viernes, 15 de mayo de 2009

Buffy, la alegoría

Buffy Cazavampiros es una serie sobre una chica de instituto a la que le gustaría ser animadora, pero cuyos súperpoderes la obligan, muy a su pesar, a cazar vampiros y defender la ciudad de Sunnydale, California, de los demonios que la asedian. Como planteamineto inicial no podría ser más ridículo, pero la cabeza pensante detrás de la serie, Joss Whedon, sabe explotar el filón hasta construir una serie modélica, que mejora temporada tras temporada.


Whedon con Buffy y sus chicos.

Porque lo de menos en Buffy es el elemento sobrenatural. Las tramas de cada episodio, los vampiros, los demonios, los hechizos, las casas encantadas, las realidades paralelas; todo eso no son más que metáforas de lo que se cuece dentro de cada personaje, así como de sus relaciones. Esto convierte a la serie en una gran alegoría que toma forma definitiva a partir de la mitad de la segunda temporada (la primera temporada tiene su gracia, pero es más bien floja). Hablo de una de las cimas narrativas de la serie: cuando Buffy y Angel hacen el amor.

Para los que no saben de la serie, Angel es un vampiro sobre el que actúa una maldición: ha recuperado su alma, con lo cual es un vampiro bueno, pero habrá de vivir eternamente arrepentido y atormentado por los males que causó cuando fue Angelus, el vampiro malo. Ahora deberá vagar para siempre con su alma en pena. Y si acaso recobra un sólo momento de verdadera felicidad, volverá a perder su alma y ser malvado. Y claro, ese momento será cuando, después de morrearse y magrearse con Buffy durante unos cuantos capítulos, pase con ella a la verdadera acción.

¿Y cuál es el miedo de toda chica de 16 años que se dispone a perder la virginidad? Pues que el chico la deje después tirada. Y así será. Angel dejará tirada a Buffy, pero no sólo en el sentido habitual. Dejará de estar enamorada de ella y además se convertirá en el villano de la serie y en la némesis de Buffy durante toda la segunda temporada. Y Buffy se sentirá, después de entregarle "su flor" al vampiro, doblemente desahuciada. Un hallazgo narrativo genial, ¿no?

La alegoría se convierte en un ejercicio autoconsciente sobre todo a a partir de un episodio genial de la tercera temporada, The Zeppo, en el que Xander debe lidiar con sus neuras (en forma de zombis) mientras Buffy y los demás luchan por enésima vez para que la boca del infierno no se abra. Pero esa lucha es lo de menos: lo más importante del capítulo será la descacharrante lucha interior (o contra los zombis) que mantiene Xander. El capítulo es un ejercicio autoparódico genial, en el que Joss Whedon le está dejando claro al espectador que lo sobrenatural en la serie es lo de menos. Que lo importante es otra cosa.

Más momentos. Al final de la tercera temporada Buffy y sus amigos del instituto lucharán contra el alcalde de la ciudad, el big bad de la temporada que, convertido en demonio, quiere arrasar con todo. Y además lo hará el mismo día de la graduación de los chicos. En el epílogo del último capítulo, después de vencer al alcalde, Oz comenta:
-Chicos, pensadlo por un momento. Sobrevivimos.
-Sí, fue un infierno de batalla -responde Buffy.
-No, a la batalla no. Al instituto.

Pero quizá la alegoría más bonita esté en la cuarta temporada. Hablo de la relación entre Willow y Tara (genial, por cierto, Amber Benson). Una relación que en principio está sólo basada en la magia. Compartiendo hechizos, las dos brujas estarán, episodio tras episodio, cada vez más unidas. Una unión que no se hace evidente del todo hasta que vuelve Oz, el ex de Willow, casi al final de la temporada, y Willow tiene que decidirse. Durante capítulos nada se nos ha mostrado tal cual, sólo hemos visto a Willow y a Tara cogidas de la mano en cada hechizo, y hemos visto como el poder de cada una de ellas se hacía más fuerte al estar unidas. Pero en el fondo, Joss Whedon no nos estaba hablando de magia, ni mucho menos. Por eso, cuando Willow le cuenta a Buffy que aunque Oz haya vuelto, ella no puede volver con él, debido a Tara, tanto Buffy, que no sabía nada, como el espectador, que se supone que tampoco, lo comprendemos todo. No eran hechizos, era sexo. Y no era magia, era amor.

Y esta misma alegoría la clarifica de una manera mucho más mundana, pero también más divertida, el propio Xander al final de la cuarta temporada:
-A veces pienso en dos mujeres haciendo un hechizo... y entonces hago un hechizo yo solo.


Willow y Tara haciendo... ¿un hechizo?

No hay comentarios: