jueves, 10 de septiembre de 2009

Otra Poncia, otra Bernarda



El estreno en Madrid es mañana, pero yo acabo de ver la Bernarda Alba de Lluis Pasqual hoy, en un pase previo y sin esperármelo. Ana me ha llamado a las seis de la tarde, y a las ocho y media estaba ya en el Matadero, viendo cómo la Poncia preparaba las sillas para el velatorio lorquiano. Para mí, ver en escena cualquier obra de Lorca tiene su doble rasero. Como me gusta tanto, nunca es lo que de verdad tengo en la cabeza. Pero también porque me gusta tanto, siempre disfruto a Lorca sea cual sea el montaje. Por muy mal dichos que estén, las estrellas como puños y los juncos de la orilla siempre están ahí, para ponerme los pelos de punta.

En el caso del montaje de hoy, me ha costado entrar en el juego. La declamación de las actrices era demasiado naturalista. Y a mí en Lorca me gusta un poquito de impostación, porque lo que sale de las bocas de sus personajes, por muy popular que parezca, no deja de ser pura expresión poética. Por eso, al principio, me costaba. Por otro lado, a medida que iban saliendo esas mujeres, casi ninguna de ellas era como yo me imaginaba. La Poncia de Rosa María Sardá era menos resignada y más chascarrillera; la Bernarda de Núria Espert, más sentida y menos dictadora.

Pero el montaje ha continuado, y yo he ido entrando en calor. Poco a poco. La primera que me ha ganado ha sido la Sardá, que es grande grande, y esos chascarrillos que a mí al principio me ha parecido tan poco lorquianos me han terminado por hacer reír y querer a la Poncia más si cabe. Luego me he dado cuenta de la química que la Sardá tenía con la Espert cuando se quedaban a solas. Tremenda química que no siempre se consigue con dos grandes de la escena. En el tercer acto ya estaba entregado. Ni el ruido que hacía un foco me sacaba ya de la historia. El enfrentamiento entre Martirio y Adela, de quitarte el hipo. Las dos actrices desgañitándose, la iluminación onírica, los movimientos en escena, me han absorbido.

Quedaba la Espert, a la que veía demasiado mayor, demasiado desvalida para el papel. Pero al final, en apenas tres minutos, y con el más difícil todavía, me ha ganado. Nunca había imaginado a una Bernarda sucumbiendo, tirada en el suelo, medio muerta, más víctima incluso que sus propias hijas. La Bernarda de la Espert no era la dominadora que yo siempre había pensado; era la dominada, la derrotada. Y yo también he terminado sucumbiendo ante esa visión que no podía ser más distante de lo que yo hubiera podido imaginar puesto en escena.

No digo que esta visión sea la definitiva (con Lorca, como con todos los grandes, nunca hay visiones definitivas), pero todos los que estábamos en el teatro hemos batido palmas con furor durante cuatro tandas de aplausos. Yo, el primero. La Sardá, la Espert y todo el elenco de jóvenes actrices se lo merecían.

1 comentario:

Elisa dijo...

Se me ponen los dientes largos al leer tu crítica. A ver si viene a Sevilla o hago yo una escapadita a Madrid, porque parece que no hay que perdérsela.
Y El País (o cualquier otro diario) podrían contratarte como crítico, enhorabuena.