lunes, 19 de abril de 2010

Alien o el cine en familia

De pequeños, cuando mi madre nos llevaba al cine a mi hermana y a mí, su pericia para elegir películas resultaba de todo menos ortodoxa. Recuerdo que en mi comunión, después del ágape con la familia en casa (no eran tiempos de banquetes ni celebraciones en salones de restaurantes), nos fuimos los cuatro a ver Aliens, la segunda parte de Alien, que ninguno, por cierto, habíamos visto nunca. ¡Menuda peli para una comunión, diréis! El resultado fue que yo, con ocho años, y cuando salió el primer alien del pecho de un contagiado, me tuve que salir al bar del cine, y me quedé durante todo el resto de la proyección con la señora de las palomitas, porque la visión de ese lindo animalito abriéndose camino entre sangre y entrañas me superó. En cambio mi hermana, más pequeña y más inconsciente, se la tragó entera.


A mí, sin embargo, la cosa no me debió dejar muy traumatizado. O a lo mejor es que el trauma tuvo su propia catarsis, porque años después, cuando ya de preadolescente vi la primera parte, y luego ya entera la segunda, las dos pelis pasaron a formar parte de mis cintas de terror favoritas, junto con la saga de Tiburón. Las veía continuamente, hipnotizado por ese monstruo y esa Sigourney Weaver poderosa que tenía más cojones aún que el propio monstruo. Y cuando las ponían en la tele, la familia entera nos la volvíamos a tragar una y otra vez, como quienes ven un clásico de Disney.


Años después, con apenas 14 años, vi Alien 3 en el cine, y me dejó frío frío. Demasiado intelectual para el bagaje que yo tenía entonces. Me la compré, y la vi varias veces más, algunas de ellas en el sofá del salón con mis padres y hermana. Y aunque sólo fuera por ver de nuevo a Ripley en acción, nos la volvíamos a tragar todos juntos, cerrando los ojos cuando Ripley se suicidaba para finiquitar la saga y ese momento de conjunción astral familiar. Porque después de la muerte de Ripley también murió esa manera de ver pelis juntos todos en el salón: mi hermana y yo entrábamos en una edad en la que nos empezamos a refugiar, especialmente yo, en nuestros propios cuartos, de espaldas a nuestros padres.


Por eso el verdadero hito vino con la cuarta parte. Cuando ya parecía que la trilogía se iba a quedar en eso, en una trilogía, y cuando yo ya tenía 19 años, se estrenó Alien Resurrection. La que podía borrar de un plumazo toda la desazón producida por esa tercera parte rara rara, que aunque hoy se considere una peli de culto, no pegaba ni con cola con las otras dos. La peli en la que Ripley resucitaba, y la que hizo resucitar también un momento de comunión mística para toda mi familia.


Y no sé cómo nos pusimos de acuerdo ni por qué, pero aún nos recuerdo a los cuatro sentados en fila en el cine, a mi madre y a mi padre a un lado, a mi hermana al otro, viendo los títulos de crédito de una peli, la de Jean Pierre Jeunet, que no sólo no nos decepcionó, sino que nos hizo salir del cine, especialmente a mi madre y a mí, con un sabor de boca y un brillo en los ojos como muy pocas otras pelis han conseguido. La peli de Jeunet podía ser también visualmente diferente, en el mejor y en el peor sentido de la palabra, pero el guión estaba muy bien engranado, y aunque ahora, con perspectiva, sepa que no está a la altura de las dos primeras, y que nunca se convertirá en una peli de culto como la tercera, al menos sé que es una peli honesta que sigo viendo una y otra vez y que me catapulta a ese momento de comunión con toda mi familia, en una época, la de mis 19 años, en la que ya era muy difícil juntarnos, y mucho más ponernos de acuerdo, toda la familia.

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