viernes, 31 de octubre de 2008

Náufragos políticos y náufragos de cartón piedra

Si algo tiene la infancia es que es incansable. De niño vi una y otra vez la película de la Disney El tenente Robinson, en la que Dick Van Dyke encarnaba a un Robinson Crusoe moderno. La peli no puede presumir de haber pasado a los anales de la historia del cine, pero a mí me encantaba. Sobre todo la primera parte, en la que el náufrago Dyke se pasaba todo el rato en una balsa, antes de llegar a la isla desierta. La secuencia era un cúmulo de sketches absurdos, con visita de tiburón incluída, que sin embargo a mí me encadilaban.

Años después leo Relato de un náugrago, de Gabriel García Márquez, y no he podido evitar recordar todo el rato aquella película de mi infancia. Imagino que nada más lejos de la intención de Gabo que hacer recordar al lector los chascarrillos de Dick Van Dyke. Pero las conexiones de la mente son inescrutables, y las vivencias de cada uno mezclan lo sublime con lo absurdo más veces de lo que queremos reconocer.

Relato de un náufrago me ha gustado, sobre todo a partir de la primera visita de los tiburones al protagonista. (Ya os contaré en otro post mi obsesión recalcitrante y freudiana con los escualos.) Y claro, está también el mensaje político, pero a día de hoy, pasado más de medio siglo, no lo recomendaría por ese mensaje rerivindicativo, sino por la historia en sí. Además, yo lo he leído contemplando la posibilidad de hacérselo leer a mis alumnos de 2º de la ESO, conque no me ha interesado tanto ese mensaje como el ritmo interno y la amenidad del relato. Y sí, supera la prueba.

Ni que decir tiene que de Gabriel García Márquez el libro apenas tiene el nombre en la portada y poco más. La impronta de Gabo yo aquí no la he visto por ningún lado. Claro, en el fondo no es un libro al uso, sino un reportaje publicado por el Gabo periodista, sin ninguna intención de construir una novela al modo de sus grandes obras posteriores. Esto en realidad no es ni negativo ni positivo; lo dejo caer sólo a modo de aviso: no está en este libro esa prosa tan característica, ni esa noción del tiempo, ni ese realismo mágico que el lector suele buscar (y felizmente hallar) en García Márquez. Aun así, el relato se lee en un suspiro, es bien entretenido y merece la pena.

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