sábado, 29 de mayo de 2010

Desbordamiento

Sucedió a los veinte minutos de apretar el botón. En el prelavado, la lavadora empezó a rugir de un modo extraño y expulsó el agua a borbotones. Paula la había puesto tres días después del martes, su primera noche con Laura. Una amiga le había aconsejado: si va a volver a tu casa, que no vea que sigues con las mismas sábanas, tía, lávalas, no seas guarra. Paula se había resistido a hacerlo; en las dos noches siguientes había sido feliz al acostarse y sentir de nuevo el olor de Laura que la envolvía. Pero le hizo caso a su amiga, y puso la lavadora el viernes. Veinte minutos después, fregona en mano, recogía del suelo todo el amor desbordado de aquel martes, esperando que tanto líquido desperdiciado no fuera un mal presagio de lo que no habría de repetirse.

Pero repitieron. El sábado estuvieron toda la tarde en el parque. Laura derramó dos veces la botella de vino encima de la manta en la que habían estado tumbadas. Cuando salieron para casa, a pesar del sol de la tarde, la manta seguía mojada. A la mañana siguiente, Laura metió la manta, aún húmeda, en la lavadora. La puso en marcha y cogió a Paula del brazo. Espera, le dijo Paula mirando la lavadora, suena raro. No, siempre suena así, vamos a llegar tarde, le dijo Laura. Paula obedeció. En el cine, los dos vasos de coca-cola cayeron por el suelo antes de que pudieran dar el primer sorbo. Cuando volvieron, tres horas más tarde, el piso estaba inundado.

Un año después, cuando se fueron a vivir juntas a un sótano en el centro de la ciudad, la tormenta fue mitológica. La radiaron en todos los medios, y hasta las televisiones internacionales hablaron de las aguas caídas en ese país que nunca nadie se había preocupado de estudiar en la escuela o sacar en el noticiario. Pero nadie habló de Paula ni de Laura, ni de cómo quedaron atrapadas para siempre en ese sótano, sumergidas en el líquido elemento que conservó para siempre el amor desbordado que se tenían, antes de que nada ni nadie pudiera hacerles desconfiar de ese sentimiento. La sequía nunca llegó. Flotando entre muebles y electrodomésticos, con las manos entrelazadas, sus caras sonreían en un limbo de agua y de amor.

miércoles, 26 de mayo de 2010

La antiestrategia de la huelga

A los funcionarios nos quitan el 5% de nuestro sueldo y aunque a mi alrededor, en el instituto, escuche comentarios indignados, nadie se rasga las vestiduras. Es curioso, porque con esa sobreestimulada dignidad de los funcionarios de la que ya hablé en otro momento, me esperaba más algarabía. Pero será que en el fondo sabemos que no nos podemos quejar. A los funcionarios de la Educación se nos trata muy mal, y hasta se nos ningunea, en la Comunidad de Madrid. Pero no dejamos de ser funcionarios. Siempre creí que los que no habían pasado nunca por la empresa privada no se daban cuenta, pero ahora, dada la respuesta tan pasiva ante el recorte del sueldo, me doy cuenta de que no es así, de que a mi alrededor, la gente, de tonta, no tiene un pelo. No sé si me va a cambiar el día a día eso de cobrar 100 euros menos al mes. Pero sí sé (sabemos todos) que nuestros compañeros de la escuela privada trabajan muchas horas más que nosotros y cobran como camareros. Mis colegas suelen repetir que lo de que los demás están peor no es excusa. Y es verdad, pero entonces, ¿por qué no hay una protesta en regla, más allá de esa absurda y antiestratégica huelga que los sindicatos quieren que hagamos?

Pues porque sabemos que, a pesar de ser el recorte más injusto que puede haber (¡que les recorten a los bancos, que son los que nos han llevado a esta situación!), y que la medida, viniendo de un gobierno de izquierdas, no podía ser más facha (está destinada a salvaguardar el statu quo del un capitalismo salvaje, sostenido irónicamente por los más pobres); los funcionarios sabemos, decía, que aunque seamos unos pringaos, nadie nos va a quitar nunca la seguridad de nuestro sueldo a final de mes, ni nunca vamos a tener que aguantar las típicas amenazas veladas de despido, ni se nos va a obligar a hacer nada a lo que no nos obliguemos nosotros mismos.


Y después, por supuesto, está el cómo nos ven los demás. Como vagos y chupócteros del sistema. Como entes inútiles. Así de fácil. Y así de injusto también. Pero es lo que hay. Así que, ¿una huela de un día, en junio? Un día que además coincidía con las Pruebas de Acceso a la Universidad, que al final se han trasladado de día. ¿Para qué? ¿Para ganar en total 200 euros menos y hacerle la cama a Esperanza Aguirre, que se va a ahorrar un pastón? ¿Para que la gente nos odie todavía más, mientras Zapatero y Aguirre se van de rositas? Menuda huelga, y menuda estrategia la de los sindicatos.


Lo del odio ajeno lo veo irremediable. Lo de que nos vean como chupócteros inútiles, sin embargo, tendría una solución. ¿Y si en vez de una huelga de un día, nos negamos a evaluar a todos los alumnos este junio? Que se vayan todos de vacaciones sin saber si están o no aprobados. Veríamos entonces quiénes son los inútiles. Y no digo que no fuera una medida desproporcionada, sólo digo que, para conseguir algo, sería lo único viable. Porque esta huelga no es más que el berrinche de un niño mimado que, después de jartarse de llorar, termina dormido en la cama y sin cenar antes de las 8 de la tarde, para gusto y disfrute de unos padres que respiran aliviados.

domingo, 23 de mayo de 2010

Gramática tirana

¿Qué es "hablar bien"? ¿Qué es "escribir bien"? La anécdota sobre García Márquez que cuenta Arsenio Escolar despeja a mi parecer muchas dudas sobre la tiranía de la gramática y la ortografía, que pueden ser (y son) necesarias, pero nunca definitivas. Para los profes de lengua es mucho más fácil atender a esto de la gramática y la ortografía porque son fácilmente medibles. Cuentas faltas y tildes, y las restas de la nota. Así de fácil. Pero eso no es escribir bien. Eso es sólo una parte, y más pequeña de lo que muchos creen, o nos quieren hacer creer. Escribir bien, hablar bien, es saber jugar con las palabras para poder transmitir de manera fidedigna todo eso que tenemos en la mente. Es primero, claro está, tener algo interesante en la cabeza. Y es, luego, saber verbalizarlo. Lo que comúnmente se llama expresión escrita, o lo que en español para extranjeros son las cuatro destrezas, es algo que los profes de lengua solemos dejar de lado, agobiados como estamos con las bes y las uves, las haches, las conjugaciones verbales y los análisis sintácticos. Y no, no se trata de denostar la educación tradicional. Para tradicionales la Oratoria y la Dialéctica, hoy olvidadas. O el latín, que sería un rompecabezas, pero que para enseñar a pensar y a escoger la palabra exacta, era la asignatura ideal.

Arsenio Escolar, en su artículo, trae a colación la anécdota de Gabo para demostrar la poca capacidad del escritor para encajar las críticas. Dejando aparte el verdadero trasfondo político del artículo, yo me voy a centrar aquí en lo puramente lingüístico: mi lectura es otra. Sí, la gramática dice que "deber de" es posibilidad, y que "deber" es obligación. (Dicen, por cierto, también de García Márquez, que sus manuscritos están llenos de faltas de ortografía.) Y Escolar concluye que García Márquez es maestro "de la novela y del periodismo", pero "quizás un poco menos del lenguaje y del saber encajar una crítica o una corrección". Que me expliquen a mí cómo se come eso de ser maestro "de la novela", y sin embargo serlo menos "del lenguaje". Los estrechos de mentes que, como Escolar, hacen de la gramática su bandera, lo verán muy claro. Yo, lo siento, pero lo veo oscuro, y hasta tiránico.

El escritor: clásico y contenido


Después de ver The Ghost Writer de Polanski me ha dado por pensar en si el clasicismo es algo a lo que todo autor aspira o si por el contrario es fruto de una predeterminada postura estética. En el caso de esta peli, que a pesar de sobrarle unos veinte minutos, es claramente un clásico, creo que es más lo segundo. Porque el aire de clásico que destila la cinta bebe mucho de la contención. Pero de la contención no como ausencia de estilo, sino de una contención claramente intencionada: en la actitud de los actores, en el pausado montaje, en el humor sutil y en esa ausencia de trascendentalismo barato tan común hoy en día.

Nunca he sido seguidor de Polanski, y no sé si es ésta la tónica general en sus películas. Pero en The Ghost Writer hay al principio un plano totalmente hitchkockiano que sienta cátedra de lo que el espectador ha de esperar, y que marca esa posición premeditada sobre cómo se va a contar la historia. Una posición a la que Polanki, felizmente, es fiel hasta el final de la cinta.

miércoles, 12 de mayo de 2010

¡Estoy perdido! ¡Estoy asesinado!


No se asusten, no hablo de muertes, sino del grito desesperado de ese genial Avaro de Molière tras darse cuenta de que le han robado la caja con sus ahorros. Un grito que es el culmen del despiporre en esta comedia de un Molière al que nunca había leído ni visto en escena. Y cómo me he alegrado. Después de Shakespeare y los españoles Lope y Calderón, me faltaba ese tótem del teatro nacional francés, y me ha encantado. Por supuesto, no está a la altura de Shakespeare, pero sí es bastante más divertido que los españoles.

Y eso que, como me contó un día una profesora, Molière se mueve dentro de los patrones más ortodoxos del clasicismo, ese clasicismo del que supieron escapar tanto Shakespeare como Lope con su comedia nueva y Calderón. ¿Qué tiene entonces Moliere para ser tan grande, dentro de esa estricta y a priori aburrida ortodoxia? No recuerdo lo que nos dijo esa profe. Creo que algo sobre la creación de caracteres universales (el avaro, el misántropo, el enfermo imaginario...), caracteres que pueden parecer demasiado planos, sólo en función de la comicidad, pero que vistos en escena son mucho más reales. Porque este avaro tenía ecos de todos esos tacaños que nos han rodeado a todos, especialmente esos abuelos y tíos que vivieron sus épocas de penuria. Mi abuela, por ejemplo, a la que se le contraía la cara cada vez que uno de sus nietos se comía un plátano, esa cara y exótica fruta vinculada para ella más al placer que a la mera alimentación. (Claro, hoy en día, en vez de plátanos habrían sido petisuis, y ya directamente le habría dado un infarto).

Y sí, la creación de caracteres está bien, pero mejor aún está el ritmo de la dramaturgia, que se apoya en esas tres unidades de tiempo, espacio y acción, para hacerlo todo, en vez de más aburrido, más trepidante. Porque esa ruptura con las tres unidades tan denostadas por Lope sería en su momento una liberación, pero a día de hoy esas tres unidades siguen siendo la marca de fábrica de algunas de las mejores obras de enredo y de pelis basadas en textos teatrales (La soga, ¿Qué me pasa, doctor?, Los amigos de Peter, Gente con clase...).

Y además del ritmo, esa falta de vergüenza que tiene el propio Molière a la hora de presentar escenas de lo más ridículas, como el final de la obra, que para mí fue una auténtica parodia de los finales de Lope y Calderón. Porque si vas a culminar la historia de una manera tan forzada, al menos hazlo de verdad, sin miedo de caer en el ridículo, y conviértelo todo si hace falta en una pantomima, pero en un pantomima divertida, como ésta de Molière.

martes, 4 de mayo de 2010

Austen retroalimentada

Lo de que el audiovisual no suele hacer justicia a las novelas es un tópico que ya traté cuando hablé de Drácula. Y es verdad que a veces las pelis de libros que me han gustado me han decepcionado considerablemente (La casa de los espíritus, Entrevista con el vampiro). Pero ahora me acabo de zampar la serie de la BBC (1995) y la película (2005) de Orgullo y prejuicio, inmediatamente después de leerme la novela, y puedo decir que, si bien el texto ya era en sí completo, tanto la serie como (en menor medida) la película, no sólo no me han decepcionado, sino que me han encantado.


La serie, por la maravillosa interpretación de Jennifer Ehle, y por esa incidencia en el personaje de Darcy, genial Colin Firth, y por esa manera de mostar la contención inglesa de la época, en la que los sentimientos jamás eran expresados, no ya sólo en público, sino incluso en la intimidad. Pero esta contención multiplicaba el morbo de una historia que parece imposible que devenga en nada bueno, pero que al final, para respiro del espectador, se resuelve felizmente. Esa contención ya estaba en la propia Austen, que incluso llegaba a criticarla en boca de Charlotte, cuando advertía a Lizzie de que la timidez de su hermana podía perjudicarla. Pero en la serie se hacía patente, y le daba una fuerza increíble a la narración.


En cuanto a la peli, decir que Darcy empieza siendo un trasunto del propio Colin Firth en la serie. Pero es que claro, la interpretación de Firth había sentado cátedra, y ya no había otra manera de enfrentarse al papel. En cuanto a la contención, ésta es mucho menor, pero la peli, de una factura técnica preciosa, tiene algunos hallazgos visuales (como ese plano detalle de la mano de Darcy sosteniendo la de Lizzie para ayudarla a subir al coche) que también sirven para sumar puntos a la historia.

Qué gusto poderse leer una novela como ésta, y que luego el disfrute no termine en la propia novela, sino que tengas unas cuantas horas más de puro deleite frente al televisor, y que los avatares de Lizzie y Darcy en esa difícil Inglaterra de la Regencia entren en un bucle que parezca que no tenga fin. Aviso, se corre el peligro de quedarse atrapado en la historia, ¡pero merece la pena!

domingo, 2 de mayo de 2010

No tan ladrillos

Después de escribir sobre el Arcipreste de Hita y de lo bien que se lo pasan mis alumnos de la ESO leyéndolo, o de recordar cómo disfrutan los de 2º con el torneo que da fin al Poema de Mio Cid, o con el segundo capítulo del Quijote (el encuentro con las fulanas, el momento en que le tienen que dar de beber con una pajita), voy y me encuentro con este artículo de Rosa Montero, echando pestes del currículum actual de la literatura española en la ESO y el Bachillerato. Pinchen y léanlo.

¿Ya? Pues les comento lo que yo creo. La Montero en parte tiene razón, y en parte no. En 4º de la ESO, con La Regenta, tras leer los capítulos 27 y 28 y ver el mismo extracto en la serie, algunos chavales se quedan con ganas de saber más (si se "enrolla" con el cura o con Mesía). Yo los dejo con las ganas, pero les digo que no se les ocurra leerse el libro, porque además de ser "de mayores", pueden morir en el intento. Igualmente, cuando me planteé ponerles como lectura La busca de Baroja (por el rollo ese de que es una novela de iniciación, con un protagonista joven como ellos, y porque salen calles y lugares de Madrid que ellos conocen), deseché la idea. Si ni yo pude terminarme el libro, imagínate ellos. Como tampoco me parece de recibo hacerles leer a Galdós, u obligarlos a zamparse La vida es sueño entera.

Pero hay clásicos y clásicos. Está claro que el Quijote entero puede ser un ladrillo, pero ciertos capítulos escogidos, poniéndolos en antecedentes, y leídos en voz alta, te garantizan una o dos clases de lo más divertidas. Claro, antes hay que ponerlos en situación: imagínate, chaval, que mañana aparece en el instituto tu compañero Pepito con túnica, gafas redondas y una varita, y que me llama Dumbledore y que empieza a invocar patronus como un loco. Pues eso es el Quijote. "Mirad, mirad, cómo les habla a las "doncellas", ¡si son putas!". Claro, tienes que ser tú el que se lo leas por primera vez, y haber ensayado la lectura antes, porque ser profe de literatura es también ser actor, y porque las cosas se comprenden mejor cuando te las cuentan que cuando las tienes que leer, así en frío. Y entonces, chaval, las risas están aseguradas.

Y lo mismo con casi toda la literatura medieval. ¿Que les resulta extraña? No tanto: una vez que el castellano está adaptado, la literatura medieval les llega mucho mejor que muchas moderneces. ¡Si los niños son unos antiguos! E igual de básicos que ese público de los pueblos medievales, ansioso por ir a escuchar al juglar de turno. Pero claro, una vez más, el juglar tienes que serlo tú, como profesor. La derrota de los Condes de Carrión en el Cid les encanta, porque llega a ser gore gore ("con túnica y camisa la loriga se le entró en la carne; por la boca mucha sangre le salió"). Las guarrerías del Libro de Buen Amor, con esas serranas tan salidas, más todavía. O las putas de La Celestina poniendo verde a Melibea ("tetas tiene como si tres veces hobiese parido"). O el primer tratado de El Lazarillo, que los chavales de 2º y 3º de la ESO se zampan sin problemas, y no veas cómo disfrutan cuando el ciego se estampa contra el poste de piedra. O el monólogo de Neo/Segismundo, que es puro Matrix en versión barroca y con rimas. O La zapatera de Lorca, que en 1º de la ESO es un éxito seguro. O los poemas de Bécquer, que nada más leerlos copian en sus carpetas y cuadernos, y se pasan en notitas. Joder, a mí una niña hasta se me ha echado a llorar en clase con Bécquer. ¿Ladrillos los clásicos? Hombre, es que hay que saber escoger. Que para eso tenemos los profes libertad de cátedra. Y sí, hay un currículum, pero uno siempre puede obviar ciertas cosas y detenerse más en otras. ¿Que lloras con Bécquer? Pues te vas a enterar, tres semanas leyendo las Rimas. Y si hace falta, lloramos todos.

Luego están las lecturas obligatorias. Y ahí sí que no hay piedad ni respeto que valgan hacia los clásicos. Que para eso está la gran Laura Gallego y sus Memorias de Idhún (o Alas de fuego: genial), o Elvira Lindo con Manolito Gafotas y El otro Barrio, o La trilogía de Getafe de Lorenzo Silva. Pero ¡ojo! también Orgullo y prejucio (¡que yo me he leído por recomendación de una alumna!), o una buena adaptación de la Odisea, o de Romeo y Julieta (después de haber visto Shakespeare in love, claro), o de Las mil y una noches.

Al final, creo yo que el problema no es que los clásicos sean un ladrillo. El problema es que se les tiene demasiado respeto. Los clásicos suelen ser clásicos porque tienen muchas lecturas. Y con los chavales no hay por qué sentirse un blasfemo si nos quedamos en la capa superficial, si es la más divertida. No hay mayor pecado que la falsa trascendencia, una trascendencia que a esos clásicos les ha dado el tiempo y la crítica literaria, pero que creo yo que nunca fue pretendida por esos escritores que lo que querían era divertir a sus lectores, y poco más.

sábado, 1 de mayo de 2010

Más sobre el pañuelito

"Esa menor estuvo varias horas en la sala de espera que también es parte del edificio. Dado que la norma dice en ninguna parte del edificio, ¿por qué se le hace estar en una sala de espera que también es parte del edificio?"
Iván Jiménez-Aybar, abogado de Najwa Malha