martes, 1 de abril de 2008

Curas como Luthor


Hace unos años fui a un bautizo en el que me dio por atender a la homilía. Mientras los padrinos sostenían al niño en brazos, el sacerdote convirtió aquello en un alegato panfletario más propio de Provida que de una fiesta religiosa. Mezcló, así porque sí, la alegría de un nuevo ser con la inquina antiabortista. Sé que la Iglesia se siente acorralada en estos tiempos en los que están de moda desatinos como el laicismo y la libertad de pensamiento, y que los curas aprovechan cualquier ocasión para reconducirnos por el camino, pero si yo hubiera sido el padre habría echado a ese cura a patadas, por convertir el rito de celebración de un nuevo hijo en una bochornosa acusación dirigida hacia "los otros".

Más: todos hemos ido a bodas en las que los curas se desgañitan diciéndoles a los contrayentes lo valientes que son por casarse por la Iglesia (y digo yo que entonces, los que no nos casamos, o peor, los que se casan por lo civil, ¿qué son? ¿cobardes?). Esto es ya un tópico. Normal: con el aforo completo (en las bodas, ya se sabe, que después hay comilona y despiporre) los curas se crecen. Y lo gracioso es que los que menos se quejan de que se les usurpe su propia celebración suelen los contrayentes (muchos, reconozcámoslo, porque tampoco atienden a las homilías, que en esos momentos no están como para concentrarse en discursitos).

Todo esto independientemente de que yo esté a favor o en contra del aborto, o de que crea en el matrimonio como sacramento (que no creo, dicho sea de paso). No se trata de eso. Se trata de celebrar en cada caso lo que se celebra. No estoy siendo anticatólico por el mero hecho de serlo. Lo que pido a la Iglesia es que no mezclen churras con merinas, que no aprovechen esos bautizos, bodas y comuniones, que a mí me pueden gustar o no, pero que son muy respetables como ritos, para desvirtuarlos escupiendo propaganda por la boca, criticando a los que no pasan por el aro del pensamiento católico en vez de exaltando la celebración del sacramento en cuestión. Es como si el orgullo del católico se basara en el desprestigio del que no lo es. Como Lex Luthor, que para ser feliz no tenía suficiente con triunfar, sino que necesitaba que Superman fracasara.

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