domingo, 28 de junio de 2009

Alba, como Platero

Alba es pequeña, peluda, suave. Apenas tres kilos de nervios, pero toneladas de aires de princesa. Le toco el hocico -blando, húmedo, rugoso- y se lo vuelve a mojar, molesta, con la lengua. Como Platero, "sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro".

Por la noche, enroscada junto a mi cama, sueña. Sueña, imagino yo, con las eternas cuevas de las minas de Yorshire de sus ancestros. Recorre túneles oscuros, buscando ratonzuelos. A veces, esas cuevas sin luz se tornan pesadilla. Alba tiene espasmos: me despierta. Saco la mano de la manta y la acerco a su lomo, a su cabeza dorada. La acaricio tibiamente, y ella se remueve y se calma. Suspira y sigue durmiendo.

Come cuanto le doy, y todo lo que le dan los demás. Trota alrededor de la mesa, expectante. Pero sólo sabe digerir sus croquetas. Lo demás, pobre, lo vomita. Engulle como si la vida se le fuera en ello. Se atraganta, pero no deja de engullir. Se crió en una perrera y sigue pensando en cientos de rivales al acecho, dispuestos a quitarle el exquisito bocado.

Cuando llegó a la casa, con dos años, me contaron que andaba desgreñada y furtiva. Ahora tiene quince, pero aún camina como una princesa. Después de enfrentarse a los perros más grandes (los chicos no le interesan), alza la cabecita orgullosa, como si no hubiera hecho falta que su dueño tirara de la correa, la alzara al vuelo y la pusiera a buen recaudo, en su pecho.

Alba no ladra. Qué vulgaridad, piensa. Cuando quiere llamar la atención sólo estornuda. Lo hace con fruición, una y otra vez. Nosotros nos reímos y ella se queda mirando, impertérrita. La subimos al sofá y entonces alza su cabecita triunfante de "aquí estoy yo", justo antes de recostarse junto a mí. Busca mi brazo y se pone manos a la obra. Saca la lengua y empieza a chupar. Yo la dejo y pienso, sólo es el brazo. A la media hora tengo que ir al baño a frotarme con agua y jabón, pero no me importa.

Alba sólo ladra, como un resorte, al grito de "¿Vamos a la calle?". Me han dicho que ahora, a veces, ya no quiere salir. Albita está vieja, cansada. Se resiste a moverse. Pero yo sigo pensando en ese momento en el que le gritaba y ella se ponía a ladrar y a estornudar y a claquetear en el suelo, histérica de puro disfrute:

-¡Alba! ¿Vamos a la calle?

Y en mi cabeza, le sigo poniendo su correa roja mientras me mira con sus ojos negros. Y ella sigue corriendo y oliendo cada rincón, ansiando pisar la calle.

sábado, 27 de junio de 2009

Pocoyó / Una reivindicación



Lo de que Pocoyó es un peligro para los niños es el típico ejemplo de noticia manipulada en pos del sensacionalismo más burdo. Vale. Pero también Arturo Canalda, el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, tendría que haber tenido más cuidado a la hora de poner ejemplos de series que "presentan una visión excesivamente autónoma de la infancia, en la que los menores se relacionan básicamente entre ellos, como si vivieran en un mundo autosuficiente y eternamente infantil en el que el adulto solo aparece de modo secundario y, en algunos casos, amenazante de ese mundo idílico". Menuda chorrada.

No estoy en contra del autocontrol, o del control externo de la televisión. Hay muchos que se llenan la boca con la palabra censura, pero para mí no es lo mismo. El control es necesario. Pero con chorradas como éstas del defensor del menor, se lo está poniendo en bandeja a aquéllos que enarbolan la bandera de la libertad de expresión para cometer las mayores burradas. ¡Pocoyó! ¿estamos locos?

Pocoyó es una joya no sólo de la televisión infantil, sino una joya del lenguaje audiovisual en general, más allá de que esté dirigido a niños. Y lo es tanto de factura como de contenido. Es una delicia. Si lo ves con un niño al lado, mejor. Pero no hace falta. Es lo mejor que ha dado el audiovisual español en muchos años. Vean, vean:


viernes, 26 de junio de 2009

¿Innecesario?



Lo de que el orgullo gay es innecesario se ha convertido últimamente en un tópico recalcitrante. Que de una reivindicación de los más básicos derechos haya pasado a ser una fiesta lasciva y frívola, vale. Pero eso no es excusa para defenestrarla. Además, ¿acaso la lascivia y la frivolidad son malas? El orgullo gay se ha desvirtuado, dicen. Pues claro, la situación ya no es la misma de hace décadas. Y mira por dónde, podría ponerme reivindicativo y soltar ese otro tópico de que aún no está todo ganado (que es verdad, aunque en esta burbuja madrileña se nos olvide), pero no va a ser ése el discurso de este post.

El orgullo ya no es una reivindicación de derechos (para eso ya están Zerolo y Zapatero y las nuevas leyes) sino una fiesta de la visibilidad. Una visibilidad que para unos puede estar mal enfocada, por poco estratégica. Tanta drag, tanta pluma, tanto cuero, tanto tío en bolas. Eso sólo produce rechazo, dicen. Digo yo que para ésos, todos los gays tendrían que salir en traje de chaqueta y corbata. Pero es que no es respeto lo que se busca; es, again, la visibilidad. El respeto viene luego. Y sin visibilidad, ese respeto es falso. Aceptar a un gay que se comporta como hetero, ¿qué mérito tiene? Cuando Boris Izaguirre se ponía en bolas delante de media España; cuando los gays más estrambóticos de Chueca salen por la tele semi desnudos, con tacones y látigo en mano; cuando un amigo gay reconoce que se tira a todo lo que se mueve; todo eso produce rechazo. Y yo no lo niego, claro que lo produce. Pero a lo mejor es que irónicamente se trata de eso. El rechazo es el comienzo de algo, de una realidad que se admite como existente, aunque sea para que no guste.

Y la gente tiene todo el derecho a decir que no les gustan los gays, estaría bueno. A lo que no tienen derecho es a negar su existencia. Claro que como eso no pasa en Madrid (en el centro de Madrid), entonces, ¿por qué no hacer la cabalgata en Bollullos del Condado? Pues sí, quizá ahí sea más necesaria, pero no me pueden negar que logísticamente sería bastante complicadilla de montar. Los gays no son como los kikos, dispuestos a recorrerse media España en autobús para lanzarse a las calles de una ciudad extraña, al menos si a cambio no hay juerga y folleteao garantizado. Pero es que para eso está la tele, para que ese hombre de la boina que llega de arar el campo en Bollullos, vea en el parte de la 1 el desfile, y flipe en colores con algo impensable hace unos años. Y echará pestes por la boca, y gritará maricones de mierda, pero por lo menos pensará, aunque no lo reconozca: son de mierda, pero son muchos...

You and me, in Spain!



Escribo esto mientras en el patio interior de mi bloque suena Billie Jean a todo trapo. Desde mi baño, en el otro extremo de la casa, escucho tras la pared los compases de The way you make me feel. A mí el fenómeno Michael Jackson me cogió sólo de refilón. Cuando teníamos 13 años, mi amigo Curro lo escuchaba constantemente. Yo seguía anclado en los recopilatorios infantiles, y cuando empecé a escuchar música de verdad lo hice directamente con Beethoven. Superada la etapa friki, a Michael Jackson sólo lo escuché de verdad con el Dangerous, que para muchos no estaba a la altura de los discos anteriores, en parte porque Jackson ya no había contado con Quincy Jones para producirle el disco. Pero a mí me pareció genial. La canción que más me gustaba, y que más me sigue gustando, es Remember the time. Es puro pop de la mejor calidad: una letra típica y tópica y una música pegadiza que nunca nunca se agota. Y qué decir del vídeo: pura filigrana kitsch.

Michael ya estaba blanco blanco, pero aún no se atisbaba esa decadencia que ha marcado el final de su vida. Su progresivo blanqueamiento puede tener muchas lecturas; yo me quedo con la que Michael Jackson no fue ni blanco ni negro, fue las dos cosas a la vez. Durante un tiempo lo fue todo. Y ahora lo volverá a ser, ya para siempre.

***

De Remember the time, me encantaba ese verso que decía "you and me, in Spain". Qué gracia, que ese país anodino en el que me había tocado nacer, fuera para otros el colmo de lo exótico

miércoles, 24 de junio de 2009

Lavorare lavorare / Preferisco il rumore del mare

Parece una tontería, pero la etimología de las palabras a veces despeja toda duda sobre las sociedades que usan esas palabras. Vamos a enfrentar dos términos que signican los mismo, en inglés y en español, pero que en el fondo significan todo lo contrario, como contrarias son las dos culturas que las usan.

NEGOCIO: Viene del latín. Nec-otium. No-ocio. O sea, que tiene un significado negativo. En español negocio significa estar negado de algo (del ocio). O sea, estar mal, estar alienado, estar al contrario de lo que es natural en la vida.

BUSINESS: Es lo mismo pero en inglés. Aunque no es lo mismo, ni de coña. Business es la acción y el efecto de estar busy (ocupado), algo que para los ingleses es esencial. Si no estás busy no eres nadie. Para un inglés, decir I'm busy (ya sea laboral o socialmente) es todo un orgullo. El significado, por tanto, no puede ser más positivo.

Es el eterno enfrentamiento entre norte y sur, anglosajones y mediterráneos, protestantes y católicos. Marx y su "el trabajo dignifica al hombre" nunca podría haber nacido en el Mediterráneo. Porque para los mediterráneos lo que dignifica al hombre no es eso. Es la familia, los amigos, los paseítos sin rumbo fijo, sentarse a la fresca, los encuentros casuales: todo aquello que NO está planificado NI tiene una finalidad. ¿Absurdo? Vale, pero lo absurdo también puede ser grandioso.

Procesos frente a objetivos. No digo que sea mejor. No es eso. Unos amigos americanos se apuntaron hace poco a una fiesta de españoles. Al salir de la casa, decidimos ir al centro. Quince, casi veinte personas deambulando por Madrid, a la 1 de la madrugada, sin rumpo fijo. Lo típico de cuando se juntan más de tres españoles. Los americanos flipaban. Fucking Spanish, decían, y no les faltaba razón. ¿Cuándo vamos a llegar al bar? ¿Cuándo vamos a empezar a divertirnos?, decían. De lo que no se daban cuenta es de que al bar en cuestión probablemente no llegaríamos nunca. Que la diversión había empezado ya, con veinte frikis vagando por la noche de Madrid. The way to the party is already the party. Porque nunca sabes qué va a haber al final. Porque eso es lo de menos. Para los americanos, la noche no fue productiva. Para los españoles no es que lo fuera, es que ni siquiera pensaban en esos términos.

No digo que sea mejor. La familia, los amigos y todo eso pueden reprimirte y oprimirte igual que cualquier trabajo. Veinte amigos deambulando y discutiendo por dónde ir, también puede convertirse en un suplicio. Digo sólo que es diferente.

En Ascoli Piceno, Italia, hay un monumento que reza lo que se ve en la foto:



Lavorare lavorare lavorare
Preferisco il rumore del mare

Esto lo colocas en una Inglaterra o una Alemania, y como mínimo se consideraría un mensaje subversivo. En Italia (en España), no significa más que lo que dice: ¿Trabajar? Prefiero el rumor del mar.

viernes, 19 de junio de 2009

Arrasó (y seguirá arrasando)



A Pretty Woman se le pueden echar en cara muchas cosas. Su simpleza. El absurdo de su argumento. Lo facilón del planteamiento. Vale. Es verdad. Pero ayer volvió a arrasar en su enésima emisión por la tele. ¿Por qué?

Pues porque es una peli fácil, vale, pero no mala. Es fácil, simple y hasta absurda, pero igual que lo son los cuentos de hadas, que siguen triunfando y triunfarán por los siglos de los siglos. Pretty Woman conjuga los ingredientes de esos cuentos y los de la comedia romántica más americana, y lo hace con maestría. Es una puesta al día de la Cenicienta que incluso mejora el original sin perder nada de su fuerza. Y sí, Richard Gere es un soso, pero, ¿no lo son acaso todos los príncipes azules? ¿Quién recuerda los nombres de los príncipes en La Cenicienta, o en La Bella Durmiente? Nadie. En estas historias las protagonistas de verdad son ellas. Porque no nos engañemos, la historia de La Cenicienta, o de Pretty Woman, que lo mismo da, no es una historia de amor, es una historia de superación individual, y Julia Roberts asumió el reto más que bien.

La tele ya no es lo que era. Pretty Woman nunca volverá a superar el 50% de share que tuvo en su primera emisión, allá por los noventa. Pero seguirá siendo un valor seguro de cualquier cadena que la emita. Igual que La Cenicienta seguirá siendo un valor seguro para cualquier niña a la que queramos embaucar con fantasías absurdas, pero no por ello menos efectivas.

martes, 16 de junio de 2009

Uno de Rodari

Sul pianeta Bih non ci sono libri. La scienza si vende e si consuma in bottiglie. La storia è un liquido rosso che sembra granatina, la geografia un liquido verde menta, la grammatica è incolore e ha il sapore dell'acqua minerale. Non ci sono scuole, si studia a casa. Ogni mattina i bambini, secondo l'età, debbono mandar giú un bicchiere di storia, qualche cucchiaiata di aritmetica e va via. Ci credereste? Fanno i capricci lo stesso.
-Su, da bravo -dice la mamma,- non sai quanto è buona la zoologia. È dolce, dolcissima. Domandalo a Carolina.- (che è il robot elettronico di servizio).
La Carolina, generosamente, si offre di assaggiare per prima il contenuto della bottiglia. Se ne versa un dito nel bicchiere, lo beve, fa schioccare la lingua:
-Uh, se è buona, -esclama, e subito comincia a recitare la zoologia:
-"La mucca è un quadrupede ruminante, si nutre di erba e ci dà il latte con la cioccolata".
-Hai visto? -domanda la mamma trionfante. Lo scolaretto nicchia. Sospetta ancora che non si tratti di zoologia, ma di olio di fegato di merluzzo. Poi si rassegna, chiude gli occhi e trangugia la sua lezione tutta in una volta. Applausi.
Ci sono, si capisce, anche scolaretti diligenti e studiosi: anzi, golosi. Si alzano di notte a rubare la storia-granatina, e leccano fin l'ultima goccia dal bicchiere. Diventano sapientissimi.
Per i bambini dell'asilo ci sono delle caramelle istruttive: hanno il gusto della fragola, dell'ananas, del ratafià, e contengono alcune facili poesie, i nomi dei giorni della settimana, la numerazione fino a dieci.
Un mio amico cosmonauta mi ha portato per ricordo una di quelle caramelle. L'ho data alla mia bambina, ed essa ha cominciato subito a recitare una buffa filastrocca nella lingua del pianeta Bih, che diceva presapoco:

anta anta pero per
penta pinta pim però

e io non ci ho capito niente.

***

En el planeta Bih no hay libros. La ciencia se vende y se consume en botellas.
La historia es un líquido colorado como una granada; la geografía, un líquido color verde menta; la gramática es incolora y sabe a agua mineral. No hay escuelas; se estudia en casa. Los niños, según la edad, han de tomarse cada mañana un vaso de historia, algunas cucharadas de aritmética, etcétera.
¿Vais a creerlo? Son caprichosos igualmente.
-Vamos, sé bueno -dice mamá-; no sabes lo rica que está la zoología. Es dulce, dulcísima. Pregúntaselo a Carolina. -que es el robot electrónico de servicio.
Carolina se ofrece generosamente para probar antes el contenido de la botella. Se echa un poquitín en el vaso, se lo toma y lo paladea:
-¡Huy!, ya lo creo que está rica -exclama.
E inmediatamente comienza a recitar la lección de zoología:
-”La vaca es un cuadrúpedo rumiante que se alimenta de hierba y nos proporciona el chocolate con leche”.
-¿Has visto? - pregunta mamá, triunfante.
El pequeño colegial se queja. Todavía sospecha que no se trate de zoología, sino de aceite de hígado de bacalao. Luego se resigna, cierra los ojos y engulle su lección de un solo trago. Aplausos.
Naturalmente también hay, como es lógico, algunos colegiales diligentes y estudiosos: es más, golosos. Se levantan por la noche para tomarse a escondidas la historia-granada y se beben hasta la última gota del vaso. Se vuelven muy sabios.
Para los niños de los parvularios hay caramelos instructivos: tienen sabor de fresa, de piña, de cereza, y contienen algunas poesías fáciles de recordar, los nombres de los días de la semana y la numeración hasta diez.
Un amigo mío cosmonauta me ha traído uno de estos caramelos como recuerdo. Se lo he dado a mi pequeña e inmediatamente ha empezado a recitar una poesía cómica en el idioma del planeta Bih, que decía más o menos:

anta anta pero pero
penta pinta pim peró

y yo no me he enterado de nada.

domingo, 14 de junio de 2009

Fabulosos destinos / La grandeza del buen rollito

Cuando hace años tanto la francesa Amélie como la argentina El hijo de la novia fueron nominadas al Oscar a la mejor película extranjera, el debate en España se posicionó a favor de la película argentina. Yo había visto las dos pelis y siempre defendí la francesa. ¿Por qué? Pues porque aunque la argentina fuera un melodrama modélico y en suma una peli preciosa, a mí me parecía que no añadía nada nuevo. Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, sin embargo, era un festival continuo para los ojos y para la mente. Todo en ella era nuevo: la protagonista, la forma de actuar de los personajes, la dirección de Jean Pierre Jeunet, la historia en sí...

Lo gracioso es que a Jeunet no le había hecho falta contar nada especialmente grande: lo nuevo estaba en la singular óptica que a priori deformaba las cosas más pequeñas y más mundanas. También las más reales. De eso me di cuenta años después, cuando visité París de manera más o menos asidua, y fui al bar brasserie Les deux moulins, que estaba exactamente igual a como salía en la película. O cuando en el metro, en los autobuses o en la calle, me crucé con todas esas amélies anónimas que estaban por todas partes en la ciudad.

Entonces me di cuenta de que el valor de la película no estaba tanto en esa creación de un mundo nuevo por parte de Jeunet, sino en saber captar la más pura esencia de lo que ya estaba a través de la poesía y sin caer en el costumbrismo. Como sólo han sabido hacer los grandes genios (y me viene a la mente Lorca y su recreación de la cultura andaluza).

Y claro, todo eso está magnífico, pero cuando años después vuelvo a escuchar los compases de la música de Yann Tiersen (ese Vals de Amélie) y se me ponen los pelos de punta, pienso que no sólo me emociono por ese dominio de la poesía visual de Jeunet, o por esa nueva óptica de la vida, sino porque la historia que cuenta la peli es también puro sentimiento.

Para mí, la secuencia de la peli que mejor resume esa dualidad tan bien resuelta entre envoltorio y contenido, y la que me hace llorar cada vez que veo esta peli, es en la que Amélie conduce al ciego por las calles de París, contándole todo lo que ocurre alrededor. Ahí está la grandeza de Amélie, en la indisolubilidad entre el fondo y la forma. En que no hay uno sin lo otro. En que ese buen rollito kármico que la peli transmite está también en los colores, en los planos cenitales, en los trávelins, en la cara del ciego que de pronto lo ve todo y en los primeros planos de Audrey Tatou, perfecta, inconmensurable.