All this has happened before,
and all this will happen again.
and all this will happen again.
Después de un comienzo apoteósico (la miniserie de tres horas) y de una primera y segunda temporadas alucinantes, Battlestar Galactica empezó a perder fuelle en la tercera temporada. Para mí además esta temporada coincidió con la tensa espera, semana tras semana, para ver cada nuevo capítulo, a la vez que era emitida en los estates. Lo de antes lo había visto todo del tirón, pero las ansias con las que había devorado los 40 primeros capítulos me llevó a alcanzar en poco tiempo la emisión real de la serie. Y lo de la espera semanal es algo que, paradójicamente, en muchas series actuales, pasa factura. Es gracioso, pero los guionistas americanos parecen contar más con el espectador friki, que se zampa una temporada en dos días, que con el televidente semanal. Y esto no sólo pasa con Galactica, sino con muchas otras series actuales, especialemente ésas en las que el suspense conlleva estar al tanto de multitud de datos, y en las que apenas hay tramas individuales por episodios, sino que casi toda la fuerza narrativa se vuelca en el arco principal de cada temporada, o de la serie en conjunto, como es el caso. Vamos, que son como películas que llegan a durar horas y horas, corriendo el riesgo de perderte si no te las tragas del tirón en pocos días.
Por eso, terminada la tercera temporada, y a sabiendas de que la serie se finiquitaba con la cuarta (al llegar supuestamente a la Tierra), dejé al almirante Adama y a la presidenta Roslin, a Starbuck, Apollo y el indeseable Baltar, aparcados hasta que la serie terminara de emitirse y poderla ver del tirón. Una año y medio, casi dos, estuve sin ver Galactica. ¿Síndrome de abstinencia? Pues no, después de esa floja tercera temporada no era eso precisamente lo que sentía.
Es más, para cuando me ha dado por ver esa cuarta temporada, ya estaba hasta editada en DVD. Pero así ha sido mejor, mucho mejor. Poder ver la serie del tirón, de nuevo, ha sido un gustazo, y además he evitado el posible abandono (como me pasó con la segunda temporada de Lost), porque la verdad es que el comienzo de la cuarta temporada seguía siendo flojo flojo. Con Baltar de iluminado ya habíamos tenido bastante, y encima ahora se nos sumaba una Starbuck cuyas profecías y oráculos no sólo cansaban a sus propios compañeros, sino también al espectador. La serie se les iba a los guionistas de las manos. La carga teológica que había hecho de esta serie un punto y aparte, de pronto estaba sobredimensionada, y lo inteligente había devenido peligrosamente en lo ridículo. Y a partir de la mitad de la temporada, cuando la Tierra resultó ser un timo, pensé que los guionistas habían decidido suicidar directamente la serie.
Pero no, sólo era un paso atrás para coger fuerza. Y el replanteamiento, en el previo del capítulo 11, con la idea del eterno retorno como renovado axioma de la serie (tal vez cogido con pinzas a última hora, pero no menos válido) le ha insuflado la fuerza suficiente a la trama para terminar a la altura de las expectativas y de ese alto listón que se habían marcado al comienzo. Un replanteamiento en el que lo de menos ya era saber quién era ese quinto cylon final, sino que todo esto había ocurrido ya antes, y volvería a ocurrir. Otra cosa es que no disfrutáramos de ese quinto cylon una vez revelado, pero la chicha no estaría ya tanto en la sorpresa de la misma revelación (pan para hoy y hambre para mañana, en materia guionística), sino en la forma de ser y de actuar de ese cylon, y por supuesto en el redescubrimeinto de la actriz que le daba vida, en el capítulo 15. Y a partir de ahí, un tour de force in extremis pero en ascenso, en el que los guionistas no podían evidentemente pasar por encima de sus propios fallos anteriores, de la autofagotización teológica en la que habían caído durante más de una temporada, pero que quizá precisamente por eso haya tenido más mérito, hasta llegar a ese frakkin' finale emocionante y desgarrador a partes iguales.
La perfección, por tanto, quedaba ya lejos, pero la valentía de los guionistas a la hora de no tirar la toalla y prácticamente reinventar la narración sin traicionar todo lo anterior ha devenido en un final sublime que, como dice Kubelick, aunaba todo lo que ha sido la ciencia ficción en las últimas décadas (desde El planeta de los simios hasta Aliens, pasando por Matrix y los robots de Asimov). Pastiche, tal vez, pero bien armado. Lo imperfecto y lo sublime, juntos, como esos cylons que un día decidieron ser y actuar como humanos, con los mismos sentimientos y las mismas debilidades, porque eso es lo que los hace grandes.
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