que el Nuevo Testamento nos hace el camino hacia Dios mucho más fácil. El Antiguo Testamento es Dios hacia el hombre. El nuevo es el hombre hacia Dios. En el Antiguo Testamento, Dios nos busca; en el Nuevo Testamento, nosotros buscamos a Dios. Esa transformación ha cambiado mi vida porque si uno es consecuente y su racionalidad acepta a Dios, todo cambia, porque deja uno de ser pasivo y se vuelve activo frente a uno mismo. Es una enorme liberación pensar que uno es libre, que puede cambiar, que puede ser mejor humano.

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