jueves, 26 de noviembre de 2009

Mi poema favorito
(¡y eso que a mí me encanta Nueva York!)


New York (Oficina y denuncia)
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé.  Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Federico García Lorca, Poeta en Nueva York

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Una nueva era / ¡Ya basta de mirarse al ombligo!


El otro día alguien me lo volvió a soltar. Estábamos hablando de acentos, del español en el mundo, y yo parloteaba efusivamente, como siempre que se plantea el tema. Y entonces me lo soltó. "Es que hay que hablar con corrección", me dijo, "es algo a lo que todos deberíamos aspirar". Fue una frase a modo de apostilla con la que mi interlocutor zanjó la conversación. Y lo odié. Estoy tan harto de escuchar una y otra vez esa chorrada que me callé, porque ya no puedo más. Qué jartura de ignorantes: los que piensan que sólo se habla bien en Valladolid; los que dicen que el mejor español es el de España, los que te levantan las ceja cuando aspiras una ese o cuando pronuncias farda en vez de falda. Y los que te dicen incluso que "claro que tú seseas", porque además de ignorantes son sordos y no saben ni de lo que están hablando. Que yo senisero no lo he dicho en mi vida, y eso que no me importaría en absoluto (es más, hasta me gustaría, coño, que así es como está mandado decirlo entre el 90% de los que hablan español es este nuestro pequeño pero absurdo mundo).
Pero hay esperanzas. La Nueva Gramática de la Lengua Española se publica en pocos días y en el folleto de adelanto se vislumbra ya la luz. Las academias de América le pegaron en su momento el debido tirón de orejas a la RAE, porque ya está bien de mirarse al ombligo desde esta alejada y absurda meseta castellana, a ver si nos damos cuenta de que el epicentro del español no está ni en Valladolid, ni en Burgos, ni siquiera en Madrid, sino en el Perú de Vargas Llosa y en la Colombia de García Márquez, e incluso en Miami y en Los Ángeles y hasta en Nueva York.
Y la nueva era por fin empieza a tomar forma. A saber, que "la Nueva gramática pone con claridad de manifiesto que la norma
de corrección
no la proporciona un solo país, sino que tiene carácter policéntrico". Una gramática que además se propone "describir las variantes fónicas, morfológicas y sintácticas que una determinada comunidad puede considerar propias de la lengua culta" (algo impensable hace unos años), "registrar variantes conversacionales" y compatibilizar las "variantes dialectales y las normas locales con la descripción de la lengua culta común del español general".
¡Menos mal! Ahora bien, esto de "la lengua culta común del español general" me sigue dando un poco de miedito. ¿Se seguirán refiriendo a ese procazmente llamado español estándar que sólo habla mi abuela la de Burgos? Parece que la RAE se sigue resistiendo a posicionarse de una vez por todas. Porque lo que es para mí, más español estándar que el de las telenovelas colombianas y venezolanas, no hay ninguno. Vean Pasión de Gavilanes. Vean Doña Bárbara. Porque ése es, les guste o no, el español que está más vivo, la norma que mejor aglutina todas las variantes y el estándar que arrasa con todo y que deja en bragas a la manera de hablar de mi abuela la de Valladolid. ¿O dije que era de Burgos? Qué más da...

lunes, 23 de noviembre de 2009

Un poquito de esperanza, por favor /
La permisividad en el cine indie


Es gracioso cómo se excusan los tópicos y los clichés cuando se trata de una peli independiente. Porque el cine indie los tiene, y quizá incluso más que el comercial. Los clichés son otros, pero ahí están. Y el intenso espectador alternativo, que desdeña las americanadas por típicas y previsibles, sin embargo se corre de gusto con películas como aquella Juno horrenda a más no poder.
Todo esto a propósito de la incursión en el cine indie de Sam Mendes, con Un lugar donde quedarse. Y no digo que la peli sea como esa Juno que me provocó arcadas. Un lugar donde quedarse es bien bonita, y la he difrutado mucho, porque ha sido como un remanso de paz. Pero no deja de ser una cinta menor, que no llega a emocionar como ese Revolucionary Road que no sólo se presentaba como gran cine, sino que además lo era. Y fíjate tú que yo soy más de pelis como esta Away We Go (ése es el título original), frente al cinismo de los otros trabajos de Mendes. Y por eso desde que supe que Mendes había filmado una peli como esta (sencilla, y que termina bien) pasé a respetarlo aún más, no ya tanto como director sino como persona. Que ya está bien de cinismo en el cine y en la literatura. Que ya está bien de ese axioma según el cual sólo son pelis o novelas buenas aquellas que hablan de los más oscuros y despreciables sentimientos humanos.
Y por eso al final me ha gustado la peli. Por esos dos protagonistas a los que cualquiera querría tener como amigos. Por ese retrato de la pareja perfecta y del verdadero amor sin necesidad de sospechas ulteriores. Por esos viajecitos que se marcan a lo largo y ancho de los estates (Arizona, Wisconsin, Miami, y hastá Canadá, qué envidia). Pero eso no quiere decir que la peli sea perfecta ni esté a la altura de otras de Mendes. Y tal vez sea porque, más allá de lo que ya he mencionado, Mendes se ha dejado llevar demasiado en el tono indie, hasta llegar a acumular peligrosamente los tópicos propios de lo que ya es un género en sí. Desde la elección de Allison Janney (cuya presencia no puede faltar en toda peli independiente), hasta la caracterización caricaturesca de todos los secundarios. Desde la música (todo baladas y medios tiempos del rock de los 60 y 70), hasta algunos diálogos supuestamente íntimos y emocionales, pero que a mí me han sonado más a literatura de autoayuda.
Eso sí, me quedo con un momento en el que ella le dice a él que tiene miedo de estar como están tan enamorados el uno del otro, rodeados como están de tanta gente de vuelta de todo. Un miedo que, con los tiempos que corren, y habiendo lo que hay, comprendo perfectamente.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Venecia, en el desierto


Llegamos a Las Vegas de noche. Tarde, muy tarde. Y el primer hotel fue The Venetian. Ya había estado unos años antes en la verdadera Venecia, y la impresión, en ese duermevela, fue la de haber vuelto. Las Vegas es un parque temático hortera, que me saturó al día siguiente y que pierde el encanto a la luz del día, con los hoteles rodeados de solares y grúas y ese sol de Nevada que ilumina cada una de las imperfecciones de la ciudad más recargada y a la vez más desangelada del mundo.
Pero de noche el hechizo funcionaba. O por lo menos así me sucedió con esta Venecia en la que no faltaba ni el Gran Canal, ni la plaza de San Marcos, ni el Campanile, ni el puente de Rialto. Era impresionante. Están locos estos americanos, pensaba, con una sonrisa tonta y los ojos iluminados.
Hoy me he encontrado en la Sexta con un reportaje sobre su construcción. Lo que a los italianos costó siglos, los americanos lo hicieron en dos años. Están locos estos americanos.
 

Luna nueva es Taylor Lautner


Lo demás es más de lo mismo. Eso sí, mejor escrita, con mejor factura y (algo) mejor actuada. Porque todo en la primera peli era fácil de mejorar. Pero la verdadera mejoría está en este personaje, y en el único actor de la función que, con apenas 17 años, está a la altura (física y emocional, je je).

domingo, 15 de noviembre de 2009

Nadar hasta el fondo del mar

Si hay un disco que lo cambió todo en la carrera de Madonna, ése fue Ray of Light (1998). Quizá su mejor trabajo hasta hoy, quizá porque es el disco donde es menos ella sin dejar de ser cien por cien Madonna. De las trece canciones del disco, diez son magistrales. Sólo sobran Candy Perfume Girl, Shanti Ashtangi y Mer Girl, e incluso éstas tienen su punto en el contexto del disco. Las otras diez canciones, todas magistrales. Y encima te hacen creer que la tipa incluso canta bien. 
Ray of light es un disco-rito porque todas las canciones funcionan como parte de una ceremonia religiosa: el ritual de tránsito para la Madonna de aquellos años. Y la cantante tira de imágenes y metáforas no sólo de las religiones orientales, sino también del cristianismo, y lo hace sin complejos. Profetas, bautismos, llegadas mesiánicas, arrepentimientos, iluminación y el amor universal, todo en un totum revolutum regado con new age (no olvidemos que estamos al borde del fin del milenio). Y lo fuerte es que el revoltijo no sólo funciona, sino que llega a emocionar de verdad. 
Yo me quedo con Swim, una canción sobre el karma y sobre el poder del agua para limpiarnos de nosotros mismos y convertirnos en una nueva persona. 
Ahora, más que nunca.



We can't carry these sins on our back
Don't wanna carry any more
We're gonna carry this train off the track
We're gonna swim to the ocean floor

Mmmmm
Crash to the other shore
Mmmmm
Swim to the ocean floor

Let the water wash over you
Wash it all over you
Swim to the ocean floor

So that we can begin again
Wash away all our sins
Crash to the other shore

sábado, 14 de noviembre de 2009

Sevilla (diez años después)

Nada más bajar del AVE, una nueva luz. Y una búsqueda. Un paseo por las calles, sin rumbo fijo. Los viejos edificios, la antigua facultad. Los nuevos edificios, el Sato del que ahora habla todo el mundo. Los bares, las terrazas y el gordo de Cruzcampo. Los mismos abrigos de Madrid, pero sin abrochar. Los mismos pañuelos alrededor del cuello, sin apretar. Aquí son sólo de adorno.

Un familiar que hacía años que no veía. El mismo café, las mismas rosquillas de su infancia. Después, en el autobús, el festival de acentos que suena a música en sus oídos. Qué guapo er movi, quillo. Mira er nota, lo que dise. Nunca hubiera pensado, años atrás, que disfrutaría tanto recreándose en esa habla que es la suya propia. Pero años de metro y de idas y venidas por la Gran Vía le habían acostumbrado a otra música, a otros ritmos.

La noche de Sevilla. Otra Alameda, pero la misma también. Viejos amigos y conocidos que no había visto en años. Un taxi compartido, de vuelta a casa. Números de teléfonos que se perdieron y que volvió a apuntar. Puestas al día.

-¿Y el corazón, qué tal?
-Roto -respondió él, riendo.
-Ay, qué gracioso eres.
-Bueno, pero ya no tenemos 17, ni siquiera 22 o 23 años, ¿verdad? Esto son los treinta, para lo bueno y para lo malo. Los dramas quedaron atrás. Uno lo lleva por dentro, lo mejor que puede, y sigue adelante, ¿no?


miércoles, 11 de noviembre de 2009

Glorious!

En los tres o cuatro últimos años he ido al teatro con bastante asiduidad, y me he encontrado de todo. Desde tostones infumables a obras que me han emocionado más de lo que yo nunca creí que sería posible en el teatro. Soy hijo de una generación que se emociona más con el cine, no lo puedo evitar. Por eso con el teatro me suele costar. La cosa es que los montajes que más me han emocionado no eran, irónicamente, las de los textos actuales, sino las de los clásicos. Especialmente me ha pasado con Shakespeare, y con algún clásico español (aunque menos). Qué gracia, que como hijo del cine y de las nuevas tecnologías haya sido más capaz de implicarme con Hamlet o con el Tenorio que con las obras más innovadoras. Pero claro, es que hay una razón. Esos clásicos son obras que están bien escritas, mientras que entre los textos actuales hay mucha morralla, que además para colmo suele ser autocomplaciente. Shakespeare, por ejemplo, de autocomplaciente no tiene nada. La historia, el ritmo, los personajes, eso es lo que importa. Y si hay mensaje, si hay filosofía, también. Pero todo eso, sin historia, se convierte en una paja mental.

Y de ahí llegamos a Glorious, la peor cantante del mundo, dirigida por Yllana. Y lanzo un aviso para navegantes: en ella participa mi hermana. Es además un texto actual, de Peter Quilter. Pero me encantó. Cuando la fui a ver, al preestreno en Torrejón de Ardoz, hace unas semanas, me dije: qué bien que sea tan buena obra, porque por muchas veces que la vaya a ver (familia obliga) no me voy a aburrir. Voy a disfrutar, voy a reír, voy a llorar, como con las buenas pelis, ésas que me he tragado tantas veces. Diréis: claro, porque está su hermana. Pues no, mi hermana es sólo una secundaria en el montaje, que por otro lado se luce interpretando tres papeles a la vez muy distintos entre sí. Pero eso no haría que yo disfrutara la obra si fuera aburrida. Me la tragaría las mismas veces, vale, y disfrutaría viendo a mi hermana en escena, pero no con la obra.
No es ése el caso. Este Glorious es una gozada. Una obra sin trascendencias, pero divertidísima y emocionante a partes iguales. ¿Y por qué? Pues porque es una obra bien escrita. Se nota que el texto es de un anglosajón, a los que tan bien se les da escribir obras con ritmo, y sin complejos a la hora de apropiarse de modos cinematográficos para enriquecer el texto. Sin ir más lejos, la obra es un biopic, con ecos hollywoodienses, de Florence Foster Jenkins, una cantante real, que existió y que dio mucho que hablar en el Nueva York de los años 40. Una especie de Don Quijote asesina de las notas que gracias a sus estridencias llegó a llenar el mismísimo Carnegie Hall. Para muchos, fue quizá la primera artista que, cantando mal, llegó a arrasar y a provocar furor. Hoy en día estamos acostumbrados a eso, claro, y nadie se extraña de que los artistas más absurdos y los cantantes menos ortodoxos arrasen. Pero Florence fue la primera, y esta obra es un homenaje a ella y a esa sociedad de los años 40 en la que recién se estrenaba la cultura de masas y sus más diletantes fenómenos.
A lo que iba. La obra está bien escrita. Destila cine y music hall (y también bourbon) por los cuatro costados. Tiene ritmo,y eso que sólo consta de cuatro o cinco escenas. Los diálogos son unos ratos desternillantes y otros de una ironía contenida, mezclando lo sutil y lo tosco con gracia y sin complejos. Y al final parece que en vez de en el teatro, estás en el cine viendo un musical de la época.
A esto, claro, se le suma en el montaje español la elección de los actores. Una Llum Barrera entrañable y en estado de gracia, que insufla vida a su personaje y que es capaz de ir más allá del texto (saliéndose de él incluso), sin perder cada uno de los pies y de las frases que dan ritmo a la obra. Eso, claro, son las tablas. Como partenaire tiene a Ángel Ruiz, haciendo de pianista y de conductor de la historia (en cine sería la voz en off). Un papel que se le ajusta como un traje hecho a medida. Los dos actores, creo yo, deben tener una manera muy distinta de trabajar, ella más instintiva, él más metódico, pero juntos, en escena, destilan una química y una energía impresionantes. Porque así son también sus respectivos personajes: la ingenuidad frente al cinismo. Y en tercer lugar, mi hermana, Alejandra Jiménez-Cascón, a la que ya saben que adoro y sobre la que no me voy a explayar para que no digan que esta crítica no es imparcial.
En definitiva, que estaría bien que en el teatro se dejaran caer más obras como éstas, bien escritas, bien actuadas, que dejen buen sabor de boca y hasta alguna lagrimilla furtiva. Y sin esa horrible pátina de falsa trascendencia que tanto hay en los textos actuales.
Ahora está en Málaga. Luego Valladolid. Y la gira por España continúa. Si pueden, vayan a verla. Y cuando llegue a Madrid, ya les aviso. De momento, os dejo con la música "enlatada" de Florence Foster Jenkins, porque la japuta cantaba mal como ella sola, pero no por eso se quedó con las ganas de grabar sus discos.
La reina de la noche, de Mozart, en versión Florence:


Yo, como Terenci, junto a Nefertiti

martes, 10 de noviembre de 2009

La hondura (emocional y literaria) de Terenci

Haría ya unos doce o trece años que mi tía Gemma me regaló El amargo don de la belleza. Y aunque desde el momento en que rasgué el papel que lo envolvía sentí que había acertado, aparqué el libro en la estantería y pospuse su lectura sine die. Desde entonces lo miraba de vez en cuando, a ver si lo leo, a ver si lo leo. Y hasta ahora.

Yo pensaba que Terenci Moix era un autor que me gustaría, pero más por petardo que por su hondura literaria. Prejuicios que tiene uno. Y cuando por fin me ha dado por coger el libro, me he encontrado con una de las mejores novelas que me he leído en mucho tiempo, con una hondura emocional impresionante. El tema de la novela es el tempvs fugit. Un tópico clásico y además manido, diréis. Y es verdad, pero Terenci lo trata de una perspectiva tan moderna (por mucho que se trate de una novela histórica, por mucho que el lenguaje esté forzadamente arcaizado) que incluso abruma.

Terenci no necesita convertir la historia en un culebrón lleno de giros en la trama y sucesos inesperados. No digo que hacer eso esté mal, sino que muchas veces sirve para ponérselo fácil al lector. Pero Terenci no se lo pone fácil ni a sí mismo como autor. El amargo don de la belleza no es una novela de emociones a corto plazo, ni contiene grandes giros ni sorpresas. Y sin embargo, el abrumador paso del tiempo y el vértigo ante esa sensación de que la vida se nos escapa de las manos rezuma en cada palabra del libro. La historia está contada sin prisa pero sin pausa, y te mete de lleno en el esplendor y en la posterior decadencia de una etapa en la historia de Egipto condenada al olvido de antemano. Como el mismo protagonista dice al final, "los amaneceres más bellos ya nacen predestinados al ocaso". La pátina de melancolía inunda toda la narración, salpicada de personajes que hablan de un modo rimbombante y que sin embargo están llenos de humanidad, desde la reina Nefertiti, talibana del monoteísmo, hasta el propio hijo del protagonista, Bercos, del que hasta el propio autor se ríe por su manera de hablar hueca y altanera.

***

Por cierto, que del libro me han gustado dos momentos que bien podríamos aplicarnos profesores y estudiantes en las aulas de hoy en día. El primero es una sentencia supuestamente egipcia, que no podía estar más vigente:

No desprecies la risa de los jóvenes
porque tú lo fuiste alguna vez
aunque el tiempo te impida recordarlo.

El segundo es una máxima de los escribas que Senet recupera de la biblioteca del templo:

"Sé un artesano de la palabra para que puedas prevalecer, porque el poder del hombre está en la lengua y el poder de la palabra es más fuerte que el de cualquier combate. Copia a tus padres, a aquellos que se fueron antes que tú. ¡Mira! Sus palabras perduran en la escritura. Abre el libro y lee; copia el saber. Así, el artesano podrá llegar a ser un hombre sabio..."

lunes, 9 de noviembre de 2009

Los nuevos visitantes y el individualismo americano



El primer capítulo de la nueva V no ha estado nada mal. Los guionistas le han sabido dar la vuelta al punto de partida de la serie original, porque el efecto sorpresa en el que se basó aquélla (vamos, que son lagartos), desaparece por completo en el remake. ¿Qué hacer entonces? Pues replantear el punto de partida. Y así han hecho.

La idea de que los vistantes están entre nosotros ya desde hace años funciona, aunque culparlos de las guerras y de la crisis económica para que en el momento de la revelación aparezcan como salvadores suena un poco ridículo. Lo que sí está bien es el momento en el que Anna, la comandante en jefe de los visitantes, propone un sistema de salud pública universal, provocando la desconfianza en el periodista (y en el espectador) que tiene enfrente. Qué gracia, es la misma desconfianza que el americano medio tiene hacia la reforma sanitaria de Obama, algo que los europeos no entendemos, pero que Elvira Lindo explicó muy bien en este artículo. Los americanos serán todo lo que queramos, pero parece que ese individualismo feroz y esa manía de salir adelante por uno mismo sin la ayuda de los demás tienen también sus cosas buenas. Lo de la seguridad social se les resiste, vale, pero tampoco serían los más proclives a dejarse avasallar o someter fácilmente, ni por un sistema fascista o comunista como los que hemos tenido en Europa, ni por unos visitantes con piel de lagarto deseosos de reclutar esclavos entre la especie humana. Con los americanos lo tendrían más que difícil.

¿Es eso en el fondo lo que cuenta la serie? No creo que la cosa llegue a tanto, pero por lo menos en este primer capítulo sí he visto ese poquito de chicha en forma de teoría política, más allá de los estupendos efectos especiales, que también los hay.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Lo último de Woody Allen funciona

TV: Dios no juega a los dados con el universo.
Wody Allen: No, sólo juega al escondite.

Maridos y mujeres



Desde aquel mítico "¡Clautrofobia y un cadáver! ¡El colmo de un neurótico!" de Misterioso asesinato en Manhattan, no había vuelto a escuchar tan buenos chistes en una peli de Woody Allen. Pero con Si la cosa funciona, Allen nos regala dos más, y de los buenos. Y como en Maridos y mujeres, volvían a tratar de Dios. El primero, cuando el padre de Melodie se ha puesto a rezar arrodillado, frente a su hija y al protagonista, Boris. Entonces, la hija le dice a Boris: "¿se lo dices tú o yo?". Y dirigiéndose al padre, va y le suelta: "No, papá, mira, no hay nadie, no hay Dios, nadie te está escuchando". El segundo, cuando ese mismo padre está en el bar, hablando de las maravillas que Dios ha creado, las montañas, los mares, los ríos, los animales, y su compañero de barra le contesta. "Claro, Dios es gay, ¡es decorador!"

Después, la peli tal vez no esté a la altura de las grandes cintas de Allen, y también es verdad que hay mucho refrito y reciclado (el principio me ha recordado, y mucho, a Poderosa Afrodita), pero, como dice el título, si la cosa funciona, qué más da. Y la peli funciona, vaya que sí.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Indie, pero clásico



No creo que lo que convierta a 500 días juntos en una gran película sea la originalidad visual, los saltos atrás y adelante en el tiempo o las pantallas partidas. La valía de la peli está más en lo que tiene de clásico, por mucho revestimento indie que tenga (y que es además lo de menos). Durante la escena final del banco, en el momento de la despedida, las expresiones de los dos protas, su miradas, me han retrotraído a películas como The way we were y todas esas obras maestras que alguna vez trataron ese manido pero estupendo tema de "lo que pudo ser y no fue". 500 días juntos, siendo tan pequeñita y alternativa, acierta en la diana y toca el corazón en la misma medida en que lo hacían esas grandes películas, de grandes directores, en las que esos amores, bigger than life, arrasaban con todo.

La pena quizá sea que, a pesar del supuesto alternativismo de la cinta, se incluyera como epílogo ese guiño naïf a modo de concesión para el gran público. Pero con todo y con eso, la peli no deja de ser una joyita.