domingo, 31 de enero de 2010

Shyamalan: el acto de fe

Hay películas que ves y que te gustan, pero que también les gustan a todos los demás. Hay otras que sólo te gustan a ti, que te cautivan y hasta te dejan KO mientras toda la platea del cine se revuelve de desesperación o se parte el culo. Lejos de frustrarte o de sentirte un bicho raro, con esas pelis piensas que el director te ha tocado la fibra sensible de una manera particular. Que hay una conexión íntima entre las dos sensibilidades. Y te sientes especial, y sientes que esa peli va a ser siempre especial para ti.
Recuerdo dos pelis en particular. Una, Jóvenes prodigiosos, que Teresa y yo disfrutamos como locos mientras mis primos y cuñados, que también la vieron con nosotros, por poco se duermen. La otra es Señales, con la que me jiñé vivo y lloré a moco tendido en la escena final, mientras Carmen, Curri y los otros que la veían conmigo, se partían el culo.
De M. Night Shyamalan ya había visto El sexto sentido, y me había gustado, pero no de esa manera especial (y no sólo porque también le había gustado a todo el mundo). Pero cuando fui a ver El bosque, me volvió a pasar lo mismo. Mientras los otros reían o se sentían timados, a mí se me encogía el corazón con cada escena. Y concluí que Shyamalan era esa alma afín que me sabía tocar la fibra sensible como nadie, con historias de extraterrestres y de pseudoterror que a priori no tendrían por qué llamarme la atención.
Durante un tiempo me desgañité defendiendo a Shyamalan, frente a otros que lo tildaban de vacuo y presuntuoso. Bueno, en realidad no me desgañitaba; simplemente expresaba mi veneración hacia ese director, orgulloso incluso de que fuéramos sólo unos pocos los que conectáramos con él. Como si no se tratara de gustos, sino de un acto de fe.
Pero llegaron La joven del agua, que me dejó helado, y El incidente, que tenía algo más de chicha pero era igualmente absurda. Y de pronto tenía que reconocer que todo lo que los demás decían de Shyamalan podía ser verdad. Y aun así, corrí un tupido velo. No quise cuestionar mi fe.
Torné al ritual primigenio. Volví a ver Señales y El bosque. Me las compré. Y las he vuelto a ver muchísimas veces más. Y he alucinado todas y cada una de las veces. El hechizo seguía intacto, especialmente con Señales.

***

Me quedaba El protegido. Mi amigo Alejandro, que cree en Shyamalan (en Dios) aún más que yo, me decía siempre que era la mejor. Me la dejó el otro día, y la acabo de ver.
Unbreakable (así se llama en inglés) es formalmente impresionante. Bruce Willis está increíble (y os recomiendo que lo veáis en VO). Aunque la película es lenta, la progresión dramática funciona muy bien. Pero me ha dejado frío. En la última media hora ha habido momentos que me han dejado sin respiración, como en Señales y en El bosque, pero han sido sólo algunos. Al final, lo que me ha fallado es la tesis de la película. El punto de partida, que para mí apenas tenía calado emocional. Por supuesto, es mucho mejor que El incidente o que La joven del agua (que es la más floja de todas), pero ya está. Apenas he encontrado algunos rescoldos de esa comunión mística que sentí con Señales o con El bosque, películas en la que reconozco que los axiomas que les dan origen pueden ser para otros igualmente absurdos.
Quizá haya tardado tanto en ver El protegido para no tener que poner definitivamente a prueba mi fe en Shyamalan. Pero hoy, el momento ha llegado, y aunque me cueste decirlo, he de reconocer que en lo que a Shyamalan se refiere, me he convertido en agnóstico.
Agnóstico, que no ateo. Sé que el corazón se me seguirá encogiendo con cada escena de Señales; que me seguiré jiñando vivo con la escena del extraterrestre en el cumpleaños de Brasil (con la que los demás ríen); que seguiré llorando con ese "batea fuerte" del final (con el que todo el mundo se sonroja), y que seguiré quedándome paralizado ante esa mano de Joaquin Phoenix que agarra a Bryce Dallas Howard frente al monstruo en El Bosque. Restos de una fe que nadie me podrá hacer cuestionar.

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