lunes, 12 de noviembre de 2007

El ying y el yang de mi formación intelectual (y humana)


Ahí están, frente a la piedra corroída de un monumento que no recuerdo, en algún rincón de Portugal, que tampoco recuerdo. El que hizo la foto, lo que estaba pasando, lo que ellas hablaban…; pues que tampoco me acuerdo, oye. Todo ese viaje –viaje de fin de curso que se supone debería tener grabado a hierro en mi corazoncito– no es más que un puñado de imágenes borrosas. No sé a qué se debe ese empeño cervantino de mi mente en despreciar esos recuerdos.

Quizá en esa época no era feliz. No sé. Tenía 16 años, así que imagínate, como unas castañuelas, precisamente, no estaría. Pero no es eso lo que importa. Ahora quiero hablar de ellas dos. Porque mis años de instituto, en los que crecí con una ausencia total de referentes, en los que no terminaba de encontrar mi sitio ni a esos complementarios de los que hablaba Machado, ellas dos se convertirían en los asideros con los que forjar una manera de entender el mundo y de actuar frente a él. Y lo gracioso es que esas maneras no podían ser más antagónicas.

La monja y la roja que marcaron mi visión del mundo. Me podría quedar en eso, pero como esto del blog es gratis (o eso parece) y además uno quiere ser justo, debo explicarme. Que una fuera una religiosa franciscana y la otra progre y estrafalaria, vale. Pero eso es sólo el envoltorio. Y no se trata de que se cargaran el estereotipo, sino de los matices. La primera me dio, claro está, Religión. Una asignatura de la que hoy me siento bastante en contra, dicho sea de paso. Pero ése es otro tema, aquí hablo de personas, no de asignaturas. La segunda me descubrió la Literatura, con todas sus grandezas y miserias (en forma, tal vez, de ripio juanramoniano, y ella sabe a qué me refiero).

Con Teresa siempre supe a qué atenerme en materia ideológica. Quiero decir que siempre comprendí lo que decía y pensaba. Admiré con fervor su manera de vivir y de ser. Pepa, sin embargo, me tuvo constantemente confundido. Nunca supe por dónde iba a salir. No sé si ese misterio lo alimentaba ella misma o si sólo era mi incapacidad de dilucidar su persona. Tal vez fuera un poco de las dos cosas. Pero era un misterio tan evocador, que me hizo pensar tanto… (Ahora que lo pienso, ésa es precisamente la diferencia entre religión y literatura. La univocidad religiosa frente a la multiconnotatividad y la multisignificación de la literatura.)

Teresa representó lo mejor de todo aquello de lo que yo venía: una educación benévola de valores cristianos de última generación post Concilio Vaticano II. La créme de la créme del pensamiento cristiano, debo decir, y a día de hoy sigo considerándome un privilegiado por haber sido educado así. Gracias, madre, por tener esa mente tan abierta, y por hacerme conocer de primera mano, sin intermediarios católicos y oscurantistas, a ese Jesús tan claro y lleno de energía.

Pepa, por su parte, representó lo que habría de venir. Ella fue el primer referente para partir en solitario a la búsqueda de mi verdadero yo. Un verdadero yo que hoy sigue tomando forma. Cada vez más de izquierdas y cada vez más ateo. El viraje político apenas duele; el religioso escuece un montón. Ser de izquierdas es ser persona. Ser ateo es un suicidio emocional. Y pienso: virgencita, virgencita, que me quede como estoy. Creer es absurdo; no creer, también; así que me quedo con lo que he mamado toda mi vida, que es más fácil…

Pero claro, entonces recuerdo a ese Rouco junto a la Almudena y a esos niños besando su anillo con devoción (algo que vi, in person, no hace más de un año), y mi cuerpo rezuma ateísmo por todos los poros.

Vamos, que no es fácil, pero sigo buscando mi camino. Y Teresa y Pepa fueron, son y serán paradas obligatorias.

PD: Ya sí encontré mi sitio. Es, irónicamente, el instituto. También a mi complementario. Pero de eso no va este blog.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Felicis, soy la progre estrafalaria, encantada de aparecer en tu blog. Yo sí recuerdo dónde está hecha la foto: en él Monasterio de los Jerónimos en Lisboa, en aquel sitio junto al Tajo en el que sobresale la torre de Belém. Menos mal que la foto está borrosa...Aquel viaje fue muy completito, ¿recuerdas el paseo en barquito por la ría de la Toja, comiendo mejillones y alguna botellita de albariño? Y la pensión de Lisboa al lado de la comisaría?

Felix Felicis dijo...

¡Qué emoción, esto es lo que se dice una aparición estelar en toda regla! De todo eso, sólo recuerdo lo de los mejillones (que no probé) y la pensión de Lisboa. Ah, y el rapapolvo que me echaste porque en una conversación me atreví a ridiculizar 2.000 años de tradición cristiana. Creo que estaba diciendo algo así como que lo de que la Virgen fuera virgen era lo de menos, y tú me dijiste que cómo que era lo de menos, que a ver quién me creía yo para relativizar sobre el tema. Y ahí me dejaste loco, confundido confundido, sobre todo viniendo de ti...
Ahora, claro, lo entiendo.