Una alumna marroquí que habla con acento ecuatoriano. Un alumno colombiano con acento madrileño. Otros que ya no saben si sesear, cecear, o directamente negarse a leer en voz alta. Multitud de chavales que no saben estar sentados y sin hablar más de tres minutos, por más que lo intenten. Una chica de apenas 12 años, que se acaba de terminar, ante mi estupefacción, Yo, Claudio, y que ahora ya va a por Orgullo y prejuicio (vale, este mejor). Otros que apenas saben leer o escribir. Familias desestructuradas, con hijos que se suben por las paredes. Familias que tienen a sus hijos mimados. Madres que desisten, y desesperadas le piden ayuda al tutor, como si los entuertos de casa se pudieran arreglar en clase. Profesores que desprecian a los alumnos. Profesores que los quieren demasiado. Niños que corren y gritan por los pasillos. Gitanos dando palmas sin parar. Portazos, interrupciones, puertas que se abren y se cierran. Una cafetería de instituto que vende chucherías y más chucherías. Entre ellas, esos chicles que después los profes ya no saben cómo prohibir en clase. Los pokeros: diademas con lazo para ellas, crestas teñidas de rubio para ellos. Los pseudolatin kings: gorras, enormes camisetas, pantalones aún más grandes y gafas de sol falsas. Los teléfonos móviles. Daddy Yankee y Camarón de la Isla.
Toma melting pot. En mi instituto hay de todo, como en botica. No me digáis que no es divertido.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
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