Los abrazos rotos. Pues ya la he visto (este puente ha sido prolífico, también me he tragado la grandilocuente pero hueca Watchmen y Gran Torino, en la que Clint Eastwood maneja unos cuantos tópicos con la brocha gorda pero sin perder la clase que le caracteriza).
Qué quieren que les diga, a pesar de que Boyero y otros ponen la peli a caldo, y a pesar de que el guión haga aguas en muchos momentos, y de la lentitud, y de la ausencia de una verdadera trama narrativa, y de esa supuesta vampirización de sí mismo que realiza Almodóvar, la peli no está tan mal. No sólo se deja ver, sino que hasta la he disfrutado. Que esté a años luz de Mujeres o de Todo sobre mi madre no la convierte en una mala película.
También podríamos decir que no hay nada nuevo en este Almodóvar, pero a mí eso me da igual. Las obsesiones tal vez se repitan, pero si la peli es buena, qué más da, si ya está todo inventado. Y yo no me atrevería a decir que la peli sea buena, o a alabarla de la manera en que lo hace Gustavo Martín Garzo, pero que merece la pena verla, está claro que sí. Con Almodóvar por lo menos tienes la garantía de que la historia, por floja que sea, está bien contada, y los actores están más que bien. Todos con esa impostura almodovariana, que les hace actuar de una manera un tanto constreñida, pero que funciona.
Penélope Cruz, como siempre que trabaja con Almodóvar, está bien, pero también creo que está mucho mejor en otras pelis y con otros directores (aunque también mucho peor, todo hay que decirlo). A Almodóvar esta chica le gusta tanto que tal vez peque de dejarla tal cual, como si a ella la moldeara menos que a los otros actores.
Creo que Almodóvar es muy consciente de los caminos que ha explorado con su últimas seis o siete películas. Y en esta última perece cerrar un ciclo y explorar en su propio pasado. Se olvidó de la comedia y se metió en el melodrama, que maneja con un genio para mí indiscutible (Todo sobre mi madre, Hable con ella, Volver). El cine negro, sin embargo, no es su fuerte (La mala educación, Los abrazos rotos). Pero el hecho de que en esta última película, en los minutos finales, dé rienda suelta de nuevo a la comedia, se me aparece a mí como una declaración de intenciones de lo que ha de venir, o más bien de lo que ha de volver. ¡A ver si es verdad!
domingo, 22 de marzo de 2009
viernes, 13 de marzo de 2009
Vuelve Almodóvar
La peli de Almodóvar tiene una pinta que te cagas. A lo mejor me pasa con ella como con La mala educación, que fue un flus, o como con Volver, que me dejó con ganas de más (pero que después de varios visionados mejora, y mucho). O a lo mejor me pasa como con Hable con ella, una de las pelis que más han impactado y emocionado en los últimos años, y que disfruté como un enano.
Sé que Almodóvar ya no es el de Mujeres al borde de un ataque de nervios, una peli que veo una y otra vez y que cada vez me parece más perfecta. Y no sólo por el despiporre, sino porque el tempo narrativo de la peli me parece genial. Almodóvar se ha pasado al drama y yo echo de menos su comedias, pero si ésta última peli le sale tan bien como Hable con ella, no me importará.
jueves, 12 de marzo de 2009
Diferencias ¿irreconciliables?
Actualmente, en la enseñanza, hay dos puntos de vista, dos extremos en la manera de entender la educación. Por un lado, los pesimistas o, si queremos seguir la nomenclatura de Eco, que a mí me parece más que vigente, los apocalípticos. Por otro, los optimistas, para Eco los integrados.
Los apocalípticos están en la onda del Panfleto Antipedagógico, o en la de Gregorio Luri, que caba de sacar un libro llamado L'escola contra el món, que ya reseñé en este blog que comparto con compañeros de mi instituto. También otro profe de mi instituto escribe en su blog desde un punto de vista bastante apocalíptico. Le pueden leer aquí. Y si aún no se fían y prefieren leer a alguna autoridad, tienen al mismísimo Pérez-Reverte, cuyas venas deja hinchar en este famoso artículo. En general, son posturas que miran al pasado con nostalgia, denuncian el desastre del sistema educativo actual y el absurdo de las leyes educativas superpuestas, y exigen una mayor autoridad para el profesor. Como decía Manrique, cualquier tiempo pasado fue mejor. (Se les pasa que hoy en día lidiamos con un alumnado que en el pasado nunca habría estado escolarizado -gitanos, población marginal-, y que no se puede uno enfrentar a ellos igual que antes. También lo de Manrique era una advertencia de los peligros de la nostalgia, que desvirtúa nuestros recuerdos, más que una reivindicación del pasado, pero bueno.)
Los optimistas integrados (e integracionistas), sin embargo, creen en una escuela más respetuosa con los chavales, una escuela integradora en la que todos (tanto alumnos como profes) van a aprender. Una escuela abierta y plural en la que participan los padres, abierta al barrio. Una escuela solidaria, incluso utópica. Una escuela que no busca respuestas, sino que se hace preguntas. Los optimistas piensan que la educación no es la vía para que los chavales sepan adaptarse al mundo de los adultos, sino para que lo transformen. Siguen la estela de pedagogos como Freire, aunténtico tótem de esta facción, y tienen su mejor ejemplo de puesta en práctica en las comunidades de aprendizaje. Y frente al panfleto antipedagógico, ellos ofrecen su propio Manifiesto Pedagógico.
Pogamos por ejemplo el informe PISA, que yo he visto interpretar de manera totalmente contraria por los dos bandos. Para los pesimistas nos vamos a pique; para los optimistas, estamos por encima de muchos países desarrollados, sin ir más lejos, los propios Estados Unidos.
Ahora, tras la decisión del Tribunal Supremo con respecto al funcionamiento del Bachillerato, las dos posturas vuelven a saltar a la palestra. Los pesimistas exigentes frente a los permisivos optimistas. Y la pregunta sigue en el aire: ¿Qué hacer? ¿Cuál es la mejor manera manera de educar a un chaval, de sacar de él lo mejor que tiene? ¿Con la exigencia y el control o con el respeto y el amor incondicional?
En mi instituto, perfecto microcosmos de lo que yo sospecho que se cuece en el mundo exterior, conviven las dos posturas de manera más o menos pacífica pero, eso sí, irreconciliable. Es como una guerra fría. Con conocer un poco a cada profesor, viendo cómo se mueve, cómo respira, sabes adscribirlo a un bando o a otro. También es que yo soy muy de categorías, muy de estereotipos, y rápido los meto en un saco o en otro. Y tal vez yo sea un poco exagerado, pero creo ésa es básicamente la realidad.
Este post es una reivindicación, a la vez, de ambas posturas y de ninguna. Me explico. La postura pesimista peca de eso, de ser pesimista. Pero el panfleto antipedagógico es un auténtico disfrute como lectura, porque contiene muchas verdades. Verdades necesarias. Igual pasa con Gregorio Luri y hasta con ese profe de mi instituto con el cual no me hablo, con el cual no estoy de acuerdo en casi nada, pero al que al fin y al cabo respeto porque, aunque sé que es un auténtico gañán, yo también lo soy, y atisbo también que como poco, él es un tío interesante, con ideas (más afines o menos a la mías, pero ideas al fin y al cabo), de las que los chavales pueden sacar buena tajada. Pérez-Reverte lanza también espumarajos por la boca, pero no tiene menos razón.
La postura optimista peca igualmente de eso, de optimista y de utópica. Es la postura ideal, de eso no hay duda. Conlleva esa esperanza que uno como profesor, no puede ni debe perder, porque en el momento que la pierdes, eres menos profesor. Pero tal y como está el mundo, aplicar esta visión sin control y sin una preparación previa, sería un despiporre. Los chavales nos tomarían por el pito del sereno aún con más ahínco de lo que ya lo hacen.
La postura pesimista quiere recuperar la autoridad plena del profesor, sin pactos ni leches. Aboga por la disciplina, una disciplina que, en la práctica, aplicada sin mano izquierda en el aula, se puede volver en tu contra. Se puede volver y se vuelve, que eso me ha pasado a mí. Los optimistas, por otro lado, suelen dar poca importancia a las normas, porque confían en la bondad primigenia de los chavales. Si hay amor, ¿a quién le hacen falta las normas?
Mi duda es si de verdad ambas posturas son tan irreconciliables como al principio parece. ¿Es el amor incompatible con la disciplina, o son más bien las dos caras de una misma moneda? ¿Está la autoridad acaso en contra del respeto a los muchachos? ¿Son todos los chavales iguales o debemos respetar su diferente manera de ser? Y vamos con casos más concretos: ¿obligar a un niño a estudiar hasta los 16 años, con un único itinerario posible, tremendamente teórico, es de verdad hacerle un favor?. El otro día, un chaval en 1º de la ESO, asqueado con el sistema (y eso que sólo lleva dos trimestres en el centro), me preguntaba cuántos años le quedaban de estar en el instituto. Hasta los 16, le dije. Se quiso morir, de la desesperación. Cuatro años que se va a tirar calentando la silla y sacando de quicio al profesorado. Un chaval al que el sistema le está negando la posibilidad de formarse en un oficio práctico, porque no hay itinerarios posibles para estos casos (itinerarios que además no tendrían por qué ser vinculantes, sino que siempre podrían tener una manera de volver a la formación de tipo más académico). Pero no, este chaval, cuando cumpla los 16, estará ya tan asqueado que no querrá saber nada de sus otras opciones, que además serán todas marginales, puesto que no se habrá sacado el dichoso título. Pero claro, es que todos somos iguales, y todos tenemos el mismo derecho a la educación. Lo que uno piensa es: ¿obligar a este chico a estar en el instituto hasta los 16 es darle la misma oportunidad que a los demás chavales o por el contrario es no respetarlo en absoluto?
Tal vez, antes de enfrentarnos cara a cara con los chavales, haya que reconciliar las posturas. Porque ambas tienen su parte de razón. Los chavales son muy listos, y notan estas diferencias entre los profesores y se agarran a ellas como a un clavo ardiendo. Y no hay nada "mejor" para ellos que las fisuras entre los profes. Piensan: "si ni éstos se aclaran sobre lo que se espera de mí, no se lo voy a aclarar yo". Tienen, por supuesto, toda la razón.
Los apocalípticos están en la onda del Panfleto Antipedagógico, o en la de Gregorio Luri, que caba de sacar un libro llamado L'escola contra el món, que ya reseñé en este blog que comparto con compañeros de mi instituto. También otro profe de mi instituto escribe en su blog desde un punto de vista bastante apocalíptico. Le pueden leer aquí. Y si aún no se fían y prefieren leer a alguna autoridad, tienen al mismísimo Pérez-Reverte, cuyas venas deja hinchar en este famoso artículo. En general, son posturas que miran al pasado con nostalgia, denuncian el desastre del sistema educativo actual y el absurdo de las leyes educativas superpuestas, y exigen una mayor autoridad para el profesor. Como decía Manrique, cualquier tiempo pasado fue mejor. (Se les pasa que hoy en día lidiamos con un alumnado que en el pasado nunca habría estado escolarizado -gitanos, población marginal-, y que no se puede uno enfrentar a ellos igual que antes. También lo de Manrique era una advertencia de los peligros de la nostalgia, que desvirtúa nuestros recuerdos, más que una reivindicación del pasado, pero bueno.)
Los optimistas integrados (e integracionistas), sin embargo, creen en una escuela más respetuosa con los chavales, una escuela integradora en la que todos (tanto alumnos como profes) van a aprender. Una escuela abierta y plural en la que participan los padres, abierta al barrio. Una escuela solidaria, incluso utópica. Una escuela que no busca respuestas, sino que se hace preguntas. Los optimistas piensan que la educación no es la vía para que los chavales sepan adaptarse al mundo de los adultos, sino para que lo transformen. Siguen la estela de pedagogos como Freire, aunténtico tótem de esta facción, y tienen su mejor ejemplo de puesta en práctica en las comunidades de aprendizaje. Y frente al panfleto antipedagógico, ellos ofrecen su propio Manifiesto Pedagógico.
Pogamos por ejemplo el informe PISA, que yo he visto interpretar de manera totalmente contraria por los dos bandos. Para los pesimistas nos vamos a pique; para los optimistas, estamos por encima de muchos países desarrollados, sin ir más lejos, los propios Estados Unidos.
Ahora, tras la decisión del Tribunal Supremo con respecto al funcionamiento del Bachillerato, las dos posturas vuelven a saltar a la palestra. Los pesimistas exigentes frente a los permisivos optimistas. Y la pregunta sigue en el aire: ¿Qué hacer? ¿Cuál es la mejor manera manera de educar a un chaval, de sacar de él lo mejor que tiene? ¿Con la exigencia y el control o con el respeto y el amor incondicional?
En mi instituto, perfecto microcosmos de lo que yo sospecho que se cuece en el mundo exterior, conviven las dos posturas de manera más o menos pacífica pero, eso sí, irreconciliable. Es como una guerra fría. Con conocer un poco a cada profesor, viendo cómo se mueve, cómo respira, sabes adscribirlo a un bando o a otro. También es que yo soy muy de categorías, muy de estereotipos, y rápido los meto en un saco o en otro. Y tal vez yo sea un poco exagerado, pero creo ésa es básicamente la realidad.
Este post es una reivindicación, a la vez, de ambas posturas y de ninguna. Me explico. La postura pesimista peca de eso, de ser pesimista. Pero el panfleto antipedagógico es un auténtico disfrute como lectura, porque contiene muchas verdades. Verdades necesarias. Igual pasa con Gregorio Luri y hasta con ese profe de mi instituto con el cual no me hablo, con el cual no estoy de acuerdo en casi nada, pero al que al fin y al cabo respeto porque, aunque sé que es un auténtico gañán, yo también lo soy, y atisbo también que como poco, él es un tío interesante, con ideas (más afines o menos a la mías, pero ideas al fin y al cabo), de las que los chavales pueden sacar buena tajada. Pérez-Reverte lanza también espumarajos por la boca, pero no tiene menos razón.
La postura optimista peca igualmente de eso, de optimista y de utópica. Es la postura ideal, de eso no hay duda. Conlleva esa esperanza que uno como profesor, no puede ni debe perder, porque en el momento que la pierdes, eres menos profesor. Pero tal y como está el mundo, aplicar esta visión sin control y sin una preparación previa, sería un despiporre. Los chavales nos tomarían por el pito del sereno aún con más ahínco de lo que ya lo hacen.
La postura pesimista quiere recuperar la autoridad plena del profesor, sin pactos ni leches. Aboga por la disciplina, una disciplina que, en la práctica, aplicada sin mano izquierda en el aula, se puede volver en tu contra. Se puede volver y se vuelve, que eso me ha pasado a mí. Los optimistas, por otro lado, suelen dar poca importancia a las normas, porque confían en la bondad primigenia de los chavales. Si hay amor, ¿a quién le hacen falta las normas?
Mi duda es si de verdad ambas posturas son tan irreconciliables como al principio parece. ¿Es el amor incompatible con la disciplina, o son más bien las dos caras de una misma moneda? ¿Está la autoridad acaso en contra del respeto a los muchachos? ¿Son todos los chavales iguales o debemos respetar su diferente manera de ser? Y vamos con casos más concretos: ¿obligar a un niño a estudiar hasta los 16 años, con un único itinerario posible, tremendamente teórico, es de verdad hacerle un favor?. El otro día, un chaval en 1º de la ESO, asqueado con el sistema (y eso que sólo lleva dos trimestres en el centro), me preguntaba cuántos años le quedaban de estar en el instituto. Hasta los 16, le dije. Se quiso morir, de la desesperación. Cuatro años que se va a tirar calentando la silla y sacando de quicio al profesorado. Un chaval al que el sistema le está negando la posibilidad de formarse en un oficio práctico, porque no hay itinerarios posibles para estos casos (itinerarios que además no tendrían por qué ser vinculantes, sino que siempre podrían tener una manera de volver a la formación de tipo más académico). Pero no, este chaval, cuando cumpla los 16, estará ya tan asqueado que no querrá saber nada de sus otras opciones, que además serán todas marginales, puesto que no se habrá sacado el dichoso título. Pero claro, es que todos somos iguales, y todos tenemos el mismo derecho a la educación. Lo que uno piensa es: ¿obligar a este chico a estar en el instituto hasta los 16 es darle la misma oportunidad que a los demás chavales o por el contrario es no respetarlo en absoluto?
Tal vez, antes de enfrentarnos cara a cara con los chavales, haya que reconciliar las posturas. Porque ambas tienen su parte de razón. Los chavales son muy listos, y notan estas diferencias entre los profesores y se agarran a ellas como a un clavo ardiendo. Y no hay nada "mejor" para ellos que las fisuras entre los profes. Piensan: "si ni éstos se aclaran sobre lo que se espera de mí, no se lo voy a aclarar yo". Tienen, por supuesto, toda la razón.
viernes, 6 de marzo de 2009
La génesis de la comedia en el asiento de atrás del coche de mis padres
Desde siempre, la persona que más me ha hecho reír ha sido mi hermana. Mi única hermana, la que tanto odié y amé a partes iguales en mi infancia. La odié porque sabía sacarme de quicio como nadie. La amé porque me hacía reír hasta el delirio. Nadie sabía tocarme la fibra sensible tan bien como ella (para lo bueno y para lo malo). Yo era su peor enemigo. Yo era su mayor fan. Recuerdo los viajes en coche con mis padres; ella y yo, en el asiento de atrás. Ella, haciendo sus personajes, imitando, parodiando a familiares y conocidos. A veces, y aunque yo le sacara más de dos años, quedándose conmigo, imitándome a mí. Yo, igualmente, desternillándome vivo. Más de una vez estuvimos a punto de provocar un accidente. Mi madre, desesperada, alargaba la mano hacia atrás para pellizcarnos. Pero la comedia era imposible de parar.
Ahora mi hermana, no podía ser de otra manera, es actriz. Y me sigo riendo igual con ella. Por supuesto, es una buena actriz y ya no sólo se dedica a la comedia. Ha explorado sobre todo en el campo de la expresión corporal. Le gusta sobre todo el teatro, le gusta el método, trabajar duro. Pero también ha hecho algo de tele. Un medio en el que a los actores se les deja lucirse poco, la verdad. Pero hete aquí que durante una temporada, un año antes del ya mítico chiki chiki, hizo en un late night una sección despiporrante en la que improvisaba a un montón de personajes distintos, a cada cual más friki. La sección, está mal que lo diga pero es así, funcionaba de puta madre. Se llamaba Los incorrectos, y de lo que se trataba era de interrumpir a gente de la calle, que estaba siendo entrevistada por una cámara. Joderles el momento de gloria, vamos. Ahora, en su web, vuelvo a ver esos extractos y me sigo riendo igual, y me doy cuenta de que la génesis de todos esos personajes estaba ya, cuando apenas teníamos los diez o doce años, en ese asiento de atrás del coche en el que tanto dimos la tabarra a nuestros padres.
miércoles, 4 de marzo de 2009
Una pantera en el sótano
Sigo leyendo sin calma, sin permitirme profundizar en lo que los escritores me cuentan, y demasiado poco a poco. Eso pasa factura, y el bonito libro de Amos Oz Una pantera en el sótano sólo me lo ha parecido (bonito) después de terminarlo. Es un libro que además me ha dejado más preguntas que respuestas (¿cuál fue el papel de los británicos en la formación de Israel?, ¿no es lo mismo el yiddish que el hebreo?, ¿en qué se diferencia el hebreo antiguo del moderno?). Pero como siempre dice Pepa, para eso están los libros, para darnos cuenta de todo lo que tenemos que aprender.
lunes, 2 de marzo de 2009
La duda inquietante: ¿qué hacerles leer?
¿Cuál es tu criterio al elegir las lecturas obligatorias de cada trimestre para tus alumnos? Me preguntó una vez un tío muy inteligente, pero con una clara intención tramposa. Las que me gustan a mí, las que fueron mis preferidas en mi infancia y adolescencia, respondí tan alegremente. Entonces él se sacó el as de la manga, y empezó a echarme en cara que eso era claramente una forma de fascismo, porque era una imposición de mis gustos a unos chavales fácilmente moldeables. Es verdad, le dije, pero es que no encuentro otra manera mejor de motivarlos, me es prácticamente imposible obligarlos a leer algo que a mí no me gusta. Los chavales se lo huelen rápido, y no se lo leen. Sin embargo, si a mí me ven ilusionado con el libro, no te digo que se vayan a lanzar a él ávidamente, pero por lo menos le darán una oportunidad. Además, qué coño, que mandar una lectura no consiste sólo en eso, sino que exige un seguimiento si no diario, sí al menos semanal, especialmente en los niveles inferiores, y yo como profesor también quiero disfrutar de ese seguimiento, y que haya una retroalimentación continua.
También me ha pasado alguna vez que una lectura en la que yo apenas confiaba, ha resultado ser todo un éxito. Fue con una adaptación de La Odisea de Vicens Vives. A mí las aventuras, por mucho que sean clásicas, nunca me han gustado. Siempre me ha provocado ansiedad eso de tener que seguir las vicisitudes de los protagonistas lejos de casa. Pero a los chavales este libro les apasionó. ¿Qué pasa entonces? Pues que, si les tienes un mínimo respeto a esos chavales, tú, como profesor, tienes que ir al libro e intentar verlo desde una nueva perspectiva, y lo que antes ha gustado a los chavales, te terminará gustando también a ti.
Pero a lo que iba: esto suele ocurrir menos. Lo normal es que yo, como profe, decida sobre la base de lo que me ha gustado a mí. Esta sutil forma de imposición me ha funcionado sobre todo en los niveles más bajos, donde lo último que piensas es en clásicos, pero también lo aplico en esos niveles altos (3º y 4º de la ESO), a pesar de que mi postura no sea siempre aplaudida por mis compañeros de departamento. Qué quieren, a mí lo último que se me ocurre es mandarle algo de Galdós a un chaval de 16 años. O pon un Baroja, por ejemplo. El año pasado lo intenté yo mismo con La busca y se me atragantó a mí, conque imagínate a ellos. Para esos autores duros de roer, ya está el Bachillerato.
¿Y qué lecturas son las que más me han funcionado? Pues ahí va un repaso a algunas de ellas, así como los cursos en las que las he usado:
Manolito Gafotas, que es un libro de primaria, pero que vale para los recién llegados al instituto, más que nada porque llegan con un nivel tan pésimo que en la primaria no han visto ni por asomo un libro de más de 30 páginas. Lo bueno de estos libros es que aunque sean tremendamente infantiles, los chavales no los suelen rechazar, porque como literatura costumbrista los libros son un crack. Elvira, hija, qué haríamos sin ti. Los chavales que en el instituto tienen un gran desfase no son capaces de leer nada medianamente complicado, pero tampoco quieren tragarse infantiladas, porque ya son adolescentes, con otros gustos. Por eso los Manolitos suelen funcionar, porque son mucho más que libros infantiles.
Un agujero en la alambrada, de François Sautereau. En principio el post iba a estar dedicado exlusivamente a este libro, pero es que al final me he calentado. Un agujero... fue mi libro favorito de la infancia, y eso que la primera parte me costó leerla. Actualmente está descatalogado, pero cada año lo suelo fotocopiar a destajo para los de 1º, y funciona bastante bien. La primera parte, como decía, es más dura, y necesita más seguimiento. En la segunda parte la trama se dispara, se pone muy emocionante, y se les puede dejar solos leyéndolo. A lo mejor no les apasiona a todos, pero siempre hay dos o tres en cada clase que suelen alucinar con la historia, igual que me pasó a mí años atrás.
La historia interminable. Ya os he dicho que jamás me gustaron las aventuras, pero este libro fue la única y gran excepción de todo lo que leí en mi niñez (en la cual jamás quise saber nada de enanos, hadas o hobbits). Pero es que el libro de Michael Ende es mucho más. Podría decir que es uno de los mejores tratados que se han escrito jamás sobre la creación literaria, pero eso a los chicos les da igual. Aun así, algo les llega también de esas reflexiones. Y eso es lo bueno del libro, que tiene mil niveles distintos de lectura, y que por eso vale para cualquier nivel de la ESO. Yo el año pasado lo usé en un 1º pata negra. Este año, el nivel es pésimo, pero igual les está gustando. Lo que este libro no pueda...
La ciudad de las bestias. La Allende se lo monta muy pero que muy bien en esta novela de aventuras de trasfondo ecológico, dirigida al público más joven e ideal para un 1º o un 2º. Después hay una segunda y una tercera parte, o sea, que puede servir de anzuelo para que muchos de ellos sigan leyendo.
Como un espejismo. Este libro de apenas 100 páginas engancha en cualquier nivel. No trata apenas de nada, sólo del amor de verano de un chico en un pueblo de montaña catalán. Pero es que está muy bien escrito, y como decía una compañera mía del departamento, "les gusta porque en el fondo no es literatura juvenil". No le falta razón. Los protagonistas son jóvenes, pero la forma de contar las cosas es de una lucidez apabullante.
Llámame simplemente Súper. Otro libro de cabecera de mi infancia. Es algo deprimente, pero está muy bien escrito e igualmente son tan sólo unas 100 páginas. Para un 2º es ideal.
Memorias de Idhún. Más aventuras, pero es que Laura Gallego las cocina muy bien. En este libro hay de todo para hincarle el diente. La fantasía, sí, está ahí, pero también una historia de amor a tres bandas que termina enganchando a chicas, y también a la mayoría de los chicos. No hay nada como un trío amoroso para que el interés narrativo suba como la espuma. También funciona de maravilla como anzuelo para que después los chavales se lean por su cuenta la segunta y tercera parte, que por lo que me han contado (yo no las he leído) son bastante más densas y profundas.
La trilogía de Getafe, escrita por Lorenzo Silva y compuesta de los títulos Algún dia, cuando pueda llevarte a Varsovia, El cazador del desierto y La lluvia de París. Para 3º y 4º son ideales, y suele encantarles, aunque es verdad que en estas edades los gustos están más definidos y te puedes encontar con todo tipo de respuesta entre los chavales. No digo que sean libros imprescindibles, pero sí muy valiosos. El nivel literario es bueno, y las historias les ayudan a trabajar la introspección y a conocerse más a sí mismos en ese duro paso de la infancia a la juventud. A las chicas les suele gustar más.
El guardián entre el centeno. Lo suelo mandar porque es uno de mis libros favoritos. La verdad es que lo leí por primera vez ya casi con 20 años, con lo cual no sé si me habría gustado tanto con 15. A los chavales el comienzo les suele gustar, y si se trabaja un poquito con ellos, puede pasar bien. Yo siempre les digo lo mismo, cuando están empezando el libro: de lo que os cuenta Holden, creeros la mitad. Ellos al principio, tan poco acostumbrados a los juegos literarios, se extrañan, pero al final terminan comprendiendo que los narradores de una historia no tienen por qué ser de fiar.
La casa de los espíritus / Cien años de soledad. La primera novela fue, a mis 15 años, la puerta de entrada hacia la literatura hispanoamericana. Si te encuentras con unos chavales de 4º listos y con buen nivel, les puedes mandar directamente Cien años de soleadad (ya hablaba Vargas Llosa en su estudio sobre la obra, y no sé si con doble intención, de "su facultad de estar al alcance, con premios distintos pero abundantes para cada cual, del lector inteligente y del imbécil, del refinado que paladea la prosa, contempla la arquitectura y descifra los símbolos de una ficción y del impaciente que solo atiende a la anécdota cruda). Como lo que dice Vargas Llosa no es del todo verdad, al menos si aterrizamos en la cruda realidad de nuestros cuartos de la ESO, es mejor ir poco a poco y comenzar con la novela de la Allende, mucho menos ambiciosa, vale, pero que igualmente supone toda una experiencia narrativa, más a mano para los chavales y encima con una perspectica femenina que en el caso de los alumnos de clases más deprimidas, imbuidos en un machismo aún muy feroz, es muy aconsejable.
Hay más. En teatro, ya hablé del delirante Don Álvaro, que es aconsejable leer cuando menos capacidad crítica se tiene, esto es, en la adolescencia, porque si no, uno se queda sólo en el despiporre. Y en cuanto a mi amado Lorca, La zapatera prodigiosa es precisamente eso, un prodigio a la hora de enganchar a los más pequeños. La obra, trabajada en un 1º o en 2º de la ESO, deja de ser una farsita menor para convertirse en un auténtico y genuino hallazgo que gusta a todo tipo de chavales. Y para 4º, por supuesto, no se pueden dejar de leer esas Bodas de sangre, puro poderío lorquiano que te agarra y no te suelta hasta el final.
Ahora me encuentro en un momento de impasse con un 2º de la ESO de muy buen nivel y al que ya le di clase en 1º. Después de alambradas, historias interminables, zapateritas, ciudades llenas de bestias, espejismos e incursiones en el mundo mágico de Idhún, me veo ante el vacío más inquietante: no termino de encontrar una lectura a la altura de las circunstancias. Como sé que últimamente me leen muchos colegas de profesión (y no sabéis la ilu que esto me hace), se admiten todo tipo de propuestas. ¡Un saludo, por cierto, a todos!
También me ha pasado alguna vez que una lectura en la que yo apenas confiaba, ha resultado ser todo un éxito. Fue con una adaptación de La Odisea de Vicens Vives. A mí las aventuras, por mucho que sean clásicas, nunca me han gustado. Siempre me ha provocado ansiedad eso de tener que seguir las vicisitudes de los protagonistas lejos de casa. Pero a los chavales este libro les apasionó. ¿Qué pasa entonces? Pues que, si les tienes un mínimo respeto a esos chavales, tú, como profesor, tienes que ir al libro e intentar verlo desde una nueva perspectiva, y lo que antes ha gustado a los chavales, te terminará gustando también a ti.
Pero a lo que iba: esto suele ocurrir menos. Lo normal es que yo, como profe, decida sobre la base de lo que me ha gustado a mí. Esta sutil forma de imposición me ha funcionado sobre todo en los niveles más bajos, donde lo último que piensas es en clásicos, pero también lo aplico en esos niveles altos (3º y 4º de la ESO), a pesar de que mi postura no sea siempre aplaudida por mis compañeros de departamento. Qué quieren, a mí lo último que se me ocurre es mandarle algo de Galdós a un chaval de 16 años. O pon un Baroja, por ejemplo. El año pasado lo intenté yo mismo con La busca y se me atragantó a mí, conque imagínate a ellos. Para esos autores duros de roer, ya está el Bachillerato.
¿Y qué lecturas son las que más me han funcionado? Pues ahí va un repaso a algunas de ellas, así como los cursos en las que las he usado:
Manolito Gafotas, que es un libro de primaria, pero que vale para los recién llegados al instituto, más que nada porque llegan con un nivel tan pésimo que en la primaria no han visto ni por asomo un libro de más de 30 páginas. Lo bueno de estos libros es que aunque sean tremendamente infantiles, los chavales no los suelen rechazar, porque como literatura costumbrista los libros son un crack. Elvira, hija, qué haríamos sin ti. Los chavales que en el instituto tienen un gran desfase no son capaces de leer nada medianamente complicado, pero tampoco quieren tragarse infantiladas, porque ya son adolescentes, con otros gustos. Por eso los Manolitos suelen funcionar, porque son mucho más que libros infantiles.
Un agujero en la alambrada, de François Sautereau. En principio el post iba a estar dedicado exlusivamente a este libro, pero es que al final me he calentado. Un agujero... fue mi libro favorito de la infancia, y eso que la primera parte me costó leerla. Actualmente está descatalogado, pero cada año lo suelo fotocopiar a destajo para los de 1º, y funciona bastante bien. La primera parte, como decía, es más dura, y necesita más seguimiento. En la segunda parte la trama se dispara, se pone muy emocionante, y se les puede dejar solos leyéndolo. A lo mejor no les apasiona a todos, pero siempre hay dos o tres en cada clase que suelen alucinar con la historia, igual que me pasó a mí años atrás.
La historia interminable. Ya os he dicho que jamás me gustaron las aventuras, pero este libro fue la única y gran excepción de todo lo que leí en mi niñez (en la cual jamás quise saber nada de enanos, hadas o hobbits). Pero es que el libro de Michael Ende es mucho más. Podría decir que es uno de los mejores tratados que se han escrito jamás sobre la creación literaria, pero eso a los chicos les da igual. Aun así, algo les llega también de esas reflexiones. Y eso es lo bueno del libro, que tiene mil niveles distintos de lectura, y que por eso vale para cualquier nivel de la ESO. Yo el año pasado lo usé en un 1º pata negra. Este año, el nivel es pésimo, pero igual les está gustando. Lo que este libro no pueda...
La ciudad de las bestias. La Allende se lo monta muy pero que muy bien en esta novela de aventuras de trasfondo ecológico, dirigida al público más joven e ideal para un 1º o un 2º. Después hay una segunda y una tercera parte, o sea, que puede servir de anzuelo para que muchos de ellos sigan leyendo.
Como un espejismo. Este libro de apenas 100 páginas engancha en cualquier nivel. No trata apenas de nada, sólo del amor de verano de un chico en un pueblo de montaña catalán. Pero es que está muy bien escrito, y como decía una compañera mía del departamento, "les gusta porque en el fondo no es literatura juvenil". No le falta razón. Los protagonistas son jóvenes, pero la forma de contar las cosas es de una lucidez apabullante.
Llámame simplemente Súper. Otro libro de cabecera de mi infancia. Es algo deprimente, pero está muy bien escrito e igualmente son tan sólo unas 100 páginas. Para un 2º es ideal.
Memorias de Idhún. Más aventuras, pero es que Laura Gallego las cocina muy bien. En este libro hay de todo para hincarle el diente. La fantasía, sí, está ahí, pero también una historia de amor a tres bandas que termina enganchando a chicas, y también a la mayoría de los chicos. No hay nada como un trío amoroso para que el interés narrativo suba como la espuma. También funciona de maravilla como anzuelo para que después los chavales se lean por su cuenta la segunta y tercera parte, que por lo que me han contado (yo no las he leído) son bastante más densas y profundas.
La trilogía de Getafe, escrita por Lorenzo Silva y compuesta de los títulos Algún dia, cuando pueda llevarte a Varsovia, El cazador del desierto y La lluvia de París. Para 3º y 4º son ideales, y suele encantarles, aunque es verdad que en estas edades los gustos están más definidos y te puedes encontar con todo tipo de respuesta entre los chavales. No digo que sean libros imprescindibles, pero sí muy valiosos. El nivel literario es bueno, y las historias les ayudan a trabajar la introspección y a conocerse más a sí mismos en ese duro paso de la infancia a la juventud. A las chicas les suele gustar más.
El guardián entre el centeno. Lo suelo mandar porque es uno de mis libros favoritos. La verdad es que lo leí por primera vez ya casi con 20 años, con lo cual no sé si me habría gustado tanto con 15. A los chavales el comienzo les suele gustar, y si se trabaja un poquito con ellos, puede pasar bien. Yo siempre les digo lo mismo, cuando están empezando el libro: de lo que os cuenta Holden, creeros la mitad. Ellos al principio, tan poco acostumbrados a los juegos literarios, se extrañan, pero al final terminan comprendiendo que los narradores de una historia no tienen por qué ser de fiar.
La casa de los espíritus / Cien años de soledad. La primera novela fue, a mis 15 años, la puerta de entrada hacia la literatura hispanoamericana. Si te encuentras con unos chavales de 4º listos y con buen nivel, les puedes mandar directamente Cien años de soleadad (ya hablaba Vargas Llosa en su estudio sobre la obra, y no sé si con doble intención, de "su facultad de estar al alcance, con premios distintos pero abundantes para cada cual, del lector inteligente y del imbécil, del refinado que paladea la prosa, contempla la arquitectura y descifra los símbolos de una ficción y del impaciente que solo atiende a la anécdota cruda). Como lo que dice Vargas Llosa no es del todo verdad, al menos si aterrizamos en la cruda realidad de nuestros cuartos de la ESO, es mejor ir poco a poco y comenzar con la novela de la Allende, mucho menos ambiciosa, vale, pero que igualmente supone toda una experiencia narrativa, más a mano para los chavales y encima con una perspectica femenina que en el caso de los alumnos de clases más deprimidas, imbuidos en un machismo aún muy feroz, es muy aconsejable.
Hay más. En teatro, ya hablé del delirante Don Álvaro, que es aconsejable leer cuando menos capacidad crítica se tiene, esto es, en la adolescencia, porque si no, uno se queda sólo en el despiporre. Y en cuanto a mi amado Lorca, La zapatera prodigiosa es precisamente eso, un prodigio a la hora de enganchar a los más pequeños. La obra, trabajada en un 1º o en 2º de la ESO, deja de ser una farsita menor para convertirse en un auténtico y genuino hallazgo que gusta a todo tipo de chavales. Y para 4º, por supuesto, no se pueden dejar de leer esas Bodas de sangre, puro poderío lorquiano que te agarra y no te suelta hasta el final.
Ahora me encuentro en un momento de impasse con un 2º de la ESO de muy buen nivel y al que ya le di clase en 1º. Después de alambradas, historias interminables, zapateritas, ciudades llenas de bestias, espejismos e incursiones en el mundo mágico de Idhún, me veo ante el vacío más inquietante: no termino de encontrar una lectura a la altura de las circunstancias. Como sé que últimamente me leen muchos colegas de profesión (y no sabéis la ilu que esto me hace), se admiten todo tipo de propuestas. ¡Un saludo, por cierto, a todos!
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