jueves, 25 de septiembre de 2008

Las Troyanas: buffffff....



Aviso: fui a ver Las troyanas, de Mario Gas, con una falta de sueño acumulada de más de tres días. Lo digo porque voy a poner la obra verde, y esta condición en la que yo fui a verla puede considerarse un atenuante. Aun así, uno tiene su criterio, y muerto de sueño y todo, sabe darse cuenta de cuando algo es un pestiño insufrible. También he de decir que muchos de los que vieron la obra conmigo afirmaron disfrutar, pero me parece a mí que lo decían con la boca chiquita. Claro, qué se puede decir de un montaje que sigue al pie de la letra el texto de Eurípides, por mucho atrezzo rompedor que tenga. Pues que está muy bien, claro, porque es Eurípides. Y yo digo que sí, que será Eurípides y todo lo que tú quieras, pero que no por eso deja de ser insufrible, que si quieres ser fiel al original sélo del todo: con el vestuario, con la escenografía, las máscaras originales y hasta con el anfiteatro. Así por lo menos tendrá el valor de documento. Porque si no, la tragedia de una reina convertida en esclava que ve cómo su linaje se pierde, a ojos de hoy, aparte de sonar facistoide que te cagas, te produce empatía cero. Me daba igual esa Hécuba que tanto se rasgaba las vestiduras, por muy bien interpretada que estuviera por Gloria Muñoz (que es una actriz de tomo y lomo, eso no lo niego). Y el momento de la muerte del niño Astianacte es de pura pornografía emocional. Desgarrador, pero de una manera vulgar, casi gore. Te producía inquietud, desasosiego, y hasta asco, pero ninguna empatía, sobre todo cuando sabes que la madre y la abuela lloran más por la pérdida del linaje que por la muerte del hijo o del nieto en cuestión. Y sí, sé que no se puede juzgar la obra desde un punto de vista actual, pero entonces no me actualices el vestuario ni me pongas a soldados con metralletas y cascos tirando de camiones llenos de cadáveres, porque es que no me lo trago.

Es como si te quisieran encasquetar un drama de honor de los de Calderón situado en la actualidad, pero respetando el texto. Lo siento, pero tampoco lo admitiría. No sería lo mismo una comedia de capa y espada, cuyos enredos resultarán tan vigentes como los de un vodevil o un capítulo de Friends. Pero alguien matando a su mujer sólo porque los demás sospechan que le ha sido infiel, para recibir a continuación el aplauso del pueblo, pues eso no admite puesta al día.

Y eso que, volviendo a Las troyanas, el principio sí que parecía interesante: esa Palas Atenea encarnada por el mismísimo Ángel Pavlovsky era al menos algo poco esperable. Llegué incluso a pensar en la alargada sombra almodovariana de esa conversación entre un Poseidón con maletín y la drag Atenea bajo una luz roja propia de burdel. No es que me fascinara, pero si me hizo intuir que la cosa iba a tomar derroteros interesantes. Pero no: el resto de la obra fue una mímesis tristemente perfecta del texto de Eurípides. Y yo me pregunto: si has optado por una versión tan académica, con tanta naftalina en la forma de declamar de los actores, ¿para qué, Mario Gas, ese principio pseudo-subversivo?

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