domingo, 2 de mayo de 2010

No tan ladrillos

Después de escribir sobre el Arcipreste de Hita y de lo bien que se lo pasan mis alumnos de la ESO leyéndolo, o de recordar cómo disfrutan los de 2º con el torneo que da fin al Poema de Mio Cid, o con el segundo capítulo del Quijote (el encuentro con las fulanas, el momento en que le tienen que dar de beber con una pajita), voy y me encuentro con este artículo de Rosa Montero, echando pestes del currículum actual de la literatura española en la ESO y el Bachillerato. Pinchen y léanlo.

¿Ya? Pues les comento lo que yo creo. La Montero en parte tiene razón, y en parte no. En 4º de la ESO, con La Regenta, tras leer los capítulos 27 y 28 y ver el mismo extracto en la serie, algunos chavales se quedan con ganas de saber más (si se "enrolla" con el cura o con Mesía). Yo los dejo con las ganas, pero les digo que no se les ocurra leerse el libro, porque además de ser "de mayores", pueden morir en el intento. Igualmente, cuando me planteé ponerles como lectura La busca de Baroja (por el rollo ese de que es una novela de iniciación, con un protagonista joven como ellos, y porque salen calles y lugares de Madrid que ellos conocen), deseché la idea. Si ni yo pude terminarme el libro, imagínate ellos. Como tampoco me parece de recibo hacerles leer a Galdós, u obligarlos a zamparse La vida es sueño entera.

Pero hay clásicos y clásicos. Está claro que el Quijote entero puede ser un ladrillo, pero ciertos capítulos escogidos, poniéndolos en antecedentes, y leídos en voz alta, te garantizan una o dos clases de lo más divertidas. Claro, antes hay que ponerlos en situación: imagínate, chaval, que mañana aparece en el instituto tu compañero Pepito con túnica, gafas redondas y una varita, y que me llama Dumbledore y que empieza a invocar patronus como un loco. Pues eso es el Quijote. "Mirad, mirad, cómo les habla a las "doncellas", ¡si son putas!". Claro, tienes que ser tú el que se lo leas por primera vez, y haber ensayado la lectura antes, porque ser profe de literatura es también ser actor, y porque las cosas se comprenden mejor cuando te las cuentan que cuando las tienes que leer, así en frío. Y entonces, chaval, las risas están aseguradas.

Y lo mismo con casi toda la literatura medieval. ¿Que les resulta extraña? No tanto: una vez que el castellano está adaptado, la literatura medieval les llega mucho mejor que muchas moderneces. ¡Si los niños son unos antiguos! E igual de básicos que ese público de los pueblos medievales, ansioso por ir a escuchar al juglar de turno. Pero claro, una vez más, el juglar tienes que serlo tú, como profesor. La derrota de los Condes de Carrión en el Cid les encanta, porque llega a ser gore gore ("con túnica y camisa la loriga se le entró en la carne; por la boca mucha sangre le salió"). Las guarrerías del Libro de Buen Amor, con esas serranas tan salidas, más todavía. O las putas de La Celestina poniendo verde a Melibea ("tetas tiene como si tres veces hobiese parido"). O el primer tratado de El Lazarillo, que los chavales de 2º y 3º de la ESO se zampan sin problemas, y no veas cómo disfrutan cuando el ciego se estampa contra el poste de piedra. O el monólogo de Neo/Segismundo, que es puro Matrix en versión barroca y con rimas. O La zapatera de Lorca, que en 1º de la ESO es un éxito seguro. O los poemas de Bécquer, que nada más leerlos copian en sus carpetas y cuadernos, y se pasan en notitas. Joder, a mí una niña hasta se me ha echado a llorar en clase con Bécquer. ¿Ladrillos los clásicos? Hombre, es que hay que saber escoger. Que para eso tenemos los profes libertad de cátedra. Y sí, hay un currículum, pero uno siempre puede obviar ciertas cosas y detenerse más en otras. ¿Que lloras con Bécquer? Pues te vas a enterar, tres semanas leyendo las Rimas. Y si hace falta, lloramos todos.

Luego están las lecturas obligatorias. Y ahí sí que no hay piedad ni respeto que valgan hacia los clásicos. Que para eso está la gran Laura Gallego y sus Memorias de Idhún (o Alas de fuego: genial), o Elvira Lindo con Manolito Gafotas y El otro Barrio, o La trilogía de Getafe de Lorenzo Silva. Pero ¡ojo! también Orgullo y prejucio (¡que yo me he leído por recomendación de una alumna!), o una buena adaptación de la Odisea, o de Romeo y Julieta (después de haber visto Shakespeare in love, claro), o de Las mil y una noches.

Al final, creo yo que el problema no es que los clásicos sean un ladrillo. El problema es que se les tiene demasiado respeto. Los clásicos suelen ser clásicos porque tienen muchas lecturas. Y con los chavales no hay por qué sentirse un blasfemo si nos quedamos en la capa superficial, si es la más divertida. No hay mayor pecado que la falsa trascendencia, una trascendencia que a esos clásicos les ha dado el tiempo y la crítica literaria, pero que creo yo que nunca fue pretendida por esos escritores que lo que querían era divertir a sus lectores, y poco más.