domingo, 23 de marzo de 2008

Libros que sanan


Al leer La casa de los espíritus quince años después de la primera vez, he querido comprobar si de verdad había perdido la inocencia, si iba a reírme de mí mismo por haberme dejado tocar la fibra sensible de aquella manera, en mi adolescencia, arrastrado por el culebrón arrebatador de la Allende.
Ya conté en otro post que no leía a sudamericanos desde mi adolescencia, y que El amor en los tiempos del cólera me dejó algo frío, el juego literario de García Márquez tenía el regusto de lo ya visto, como si los saltos en el tiempo hacia atrás y hacia delante y el entramado narrativo en general ya no me sorprendieran.
Si con García Márquez me pasó eso, pensaba que con La casa de los espíritus iba a ser aún peor. Pero no ha sido así. La prosa de la Allende, al ser más sencilla y tener menos presente el juego literario, al dejar de lado las artificiosidades, me ha hecho sentir exactamente lo mismo que sentí a los catorce años. La misma catarsis, el mismo poder sanador que sentí entonces, lo he vuelto a sentir ahora, desde el comienzo del libro. Se me ha olvidado que de lo que se trataba era de analizar el relato, y me he visto envuelto en la historia, emocionándome igual que la primera vez, sin poder dejar de leer las quinientas páginas en apenas cuatro días.
Porque lo mejor de todo no es ese culebrón que tan bien se monta la Allende, sino ese poder sanador que tiene el libro, a través de sus personajes, comenzando con Clara, esa maravillosa creación, y terminando con la visión de la vida recuperada por Alba, su nieta: el dolor asimilado, los odios superados, las venganzas diluidas y la esperanza como única y feliz salida. La misma Alba lo dice: "Me será muy difícil vengar a todos los que tienen que ser vengados, porque mi venganza no sería más que otra parte del mismo rito inexorable. Debo romper esta terrible cadena. Quiero pensar que mi oficio es la vida y que mi misión no es prolongar el odio...".
Toda una lección de vida en forma de literatura de sanación.

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