Tras la Cienciología he tenido contacto con muchas otras sectas que me han fascinado en menor o mayor grado. Ya he contado en otro post la irrupción de los mormones en mi infancia. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días estuvo representada en este caso por dos chavales americanos que no alcanzaban los veinte años, con sus camisas blancas y sus corbatas, que una vez a la semana venían a casa para hablarnos de Jesús y que mi madre les diera de merendar. La doctrina de los mormones se resumía (o esa es la conclusión a la que yo llegué) en el seguimiento del profeta Joseph Smith, que en el patio de su casa desenterró unas planchas de oro con unas inscripciones en las que se testimoniaba la visita que Jesús hizo a los indios americanos después de resucitar en Judea, pillarse una cáscara de nuez (sic.) como quien se pilla un vuelo charter y con ella hacerse a la mar, navegar hasta llegar a las costas americanas y allí aparecerse a los arapajoes o a los mayas o a los que fuera. Eso, y mucho más, era lo que relataba El libro de Mormón, que es lo que estaba en las planchas de oro descubiertas por Smith y que mi madre, que se lo traga todo, leyó de cabo a rabo, para concluir que era como la Biblia pero en malo. Yo, por mi parte, me leí la versión infantil, que como cuento estaba bastante divertido, todo hay que decirlo.
Los chavales que venían a casa eran majísimos, especialmente uno de ellos, con el que la comunicación se pudo establecer gracias a que chapurreaba el español porque su madre era medio mexicana. Mi madre los hacía pasar todas las semanas, y ellos nos traían los libros, nos ponían vídeos y a veces hasta rezábamos todos juntos cogidos de la mano. En los vídeos salían un montón de sudamericanos hablando de cómo habían descubierto a Jesús, y entonces mi madre (que siempre ha sido una cristiana muy de la nueva era) les decía que ella también lo tenía descubierto hace mucho tiempo, y que daba igual haberlo descubierto a través de Joseph Smith o de Santa Teresa. Los chavales no sabían qué contestar, pero seguían viniendo porque probablemente éramos la única casa de toda Sevilla en la que eran bien recibidos. Poneos en su lugar: con 18 añitos los mandan a evangelizar al otro extremo del planeta. Son dos años en los que no pueden tener contacto con sus familias, no pueden volver a sus casas ni en vacaciones. Dos años en los que tienen que ir de casa en casa intentando evangelizar sin tener ni idea del idioma. Menuda mili, ¿eh?Las visitas a nuestra casa duraron algo más de un año. Al final, el que hablaba español dejó de venir porque se volvió a Estados Unidos y el otro, que no había abierto la boca en todo el año, vino con un nuevo compañero. Pero el canal de comunicación se había cortado. Sentados en el sofá, no sabían qué decirnos. Volvieron dos o tres veces más en que mi madre les dio como siempre de merendar. Pero un día ya no se supo más de ellos. ¿Se rindieron? Tal vez. Pero dejaron huella, y desde entonces los mormones, en el fondo una secta igual de absurda y peligrosa que cualquier otra, me resultan de lo más entrañable.
En el próximo post hablaré del Opus. Ésos sí que no me resultan entrañables.
2 comentarios:
Nunca comparé el libro del mormón con la Biblia, dije que era como los relatos de Tolkien, pero en malo.
Una vez leído, los "elder" que así se llaman los misioneros mormones,me preguntaron : " ¿has visto la inspiración del Espíritu Santo en el libro?", al responder que no, me pidieron que volviera a leerlo, pero con una vez tuve bastante.
Tu madre
Felicis, querido, lo mejor de este post es sin duda la puntualización de tu madre. Me muero por conocerla.
Besos a usted y a su madre!
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