domingo, 16 de noviembre de 2008

Ay, Anita, que no levantas cabeza

La Regenta es el libro con el final más destroyer que he leído en toda mi vida. No voy a decir que no me costara leerlo porque entonces mentiría. De joven lo intenté varias veces, y no pasé del primer capítulo, acostumbrado como estaba al ritmo de los bestsellers de Michael Crichton. Me puse a él, ya de verdad, hace tres años, justo en el curso que dediqué a las oposiciones para ser profe de lengua, porque se me caía la cara de vergüenza eso de presentarme a las opos sin haber leído las dos novelas indispensables: Quijote y Regenta. (Lo irónico es que al final al Quijote no le llegué a hincar el diente, y ahí sigue pendiente, pero ésa es otra historia.)

Volviendo a La Regenta, el primer tomo no fue un suplicio porque me lo tomé con filosofía; en medio, iba alternado la cosa con otras lecturas más ligeras. A los dos o tres meses, cuando alcancé el segundo volumen, tomé el sprint. Y ya no paré, hasta el final. Ahí comprendí que ese casi suplicio del primer tomo es necesario, porque Clarín se lo monta de manera que el vértigo del desenlace en la segunda mitad sea apabullante. Todo cuadra en esta historia de auténtico gore que analiza y desmenuza lo peor de la naturaleza humana. Clarín, como buen hijo de puta (pero de los inteligentes), saca lo más ruin y los más patético de cada personaje y los revuelca por el barro una y otra vez. Estudiadores y filólogos le llaman a eso crítica social, yo casi lo llamaría sadismo; un sadismo que te cagas. Y Clarín no salva ni siquiera a la protagonista. Porque a la tercera vez que la insulsa y mojigata de Anita Ozores se pone mala, ya tampoco hay quien la soporte a ella. Al final terminas por no poder con ninguno de los personajes, pero enganchadito perdido, y saboreando momentos como los de la procesión, de un goce sádico total para el lector.

La edición que yo me leí fue la de Cátedra, salpicada de notas al pie que te ralentizan la lectura, y que por eso, especialmente en el primer volumen, se pueden volver un coñazo. Pero también es verdad que te sirven para no perderte nada de lo que Clarín plantea. Al final, incluye esta ilustración que yo no he olvidado, un dibujo con nuestra Anita de marras por los suelos, en el que todo se ve negro negro. Como el final de la novela. Como la sociedad que Clarín debió ver a su alrededor. ¡Dios mío, cuánta miseria humana!

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