miércoles, 1 de abril de 2009

Hamlet deconstruido (y borroso)



Ayer vi el Hamlet de Tomas Pandur (o de Blanca Portillo): una deconstrucción bestial (para lo bueno y para lo malo) que tuve que ver sin gafas porque, tonto de mí, me las había olvidado. Una pena, porque en el caso de este montaje lo visual era mucho más importante (e impactante) que el texto en sí. Un texto que a ratos, como he leído por ahí, parecía ahogarse entre tanta parafernalia, pero que otra veces cobraba una fuerza única gracias precisamente a esa misma parafernalia.

Con lo del elemento visual no me refiero sólo al hecho de que la plana al completo de los actores de moda, ricos ricos, salieran en pelota picada (que también). Había mucho más. De todas maneras yo eso (los desnudos y todo lo demás) me lo perdí mientras pensaba, como Ricardo III, que en ese momento hubiera dado mi reino y lo que hiciera falta no por un caballo, sino por un par de lentes de aumento para mi leve miopía; sí, leve, pero que en el caso de este montaje tan esteticista marcaba una gran diferencia.

Y qué decirles, pues que yo me quedo con lo que Juan Diego Botto hizo pocos meses ha: un montaje mucho más al uso pero con mucho más donde morder. Eso tampoco quiere decir que lo que haya hecho Tomaz Pandur esté mal. Qué va: las dos primeras horas son de puro disfrute estético, y se pasan en un suspiro. Lo del descanso (integrado en la obra no como un algo más, sino como parte esencial para el devenir de la acción) es alucinante: Asier Echeandía está sencillamente grandioso. Y la segunda parte, pues se hace bastante más pesada y es lo más desigual, pero al menos ya estás dentro del juego y tampoco es que desespere. En total son cuatro horas que no es que se hagan cortas, pero tampoco se pasan nada mal.

A destacar Blanca Portillo, por supuesto, y un Hugo Silva quizá demasiado histriónico y ratos un poco chuloputas, pero que cuando llega el momento de su monólogo está de impresión. Félix Gómez, como Horacio, está para comérselo, aunque sospecho que por no llevar gafas me perdí lo mejor de su actuación. Nur Al Levi, como Ofelia, estaba pasable, aunque este montaje le restaba gran parte de su drama al personaje. Por último, Quim Gutiérrez, como Laertes, estaba francamente flojo. Lo mejor es el baile a pecho descubierto que se marca en el descanso (está como un torete, este chaval), pero cuando abre la boca, en especial cuando tiene que llorar ante su hermana muerta, no transmitía nada.

En conjunto, la obra parece más una deconstrucción del texto de Shakespeare, a modo de homenaje, que un Hamlet de verdad, y eso que se termina escenificando el texto original casi íntegro. Eso en sí no es algo malo, pero hay demasiada pausa, demasiado acercamiento estético que rompe con el ritmo inherente que Shakespeare imprime a casi todas sus obras. Porque Shakespeare es drama, es tragedia, es agonía, vale; pero también es ritmo, y eso parece que a Pandur se la traía más al fresco.

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