martes, 4 de noviembre de 2008

La realidad es un rollo (y además no es real)



Fui a ver La boda de Rachel aconsejado por Kubelick, que sabe que me pirran las películas familiares y de sentimientos con unidad de espacio y tiempo, del estilo de A casa por vacaciones o Los amigos de Peter. Pero no me avisó del tono soporífero que Jonathan Demme se ha marcado con esta su última cinta. Me explico. La peli destripa sentimientos de la manera en que me suele gustar. Sostiene la (manida pero que a mi me encanta) tesis de que la familia saca lo mejor y lo peor de uno. Trae de vuelta a Debra Winger, cuya aparición en la peli te deja mudo. Y la actuación de Anne Hathaway es genial. Pero para de contar.

El resto, además de mareante, es un rollo mortal. A Jonathan Demme parece que ahora le gusta el documental, pero de ahí a tragarte todo un ensayo de boda y la consiguiente boda familiar cámara en mano y sin que pase nada, hay un paso. Señor Demme, yo no me trago ni la boda de mi prima, conque más la de estos pijos de Conneticut a los que les hace falta urgentemente una lobotomía.

El primer fallo de la película es ése precisamente, el alargamiento del metraje cuando lo que se cuenta, el meollo dramático, da para una hora escasa. Así, el espectador se pasa toda la peli esperando a que la trama de verdad, en medio de tanta paja, avance algo. Y está bien que Demme requiera de un espectador activo, que a modo de espectador real vaya hilando la verdadera historia tras la parafernalia mareante de la cámara en mano. Pero cuando los hilos que se han de hilvanar aparecen cada media hora, pasamos de un espectador activo a un espectador aburrido. A destacar, sobre todo, los doscientos cincuenta mil brindis en la cena de ensayo y las trescientas ochenta mil actuaciones, a cada cual más friki, tras el banquete de bodas, que además van justo antes del desenlace, y hacen que el final de la peli se eternice.

El otro fallo de la cinta está en el meollo dramático en sí. Este fallo es más discutible, pero para mí ha sido esencial. Este tipo de pelis trata de analizar las relaciones humanas, en este caso las familiares. Y nos suelen servir de espejo, porque tanto nosotros como nuestras familias nos vemos reflejados. Me encantan esas pelis, en las que se ve cómo en el fondo todos somos unos disfuncionales, con nuestras miserias y nuestras grandezas. Pero es que en el caso de esta peli la disfuncionalidad familiar se debe a algo en especial que no he de ser yo quien lo revele (por aquello de no fastidiar la peli). Y es justo ese algo lo que hace que la radiografía familiar y el retrato de la naturaleza humana ya no sea tan extensible. Estamos ante una historia muy particular (aunque no por ello menos legítima: ya digo que es tal vez mi culpa, por esperar un tratado sobre las relaciones familiares y encontrarme con un dramón de tomo y lomo con tintes de culebrón, lacrimógemo como él solo y disfrazado de cinéma vérité, todo ello aderezado con la labor de un cámara con serios problemas de parkinson).

1 comentario:

kubelick dijo...

Una vez más, querido, estoy de acuerdo en CASI todo. No creo que lo que fastidie la empatía entre el espectador y los personajes sea (eso que tú llamas) el "meollo dramático" sino lo mal que está planteado y contado ese "meollo dramático". Sin duda es muy particular. Pero además es que, lo embarulla todo tanto que, para cuando te queda claro de qué se trata, ya no te importa una mierda.