¿Viste, Pani, el número de comentarios que tiene ese
artículo de Hernán Casciari del que escribiste en este blog el otro día?
377.
Abrumador.
No los he leído todos, pero he estado un rato y no he encontrado una opinión que se acerque ni de refilón a la mía. Hasta el autor del blog se termina bajando los pantalones y diciendo que no está en contra de las lenguas, sino del doblaje.
A ver, señores: ¿qué es estar en contra o a favor de las lenguas?, ¿qué son las lenguas?. Que alguien me lo explique. ¿Qué son?
Para mí, las lenguas son el vehículo de la riqueza cultural de los pueblos. Pero no la riqueza cultural en sí. Y cualquier lengua es perfectamente susceptible de ser vehículo cultural. Lo han sido, son y serán el griego, el latín, el árabe, el francés, el español, el catalán, etc. Y en el futuro, a lo mejor una gran obra maestra de la literatura será escrita en spanglish o en otra lengua mestiza que hoy día muchos consideran una aberración. Me imagino un futuro lejano en el que sólo se hable una lengua (en el que todos nos entendamos) y miren hacia atrás y se rían de todas nuestras polémicas.
Las lenguas son como los seres vivos: nacen, crecen, se reproducen y mueren. ¡Y ese proceso, señores, no se puede frenar! El latín desapareció y se fragmentó, y nadie se rasga hoy las vestiduras (Ratzinger, tal vez, pero creo que todos estamos de acuerdo en que su opinión nos la pela). Con las lenguas pasa como con la selección natural de Darwin: sobreviven los que mejor se adaptan. Es injusto, pero es así. La cosa es que, después de 700 años de historia de las lenguas romances, el castellano ha llegado a tener casi 400 millones de hablantes; el catalán, a lo sumo, 10 millones. Y toda la culpa de esto no ha sido de Franco, ni de ese maquiavélico centralismo del que se suele hablar. Qué quieren ustedes, ha triunfado la lengua que nació en el centro, pero no porque fuera mejor, ¡sino sólo porque nació en el centro! La lógica, creo, es aplastante. Ese castellano tan polémico tuvo la suerte o la desgracia de nacer en el centro y, aunque desde el principio fue considerada la lengua menos fina y apta para la literatura de todas las peninsulares, terminó imponiéndose como lengua franca, esto es, vehículo de contacto con el resto de habitantes de la península. Para comerciar, para ganarse la vida, para sobrevivir. Dicho de otro modo: esa lengua tan fea, tan brusca, tan poco musical (sobre todo comparada con el galaico-portugués o el provenzal, cuyas tonalidades sí que eran un regalo para los oídos), se terminó imponiendo sólo y exclusivamente porque nació en el centro. Era más fea, vale; pero también más útil.
Todas las lenguas son iguales, dicen. Iguales en dignidad, digo yo. Pero no iguales en utilidad. Abre una academia de inglés y otra de suajili y a ver cuál se te peta más. Pues lo mismo pasa con todos “esos argentinos cerrados que llegan a Cataluña y se niegan a aprender catalán”. Chicos, esta gente viene a buscarse la vida, ¡no a aprender una lengua que, por muy bonita que sea, virtualmente les va servir de muy poco! Primero quiero comer, y luego, con la panza llena, ya me preocuparé de leer el Tirant Lo Blanc en el catalán original. Porque para comunicarme, en Barcelona, las cosas como son, NO necesito el catalán. Me puede servir para integrarme mejor en ciertos círculos, pero el catalán nunca será cuestión de supervivencia. Igual con los pakis que llenan el Raval, con lo que se ponen las pilas es con el español, no con el catalán. Es duro, pero es así.
El catalán, ahora mismo, y visto con perspectiva, está en la UVI, dando sus últimos coletazos, aunque hay unos cuantos médicos empeñados en alargar su vida a toda costa. ¿Pero cuánto dinero está costando ese respirador artificial? ¿Merecerá la pena? ¿De verdad es tan importante que el catalán se siga hablando? ¿Van a ser las personas menos personas si éste desaparece?
Hay momentos históricos en que la desaparición de una lengua está ligada a la desaparición de un pueblo. Si fuera éste el caso del catalán, yo sería el primero en alzarme en contra del poder opresor. En defender a ese pueblo (no a la lengua, ente abstracto), pero no tanto porque represente a una cultura, sino porque son personas. Personas que como tú y como yo que piensan, comen, se ríen, follan, hablan, etc. Y la lengua en la que hablen creo que es secundario.
Y oye, no os creáis, que lo mismo pienso del español y de los puristas del español (prefiero llamarlo así, porque lo de castellano a mí me suena muy retro). Me hace gracia la alegría con que la gente dice que en Andalucía se habla mal, o que el seseo de América es “una alteración del sistema fonológico español” (eso lo encuentras hasta en los libros de texto de lengua). Señores, el seseo no es una alteración, el seseo es como habla el 90% de la peña que habla español es este nuestro planeta Tierra. ¿No será más bien una alteración ese empeño del 10% restante en pronunciar el fonema /z/ y encima decir que eso es lo correcto? ¿Lo correcto para quién? Pero claro, entre los hispanohablantes también hay mucho nazi que piensa que el español es intocable, y que las lenguas son –y eso sí que es fuerte– más importantes que las personas.
Yo, qué quieres que te diga, si dentro de 100 años desaparece el español y ya sólo se habla spanglish, mientras la gente se entienda, bienvenido sea ese spanglish. Ya habrá mentes lúcidas que se encarguen de darle un estatus, de limpiarlo, fijarlo y darle esplendor a base de escribir poemas, cuentos, novelas, con esa lengua. Porque, tengan esto claro, en el caso de nuestra santa lengua castellana, la que la ha limpiado, fijado y dado esplendor no ha sido la Real Academia. No se engañen. Ésos están de prestado. Los que de verdad hicieron que el español dejara de ser esa fea pero útil lengua franca nacida en la árida meseta ibérica fueron Cervantes, Quevedo, Bécquer, Lorca, García Márquez y tantos otros. Y si algún día para estudiarlos hay primero que traducirlos, como hoy se hace con Homero, Ovidio o Catulo, pues tampoco pasará nada, oye.
A los que después de leer este post piensen que no estoy loco, les invito a profundizar en el tema y leer el libro de la foto: El paraíso políglota, de Juan Ramón Lodares.
PD: Que consti que en matèria estrictament lingüística el català em sembla una llengua molt més àgil i expressiva que l'espanyol. Que m'encanta, que la vaig estudiar durant dos anys i que vaig gaudir moltíssim, i que penso que tot el qual vagi a viure a Catalunya hauria d'interessar-se un poc i aprendre-la. Però no per força, per Déu!
4 comentarios:
Ay, nene, ¡qué hanas tenía de un post tuyo (post, en inglés) reivindicativo de la lengua! He tenido el placer de debatir sobre el tema contigo, lo que siempre es un placer, pero tengo que admitir que a mi se me siguen llevando los demonios con las faltas de ortografía, las malas construcciones gramaticales y los "ismos" que hasta yo (quizá la primera) cometo.
Menos aún puedo con el lenguaje de los sms, que conlleva sus propias faltas ortográficas y fomentan los errores de escritura...
Pero en el fondo entiendo que tienes razón. Entiendo que
A. De alguna manera utilizo la ortografía y la gramática como un elemento clasista y diferenciador. Si en el trabajo alguien comete un error de este tipo (imagina si es un jefe), me permito reirme de él (no en su cara, claro... no es por eso por lo que los trabajos no me duran) y sentirme algo superior, como que me vengo arriba...
B. Por otro lado, en lo que se refiere al naciente y creciente lenguaje sms, siento que se me escapa de las manos, que me desplaza y que me roba una herramienta de discriminación muy mía... Cuando este lenguaje se imponga (si es que se impone) habré perdido un área en el que no soy experta, pero de la que creía saber algo...
En resumen, que tienes razón, que es hermoso contemplar con tranquilidad la evolución de nuestra lengua, incluso cuando se trata de la extinción. Que un español no será menos español cuando se hable en spanglish ni un catalán será menos catalán cuando se extinga la lengua, pero concédeme al menos que algo de coraje sí que da...
Permíteme que te corrija, Pani, sólo en una cosa:
Un español quizá sí sea menos español si se pierde la lengua española (igual que un catalán será menos catalán si se pierde la lengua catalana), pero lo que importa es que NO será menos persona. Y al final, eso es lo importante, creo yo.
Pues a mi me da pena. Mucha pena. ¿Qué ocurriría si todo el planeta se entendiese perfectamente usando, por ejemplo, el spanglish? ¡Qué aburrido! todos como clones, en cualquier parte del mundo, diciendo lo mismico.. muy práctico.. pero demasiado robótico.
Qué ocurriría con la músicalidad que tiene el italiano, con el silbidito del francés, o con el engolado del catalán. Se perderían para siempre. Nadie jamás podría escuchar de una persona unos sonidos radicalmente diferentes a los que estaba acostumbrado a escuchar.. unos sonidos que sin entenderlos te pueden decir o hacerte creer que dicen tantas cosas... ¡Qué pena!
Yo quiero aprender francés, italiano, catalán, chino... quiero oir a la gente expresarse y no entenderles, quiero flipar con lo bajito que hablan los daneses y sentirme extrañado con el griterío de los marroquíes.
Lo importante no es que seas más o menos persona por hablar una u otra lengua.. ¡cómo se puede dudar eso! Lo importante es que se pierde la belleza, la musicalidad, la individualidad, la diferencia, la identidad de una forma de expresión. Qué algo desaparece y se convierte en otra cosa.. o no.. desaparece y punto. A mi me da mucha pena.
Bien, Brako, a eso se le llama ser sentimental y lo respeto. Créeme, yo también disfruto con toda esa multiplicidad de lenguas, y en el fondo soy filólogo por afición. Yo también estudié italiano tres años, y catalán otros dos, solo por el puro deleite de ver cómo se fragmentó ese latín que tanto me apasiona. Pero fue MI opción. No podemos obligar a nadie adulto a aprender una lengua por obligación, el que se tiene que sentir obligado es la propia persona, y si no le sirve para sobrevivir, difícilmente va a sentir esa obligación desde dentro. Las políticas proteccionistas lo que hacen es establecer esa obligación desde fuera, y eso es, lo queramos o no, una forma de fascismo.
Un saludo, Brako!
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