sábado, 14 de noviembre de 2009

Sevilla (diez años después)

Nada más bajar del AVE, una nueva luz. Y una búsqueda. Un paseo por las calles, sin rumbo fijo. Los viejos edificios, la antigua facultad. Los nuevos edificios, el Sato del que ahora habla todo el mundo. Los bares, las terrazas y el gordo de Cruzcampo. Los mismos abrigos de Madrid, pero sin abrochar. Los mismos pañuelos alrededor del cuello, sin apretar. Aquí son sólo de adorno.

Un familiar que hacía años que no veía. El mismo café, las mismas rosquillas de su infancia. Después, en el autobús, el festival de acentos que suena a música en sus oídos. Qué guapo er movi, quillo. Mira er nota, lo que dise. Nunca hubiera pensado, años atrás, que disfrutaría tanto recreándose en esa habla que es la suya propia. Pero años de metro y de idas y venidas por la Gran Vía le habían acostumbrado a otra música, a otros ritmos.

La noche de Sevilla. Otra Alameda, pero la misma también. Viejos amigos y conocidos que no había visto en años. Un taxi compartido, de vuelta a casa. Números de teléfonos que se perdieron y que volvió a apuntar. Puestas al día.

-¿Y el corazón, qué tal?
-Roto -respondió él, riendo.
-Ay, qué gracioso eres.
-Bueno, pero ya no tenemos 17, ni siquiera 22 o 23 años, ¿verdad? Esto son los treinta, para lo bueno y para lo malo. Los dramas quedaron atrás. Uno lo lleva por dentro, lo mejor que puede, y sigue adelante, ¿no?


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