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La tortuga de Darwin es la prueba de que una buena actuación no salva ni una obra, ni una película, ni una serie. Carmen Machi hace un trabajo espectacular, y lleno de matices. Pero a su alrededor todo era un despropósito. El guión estaba lleno de tópicos y de un surrealismo autocomplaciente y, a estas alturas, trilladísimo. El ritmo era lento lento. Los demás actores parecían dirigidos por su peor enemigo, como si cada uno actuara en su propia obra particular: el clown, el expresionista, el naturalista...
Al final hasta la propia Machi se me hacía pesada. Por muy bien que lo hiciera, semejante tostoncete no había quien lo levantara.
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