miércoles, 30 de abril de 2008

Superstar


Mi madre me dijo siempre que de todas las películas sobre Jesús, su preferida, y la que para ella mantenía más intacto el espíritu cristiano, era Jesucristo Superstar. Hoy he ido a ver el musical en Madrid y de toda la morralla que se ha hecho sobre los evangelios, si en alguna tiene que estar la palabra de Dios (más incluso que en los propios evangelios), es aquí. ¿Blasfemia? Quizás. Pero es lo que tiene el arte, que si no es un poquito blasfemo, no es arte. La ópera rock de Lloyd Webber es espectacular, pero lo mejor es cómo explota el lado humano de Jesús. Y sí, sé que el tema es mi debilidad, y el montaje tendría sus defectos, pero la voz del argentino Gerónimo Rauch (espectacular como Jesús, orando/cantando en Getsemaní) bien valía el coste de la entrada.

martes, 29 de abril de 2008

Juglar


Ayer fui a la Feria del libro antiguo, en Recoletos, y me hice por tres euros con el estudio de Díaz-Plaja sobre Lorca. La primera página cuenta algo que ya sabía, pero lo cuenta muy bien:

Hacia 1927 García Lorca debe su fama a un libro que no conoce la imprenta, pero mucha gente ha oído recitar. "El nombre de García Lorca comenzó a conocerse en los lugares más apartados de España. Traspasó las fronteras. Cruzó los mares. Se fue conociendo en veinte pueblos de nuestra América. Llegó a países de lenguas extrañas. Un noruego ensayaba a traducirle; el inglés Trend le consagraba un largo capítulo de uno de los mejores libros que debemos al hispanismo actual. Sin embargo, en todo este tiempo Lorca no había publicado nada. Era un poeta que vivía de la tradición oral. Se le conocía de esta suerte como si su poesía fuese la de un juglar. Federico García Lorca revivía con el más claro ejemplo la juglaría española. Era un juglar de la más fuerte y alta Edad Media".

La cita es de José María Chacón y Calvo (García Lorca, poeta tradicional, en "Revista de avance", La Habana, 15 de abril de 1930).

domingo, 27 de abril de 2008

V


La ansiada Teleindiscreta repleta de pegatinas de la serie, y el estrés por ser el primero de la pandilla en conseguir las 60 pesetas para comprarla.
El póster de Diana al fondo de un pasillo que me horrorizaba recorrer solo, en la oscuridad.
Los ratones de chocolate que nos hartamos de comprar en el kiosko.
Las catequesis de confirmación que mi madre nunca podía impartir los sábados en casa, porque todos (incluida ella) querían ver la serie.

Vuelve V, un mito infantil para todos los de nuestra generación. ¿Superará la serie la prueba del tiempo?

viernes, 25 de abril de 2008

La voz de la Blanchett



A quién más ganas tengo de ver en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal es a Cate Blanchett. Será Irina Spalko, la villana de la función, una agente rusa que según la revista Imágenes "entablará con Indiana la típica relación amor-odio habitual en el personaje". Vamos, que la cosa va a tener chicha.

La Blanchett es una actriz espectacular, con presencia, que se mete en cualquier personaje y en cualquier película. Me acuerdo de ella en El talento de Mr. Ripley y en Diario de un escándalo, pero también en El señor de los anillos. Sin su voz en off, el prólogo de la primera parte no habría sido lo mismo. Te estremeces cuando, sobre una pantalla en negro, dice aquello de "I amar prester aen (The world has changed). Han mathon ne nen (I feel it in the water), Han mathon ne chae (I feel it in the earth), A han noston ne wilith (I smell it in the air). Much that once was is lost. For none now live who remember it."


martes, 22 de abril de 2008

Antes no me gustaba Isabel Coixet...


...pero Elegy me ha encantado. Y me ha encandilado (oh, sorpresa) Penélope Cruz. Nunca en ella he visto más verdad que en esta película. Qué ironía, que haya sido en inglés. También me ha hecho gracia reencontrarme con el personaje de David Kepesh (el mismo de El profesor del deseo) asumiendo tan mal la vejez, comportándose como un niño chico y rozando el patetismo (dios me libre de llegar así de infantil a mi propia vejez). He leído por ahí que Isabel Coixet sigue paso a paso el libro original de Philip Roth (El animal moribundo) menos en el final. Yo no he leído el libro, pero por lo poco que he leído de Roth, intuyo que este final que se monta la Coixet es una lección de humanidad frente al cisnismo omnidestructor de Roth. Mira por donde, la Coixet, que tan poco soporté en Cosas que nunca te dije o en Mi vida sin mí, me empieza a caer bien.

domingo, 20 de abril de 2008

En busca de la comedia romántica perfecta


Acabo de ver 8 citas, y no es que sea perfecta, pero para ser cine español me ha gustado bastante y por momentos hasta me ha tocado la fibra sensible. Es una especie de Love actually a la española, y eso sin desmerecer. Si os gustan las comedias románticas, id a verla.

Desde que a los quince añitos descubrí Cuando Harry encontró a Sally, toda mi vida ha sido una continua búsqueda de la comedia romántica perfecta, y sí, ya sé que hay mucha morralla en el género, pero qué queréis, a mí me gusta, y creo siempre preferiré una mala comedia romántica a una buena peli bélica, por poner un ejemplo. Pero que quede claro que eso no significa que en cuanto veo un beso en la pantalla se me anule el sentido crítico. Precisamente mi amor al género hace que me saquen de quicio esas cintas que tan poco respetan el género.

Bueno, ahí va una listita de pastelones que toda persona mínimamente sensible y sin complejos intelectualoides debería ver:

Cuando Harry encontró a Sally. Esencial. Muchos dirán que Woody Allen contó la misma historia, y mejor, en Manhattan o Annie Hall. Puede ser verdad, pero las de Allen tienen una carga intelectual que ya no las haría encajar tan bien en esta lista pasteloide.


Historias de Philadelphia. La comedia romántica primitiva. Hay que verla para después poder juzgar si las comedias románticas actuales son de verdad originales o no.

Desayuno con diamantes. Si estás harto de ver a la Hepburn colgada en las tiendas más trendies y las casas de tus amigos más modernos, ríndete y mira de una santa vez esta peli, que está genial: una comedia romántica en estado puro con glamour sesentero. ¡Y eso que según dicen en la novela de Capote la prota era puta! En la peli, claro, esto se dulcificó, y la crítica social es mucho más sutil (si no, no hubiera sido una comedia romántica como dios manda).


Algo para recordar. Muy bonita, pero le falta la profundidad que tenía Cuando Harry encontró a Sally. Yo la tenía en vídeo y siempre echaba para adelante las escenas de Tom Hanks y me quedaba con Meg Ryan, que por entonces era mi debilidad. Sus escenas con Rosie O’Donnell eran descacharrantes.


Olvidate de París. Billy Cristal tuvo aquí la feliz idea de plasmar lo que ocurre en todas esas historias de amor después del fundido a negro final. ¿Qué hay después del happily ever after? Esta peli con Debrah Winger se convierte en la anticomedia romántica, y no es que sea excesivamente destroyer, pero tiene algún que otro punto subversivo muy bueno.


French Kiss. Lawrence Kasdan es experto en construir buenos guiones, y por eso esta peli es tan buena, porque el guión maneja genialmente todos los ingredientes típicos de la comedia romántica para lucimiento de Kevin Kline y Meg Ryan, que después de esto, no ha hecho nada destacable (si acaso Kate & Leopold, pero para que ésta te guste tienes que tener, como yo, verdadera debilidad por las comedias románticas).


La boda de mi mejor amigo. Esta peli es genial porque oscila durante todo el metraje entre la comedia romántica tradicional y la película independiente, y aunque no lo parezca, al final gana la segunda. El duelo entre una consagrada Julia Roberts y una aspirante Cameron Díaz es mitológico (en la escena del ascensor, en que la rubia se come a la pelirroja). El momento del restaurante en el que todo el reparto canta I Say A Little Prayer es puro surrealismo, aunque ahora no nos parezca original. No hay que olvidar que fue esta peli la que inició esa moda según la cual toda comedia romántica debe tener por fuerza un número musical.


El cielo abierto. Romanticismo de barrio con toda la marca de Elvira Lindo, que tiene un arte tremendo para inventar personajes e historias que rezuman realidad sin dejar de hacerte soñar. Qué pena que ya no colabore con Albaladejo. A los dos, una vez separados, les ha dado por el drama (él con Rencor o Cachorro, ella con Una palabra tuya, que por cierto es un libro precioso).

Sobreviviré. Para mí las comedias románticas siempre han estado asociadas a Nueva York. Pero ésta me hizo ver que Madrid no está nada mal como escenario para los amores de película. Yo todavía no me había venido a vivir a la capital, pero ahora, siete años después, y a pesar de que el mítico Stars de la calle Infantas es ahora un Starbucks (una ironía con un sabor, por cierto, muy neoyorquino), confirmo que las calles de Madrid pueden ser de lo más romántico.


Sólo los tontos se enamoran. Qué mala, diréis. Tal vez. Yo sólo recuerdo que allá por 1997 o 98, mientras esperaba con mis palomitas tras la puerta de la sala del cine de Sevilla, el corazón me latía a toda prisa. Estaba deseando verla, seguro de que iba a disfrutar como un enano. Y lo peor de todo es que, una vez vista, no me decepcionó. Después me la topado alguna vez en la tele y me la he vuelto a tragar hipnotizado.


Mientras dormías. No es Nueva York, es Chicago (the windy city) que en Navidad tampoco está nada mal para montarse esta peli de tono melancólico con toques naranja y azulados y una parejita (Sandra Bullock y Bill Pullman) que son para comérselos.


Frankie y Johnny.
Es una comedia romántica, pero también un tratado precioso sobre la soledad en la gran ciudad. Recuerdo el plano del edificio por fuera y la cámara metiéndose por la ventana en la casa de la Pfeiffer, sola con su gato, tomándose la cena descongelada frente a la tele.


Mucho más que amigos.
Para algunos, un bodrio. A mí me encanta. No sé si es porque es muy de mi generación, con esas relaciones posmodernas de nueva hornada que tan bien retrata el epílogo de la peli.


Splash.
Amor, humor y escamas: las de la cola de Daryl Hannah (espectacular en la bañera).


Cuatro bodas y un funeral. Me gusta, aunque debo reconocer que no al nivel del resto de la gente, que suele adorarla. Será el toque inglés, que me descoloca. Mis detractores dirán que no la sé apreciar porque no sale Meg Ryan ni se ve el Empire State. Puede que sea verdad.


Love actually.
Más romanticismo con sabor british. La escena de los cartelitos es muy mona.


Mejor imposible.
Esta peli tiene momentos descacharrantes y el engranaje cómico / romántico funciona a la perfección. Lo único, el final: no me termino de creer a Helen Hunt enamorada tan rápidamente del maniaco de Nicholson.


Armas de mujer. Ese ferry de Staten Island es para mí mítico. Las calles de Nueva York, los años 80, los yuppies… todo es esta peli forma parte ya de mi imaginario más íntimo y particular.


El amor tiene dos caras.
La Streisand se lo monta muy pero que muy bien. Ver esta peli es como ver un clásico de los años 40 o 50, hasta que a la mitad del metraje Barbra se cambia el look y se pone petarda. Pero aun así sigue siendo muy divertida.


Un día inolvidable. Esa peli que ves una vez y que disfrutas, pero sin darte cuenta de que aunque parezca una comedieta más es un peliculón. Si no estás de acuerdo, prueba a verla otra vez. Te gustará aún más.


Bajo el sol de la Toscana. Se ve que está hecha sin pretensiones, hecha para ser una peli romántica más. Pero es que Diane Lane es mucha Diane Lane y la cinta con ella gana muchos puntos.


Sólo tú.
No es que me fascine, pero la meto en la lista porque creo que la he visto casi tantas veces como cualquiera de las otras. No sé por qué, pero hubo una época en que la ponían siempre en los autobuses y en los trenes en que viajaba. No tuve ningún problema en tragármela cada una de esas veces.


Encantada.
Lo último de la Disney en acción real va de subvertir los roles tradicionales de las pelis de princesas. Y funciona. Pero creo que sobre todo funciona porque los ingredientes de las comedias románticas de toda la vida están aquí mezclados muy bien.


El amor es lo que tiene. Un amigo dijo de esta peli que es el Cuando Harry encontró a Sally de esta década. No sé si será una exageración, pero es verdad que la peli es buena. Lástima que se desinfle al final (afortunadamente, muy muy al final).


Novio de alquiler.
Bastante floja, pero la pongo como ejemplo de que hasta con las malas como ésta he llegado a disfrutar y hasta emocionarme.


Cuando menos te lo esperas
y The holiday. Estas dos últimas las pongo como ejemplo de que tengo criterio y no me dejo engañar tan fácilmente, aunque así lo parezca. Las dos cintas tienen una factura impecable, pero son más malas que pegar a un padre. La primera es mala porque nadie se cree que Diane Keaton se termine quedando con Jack Nicholson en vez de con Keanu Reeves. El mensaje no podía ser más conservador: si eres vieja, tienes que echarte un novio viejo. Menos mal que la realidad hizo justicia y emparejó a Keaton con Reeves. La segunda es tan mala que a pesar de contar con Kate Winslet y Jude Law, ni la terminé de ver. Soporífera.

domingo, 13 de abril de 2008

The Parade Ends


Paseos por las calles que revientan,
pues las cañerías ya no dan más,
por entre edificios que hay que esquivar,
pues se nos vienen encima,
por entre hoscos rostros que
nos escrutan y sentencian,
por entre establecimientos cerrados,
mercados cerrados,
cines cerrados,
parques cerrados,
cafeterías cerradas.
Exhibiendo a veces carteles
(justificaciones) ya polvorientos,
CERRADO POR REFORMAS,
CERRADO POR REPARACIÓN.
¿Qué tipo de reparación?
¿Cuándo termina dicha reparación,
dicha reforma?
¿Cuándo, por lo menos,
empezará?
Cerrado...cerrado...cerrado...
todo cerrado...
Llego, abro los innumerables candados,
subo corriendo la improvisada escalera.
Ahí está, ella, aguardándome.
La descubro, retiro la lona y contemplo
sus polvorientas y frías dimensiones.
Le quito el polvo y vuelvo a pasarle la mano.
Con pequeñas palmadas limpio
su lomo, su base, sus costados.
Me siento, desesperado, feliz,
a su lado, frente a ella,
paso las manos por su teclado, y,
rápidamente, todo se pone en marcha.
El ta ta, el tintineo, la música comienza,
poco a poco, ya más rápido
ahora, a toda velocidad.
Paredes, árboles, calles,
catedrales, rostros y playas,
celdas, miniceldas,
grandes celdas,
noche estrellada, pies
desnudos, pinares, nubes,
centenares, miles,
un millón de cotorras
taburetes y una enredadera.
Todo acude, todo llega,
todos vienen.
Los muros se ensanchan, el techo
desaparece y, naturalmente, flotas,
flotas, flotas arrancado, arrastrado,
elevado,
llevado, transportado, eternizado,
salvado, en aras, y,
por esa minúscula y
constante cadencia,
por esa música,
por ese ta ta incesante.
Reinaldo Arenas

miércoles, 9 de abril de 2008

Por qué Shakespeare es Shakespeare


Apenas un mes después de ver Tío Vania de Chéjov me veo cara a cara con el Rey Lear de Shakespeare y me resulta no sé si más moderna, pero sí mucho más vigente. Quizá haya sido el montaje (no he leído el texto original), pero la versión del Centro Dramático Nacional me ha dejado noqueado. Ese trío calavera formado por Gonerill, Regan y Edmond (dos femmes fatales tremendas y el gañán exquisito, los tres revolcándose en su propia lascivia) eran auténtico cine negro. O ese bufón (o antibufón), como un Pepito Grillo para el rey, qué creación más magistral. Y ese Tom gritando a su propia sombra (Smulkin!!), adelantándose siglos al Sméagol de Tolkien.
El Rey Lear fue escrita en 1605. Y casi da vértigo pensar que hace más de 400 años el bardo de Stratford ya lo había inventado todo, combinando culebrón y filosofía en una mezcla perfecta.

¿Por qué Shakespeare es Shakespeare? Vayan a ver Rey Lear en el Valle-Inclán (o de gira) y me dicen.

domingo, 6 de abril de 2008

Abajo el nihilismo

Elvira Lindo ha estado hoy especialmente fina. Menuda caña le ha metido, por nihilista, a Philip Roth. Y me parece muy bien, porque ya está bien de confundir intelectualismo con nihilismo. Qué pesadez que la alta cultura tenga que ser pesimista además de elitista.
El artículo de la Lindo, aquí.

Sectas (y III): el Opus


El opus es la reina de las sectas. Mi experiencia personal con "la obra" no es tan cercana como con los mormones, pero el poder de fascinación que ejerce sobre mí ha sido siempre impresionante. Por eso me he documentado a tope. El punto de partida, inexcusable si queréis saber de verdad lo que se cuece en el opus, es la web opuslibros.org. Se la han montado un puñado de ex-opusinos que se han salido de la obra, atención, no para hacerse ateos, pues siguen creyendo en Dios y en el catolicismo como los que más. El mismo lema de la web lo deja claro: ¡Gracias a Dios nos fuimos!. Escapar de las garras del opus no implica, por tanto, convertirse en antieclesiástico, y esto es sintomático de que la iglesia católica no pueda ser considerada una secta, como muchos dicen. Sentirse católico hoy día, en España, puede ser resultado de la estulticia, pero nunca de comeduras de tarro como las que sí hay dentro del opus, dignas de cualquier película de psicópatas que se precie.
En la web opuslibros hay un apartado dedicado a libros silenciados. Son libros que a duras penas se han publicado o que directamente nunca han visto la luz, porque la obra tiene unas garras muy poderosas. Pero la censura no es omnipotente y yo llegué a leerme uno de ellos. Me lo pasó una amiga que lo había encontrado en una librería de Pamplona. Se llamaba Diecinueve años de mi vida caminando en una mentira: Opus Dei y estaba escrito por una ex-numeraria, Ana Azanza. Al libro le faltaba un buen repaso en la corrección del estilo, estaba lleno de anacolutos y faltas de expresión, vamos, que no era una edición lo que se dice de lujo, sino que tenía más bien el sabor de lo clandestino, y yo, claro, me lo leí en tres días. La historia que cuenta esta tal Ana Azanza no tiene desperdicio. Con ella aprendí, entre muchas otras cosas, lo que es "pitar", la diferencia entre los numerarios, los supernumerarios y los agregados, y el verdadero uso del cilicio (que es muy sensacionalista, pero que en el fondo es de lo menos importante). El libro relata la odisea de estar sometida durante dos décadas a un auténtico terrorismo psicológico que deja en los numerarios secuelas mucho peores que las del llamativo cilicio, hasta el punto de que las numerarias terminan sus días drogadas con medicamentos suministrados por psiquiatras también de la obra. Es como una peli de esas de terror psicológico, con sus correspondientes apuntes humorísticos, como no: ¿saben por qué a las numerarias se les terminó permitiendo el uso de pantalones? Pues porque el gasto en medias rotas, de tanto arrodillarse para rezar, era ya una ruina. Sentido práctico ante todo.
Por lo visto el clásico de todos los libros del Opus Dei es Tras el umbral, de María del Carmen Tapia, que además es testimonio directo de alguien que vivió junto a Escrivá de Balaguer, pero ése no me lo he leído. Algún día caerá, cuando me vuelva apetecer la literatura de terror. Por si os interesa, se puede leer entero en la misma web.

Una amiga que venía de una familia opusina y que no se consideraba de la obra pero sí católica me hizo ver la que hasta ahora es la única cosa buena del Opus: la personal y estrecha relación que se tiene con Dios. Todo lo demás está podrido, pero es verdad que el catolicismo llegó al siglo XX con demasiados intermediarios entre el hombre y Dios (santos, vírgenes y demás), y que en eso puede radicar el éxito del Opus. Aunque también es verdad que luego el Opus se ha sacado de la manga a su propio santo, san Josemaría (los opusimos lo escriben así, todo junto, hábrase visto semejante horterada).

Lo que está claro es que los del opus se lo montan muy bien. Y no sólo me refiero a su inmaculada web oficial. Atención a este Antonio González, numerario, que se ha montado no un blog, sino dos, un perfil en facebook y otras páginas informativas (ésta y ésta) para que la gente envíe sus preguntas sobre el opus a través de youtube. La eterna pregunta, si el Opus Dei es una secta, está contestada con una clarividencia digna de un revelado de Dios. En resumidas cuentas, el derrotero es el siguiente: El opus es una prelatura. Como prelatura es parte de la iglesia católica. En la iglesia católica no se admiten sectas (y mucho menos se va a canonizar al fundador de una secta). Por lo tanto ¡el opus no es una secta! El silogismo es, cuanto menos, abrumador.

Sectas (II): Los mormones

Tras la Cienciología he tenido contacto con muchas otras sectas que me han fascinado en menor o mayor grado. Ya he contado en otro post la irrupción de los mormones en mi infancia. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días estuvo representada en este caso por dos chavales americanos que no alcanzaban los veinte años, con sus camisas blancas y sus corbatas, que una vez a la semana venían a casa para hablarnos de Jesús y que mi madre les diera de merendar. La doctrina de los mormones se resumía (o esa es la conclusión a la que yo llegué) en el seguimiento del profeta Joseph Smith, que en el patio de su casa desenterró unas planchas de oro con unas inscripciones en las que se testimoniaba la visita que Jesús hizo a los indios americanos después de resucitar en Judea, pillarse una cáscara de nuez (sic.) como quien se pilla un vuelo charter y con ella hacerse a la mar, navegar hasta llegar a las costas americanas y allí aparecerse a los arapajoes o a los mayas o a los que fuera. Eso, y mucho más, era lo que relataba El libro de Mormón, que es lo que estaba en las planchas de oro descubiertas por Smith y que mi madre, que se lo traga todo, leyó de cabo a rabo, para concluir que era como la Biblia pero en malo. Yo, por mi parte, me leí la versión infantil, que como cuento estaba bastante divertido, todo hay que decirlo.
Los chavales que venían a casa eran majísimos, especialmente uno de ellos, con el que la comunicación se pudo establecer gracias a que chapurreaba el español porque su madre era medio mexicana. Mi madre los hacía pasar todas las semanas, y ellos nos traían los libros, nos ponían vídeos y a veces hasta rezábamos todos juntos cogidos de la mano. En los vídeos salían un montón de sudamericanos hablando de cómo habían descubierto a Jesús, y entonces mi madre (que siempre ha sido una cristiana muy de la nueva era) les decía que ella también lo tenía descubierto hace mucho tiempo, y que daba igual haberlo descubierto a través de Joseph Smith o de Santa Teresa. Los chavales no sabían qué contestar, pero seguían viniendo porque probablemente éramos la única casa de toda Sevilla en la que eran bien recibidos. Poneos en su lugar: con 18 añitos los mandan a evangelizar al otro extremo del planeta. Son dos años en los que no pueden tener contacto con sus familias, no pueden volver a sus casas ni en vacaciones. Dos años en los que tienen que ir de casa en casa intentando evangelizar sin tener ni idea del idioma. Menuda mili, ¿eh?
Las visitas a nuestra casa duraron algo más de un año. Al final, el que hablaba español dejó de venir porque se volvió a Estados Unidos y el otro, que no había abierto la boca en todo el año, vino con un nuevo compañero. Pero el canal de comunicación se había cortado. Sentados en el sofá, no sabían qué decirnos. Volvieron dos o tres veces más en que mi madre les dio como siempre de merendar. Pero un día ya no se supo más de ellos. ¿Se rindieron? Tal vez. Pero dejaron huella, y desde entonces los mormones, en el fondo una secta igual de absurda y peligrosa que cualquier otra, me resultan de lo más entrañable.
En el próximo post hablaré del Opus. Ésos sí que no me resultan entrañables.

Sectas (I): La cienciología


Las sectas me fascinan. Todo empezó quizá, a los 16 años, allá en Sevilla, cuando la Cienciología, de la que nadie había escuchado hablar por entonces, intentó captarme. Yo sí que sabía de qué iba la cosa, de tanto leer sobre cine y los entresijos de Hollywood en la revista Imágenes, donde esta secta de L. Ron Hubbard con adeptos tan glamurosos como Tom Cruise o John Travolta era un tema recurrente mes a mes. Cuando entré en aquel chalet que tenían como base de operaciones en Sevilla (nada que ver con la espectacular sede que se han montado en Madrid; el otro día pasé por delante y flipé), lo primero que vi en la sala de espera fueron los ejemplares de Dianética, de Hubbard (algo así como la Biblia de la secta). Yo pensaba que iba a un gabinete de psicólogos, para comentar los resultados de una encuesta que una chica que iba de casa en casa se había empeñado en que hiciera, unas semanas antes. Yo, por aburrimiento, la había hecho, pero cuando me llamaron para citarme y comentar los resultados les di plantón varias veces. Pero ellos insistieron, y el supuesto gabinete no estaba lejos de mi casa, así que terminé yendo. Nada más ver los libros de Hubbard, supe donde me había metido, pero me quedé a ver qué pasaba. Al rato me hicieron pasar a un despacho con una supuesta psicóloga que sacó un montón de gráficos con los resultados de mi cuestionario. La conclusión principal, a partir de una de las gráficas, era que mis niveles de "causatividad" estaban por los suelos. ¿Causativiqué?, diréis. Me lo explicó: la causatividad era la capacidad de coger las riendas de tu vida, de ser responsable, de asumir tus actos. Estaba claro que con 16 años nadie puede tener la causatividad muy alta (en mi caso, las cosas como son, creo que sigue al mismo nivel de mi adolescencia, pero eso es otro cantar). A lo que quiero ir es a que, a pesar de saber dónde estaba, la tía empezó a darle vueltas al tema y a tratar de hundirme psicológicamente. No lo consiguió, pero en el transcurso de la charla terminó acorralándome y desarmándome de una manera tal que me fui con el alma en los pies. Pero no por dejarme comer el coco, sino porque había sido incapaz de defenderme, de rechistar, de ponerle los puntos sobre las íes a esa experta en captar a débiles. Después de aquello comprendí cómo funcionan de verdad las sectas, y lo fácil que lo tendría esta tía para captar a otros que no supieran dónde se estaban metiendo. La Cienciología en España ya no es oficialmente una secta, pero los métodos que usan, las mentiras (jamás se presentaron como otra cosa que un gabinete de psicólogos, jamás dejaron claro que eran la Cienciología) no pueden quitarme de la cabeza lo peligrosa que es.

martes, 1 de abril de 2008

Curas como Luthor


Hace unos años fui a un bautizo en el que me dio por atender a la homilía. Mientras los padrinos sostenían al niño en brazos, el sacerdote convirtió aquello en un alegato panfletario más propio de Provida que de una fiesta religiosa. Mezcló, así porque sí, la alegría de un nuevo ser con la inquina antiabortista. Sé que la Iglesia se siente acorralada en estos tiempos en los que están de moda desatinos como el laicismo y la libertad de pensamiento, y que los curas aprovechan cualquier ocasión para reconducirnos por el camino, pero si yo hubiera sido el padre habría echado a ese cura a patadas, por convertir el rito de celebración de un nuevo hijo en una bochornosa acusación dirigida hacia "los otros".

Más: todos hemos ido a bodas en las que los curas se desgañitan diciéndoles a los contrayentes lo valientes que son por casarse por la Iglesia (y digo yo que entonces, los que no nos casamos, o peor, los que se casan por lo civil, ¿qué son? ¿cobardes?). Esto es ya un tópico. Normal: con el aforo completo (en las bodas, ya se sabe, que después hay comilona y despiporre) los curas se crecen. Y lo gracioso es que los que menos se quejan de que se les usurpe su propia celebración suelen los contrayentes (muchos, reconozcámoslo, porque tampoco atienden a las homilías, que en esos momentos no están como para concentrarse en discursitos).

Todo esto independientemente de que yo esté a favor o en contra del aborto, o de que crea en el matrimonio como sacramento (que no creo, dicho sea de paso). No se trata de eso. Se trata de celebrar en cada caso lo que se celebra. No estoy siendo anticatólico por el mero hecho de serlo. Lo que pido a la Iglesia es que no mezclen churras con merinas, que no aprovechen esos bautizos, bodas y comuniones, que a mí me pueden gustar o no, pero que son muy respetables como ritos, para desvirtuarlos escupiendo propaganda por la boca, criticando a los que no pasan por el aro del pensamiento católico en vez de exaltando la celebración del sacramento en cuestión. Es como si el orgullo del católico se basara en el desprestigio del que no lo es. Como Lex Luthor, que para ser feliz no tenía suficiente con triunfar, sino que necesitaba que Superman fracasara.