miércoles, 26 de noviembre de 2008

El peso de la oquedad

Como buen fetichista, mis estanterías están a rebosar de libros, y aunque no he leído la mitad de ellos, la otra mitad son como un tesoro del que no me quiero desprender por nada del mundo. Cuando un libro me ha gustado, necesito que siga ahí por los restos para poder toquetearlo y ojear una y otra vez. Por eso me fastidia que, últimamente, los libros que más me gustan son libros que he sacado de la biblioteca, o que me han dejado. Historias que disfruté y que al terminarlas me abandonan sin que yo pueda evitarlo. Y por eso me fastidia aún más que, últimamente, todos los libros que compro me decepcionen e, irónicamente, éstos sí que se quedan en casa, ocupando un lugar en mi estantería y haciéndome reflexionar sobre el peso de la oquedad.

El último ha sido el de Bayly, El canalla sentimental. Sí, sí, ése que dije en otro post que estaba deseando comprar en la Fnac (y así hice). El libro es ameno y dicharachero, y se lee de una sentada, pero al terminar no he podido evitar sentir que no me ha aportado nada. Que ha sido un divertimento vacuo y frívolo, pero que no me ha enseñado nada. Y será que me ha cogido en la frontera de los 30, o será que llevo casi 3 meses encerrado en casa por culpa de un dichoso virus, pero la cosa es que uno piensa: ¿para esto cuatrocientas putas páginas?

Sánchez Dragó habla en su blog de la novela y suelta dos sentencias:
1) Habla de casi todo, o sea, de casi nada.
2) Será difícil que salga en los próximos años una novela superior a El canalla sentimental.

Yo me quedo, claro, con la número 1.

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