Haría ya unos doce o trece años que mi tía Gemma me regaló El amargo don de la belleza. Y aunque desde el momento en que rasgué el papel que lo envolvía sentí que había acertado, aparqué el libro en la estantería y pospuse su lectura sine die. Desde entonces lo miraba de vez en cuando, a ver si lo leo, a ver si lo leo. Y hasta ahora.
Yo pensaba que Terenci Moix era un autor que me gustaría, pero más por petardo que por su hondura literaria. Prejuicios que tiene uno. Y cuando por fin me ha dado por coger el libro, me he encontrado con una de las mejores novelas que me he leído en mucho tiempo, con una hondura emocional impresionante. El tema de la novela es el tempvs fugit. Un tópico clásico y además manido, diréis. Y es verdad, pero Terenci lo trata de una perspectiva tan moderna (por mucho que se trate de una novela histórica, por mucho que el lenguaje esté forzadamente arcaizado) que incluso abruma.
Terenci no necesita convertir la historia en un culebrón lleno de giros en la trama y sucesos inesperados. No digo que hacer eso esté mal, sino que muchas veces sirve para ponérselo fácil al lector. Pero Terenci no se lo pone fácil ni a sí mismo como autor. El amargo don de la belleza no es una novela de emociones a corto plazo, ni contiene grandes giros ni sorpresas. Y sin embargo, el abrumador paso del tiempo y el vértigo ante esa sensación de que la vida se nos escapa de las manos rezuma en cada palabra del libro. La historia está contada sin prisa pero sin pausa, y te mete de lleno en el esplendor y en la posterior decadencia de una etapa en la historia de Egipto condenada al olvido de antemano. Como el mismo protagonista dice al final, "los amaneceres más bellos ya nacen predestinados al ocaso". La pátina de melancolía inunda toda la narración, salpicada de personajes que hablan de un modo rimbombante y que sin embargo están llenos de humanidad, desde la reina Nefertiti, talibana del monoteísmo, hasta el propio hijo del protagonista, Bercos, del que hasta el propio autor se ríe por su manera de hablar hueca y altanera.
***
Por cierto, que del libro me han gustado dos momentos que bien podríamos aplicarnos profesores y estudiantes en las aulas de hoy en día. El primero es una sentencia supuestamente egipcia, que no podía estar más vigente:
No desprecies la risa de los jóvenes
porque tú lo fuiste alguna vez
aunque el tiempo te impida recordarlo.
El segundo es una máxima de los escribas que Senet recupera de la biblioteca del templo:
"Sé un artesano de la palabra para que puedas prevalecer, porque el poder del hombre está en la lengua y el poder de la palabra es más fuerte que el de cualquier combate. Copia a tus padres, a aquellos que se fueron antes que tú. ¡Mira! Sus palabras perduran en la escritura. Abre el libro y lee; copia el saber. Así, el artesano podrá llegar a ser un hombre sabio..."
martes, 10 de noviembre de 2009
La hondura (emocional y literaria) de Terenci
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