Celda 211 no es la mejor película del año. Tampoco es una obra maestra. Pero se merece todo el éxito que está teniendo, porque es una cinta honesta, que aspira a atrapar al espectador y que lo consigue con creces, sin falsas trascendencias. Todo funciona en el guión y en la puesta en escena, hasta el punto que los supuestamente inverosímiles giros de la trama pasan bien, porque los actores y el director creen en la historia y ponen toda la carne en el asador. Que no es sociología, coño, que es cine. Y Daniel Monzón lo sabe. Qué raro esto, en el cine español.
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