domingo, 25 de enero de 2009

Revolutionary Road o la fuerza de la narrativa



Hacía mucho tiempo que no salía del cine con la clara convicción de haber visto una gran película. Y también con el dolor de cabeza que me provoca el reprimirme las lágrimas. He disfrutado y he llorado a partes iguales con Revolutionary Road, con una Kate Winslet que me ha dejado el corazón en un puño, un Leonardo DiCaprio al que nunca le había visto tanta garra, y un Sam Mendes, el director, que no sólo sabía controlar al milímetro el ritmo de la peli y seducir al espectador con la cámara, sino también aprovechar hasta el límite la fuerza dramática de la historia. Porque mensajes hay en la peli muchos, y la crítica social está clara, pero aquí no pasaba como en American beauty, una peli genial, vale, pero en la que todo parecía supeditado a esa crítica cínica y mordaz. En Revolutionary Road todo está al servicio de la historia, al más puro estilo de la narrativa fílmica americana. De la buena, claro, la de ese cine clásico que, pasen los años que pasen, seguirá emocionando generación tras generación.

Porque lo de menos en Revolutionary Road es la crítica de la sociedad americana de los años 50. Para mí ése ha sido sólo el telón de fondo de una magistral disección de las luces y sombras del amor y de la vida en pareja. Una disección, además, no hecha desde el análisis o la razón (sería imposible), sino desde la más pura emoción.

1 comentario:

mir dijo...

Ayer salí del cine con tortícolis y el costado dolorido. La sala estaba tan llena que sólo quedaban un par de butacas en el lateral de la primera fila. Una pena porque no puede admirar los magníficos encuadres de Revolutionary Road. Al rato, el ojo se acostumbra y te permite disfrutar, en el más amplio sentido. Estoy contigo, Felicis, pura y dura emoción. Sentimientos universales y actuales que, bajo mi punto de vista, funcionaría igual hoy que en esa sociedad constreñida y seccionada por parcelas que era la vida media yanqui de los 50. Es cierto que la situación de April podría no ser tan verosímil si se trasladase a Wisteria Lane, pero no perdería un ápice de realidad y dramatismo porque hoy, todavía, se ve con malos ojos la libertad de la mujer a decidir sobre su prole. Ella podría trabajar en la gran ciudad, como su marido, pero se ha de esperar en su casita de madera blanca a ver cómo los sueños (de humo) de Jack se desvanecen. Y no está dispuesta a hacerlo y comete el acto de amor más bonito que he visto en el cine últimamente. Pero el miedo, la comodidad y, sobre todo, la responsabilidad de saber que puedes equivocarte, frenan esas nubes de aire fresco que tan bien aireaban al matrimonio. Una gran película merecedora de, al menos, una revisión más para saborear esa salsa agridulce que ensambla todas las piezas. Y eso sin entrar en el gran vecino matemático. El único, como April, capaz de soltar el resorte que constriñe las falsas ambiciones de Jack. Revolutionary Road (Sam Mendes, 2008)