Sí, es innegable. Este blog no pasa por su mejor momento. Estancamiento creativo, diréis unos. Hastío, diréis otros. Hasta yo lo he llegado a pensar. Pero no lloréis por mí. Últimamente me ha dado por correr. Sí sí, correr. Correr todos los días, mientras escucho a Bebe o a Macaco (¡a Macaco!) en los cascos. Y ansiar ese momento en el que me aíslo del mundo y dejo de pensar, y sólo siento el sudor y el agotamiento físico. Quién me lo iba decir, hace dos años, cuando estaba tan enfrascado en este blog, buscando lecturas que comentar, obras de teatro que criticar y músicas que recomendar.
¿Estancamiento creativo? En una entrevista que leí hace tiempo, Günter Grass decía que si fuera feliz, no se sentaría a escribir cada día; se pondría a comer pipas tan ricamente en la puerta de su casa. Que era precisamente la desazón, la infelicidad (o la falta de felicidad plena) lo que le convertía en escritor.
¿Hastío? También me acuerdo de Terenci Moix.. Aquí, en este mismo blog, escribí sobre "ese Tiempo y esa Muerte que arrasan con todo, y esa esperanza que sólo el Amor concede", en una especie de post-oráculo de mi propia vida.
Así que no os preocupéis demasiado, amigos lectores. No hay tal estancamiento ni tal hastío. Es sólo que la vida a veces nos depara mejores cosas que leer, ir al cine o estar frente a un ordenador, y me voy a dar el permiso de disfrutarlas. Un gran abrazo a todos, y especialmente a ti, Pepa, porque este blog empezó en tu nombre, y tú eras la primera en la que pensaba cada vez que escribía aquí.
PS: Y aun así, no me resigno a contaros que estoy con Delibes, y que nunca pude imaginar que de Castilla pudiera salir un mago de las palabras y un retratador de la realidad a la altura de García Márquez (que lo está).
sábado, 23 de octubre de 2010
martes, 19 de octubre de 2010
Delibes vs. el mito
Durante los dos primeros años, el Nini acompañó a los extremeños a talar el monte de la vaguada y desenraizar los matos de encina. Antes hicieron esto en Torrecillórigo, aunque ahora eran empleados del Estado dedicados a la ardua tarea de la repoblación forestal. La repoblación forestal era la obsesión de los hombres nuevos y cuando la guerra, apenas a las veinticuatro horas de estallar, se organizaron brigadas de voluntarios con el fin de convertir la escueta aridez de Castilla en un bosque frondoso. No había tarea más apremiante y los prohombres decían: «Los árboles regulan el clima, atraen las lluvias y forman el humus, o tierra vegetal. Hay, pues, que plantar árboles. Hay que hacer la revolución. ¡Arriba el campo! ». Y todos los hombres de todos los pueblos de la cuenca se desparramaron ilusionados, la azada al hombro, por las inhóspitas laderas. Pero llegó el sol de agosto y abrasó los tiernos brotes y los cerros siguieron mondos como calaveras.
Guadalupe, el capataz de los extremeños, que, pese a su nombre, era un muchacho atezado y musculoso, con bruscos y ágiles ademanes de gitano, les dijo de entrada a los mozos del pueblo en la taberna del Malvino que venían dispuestos a convertir Castilla en un jardín. El Pruden se había sonreído escépticamente y el Guadalupe le dijo: «¿Es que no lo crees?». Y el Pruden respondió melancólicamente: «Sólo Dios hace milagros».
Los extremeños comenzaron el trabajo por la Cotarra Donalcio y en pocos meses la motearon de pimpollos, como la cara de un hombre picado de viruelas. Pero tan pronto concluyeron, un sol implacable derramó su fuego sobre la colina y los incipientes pinabetes comenzaron a amustiarse y a las dos semanas un setenta por ciento de los arbolitos trasplantados estaban resecos y chascaban al pisarlos como leña. Los supervivientes se defendieron unas semanas aún, pero al poco tiempo perecieron también calcinados y la faz de la Cotarra Donalcio volvió a ser tan adusta y hosca como antes de dejar su huella allí los extremeños. El yeso cristalizado brillaba en el borde de las hoyas de greda, y Guadalupe, el Capataz, al divisar los guiños del cerro desde los bajos juraba y decía:
–Todavía se cachondea el marica de él.
Hablaban de los cerros con rencor, pero, pese al estéril resultado, no cejaban en el empeño. A veces aparecía por el pueblo el ingeniero, que era un hombre campechano aunque con esa palidez que contagian las páginas de los libros a quien ha estudiado mucho y, entonces, se reunía con los doce extremeños en la taberna del Malvino y les arengaba como el general a los soldados antes del combate:
–Extremeños –decía–, tened presente que, hace cuatro siglos, un mono que entrara en España por Gibraltar podía llegar al Pirineo saltando de rama en rama sin tocar tierra. Con vuestro entusiasmo, el país volverá a ser un inmenso bosque.
El Pruden v el Malvino cambiaban una mirada de inteligencia. Tras la visita del ingeniero, que bebía con ellos como un igual, los extremeños acrecían sus esfuerzos, ahondaban las hoyas de cada pimpollo para que sirviera de recipiente a las aguas pluviales y les protegiera del matacabras, pero las lluvias no se presentaban y, al llegar julio, el pimpollo se asaba en el hoyo como un pollo en su propio jugo.
Guadalupe, el capataz de los extremeños, que, pese a su nombre, era un muchacho atezado y musculoso, con bruscos y ágiles ademanes de gitano, les dijo de entrada a los mozos del pueblo en la taberna del Malvino que venían dispuestos a convertir Castilla en un jardín. El Pruden se había sonreído escépticamente y el Guadalupe le dijo: «¿Es que no lo crees?». Y el Pruden respondió melancólicamente: «Sólo Dios hace milagros».
Los extremeños comenzaron el trabajo por la Cotarra Donalcio y en pocos meses la motearon de pimpollos, como la cara de un hombre picado de viruelas. Pero tan pronto concluyeron, un sol implacable derramó su fuego sobre la colina y los incipientes pinabetes comenzaron a amustiarse y a las dos semanas un setenta por ciento de los arbolitos trasplantados estaban resecos y chascaban al pisarlos como leña. Los supervivientes se defendieron unas semanas aún, pero al poco tiempo perecieron también calcinados y la faz de la Cotarra Donalcio volvió a ser tan adusta y hosca como antes de dejar su huella allí los extremeños. El yeso cristalizado brillaba en el borde de las hoyas de greda, y Guadalupe, el Capataz, al divisar los guiños del cerro desde los bajos juraba y decía:
–Todavía se cachondea el marica de él.
Hablaban de los cerros con rencor, pero, pese al estéril resultado, no cejaban en el empeño. A veces aparecía por el pueblo el ingeniero, que era un hombre campechano aunque con esa palidez que contagian las páginas de los libros a quien ha estudiado mucho y, entonces, se reunía con los doce extremeños en la taberna del Malvino y les arengaba como el general a los soldados antes del combate:
–Extremeños –decía–, tened presente que, hace cuatro siglos, un mono que entrara en España por Gibraltar podía llegar al Pirineo saltando de rama en rama sin tocar tierra. Con vuestro entusiasmo, el país volverá a ser un inmenso bosque.
El Pruden v el Malvino cambiaban una mirada de inteligencia. Tras la visita del ingeniero, que bebía con ellos como un igual, los extremeños acrecían sus esfuerzos, ahondaban las hoyas de cada pimpollo para que sirviera de recipiente a las aguas pluviales y les protegiera del matacabras, pero las lluvias no se presentaban y, al llegar julio, el pimpollo se asaba en el hoyo como un pollo en su propio jugo.
Miguel Delibes, Las ratas
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Monoteísmo
POLICÍA: ¿Qué posición adopta la Academia respecto del monoteísmo, hermana?
MONJA: ¿Ahora nos investigan a nosotros?
POLICÍA: Es sólo una pregunta.
MONJA: La Academia se dedica a seguir los caminos de los Dioses, y la Diosa Athena es nuestra patrona. Sin embargo, aceptamos toda clase de cultos, incluso la fe en un único Dios.
POLICÍA: Son muy tolerantes. ¿Cuántos de sus estudiantes practican el monoteísmo?
MONJA: Sabe que no puedo responder eso.
POLICÍA: ¿Acaso no le preocupa, hermana, esa visión absolutista del universo? ¿Que el bien y el mal sólo lo determine un ser todopoderoso y omnipotente cuyo juicio no puede ser cuestionado y en cuyo nombre se pueden sancionar los actos más horrendos sin apelación?
MONJA: ¿Ahora nos investigan a nosotros?
POLICÍA: Es sólo una pregunta.
MONJA: La Academia se dedica a seguir los caminos de los Dioses, y la Diosa Athena es nuestra patrona. Sin embargo, aceptamos toda clase de cultos, incluso la fe en un único Dios.
POLICÍA: Son muy tolerantes. ¿Cuántos de sus estudiantes practican el monoteísmo?
MONJA: Sabe que no puedo responder eso.
POLICÍA: ¿Acaso no le preocupa, hermana, esa visión absolutista del universo? ¿Que el bien y el mal sólo lo determine un ser todopoderoso y omnipotente cuyo juicio no puede ser cuestionado y en cuyo nombre se pueden sancionar los actos más horrendos sin apelación?
Caprica, episodio piloto.
martes, 7 de septiembre de 2010
Mesoamérica: el ránking
Antes de nada, decir que la cosa se reduce a México (y sí, es verdad, en Guatemala y más abajo hay ruinas aún mejores, pero es que no se puede todo, bastante que he estado 25 días danzando por el país.) Además, no he ido a El Tajín, en Veracruz, que, como me dijo una mexicana, “se ve bien lindo”. Tampoco a Tula o Cempoala, y muchos otros lugares. Pero ahí los tenéis: no están todos los que son, pero sí son todos los que están, ordenados, según mi humilde opinión de aztecamaníaco, del diez al uno.
10) Mitla
Mitla es poca cosa. Es una visita que se suele organizar desde Oaxaca porque cae cerca y porque, después de haber visto Monte Albán, es de lo más interesante de la zona en cuanto a antropología mesoamericana. Pero hay varias cosas que a mi parecer le restan interés. Primero, que gran parte de lo que podría verse está tapado por el propio pueblo de San Pablo de Mitla. Segundo, que son unas ruinas mucho más recientes que otras, pues son ya del Postclásico. Tercero, que quizá precisamente por eso, no tienen ese aire tan exótico que te sueles esperar con unas ruinas mayas, sino que se parecen más a cualquier ruina europea, ya sea griega o romana.
9) Bonampak
Bonampak está chulo porque está en medio de la selva (con un calor y una humedad de morirse, pero ahí está la gracia de sentirse uno aventurero, ¿no?) y como ruina en sí no es gran cosa, pero merece la pena ver esos frescos mayas que en ninguna otra parte se pueden ver, y que para tener más de 1200 años y estar prácticamente al aire libre, se conservan muy bien.
8) Toniná
Primero se encontraron con un templo en la cima de una montaña, y se pusieron a excavar. Pero tuvieron que excavar mucho más, porque el templo no estaba encima de la montaña, sino que ERA toda la montaña. ERA toda una ciudad construida hacia el cielo, que los siglos habían cubierto de tierra y vegetación. Hoy, Toniná sigue muy cubierta por un césped verdísimo y por algún que otro árbol, pero quizá eso es lo que lo hace más chulo.
7) El Templo Mayor
El Templo Mayor es lo único que queda de los mexicas (comúnmente llamados aztecas) y del Tenochtitlán original sepultado bajo la Ciudad de México. Si no tienes una idea previa de lo que fueron las civilizaciones mesoamericanas, poco te va a interesar, porque sólo vas a ser capaz de ver muro de piedra sobre muro de piedra bajo una enorme grieta del terreno, justo al lado del Zócalo en el DF. Pero si estás mínimamente iniciado, merece la pena, sobre todo por ver cómo los aztecas tuvieron tiempo para construir uno sobre otro los sucesivos siete templos en poco más de 100 años, antes de la llegada de los españoles. El corte transversal de la ruina te deja ver cada una de las etapas, y la cosa da hasta vértigo. Como curiosidad, decir que durante mucho tiempo se pensó que este templo nunca podría ser descubierto, porque se suponía que los españoles habíamos plantado la catedral cristiana justo encima. Hasta 1978 no se descubrió que en realidad el templo nunca estuvo bajo la catedral, sino bajo las calles Guatemala y Argentina, ¡a menos de 50 metros!
6) Teotihuacán
Teotihuacán es grandioso, la pirámide del Sol impresionante, y la de la luna no lo es menos. Lo que pasa es que el ambiente es de lo peor. Te tiras toda la visita escuchando el chunda chunda que los restaurantes de los alrededores ponen a todo gas, y con lo masificado que está, parece que en vez de en un antiguo lugar de culto y peregrinación (como lo fue para los aztecas), estés en una rave.
5) Tulum
Tulum es un complejo de ruinas y playa ultrachachi, lleno de italianos fashionistas al más puro estilo ibicenco (que yo Ibiza no lo conozco, pero se me hace que debe ser un poco así, puaj...). Y bueno, aunque este comienzo suene un poco a que no me gustó, en realidad la combinación ruinas con playa tiene su punto. Porque a medida que vas viendo las ruinas mayas, te das cuenta de la experiencia estética supera con creces a la cultural. No se trata de ver las ruinas mejor conservadas, ni de poder dilucidar más cosas acerca de la civilización maya, sino de disfrutar de las ruinas y del entorno, y de esa naturaleza que después de siglos se come poco a poco a las piedras, haciendo que la ruina y la vegetación entren en una especie de simbiosis mística. Esto se ve sobre todo en Yaxchilán, pero en el caso de Tulum también tiene su punto, aunque sea con ese toque ibicenco / new age del que antes hablaba.
4) Monte Albán
Lo que tiene de especial Monte Albán es la energía. Por eso sube hasta el número cuatro. Y como eso de la energía es algo muy subjetivo, no me responsabilizo si alguno de ustedes va para allá y no la siente. Yo sí la sentí, no les puedo decir otra cosa. Me encantó. O tal vez es que nos lo explicaron muy bien, con anécdotas como la de que uno de los edificios, la llamada estructura J, con forma de punta de flecha, tiene con respecto al resto de construcciones la misma inclinación que el eje de la Tierra. O sea, que los zapotecas (los habitantes del monte en cuestión) ya por el siglo V a.C. sabían más de astronomía que los occidentales de casi dos mil años después. Sólo con esto, ya es para quedarse flipado.
3) Chichén-Itzá
Chichén Itzá es una de la nuevas maravillas del mundo. Palenque y Yaxchilán, no. Pero a mí me gustaron mucho más. Por eso Chichén está en el número tres. Y eso que la pirámide es espectacular. Y que lo de la aparición de la serpiente Kukulcán en el equinoccio te deja boquiabierto (aunque sólo sea con que te lo cuenten, porque ya hay que tener potra con ir para allá y que sea justo el equinoccio, y que además no esté nublado). Ell juego de pelota es, además, una pasada, como una especie de Macaraná o Bernabéu de la época. O lo de la acústica: otra pasada. Pero hay también otros factores en contra, como la masificación turística (y además el tipo de turismo, el de la Riviera Maya: todos recién casados o gordopilos americanos indocumentados, que no saben si lo que están viendo fue construido ¡en los años 60 o en los 80!) o el entorno: en Chichén echas de menos esa jungla que se lo come todo; Yucatán, donde se encuentra Chichén Itzá, es todo plano y mucho menos tropical, con un paisaje más al uso y menos exótico de lo esperable.
2) Palenque
Entrar en Palenque, toparte con el Templo de las Inscripciones y cortársete la respiración; todo es uno. No puedo explicar por qué, pero lo que sentí con este templo y con estas ruinas en general superó todas mis expectativas. Ni el calor agobiante de la jungla, ni la deshidratación, ni la cantidad de turistas que abarrotaba el lugar impidió que Palenque fuera uno de los lugares históricos más bonitos que he visto en toda mi vida, sólo comparable quizá con Santa Sofía, en Estambul. ¿Se acuerdan del síndrome de Stendhal? Pues yo no lo tuve en Florencia, pero sí en Palenque. O por lo menos, algo muy parecido. Nada más entrar y ver el Templo de las Inscripciones a la derecha, me olvidé de amigos, guías y demás, y me tuve que sentar durante diez minutos frente a esa escalinata, para contemplar embobado esa maravilla. Y si a eso le añades que después me pude colar en el sector C, que estaba cerrado al público, y que pude ver yo sólo esas ruinas infestadas de hojas y lianas; o que después de recorrer las ruinas nos adentramos por nuestra cuenta en la jungla hasta llegar a una cascada y perdernos, para salir una hora después por la zona de los aparcamientos (lo cual es prueba de que, si conoces el territorio, colarte sin pagar en Palenque no debe ser muy difícil); si a Palenque, como decía, le añades todo eso, la cosa ya no tiene parangón, y sólo Yaxchilán le puede hacer sombra.
1) Yaxchilán
Primero hay que dejar claro que el valor testimonial e histórico de Yaxchilán es muy inferior al de Chichén Itzá o Palenque. Yaxchilán está en la jungla más profunda (en la frontera con Guatemala) y la naturaleza más salvaje lo ha invadido todo. Hay árboles en las escalinatas y sobre los edificios; las raíces, las lianas y la hierba han arrasado con las piedras, hasta el punto de que los edificios parecen a punto de desmoronarse. Pero esa es la gracia de Yaxchilán, ahí está lo bonito. A Yaxchilán se llega sólo después una hora en lancha por el río Usumacinta (que separa México de Guatemala). Y no recuerdo qué día fuimos exactamente, pero aparte de nosotros, de los tucanes y de los monos saraguatos que no dejaban de aullar, no había nadie más. ¿No es ese el sueño de todo turista? ¿Sentir que NO eres un turista, sino un aventurero? Pues así nos sentimos en Yaxchilán: el único sitio maya de todos los que vimos en el cual recuperamos ese aire romántico de película de aventuras de los años 30 (o de Indiana Jones, que es lo mismo), cuando ya creíamos que era imposible. El laberinto, los murciélagos, las arañas gigantes, las lianas, los guajolotes, los árboles turistas, el calor asfixiante y la mayor tormenta y chaparrón debajo del que he estado en mi vida, hicieron de este uno de los días más divertidos que he pasado en todos los viajes que he hecho en mi vida.
10) Mitla
Mitla es poca cosa. Es una visita que se suele organizar desde Oaxaca porque cae cerca y porque, después de haber visto Monte Albán, es de lo más interesante de la zona en cuanto a antropología mesoamericana. Pero hay varias cosas que a mi parecer le restan interés. Primero, que gran parte de lo que podría verse está tapado por el propio pueblo de San Pablo de Mitla. Segundo, que son unas ruinas mucho más recientes que otras, pues son ya del Postclásico. Tercero, que quizá precisamente por eso, no tienen ese aire tan exótico que te sueles esperar con unas ruinas mayas, sino que se parecen más a cualquier ruina europea, ya sea griega o romana.
9) Bonampak
Bonampak está chulo porque está en medio de la selva (con un calor y una humedad de morirse, pero ahí está la gracia de sentirse uno aventurero, ¿no?) y como ruina en sí no es gran cosa, pero merece la pena ver esos frescos mayas que en ninguna otra parte se pueden ver, y que para tener más de 1200 años y estar prácticamente al aire libre, se conservan muy bien.
8) Toniná
Primero se encontraron con un templo en la cima de una montaña, y se pusieron a excavar. Pero tuvieron que excavar mucho más, porque el templo no estaba encima de la montaña, sino que ERA toda la montaña. ERA toda una ciudad construida hacia el cielo, que los siglos habían cubierto de tierra y vegetación. Hoy, Toniná sigue muy cubierta por un césped verdísimo y por algún que otro árbol, pero quizá eso es lo que lo hace más chulo.
7) El Templo Mayor
El Templo Mayor es lo único que queda de los mexicas (comúnmente llamados aztecas) y del Tenochtitlán original sepultado bajo la Ciudad de México. Si no tienes una idea previa de lo que fueron las civilizaciones mesoamericanas, poco te va a interesar, porque sólo vas a ser capaz de ver muro de piedra sobre muro de piedra bajo una enorme grieta del terreno, justo al lado del Zócalo en el DF. Pero si estás mínimamente iniciado, merece la pena, sobre todo por ver cómo los aztecas tuvieron tiempo para construir uno sobre otro los sucesivos siete templos en poco más de 100 años, antes de la llegada de los españoles. El corte transversal de la ruina te deja ver cada una de las etapas, y la cosa da hasta vértigo. Como curiosidad, decir que durante mucho tiempo se pensó que este templo nunca podría ser descubierto, porque se suponía que los españoles habíamos plantado la catedral cristiana justo encima. Hasta 1978 no se descubrió que en realidad el templo nunca estuvo bajo la catedral, sino bajo las calles Guatemala y Argentina, ¡a menos de 50 metros!
6) Teotihuacán
Teotihuacán es grandioso, la pirámide del Sol impresionante, y la de la luna no lo es menos. Lo que pasa es que el ambiente es de lo peor. Te tiras toda la visita escuchando el chunda chunda que los restaurantes de los alrededores ponen a todo gas, y con lo masificado que está, parece que en vez de en un antiguo lugar de culto y peregrinación (como lo fue para los aztecas), estés en una rave.
5) Tulum
Tulum es un complejo de ruinas y playa ultrachachi, lleno de italianos fashionistas al más puro estilo ibicenco (que yo Ibiza no lo conozco, pero se me hace que debe ser un poco así, puaj...). Y bueno, aunque este comienzo suene un poco a que no me gustó, en realidad la combinación ruinas con playa tiene su punto. Porque a medida que vas viendo las ruinas mayas, te das cuenta de la experiencia estética supera con creces a la cultural. No se trata de ver las ruinas mejor conservadas, ni de poder dilucidar más cosas acerca de la civilización maya, sino de disfrutar de las ruinas y del entorno, y de esa naturaleza que después de siglos se come poco a poco a las piedras, haciendo que la ruina y la vegetación entren en una especie de simbiosis mística. Esto se ve sobre todo en Yaxchilán, pero en el caso de Tulum también tiene su punto, aunque sea con ese toque ibicenco / new age del que antes hablaba.
4) Monte Albán
Lo que tiene de especial Monte Albán es la energía. Por eso sube hasta el número cuatro. Y como eso de la energía es algo muy subjetivo, no me responsabilizo si alguno de ustedes va para allá y no la siente. Yo sí la sentí, no les puedo decir otra cosa. Me encantó. O tal vez es que nos lo explicaron muy bien, con anécdotas como la de que uno de los edificios, la llamada estructura J, con forma de punta de flecha, tiene con respecto al resto de construcciones la misma inclinación que el eje de la Tierra. O sea, que los zapotecas (los habitantes del monte en cuestión) ya por el siglo V a.C. sabían más de astronomía que los occidentales de casi dos mil años después. Sólo con esto, ya es para quedarse flipado.
3) Chichén-Itzá
Chichén Itzá es una de la nuevas maravillas del mundo. Palenque y Yaxchilán, no. Pero a mí me gustaron mucho más. Por eso Chichén está en el número tres. Y eso que la pirámide es espectacular. Y que lo de la aparición de la serpiente Kukulcán en el equinoccio te deja boquiabierto (aunque sólo sea con que te lo cuenten, porque ya hay que tener potra con ir para allá y que sea justo el equinoccio, y que además no esté nublado). Ell juego de pelota es, además, una pasada, como una especie de Macaraná o Bernabéu de la época. O lo de la acústica: otra pasada. Pero hay también otros factores en contra, como la masificación turística (y además el tipo de turismo, el de la Riviera Maya: todos recién casados o gordopilos americanos indocumentados, que no saben si lo que están viendo fue construido ¡en los años 60 o en los 80!) o el entorno: en Chichén echas de menos esa jungla que se lo come todo; Yucatán, donde se encuentra Chichén Itzá, es todo plano y mucho menos tropical, con un paisaje más al uso y menos exótico de lo esperable.
2) Palenque
Entrar en Palenque, toparte con el Templo de las Inscripciones y cortársete la respiración; todo es uno. No puedo explicar por qué, pero lo que sentí con este templo y con estas ruinas en general superó todas mis expectativas. Ni el calor agobiante de la jungla, ni la deshidratación, ni la cantidad de turistas que abarrotaba el lugar impidió que Palenque fuera uno de los lugares históricos más bonitos que he visto en toda mi vida, sólo comparable quizá con Santa Sofía, en Estambul. ¿Se acuerdan del síndrome de Stendhal? Pues yo no lo tuve en Florencia, pero sí en Palenque. O por lo menos, algo muy parecido. Nada más entrar y ver el Templo de las Inscripciones a la derecha, me olvidé de amigos, guías y demás, y me tuve que sentar durante diez minutos frente a esa escalinata, para contemplar embobado esa maravilla. Y si a eso le añades que después me pude colar en el sector C, que estaba cerrado al público, y que pude ver yo sólo esas ruinas infestadas de hojas y lianas; o que después de recorrer las ruinas nos adentramos por nuestra cuenta en la jungla hasta llegar a una cascada y perdernos, para salir una hora después por la zona de los aparcamientos (lo cual es prueba de que, si conoces el territorio, colarte sin pagar en Palenque no debe ser muy difícil); si a Palenque, como decía, le añades todo eso, la cosa ya no tiene parangón, y sólo Yaxchilán le puede hacer sombra.
1) Yaxchilán
Primero hay que dejar claro que el valor testimonial e histórico de Yaxchilán es muy inferior al de Chichén Itzá o Palenque. Yaxchilán está en la jungla más profunda (en la frontera con Guatemala) y la naturaleza más salvaje lo ha invadido todo. Hay árboles en las escalinatas y sobre los edificios; las raíces, las lianas y la hierba han arrasado con las piedras, hasta el punto de que los edificios parecen a punto de desmoronarse. Pero esa es la gracia de Yaxchilán, ahí está lo bonito. A Yaxchilán se llega sólo después una hora en lancha por el río Usumacinta (que separa México de Guatemala). Y no recuerdo qué día fuimos exactamente, pero aparte de nosotros, de los tucanes y de los monos saraguatos que no dejaban de aullar, no había nadie más. ¿No es ese el sueño de todo turista? ¿Sentir que NO eres un turista, sino un aventurero? Pues así nos sentimos en Yaxchilán: el único sitio maya de todos los que vimos en el cual recuperamos ese aire romántico de película de aventuras de los años 30 (o de Indiana Jones, que es lo mismo), cuando ya creíamos que era imposible. El laberinto, los murciélagos, las arañas gigantes, las lianas, los guajolotes, los árboles turistas, el calor asfixiante y la mayor tormenta y chaparrón debajo del que he estado en mi vida, hicieron de este uno de los días más divertidos que he pasado en todos los viajes que he hecho en mi vida.
lunes, 30 de agosto de 2010
Por manido que esté
A veces, entre la paja se encuentran pepitas de oro. Leo comentarios en el facebook, ese absurdo hipnotizador de mentes que nos está volviendo aún más tontos que el Sálvame. Y me encuentro con un poema de Bécquer que alquien ha colgado. Manido, ¿eh?. Pero, de repente, alguien responde: "A veces cuando uno lee a Bécquer cree que ya toda la poesía quedó escrita en sus versos". Y no sé si ese comentario viene de un verdadero conocedor de la poesía o de un tolay cualquiera, pero me doy cuenta de que tiene razón. Porque Bécquer estará sobadísimo, pero en la literatura española hay pocos como él, con esa capacidad de compilar toda la tradición anterior y de abrir nuevos caminos para la poesía que vendría después (sin Bécquer, por ejemplo, Lorca no hubiera sido el mismo). Y con un lenguaje que llega a todos, y que lo mismo sirve para rellenar carpetas de adolescentes que para filosofar sobre el existencialismo romántico de fin de siglo (de siglo XIX, se entiende). Porque como decía Pepa, a propósito de la rima de las golondrinas, "lo de Bécquer sirve siempre para un roto o un descosido, pero pocas veces se plantea como el recuerdo de lo fugaz e irrepetible, del tiempo no recobrado." Y es verdad, lo fácil sería desdeñar al poeta sevillano; más difícil es darse cuenta de la verdadera hondura vital de sus aparentemente sencillas palabras.
Venga, yo, como mi amiga del facebook, también os dejo uno de Bécquer. El de las olas, que me encanta:
Venga, yo, como mi amiga del facebook, también os dejo uno de Bécquer. El de las olas, que me encanta:
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
jueves, 26 de agosto de 2010
En tierra extraña
Lejos de casa uno siempre va con los ojos mucho más abiertos, porque todo es nuevo. Pero también se da uno cuenta de lo cerrados que los lleva en su propia casa. Hace pocos días, en el Arts Institute de Chicago, me dejé envolver por los colores y los paisajes de los impresionistas como nunca me ha pasado. Ya había estado en el Musée d'Orsay de París, pero no debía estar aún lo suficientemente maduro, porque no recuerdo esa embriaguez de luz, color y pinceladas (las de Monet, Renoir y Van Gogh) que sí me dio en Chicago. En especial, con el cuadro de más arriba, ese Almuerzo en el restaurante Fournaise (no tan conocido como el otro almuerzo de los remeros, el de Amélie), que me absorbió sobremanera.
Fuen entonces cuando, entre pintura y pintura, con los ojos como platos, y a más de siete mil kilómetros de casa, me dio por pensar que llevo diez años viviendo en Madrid, y que todavía no he ido al Thyssen. Muy fuerte lo mío. Muchas veces, tiene uno que irse a tierras extrañas para darse cuenta de lo que nos perdemos en casa.
***
Y encima, cuando llego a casa, me encuentro en el frigorífico, en forma de imán, a la niña de la cara verde de Kirchner que tanto me gusta, sosteniendo una nota de agradecimiento de Mariola por haberle dejado la casa para visitar Madrid este verano. Mariola, que vive en Sevilla, lo ha visto en persona, y yo, gustándome tanto como me gusta ese cuadro con esa niña lorquiana de cara verde, ni siquiera sabía que lo tenía prácticamente debajo de mi casa. Como decía, muy fuerte lo mío.
Fuen entonces cuando, entre pintura y pintura, con los ojos como platos, y a más de siete mil kilómetros de casa, me dio por pensar que llevo diez años viviendo en Madrid, y que todavía no he ido al Thyssen. Muy fuerte lo mío. Muchas veces, tiene uno que irse a tierras extrañas para darse cuenta de lo que nos perdemos en casa.
***
Y encima, cuando llego a casa, me encuentro en el frigorífico, en forma de imán, a la niña de la cara verde de Kirchner que tanto me gusta, sosteniendo una nota de agradecimiento de Mariola por haberle dejado la casa para visitar Madrid este verano. Mariola, que vive en Sevilla, lo ha visto en persona, y yo, gustándome tanto como me gusta ese cuadro con esa niña lorquiana de cara verde, ni siquiera sabía que lo tenía prácticamente debajo de mi casa. Como decía, muy fuerte lo mío.
lunes, 5 de julio de 2010
Etiquetas / La fiebre del alternativismo
En estos días que corren, y en una ciudad moderna y cosmopolita y llena de opciones como Madrid (o Londres, o Berlín, o Nueva York, da igual), hay miles de opciones y subgrupos a los que adscribirse (moderno, jipi, gafapastero, gay, cani de barrio, choni, pokero, emo, gótico, mod, indie…). Antes lo más era pertenecer a uno de estos grupos (por el rollo de la autoafirmación o porque hubiera una necesidad real, eso da igual). Pero ahora lo último, lo que más rompe, es huir de las etiquetas. Algo en principio plausible, porque al final, y excepto a algunos cortos de miras, las etiquetas no definen a nadie. Pero lo de la huida de las etiquetas es un juego peligroso, porque ha terminado convirtiéndose en otra etiqueta más, aún más previsible si cabe. En Madrid cada vez se escucha más eso de “estoy harto de La Latina”, o lo de que “Chueca es un coñazo, demasiado trendy”. De Malasaña o de Lavapiés aún no se dice nada, quizá porque el primer barrio está en pleno proceso de redescubrimiento y reconversión, y porque el segundo acaba de empezar a ponerse de moda. Pero La Latina y Chueca llevan ya demasiado tiempo de moda, y claro, ya no son alternativos.
No me confundáis, yo soy el primero que ya está aburrido hace tiempo de estos dos barrios, y que a veces (y parecía imposible en mí), hasta Madrid me da ya pereza como instrumento autoafirmatorio para ese chaval que quiso escapar de la mediocridad del sur. Porque hace ya tiempo que descubrí que ese sur, de mediocre, tampoco tenía tanto, y que con sólo cogerte un cercanías, en 20 minutos desde la Puerta del Sol te encuentras con ambientes más mediocres y opresivos que el de cualquier pueblo andaluz.
Y está bien haber redescubierto ese sur, y haberme dado cuenta de que en Madrid no es oro todo lo que reluce. Pero de ahí al rechazo como pose va un trecho. Sigo teniendo claro que Madrid es lo mejor que me podría haber pasado, con esa Chueca y esa Latina que pueden estar trilladas, o con ese Lavapiés o esa Malasaña como génesis de lo nuevo.
Madrid se ha convertido además en los últimos años en un monumento viviente de la megalomanía autoafirmatoria (a veces impostada, a veces tremendamente divertida y sin parangón en toda España). Cinco o seis Noches en Blanco al año (la de los museos, la de los teatros, la de las librerías…), la noche de las tiendas abiertas, los puestos jipis y de artesanía en todas y cada una de las plazas, los stands turísticos, los 100 años de la Gran Vía, la Feria del Libro, el 2 de mayo, San Isidro, la Paloma. De no tener ninguna fiesta llamativa, de ser una ciudad sin identidad, Madrid ha pasado a ser la ciudad de los conciertos en la calle y las verbenas. ¿Qué hacer entonces? ¿Sumarse a la masa que cada vez abarrota más el centro de la ciudad o vivir al margen? Yo siempre he sido mucho de masas, y decidí vivir en Madrid por eso mismo (y además no en cualquier barrio, sino en plena Gran Vía), pero este fin de semana he sucumbido a la fiebre del alternativismo.
Ha sido justo en el Orgullo, la que ya es desde hace unos cuantos años la Fiesta Mayor de Madrid, la más megalomaníaca de todas (más incluso que las Fallas o los Sanfermines o la Semana Santa en otras ciudades). Y ha sido sin querer, porque me he dejado llevar. Como vivo en la Gran Vía, algo he visto, porque era inevitable, pero no he participado. Para más inri, la noche grande del Orgullo, la del sábado, preferí pasarla en casa de unos amigos viendo el España-Paraguay, y tomando luego gin-tonics de pepino (la nueva fiebre de los treintañeros madrileños) mientras escuchábamos vinilos de las sonatas de Beethoven por Barenboim. Con los tiempos que corren, no hay nada más alternativo que una noche como ésa, chaval.
Al salir de casa de estos amigos, pasé cerca de la Plaza de España, y vi de lejos a la masa y escuché los vítores de la actuación de Kylie Minogue. ¡Qué pereza!, pensé, imbuido aún en la fiebre del alternativismo, sintiéndome liberado del tópico y de la masa que te diluye. Y caminé hasta mi casa dando un rodeo para evitar la Gran Vía.
Dos días más tarde, hablo con esos muchos otros amigos que sí estuvieron ahí, en la Gran Vía, y que vieron el desfile, y que estuvieron en las plazas de Chueca, en una noche en la que además se mezcló la fiesta de los gays con la de los futboleros por el triunfo de España, en la que vuvuzelistas y drags bailaron juntos. Me lo cuentan todo y la fiebre del alternativismo se me baja a los pies, sustituida por la envidia y la sensación de haber caído en una trampa.
Sí, es verdad, cuidado con las etiquetas. La autoafirmación es un rollo y no hace más que constreñir a las personas. Pero cuidado también con huir de ellas a toda costa, porque puede ser aún más peligroso. O por lo menos, bastante más aburrido.
No me confundáis, yo soy el primero que ya está aburrido hace tiempo de estos dos barrios, y que a veces (y parecía imposible en mí), hasta Madrid me da ya pereza como instrumento autoafirmatorio para ese chaval que quiso escapar de la mediocridad del sur. Porque hace ya tiempo que descubrí que ese sur, de mediocre, tampoco tenía tanto, y que con sólo cogerte un cercanías, en 20 minutos desde la Puerta del Sol te encuentras con ambientes más mediocres y opresivos que el de cualquier pueblo andaluz.
Y está bien haber redescubierto ese sur, y haberme dado cuenta de que en Madrid no es oro todo lo que reluce. Pero de ahí al rechazo como pose va un trecho. Sigo teniendo claro que Madrid es lo mejor que me podría haber pasado, con esa Chueca y esa Latina que pueden estar trilladas, o con ese Lavapiés o esa Malasaña como génesis de lo nuevo.
Madrid se ha convertido además en los últimos años en un monumento viviente de la megalomanía autoafirmatoria (a veces impostada, a veces tremendamente divertida y sin parangón en toda España). Cinco o seis Noches en Blanco al año (la de los museos, la de los teatros, la de las librerías…), la noche de las tiendas abiertas, los puestos jipis y de artesanía en todas y cada una de las plazas, los stands turísticos, los 100 años de la Gran Vía, la Feria del Libro, el 2 de mayo, San Isidro, la Paloma. De no tener ninguna fiesta llamativa, de ser una ciudad sin identidad, Madrid ha pasado a ser la ciudad de los conciertos en la calle y las verbenas. ¿Qué hacer entonces? ¿Sumarse a la masa que cada vez abarrota más el centro de la ciudad o vivir al margen? Yo siempre he sido mucho de masas, y decidí vivir en Madrid por eso mismo (y además no en cualquier barrio, sino en plena Gran Vía), pero este fin de semana he sucumbido a la fiebre del alternativismo.
Ha sido justo en el Orgullo, la que ya es desde hace unos cuantos años la Fiesta Mayor de Madrid, la más megalomaníaca de todas (más incluso que las Fallas o los Sanfermines o la Semana Santa en otras ciudades). Y ha sido sin querer, porque me he dejado llevar. Como vivo en la Gran Vía, algo he visto, porque era inevitable, pero no he participado. Para más inri, la noche grande del Orgullo, la del sábado, preferí pasarla en casa de unos amigos viendo el España-Paraguay, y tomando luego gin-tonics de pepino (la nueva fiebre de los treintañeros madrileños) mientras escuchábamos vinilos de las sonatas de Beethoven por Barenboim. Con los tiempos que corren, no hay nada más alternativo que una noche como ésa, chaval.
Al salir de casa de estos amigos, pasé cerca de la Plaza de España, y vi de lejos a la masa y escuché los vítores de la actuación de Kylie Minogue. ¡Qué pereza!, pensé, imbuido aún en la fiebre del alternativismo, sintiéndome liberado del tópico y de la masa que te diluye. Y caminé hasta mi casa dando un rodeo para evitar la Gran Vía.
Dos días más tarde, hablo con esos muchos otros amigos que sí estuvieron ahí, en la Gran Vía, y que vieron el desfile, y que estuvieron en las plazas de Chueca, en una noche en la que además se mezcló la fiesta de los gays con la de los futboleros por el triunfo de España, en la que vuvuzelistas y drags bailaron juntos. Me lo cuentan todo y la fiebre del alternativismo se me baja a los pies, sustituida por la envidia y la sensación de haber caído en una trampa.
Sí, es verdad, cuidado con las etiquetas. La autoafirmación es un rollo y no hace más que constreñir a las personas. Pero cuidado también con huir de ellas a toda costa, porque puede ser aún más peligroso. O por lo menos, bastante más aburrido.
miércoles, 23 de junio de 2010
La luna / La tragedia
El paje de Herodías: -¡Mira la luna! ¡Qué extraña parece la luna! Es como una mujer que se levanta de la tumba. Uno pensaría que está buscando cosas muertas."Uno pensaría que está buscando cosas muertas". Suena a Lorca, ¿verdad? Pero no lo es. Es Salomé, de Oscar Wilde, que me acabo de leer. Al principio todo es muy lorquiano, y luego deviene en un juego de símbolos decadentes muy de la época que recuerda más a Darío, pero que no deja de ser eficiente. Salomé es una obra pequeñita y corta, pero tremendamente condensada, también al estilo de las de Lorca. No hay una verdadera trama, sino sólo una anécdota cruelmente decorada y magnificada para hacerte ver el horror de la locura, del amor y de la muerte.
Y me he acordado de esa otra obra bíblica apenas empezada por Lorca, La destrucción de Sodoma, y que se suponía que cerraría la trilogía trágica comenzada con Bodas de sangre y Yerma. Os dejo con lo poco que queda de esa Sodoma:
Calle de Sodoma. Columnas y grandes toldos de púrpura. En un lado fuente de mármol que es al mismo tiempo abrevadero.Y ya está. La tragedia se masca. Igual que la otra tragedia, la de que nunca dejaran a Lorca terminar ni ésta ni tantas otras obras.
Mujer 1ª. ¿No han vuelto?
Mujer 2ª. (Que está en el suelo cubierta con un velo gris.) No.
Mujer 3ª. Llevan cuatro días borrachos.
Mujer 4ª. Se llevaron todo el vino de las tinajas.
Mujer 1ª. Y cortaron para coronas todos los racimos de la vid.
Mujer 2ª. ¡Ay!
Mujer 1ª. No está acostumbrada. La trajeron sus padres de una aldea lejana con su dote y la dejaron aquí sin saber lo que hacían.
Mujer 3ª. Y está enamorada de su marido.
Mujer 4ª. Cuando se le acaben las lágrimas dejará de llorar.
"Ésta la recitaba yo"
Qué envidia me da cada vez que alguien me dice eso. Envío un poema cualquiera, de esos que he descubierto ya de adulto (porque ha sido mi profesión la que me ha acercado a la poesía, y no al revés, como hubiera sido lógico) y me contestan que "ésta la recitaba yo, jaja". Y pienso en todos esos maestros que tuve en mi infancia (de los que no me puedo quejar, si he terminado de profe ha sido en gran parte debido a la admiración que siempre tuve a la mayoría de ellos) y que apenas me hicieron aprender poemas de memoria, para que yo ahora pudiera soltarlos en clase sin tener que aprendérmelos el día anterior. Porque lo de aprenderse los poemas de memoria podría ser un suplicio para un niño, pero no hay cosa que más disfruten que soltarlos frente a la clase una vez que se los han aprendido. Qué pena que la memoria esté devaluada, cuando te ofrece uno de los placeres literarios mayores que hay: el de la recitación.
domingo, 20 de junio de 2010
La Pausini, mejor en V.O.
La cosa va a menos, pero lo de la versión original sigue siendo en España una especie de reducto para intensos e intelectuales. Y claro, los cines de VO se centran en ese público tan especializado y sólo programan películas europeas o independientes, cuanto más sesudas mejor. Pero si quieres ver Spiderman o Transformers en VO, lo tienes chungo (en Madrid, por ejemplo, sólo puedes en el cine Ideal). Es como si con los blockbusters diera igual igual verlos doblados. Yo llevo ya diez años viendo cine sólo en VO, porque hace diez años hubo un punto de no retorno en el que los doblajes empezaron a rechinarme y a sacarme de la propia historia de la película. Pero eso no quiere decir que sólo me guste el cine europeo o las pelis indies americanas. Quiero cine en VO, pero todo el cine en VO.
A veces, la versión original te descubre nuevas perspectivas. Nuevas perspectivas que también te pueden dar los productos más mainstream. Es como con Laura Pausini. Sus primeros hits en español (La soledad y Se fue) me parecieron horribles, pero años después, me dio por escucharla en italiano y la cosa cambia, vaya si cambia. Y cuando la escucho me reafirmo en eso que siempre he pensado de que no hay otra lengua como el italiano, por muy empalagosa que pueda sonarme otras veces. Yo me quedo con estos dos baladones que en español suenan de un cursi horripilante y que en italiano me dejan el cuore aniquiladito. Y os los pongo en concierto, para que veais que la tía encima tiene una voz en directo de puta madre.
A veces, la versión original te descubre nuevas perspectivas. Nuevas perspectivas que también te pueden dar los productos más mainstream. Es como con Laura Pausini. Sus primeros hits en español (La soledad y Se fue) me parecieron horribles, pero años después, me dio por escucharla en italiano y la cosa cambia, vaya si cambia. Y cuando la escucho me reafirmo en eso que siempre he pensado de que no hay otra lengua como el italiano, por muy empalagosa que pueda sonarme otras veces. Yo me quedo con estos dos baladones que en español suenan de un cursi horripilante y que en italiano me dejan el cuore aniquiladito. Y os los pongo en concierto, para que veais que la tía encima tiene una voz en directo de puta madre.
¿Qué tiene que ver Rachmaninov con Celine Dion?
Esto de la cultura de masas me encanta. Me explico. Alguna vez en este blog se me ha acusado de mezclar la high culture con la bazofia como si se tratara de algo blasfemo. Recuerdo que fue hablando del futuro del español, cuando junté a García Márquez y a Betty la fea en el mismo párrafo. Pero sé que hay más. Si hablo de música lo mismo te suelto un post de Beethoven que te analizo canción a canción un disco de Tarkan o de Bisbal (y aún no me ha dado por hablar de Bustamante, jaja). En cine, me gustan tanto el Uno, dos, tres de Billy Wilder como Uno, dos, tres, Splash, de Ron Howard. Si toca literatura, lo mismo te analizo la saga de Crepúsculo que La Regenta. Puedo disfrutar lo mismo hablando de Nietzsche que de Sálvame. Ecléctico que es uno, podría decir. Y a veces hasta me siento demasiado bipolar, como si no supiera con qué tipo de gente debiera moverme. Y hasta me llego a aburrir si esa gente es sólo de uno de los tipos. Pero creo que no soy yo el ecléctico, sino que el momento que nos ha tocado vivir en la historia es, para bien y para mal, así. Y si no, sigan leyendo.
Para empezar, hay que escuchar el All by myself de Celine Dion. No sean perezosos y denle al play, que nadie mira...
Una horterada, ¿verdad? Pero cuando suena al final de Fuera de onda, en versión de Jewel, es total:
Pues bien, rebuscando en la red resulta que el germen de tal horterada es ¡Rachmaninov! ¿Se acuerdan que les hablé de su concierto número 2 para piano? Pues voy y me encuentro con que el segundo movimiento es All by myself en versión orquesta. ¡Años y años escuchando las dos piezas y nunca me había fijado! No sé cuál de las dos escucharía antes, si la canción o el concierto. Probablemente el concierto, dado lo friki que fui en mi adolescencia, pero a lo mejor fue al revés y por eso este concierto me gustó siempre tanto desde el principio (¡sólo porque me sonaba!). Escuchen, escuchen, y comprueben.
Toda la información, en wikipedia.
Para empezar, hay que escuchar el All by myself de Celine Dion. No sean perezosos y denle al play, que nadie mira...
Una horterada, ¿verdad? Pero cuando suena al final de Fuera de onda, en versión de Jewel, es total:
Pues bien, rebuscando en la red resulta que el germen de tal horterada es ¡Rachmaninov! ¿Se acuerdan que les hablé de su concierto número 2 para piano? Pues voy y me encuentro con que el segundo movimiento es All by myself en versión orquesta. ¡Años y años escuchando las dos piezas y nunca me había fijado! No sé cuál de las dos escucharía antes, si la canción o el concierto. Probablemente el concierto, dado lo friki que fui en mi adolescencia, pero a lo mejor fue al revés y por eso este concierto me gustó siempre tanto desde el principio (¡sólo porque me sonaba!). Escuchen, escuchen, y comprueben.
Toda la información, en wikipedia.
miércoles, 16 de junio de 2010
martes, 15 de junio de 2010
¿Qué habría dicho Beethoven?
Me lo dijo alguien el otro día. Que el Emperador era demasiado monumental. Que prefería sus primeros conciertos para piano. ¡No!, dije yo, ¡ésos son demasiado mozartianos! Claro, me contestó. Y yo: ya estamos con Mozart...
Durante seis años, de los 12 a los 18, no escuché otra cosa más que Beethoven, encerrado en mi cuarto (y sí, menudo frikazo era). De rebote escuché alguna cantata de Bach, el Requiem de Mozart, la Incompleta de Schubert o Las hébridas de Mendelssohn, pero poco más. La obsesión beethoveniana dejaba poco hueco. Esto, además, coincidió con el bicentenario de Mozart y el estreno de Amadeus. Mozart por todas partes, y yo arañándome de rabia por que no se reconociera que Beethoven era mil veces mejor.
Ahora, años después, con el spotify en mi ordenador, he vuelto a las andadas. Y he vuelto al Emperador, para mí, lo mejor de Beethoven. El primer movimiento es sublime, y me gusta más incluso que cualquiera de las sinfonías. Incluso diría que es lo que más me gusta de toda la música que he escuchado en mi vida.
Pero hoy, explorando en el spotify, me he acordado de Rachmaninov. De ese concierto n.2 para piano que en su día fue lo único que le llegó a hacer sombra a mi obsesión por el sordo de Bonn. Ahora mismo, mientras escribo esto, escucho alterado el tercer movimiento y me siento desatado. Y pienso, ¿qué hubiera dicho Beethoven si hubiera escuchado esto? Y creo que es una de las pocas cosas escritas después de su muerte dignas de hacerle escuchar. De las pocas cosas que, sin superarlo, están a la altura de esa monumentalidad genial del Emperador que otros denostan ante mis atónitos ojos. Porque vamos a ver, ¿quién puede preferir a Mozart y sus lindos acordes frente a esto?:
Durante seis años, de los 12 a los 18, no escuché otra cosa más que Beethoven, encerrado en mi cuarto (y sí, menudo frikazo era). De rebote escuché alguna cantata de Bach, el Requiem de Mozart, la Incompleta de Schubert o Las hébridas de Mendelssohn, pero poco más. La obsesión beethoveniana dejaba poco hueco. Esto, además, coincidió con el bicentenario de Mozart y el estreno de Amadeus. Mozart por todas partes, y yo arañándome de rabia por que no se reconociera que Beethoven era mil veces mejor.
Ahora, años después, con el spotify en mi ordenador, he vuelto a las andadas. Y he vuelto al Emperador, para mí, lo mejor de Beethoven. El primer movimiento es sublime, y me gusta más incluso que cualquiera de las sinfonías. Incluso diría que es lo que más me gusta de toda la música que he escuchado en mi vida.
Pero hoy, explorando en el spotify, me he acordado de Rachmaninov. De ese concierto n.2 para piano que en su día fue lo único que le llegó a hacer sombra a mi obsesión por el sordo de Bonn. Ahora mismo, mientras escribo esto, escucho alterado el tercer movimiento y me siento desatado. Y pienso, ¿qué hubiera dicho Beethoven si hubiera escuchado esto? Y creo que es una de las pocas cosas escritas después de su muerte dignas de hacerle escuchar. De las pocas cosas que, sin superarlo, están a la altura de esa monumentalidad genial del Emperador que otros denostan ante mis atónitos ojos. Porque vamos a ver, ¿quién puede preferir a Mozart y sus lindos acordes frente a esto?:
lunes, 14 de junio de 2010
Después de la obra maestra
A veces una obra maestra puede hundir la carrera de un autor, al menos en lo que al prestigio se refiere. Por ejemplo, después de La casa de los espíritus, ¿ha escrito Isabel Allende algo que esté a la altura de ese influjo genial que tuvo su primera novela? La Allende ha seguido siendo divertida y a veces hasta sagaz, pero nunca nada de lo que ha escrito ha tenido ese calado emocional de su primera obra, ni siquiera esa Paula con la que lloraron lectores de medio mundo (incluido yo).
García Márquez son palabras mayores. Nada más lejos de mi intención compararlo con la Allende, independientemente de que La casa de los espíritus me llegue a mí de un modo más íntimo. Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera le valdrían a Gabo para ser considerado el mejor escritor vivo en español, pero NO son Cien años de soledad, esa novela que a pesar de ser un pelín machista puede literariamente con todo lo que se ha escrito en el siglo XX.
Vamos con la música. ¿Se acuerdan del Jagged Little Pill de Alanis Morrissette? Menudo bombazo, ¿verdad? Y ahora díganme el nombre de cualquiera de los otros discos que la canadiense ha sacado. ¿No? Pues venga, al menos alguna canción. Tampoco, ¿verdad?
Pero no caigamos en el tópico. No siempre es así. Y hay que tener cuidado, porque aunque a mí me encanten, son a veces esos tópicos los que condenan toda la obra de un artista después de haber hecho su masterpiece. Y no deja de ser injusto. A saber:
Madonna: Music
Pongámonos frívolos, que es Madonna. La increíble abuela elástica siempre ha sido una experta en superarse después de sus grandes discos, aunque no siempre se le haya reconocido. Estaba escuchando hoy en mi ipod el Music, que sacó en el 2000, dos años después del boom del Ray of Light, y las cosas como son, por mucho que en su día la Rolling Stone dijera que era "una versión basta e improvisada de su anterior trabajo", Music es un pedazo de disco. Quizá más irregular, quizá más raro o menos llamativo a primera vista, pero igualmente revolucionario, porque no es sólo un disco electrónico y ya está. Hay canciones como I deserve it o Gone, que en principio parecen ponzoña country y poco más, con una Madonna cantando más desganada que nunca, pero que tienen unos arreglos con sintetizador bestiales, que hacen que se te pongan los pelos de punta. Hay que esperar a la mitad de las canciones, pero merece la pena:
Almodóvar: Átame
La crítica ha dicho de todo de esta peli, especialmente que su mayor problema es la indefinición dentro de un género. Vamos, que Almodóvar no sabe si hacer reír o hacer llorar. Yo creo que en realidad esta peli es una joyita, y su único problema es que Almodóvar la hizo justo después del boom de Mujeres al borde de un ataque de nervios, que era una comedia perfecta. Átame no es mejor película, pero tampoco necesariamente peor. El tono de comedia no está tan logrado, pero ni falta que hacía, porque no se trataba de eso.
Anne Rice: Lestat el vampiro
Después de Entrevista con el vampiro, Anne Rice aprovechó para alargar la historia y hacer caja. Y la terminó alargando hasta el delirio, con unas crónicas vampíricas que al final no había quién se tragara. Pero la que que hizo justo después de la primera, Lestat el vampiro, es de lejos la más divertida de todas, mucho más incluso que la primera parte (también porque esa primera parte estaba muy bien, pero tampoco era una obra maestra que digamos).
Sam Mendes: Revolutionary Road
Pues qué quieren que les diga, American Beauty estaba bien, pero a mí nunca me pareció para tanto. Es más, me parece a mí que tenía cierto tufillo oportunista que le ha hecho perder vigencia con el tiempo. La historia es a la larga muy de los noventa. La banda sonora, considerada en su momento el no va más, suena ya trilladísima. Y la escena de la bolsa de plástico al viento termina siendo trascendentalismo postmodernoide y barato. A mí, a falta de que pasen los años para poderla juzgar en justicia, Revolutionary Road me parece una peli mucho más perfecta y desgarradora. Irónicamente, no se le dio tanto bombo a nivel de oscars y demás premios, pero creo yo que a la larga eso mismo le hará un favor al futuro de la cinta.
Fernando Meirelles: El jardinero fiel
En su momento, cuando vi Ciudad de Dios, no me disgustó. Pero me pareció que la abrumadora propuesta estética dejaba la historia un pelín diluida. Años después, con El jardinero fiel, flipé. Seguía habiendo una estética, pero aquí lo que Meirelles demostraba era su valía como narrador manejando una historia que en realidad son tres: la historia de amor, el best-seller político y la denuncia social. Difícil difícil, pero Meirelles sale más que victorioso, y por eso creo yo que ésta es mucho mejor película que la primera.
***
Hay más. Desde pequeño me ha gustado siempre más Indiana Jones y el templo maldito que En busca del arca perdida. Regreso al futuro parte II es un despiporre genial, que pone en entredicho y se ríe hasta de la sombra de su primera parte (la tercera no, la tercera es horrible). El imperio contraataca es infinitamente mejor que La guerra de las galaxias, por mucho que a los freaks les parezca esto una blasfemia. Y etcétera etcétera. Y no hablo de El padrino porque ya es un tópico soltado hasta la saciedad (y porque, ups, no las he visto...).
Hoy, con tanta serie de TV tan bien hecha, creo que el tópico está echado por tierra definitivamente. Montones de series se han hecho en los últimos años cuyas primeras temporadas apenan tenían fuelle, pero que después han cogido fuerza y han devenido en segundas o terceras temporadas geniales. Buffy, por ejemplo, que tiene una primera temporada bastante aburrida, (y que por eso cuesta tanto trabajo a la hora de convencer a neófitos). O miren los famosos spins-off, como Fraisier, que salió de la genial Cheers, pero que era igualmente genial. En España, lo poco que he visto de Aída me ha parecido siempre bastante mejor que lo poco que vi de Siete vidas. Y sí, no pasa lo mismo con Aquí no hay quien viva, que después de las dos primeras temporadas, alucinantes, no supo mantener el tipo: algo he visto de Lo que se avecina, y es gracioso, pero no es lo mismo.
Sólo digo que hay que tener cuidado con crucificar a los que tienen la suerte o el mérito de hacer una obra maestra, porque a veces, esa misma devoción por la obra maestra nos puede cegar para juzgar lo que venga después.
García Márquez son palabras mayores. Nada más lejos de mi intención compararlo con la Allende, independientemente de que La casa de los espíritus me llegue a mí de un modo más íntimo. Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera le valdrían a Gabo para ser considerado el mejor escritor vivo en español, pero NO son Cien años de soledad, esa novela que a pesar de ser un pelín machista puede literariamente con todo lo que se ha escrito en el siglo XX.
Vamos con la música. ¿Se acuerdan del Jagged Little Pill de Alanis Morrissette? Menudo bombazo, ¿verdad? Y ahora díganme el nombre de cualquiera de los otros discos que la canadiense ha sacado. ¿No? Pues venga, al menos alguna canción. Tampoco, ¿verdad?
Pero no caigamos en el tópico. No siempre es así. Y hay que tener cuidado, porque aunque a mí me encanten, son a veces esos tópicos los que condenan toda la obra de un artista después de haber hecho su masterpiece. Y no deja de ser injusto. A saber:
Madonna: Music
Pongámonos frívolos, que es Madonna. La increíble abuela elástica siempre ha sido una experta en superarse después de sus grandes discos, aunque no siempre se le haya reconocido. Estaba escuchando hoy en mi ipod el Music, que sacó en el 2000, dos años después del boom del Ray of Light, y las cosas como son, por mucho que en su día la Rolling Stone dijera que era "una versión basta e improvisada de su anterior trabajo", Music es un pedazo de disco. Quizá más irregular, quizá más raro o menos llamativo a primera vista, pero igualmente revolucionario, porque no es sólo un disco electrónico y ya está. Hay canciones como I deserve it o Gone, que en principio parecen ponzoña country y poco más, con una Madonna cantando más desganada que nunca, pero que tienen unos arreglos con sintetizador bestiales, que hacen que se te pongan los pelos de punta. Hay que esperar a la mitad de las canciones, pero merece la pena:
Almodóvar: Átame
La crítica ha dicho de todo de esta peli, especialmente que su mayor problema es la indefinición dentro de un género. Vamos, que Almodóvar no sabe si hacer reír o hacer llorar. Yo creo que en realidad esta peli es una joyita, y su único problema es que Almodóvar la hizo justo después del boom de Mujeres al borde de un ataque de nervios, que era una comedia perfecta. Átame no es mejor película, pero tampoco necesariamente peor. El tono de comedia no está tan logrado, pero ni falta que hacía, porque no se trataba de eso.
Anne Rice: Lestat el vampiro
Después de Entrevista con el vampiro, Anne Rice aprovechó para alargar la historia y hacer caja. Y la terminó alargando hasta el delirio, con unas crónicas vampíricas que al final no había quién se tragara. Pero la que que hizo justo después de la primera, Lestat el vampiro, es de lejos la más divertida de todas, mucho más incluso que la primera parte (también porque esa primera parte estaba muy bien, pero tampoco era una obra maestra que digamos).
Sam Mendes: Revolutionary Road
Pues qué quieren que les diga, American Beauty estaba bien, pero a mí nunca me pareció para tanto. Es más, me parece a mí que tenía cierto tufillo oportunista que le ha hecho perder vigencia con el tiempo. La historia es a la larga muy de los noventa. La banda sonora, considerada en su momento el no va más, suena ya trilladísima. Y la escena de la bolsa de plástico al viento termina siendo trascendentalismo postmodernoide y barato. A mí, a falta de que pasen los años para poderla juzgar en justicia, Revolutionary Road me parece una peli mucho más perfecta y desgarradora. Irónicamente, no se le dio tanto bombo a nivel de oscars y demás premios, pero creo yo que a la larga eso mismo le hará un favor al futuro de la cinta.
Fernando Meirelles: El jardinero fiel
En su momento, cuando vi Ciudad de Dios, no me disgustó. Pero me pareció que la abrumadora propuesta estética dejaba la historia un pelín diluida. Años después, con El jardinero fiel, flipé. Seguía habiendo una estética, pero aquí lo que Meirelles demostraba era su valía como narrador manejando una historia que en realidad son tres: la historia de amor, el best-seller político y la denuncia social. Difícil difícil, pero Meirelles sale más que victorioso, y por eso creo yo que ésta es mucho mejor película que la primera.
***
Hay más. Desde pequeño me ha gustado siempre más Indiana Jones y el templo maldito que En busca del arca perdida. Regreso al futuro parte II es un despiporre genial, que pone en entredicho y se ríe hasta de la sombra de su primera parte (la tercera no, la tercera es horrible). El imperio contraataca es infinitamente mejor que La guerra de las galaxias, por mucho que a los freaks les parezca esto una blasfemia. Y etcétera etcétera. Y no hablo de El padrino porque ya es un tópico soltado hasta la saciedad (y porque, ups, no las he visto...).
Hoy, con tanta serie de TV tan bien hecha, creo que el tópico está echado por tierra definitivamente. Montones de series se han hecho en los últimos años cuyas primeras temporadas apenan tenían fuelle, pero que después han cogido fuerza y han devenido en segundas o terceras temporadas geniales. Buffy, por ejemplo, que tiene una primera temporada bastante aburrida, (y que por eso cuesta tanto trabajo a la hora de convencer a neófitos). O miren los famosos spins-off, como Fraisier, que salió de la genial Cheers, pero que era igualmente genial. En España, lo poco que he visto de Aída me ha parecido siempre bastante mejor que lo poco que vi de Siete vidas. Y sí, no pasa lo mismo con Aquí no hay quien viva, que después de las dos primeras temporadas, alucinantes, no supo mantener el tipo: algo he visto de Lo que se avecina, y es gracioso, pero no es lo mismo.
Sólo digo que hay que tener cuidado con crucificar a los que tienen la suerte o el mérito de hacer una obra maestra, porque a veces, esa misma devoción por la obra maestra nos puede cegar para juzgar lo que venga después.
miércoles, 9 de junio de 2010
Sombra
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
¡Esa guirnalda! ¡pronto! ¡que me muero!
¡Teje deprisa! ¡canta! ¡gime! ¡canta!
que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez viene y mil la luz de enero.
¡Teje deprisa! ¡canta! ¡gime! ¡canta!
que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez viene y mil la luz de enero.
¡Lejos se esconde la eternidad!
¿Qué es esta Sombra, este Misterio?
¡El libro más sagrado!
Grandes hombres han venido
desde épocas aciagas, con sus agonías oscuras,
implorando, dudando, inciertos.
La ferocidad inexpresable del espíritu mudo
se aferra a ti.
¿Qué es esta Sombra, este Misterio?
¡El libro más sagrado!
Grandes hombres han venido
desde épocas aciagas, con sus agonías oscuras,
implorando, dudando, inciertos.
La ferocidad inexpresable del espíritu mudo
se aferra a ti.
Por el día solitario y la noche callada,
pasas tú, sombra eterna,
con un dedo en los labios.
pasas tú, sombra eterna,
con un dedo en los labios.
En todo pasas tú, sombra enigmática,
y quedamente suenas
tal un agua a esta fiebre de la vida.
y quedamente suenas
tal un agua a esta fiebre de la vida.
Oh noche oscura. Ya no espero nada.
La soledad no miente a tu sentido.
Reina la pura sombra sosegada.
La soledad no miente a tu sentido.
Reina la pura sombra sosegada.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Ya formidable y espantoso suena,
dentro del corazón, el postrer día;
y la última hora, negra y fría,
se acerca, de temor y sombras llena.
dentro del corazón, el postrer día;
y la última hora, negra y fría,
se acerca, de temor y sombras llena.
Luego, llevó sereno,
el limpio vaso, hasta su boca fría,
de pura sombra -¡oh, pura sombra!- lleno.
De la sombra venimos y a la sombra
volveremos, la sombra es nuestro hogar.
Tú quisiste morir enteramente,
la carne y la gran alma. Tú quisiste
entrar en la otra sombra sin la triste
plegaria del medroso y del doliente.
Goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, más tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
sábado, 29 de mayo de 2010
Desbordamiento
Sucedió a los veinte minutos de apretar el botón. En el prelavado, la lavadora empezó a rugir de un modo extraño y expulsó el agua a borbotones. Paula la había puesto tres días después del martes, su primera noche con Laura. Una amiga le había aconsejado: si va a volver a tu casa, que no vea que sigues con las mismas sábanas, tía, lávalas, no seas guarra. Paula se había resistido a hacerlo; en las dos noches siguientes había sido feliz al acostarse y sentir de nuevo el olor de Laura que la envolvía. Pero le hizo caso a su amiga, y puso la lavadora el viernes. Veinte minutos después, fregona en mano, recogía del suelo todo el amor desbordado de aquel martes, esperando que tanto líquido desperdiciado no fuera un mal presagio de lo que no habría de repetirse.
Pero repitieron. El sábado estuvieron toda la tarde en el parque. Laura derramó dos veces la botella de vino encima de la manta en la que habían estado tumbadas. Cuando salieron para casa, a pesar del sol de la tarde, la manta seguía mojada. A la mañana siguiente, Laura metió la manta, aún húmeda, en la lavadora. La puso en marcha y cogió a Paula del brazo. Espera, le dijo Paula mirando la lavadora, suena raro. No, siempre suena así, vamos a llegar tarde, le dijo Laura. Paula obedeció. En el cine, los dos vasos de coca-cola cayeron por el suelo antes de que pudieran dar el primer sorbo. Cuando volvieron, tres horas más tarde, el piso estaba inundado.
Un año después, cuando se fueron a vivir juntas a un sótano en el centro de la ciudad, la tormenta fue mitológica. La radiaron en todos los medios, y hasta las televisiones internacionales hablaron de las aguas caídas en ese país que nunca nadie se había preocupado de estudiar en la escuela o sacar en el noticiario. Pero nadie habló de Paula ni de Laura, ni de cómo quedaron atrapadas para siempre en ese sótano, sumergidas en el líquido elemento que conservó para siempre el amor desbordado que se tenían, antes de que nada ni nadie pudiera hacerles desconfiar de ese sentimiento. La sequía nunca llegó. Flotando entre muebles y electrodomésticos, con las manos entrelazadas, sus caras sonreían en un limbo de agua y de amor.
Pero repitieron. El sábado estuvieron toda la tarde en el parque. Laura derramó dos veces la botella de vino encima de la manta en la que habían estado tumbadas. Cuando salieron para casa, a pesar del sol de la tarde, la manta seguía mojada. A la mañana siguiente, Laura metió la manta, aún húmeda, en la lavadora. La puso en marcha y cogió a Paula del brazo. Espera, le dijo Paula mirando la lavadora, suena raro. No, siempre suena así, vamos a llegar tarde, le dijo Laura. Paula obedeció. En el cine, los dos vasos de coca-cola cayeron por el suelo antes de que pudieran dar el primer sorbo. Cuando volvieron, tres horas más tarde, el piso estaba inundado.
Un año después, cuando se fueron a vivir juntas a un sótano en el centro de la ciudad, la tormenta fue mitológica. La radiaron en todos los medios, y hasta las televisiones internacionales hablaron de las aguas caídas en ese país que nunca nadie se había preocupado de estudiar en la escuela o sacar en el noticiario. Pero nadie habló de Paula ni de Laura, ni de cómo quedaron atrapadas para siempre en ese sótano, sumergidas en el líquido elemento que conservó para siempre el amor desbordado que se tenían, antes de que nada ni nadie pudiera hacerles desconfiar de ese sentimiento. La sequía nunca llegó. Flotando entre muebles y electrodomésticos, con las manos entrelazadas, sus caras sonreían en un limbo de agua y de amor.
miércoles, 26 de mayo de 2010
La antiestrategia de la huelga
A los funcionarios nos quitan el 5% de nuestro sueldo y aunque a mi alrededor, en el instituto, escuche comentarios indignados, nadie se rasga las vestiduras. Es curioso, porque con esa sobreestimulada dignidad de los funcionarios de la que ya hablé en otro momento, me esperaba más algarabía. Pero será que en el fondo sabemos que no nos podemos quejar. A los funcionarios de la Educación se nos trata muy mal, y hasta se nos ningunea, en la Comunidad de Madrid. Pero no dejamos de ser funcionarios. Siempre creí que los que no habían pasado nunca por la empresa privada no se daban cuenta, pero ahora, dada la respuesta tan pasiva ante el recorte del sueldo, me doy cuenta de que no es así, de que a mi alrededor, la gente, de tonta, no tiene un pelo. No sé si me va a cambiar el día a día eso de cobrar 100 euros menos al mes. Pero sí sé (sabemos todos) que nuestros compañeros de la escuela privada trabajan muchas horas más que nosotros y cobran como camareros. Mis colegas suelen repetir que lo de que los demás están peor no es excusa. Y es verdad, pero entonces, ¿por qué no hay una protesta en regla, más allá de esa absurda y antiestratégica huelga que los sindicatos quieren que hagamos?
Pues porque sabemos que, a pesar de ser el recorte más injusto que puede haber (¡que les recorten a los bancos, que son los que nos han llevado a esta situación!), y que la medida, viniendo de un gobierno de izquierdas, no podía ser más facha (está destinada a salvaguardar el statu quo del un capitalismo salvaje, sostenido irónicamente por los más pobres); los funcionarios sabemos, decía, que aunque seamos unos pringaos, nadie nos va a quitar nunca la seguridad de nuestro sueldo a final de mes, ni nunca vamos a tener que aguantar las típicas amenazas veladas de despido, ni se nos va a obligar a hacer nada a lo que no nos obliguemos nosotros mismos.
Y después, por supuesto, está el cómo nos ven los demás. Como vagos y chupócteros del sistema. Como entes inútiles. Así de fácil. Y así de injusto también. Pero es lo que hay. Así que, ¿una huela de un día, en junio? Un día que además coincidía con las Pruebas de Acceso a la Universidad, que al final se han trasladado de día. ¿Para qué? ¿Para ganar en total 200 euros menos y hacerle la cama a Esperanza Aguirre, que se va a ahorrar un pastón? ¿Para que la gente nos odie todavía más, mientras Zapatero y Aguirre se van de rositas? Menuda huelga, y menuda estrategia la de los sindicatos.
Lo del odio ajeno lo veo irremediable. Lo de que nos vean como chupócteros inútiles, sin embargo, tendría una solución. ¿Y si en vez de una huelga de un día, nos negamos a evaluar a todos los alumnos este junio? Que se vayan todos de vacaciones sin saber si están o no aprobados. Veríamos entonces quiénes son los inútiles. Y no digo que no fuera una medida desproporcionada, sólo digo que, para conseguir algo, sería lo único viable. Porque esta huelga no es más que el berrinche de un niño mimado que, después de jartarse de llorar, termina dormido en la cama y sin cenar antes de las 8 de la tarde, para gusto y disfrute de unos padres que respiran aliviados.
Pues porque sabemos que, a pesar de ser el recorte más injusto que puede haber (¡que les recorten a los bancos, que son los que nos han llevado a esta situación!), y que la medida, viniendo de un gobierno de izquierdas, no podía ser más facha (está destinada a salvaguardar el statu quo del un capitalismo salvaje, sostenido irónicamente por los más pobres); los funcionarios sabemos, decía, que aunque seamos unos pringaos, nadie nos va a quitar nunca la seguridad de nuestro sueldo a final de mes, ni nunca vamos a tener que aguantar las típicas amenazas veladas de despido, ni se nos va a obligar a hacer nada a lo que no nos obliguemos nosotros mismos.
Y después, por supuesto, está el cómo nos ven los demás. Como vagos y chupócteros del sistema. Como entes inútiles. Así de fácil. Y así de injusto también. Pero es lo que hay. Así que, ¿una huela de un día, en junio? Un día que además coincidía con las Pruebas de Acceso a la Universidad, que al final se han trasladado de día. ¿Para qué? ¿Para ganar en total 200 euros menos y hacerle la cama a Esperanza Aguirre, que se va a ahorrar un pastón? ¿Para que la gente nos odie todavía más, mientras Zapatero y Aguirre se van de rositas? Menuda huelga, y menuda estrategia la de los sindicatos.
Lo del odio ajeno lo veo irremediable. Lo de que nos vean como chupócteros inútiles, sin embargo, tendría una solución. ¿Y si en vez de una huelga de un día, nos negamos a evaluar a todos los alumnos este junio? Que se vayan todos de vacaciones sin saber si están o no aprobados. Veríamos entonces quiénes son los inútiles. Y no digo que no fuera una medida desproporcionada, sólo digo que, para conseguir algo, sería lo único viable. Porque esta huelga no es más que el berrinche de un niño mimado que, después de jartarse de llorar, termina dormido en la cama y sin cenar antes de las 8 de la tarde, para gusto y disfrute de unos padres que respiran aliviados.
domingo, 23 de mayo de 2010
Gramática tirana
¿Qué es "hablar bien"? ¿Qué es "escribir bien"? La anécdota sobre García Márquez que cuenta Arsenio Escolar despeja a mi parecer muchas dudas sobre la tiranía de la gramática y la ortografía, que pueden ser (y son) necesarias, pero nunca definitivas. Para los profes de lengua es mucho más fácil atender a esto de la gramática y la ortografía porque son fácilmente medibles. Cuentas faltas y tildes, y las restas de la nota. Así de fácil. Pero eso no es escribir bien. Eso es sólo una parte, y más pequeña de lo que muchos creen, o nos quieren hacer creer. Escribir bien, hablar bien, es saber jugar con las palabras para poder transmitir de manera fidedigna todo eso que tenemos en la mente. Es primero, claro está, tener algo interesante en la cabeza. Y es, luego, saber verbalizarlo. Lo que comúnmente se llama expresión escrita, o lo que en español para extranjeros son las cuatro destrezas, es algo que los profes de lengua solemos dejar de lado, agobiados como estamos con las bes y las uves, las haches, las conjugaciones verbales y los análisis sintácticos. Y no, no se trata de denostar la educación tradicional. Para tradicionales la Oratoria y la Dialéctica, hoy olvidadas. O el latín, que sería un rompecabezas, pero que para enseñar a pensar y a escoger la palabra exacta, era la asignatura ideal.
Arsenio Escolar, en su artículo, trae a colación la anécdota de Gabo para demostrar la poca capacidad del escritor para encajar las críticas. Dejando aparte el verdadero trasfondo político del artículo, yo me voy a centrar aquí en lo puramente lingüístico: mi lectura es otra. Sí, la gramática dice que "deber de" es posibilidad, y que "deber" es obligación. (Dicen, por cierto, también de García Márquez, que sus manuscritos están llenos de faltas de ortografía.) Y Escolar concluye que García Márquez es maestro "de la novela y del periodismo", pero "quizás un poco menos del lenguaje y del saber encajar una crítica o una corrección". Que me expliquen a mí cómo se come eso de ser maestro "de la novela", y sin embargo serlo menos "del lenguaje". Los estrechos de mentes que, como Escolar, hacen de la gramática su bandera, lo verán muy claro. Yo, lo siento, pero lo veo oscuro, y hasta tiránico.
Arsenio Escolar, en su artículo, trae a colación la anécdota de Gabo para demostrar la poca capacidad del escritor para encajar las críticas. Dejando aparte el verdadero trasfondo político del artículo, yo me voy a centrar aquí en lo puramente lingüístico: mi lectura es otra. Sí, la gramática dice que "deber de" es posibilidad, y que "deber" es obligación. (Dicen, por cierto, también de García Márquez, que sus manuscritos están llenos de faltas de ortografía.) Y Escolar concluye que García Márquez es maestro "de la novela y del periodismo", pero "quizás un poco menos del lenguaje y del saber encajar una crítica o una corrección". Que me expliquen a mí cómo se come eso de ser maestro "de la novela", y sin embargo serlo menos "del lenguaje". Los estrechos de mentes que, como Escolar, hacen de la gramática su bandera, lo verán muy claro. Yo, lo siento, pero lo veo oscuro, y hasta tiránico.
El escritor: clásico y contenido
Después de ver The Ghost Writer de Polanski me ha dado por pensar en si el clasicismo es algo a lo que todo autor aspira o si por el contrario es fruto de una predeterminada postura estética. En el caso de esta peli, que a pesar de sobrarle unos veinte minutos, es claramente un clásico, creo que es más lo segundo. Porque el aire de clásico que destila la cinta bebe mucho de la contención. Pero de la contención no como ausencia de estilo, sino de una contención claramente intencionada: en la actitud de los actores, en el pausado montaje, en el humor sutil y en esa ausencia de trascendentalismo barato tan común hoy en día.
Nunca he sido seguidor de Polanski, y no sé si es ésta la tónica general en sus películas. Pero en The Ghost Writer hay al principio un plano totalmente hitchkockiano que sienta cátedra de lo que el espectador ha de esperar, y que marca esa posición premeditada sobre cómo se va a contar la historia. Una posición a la que Polanki, felizmente, es fiel hasta el final de la cinta.
miércoles, 12 de mayo de 2010
¡Estoy perdido! ¡Estoy asesinado!
No se asusten, no hablo de muertes, sino del grito desesperado de ese genial Avaro de Molière tras darse cuenta de que le han robado la caja con sus ahorros. Un grito que es el culmen del despiporre en esta comedia de un Molière al que nunca había leído ni visto en escena. Y cómo me he alegrado. Después de Shakespeare y los españoles Lope y Calderón, me faltaba ese tótem del teatro nacional francés, y me ha encantado. Por supuesto, no está a la altura de Shakespeare, pero sí es bastante más divertido que los españoles.
Y eso que, como me contó un día una profesora, Molière se mueve dentro de los patrones más ortodoxos del clasicismo, ese clasicismo del que supieron escapar tanto Shakespeare como Lope con su comedia nueva y Calderón. ¿Qué tiene entonces Moliere para ser tan grande, dentro de esa estricta y a priori aburrida ortodoxia? No recuerdo lo que nos dijo esa profe. Creo que algo sobre la creación de caracteres universales (el avaro, el misántropo, el enfermo imaginario...), caracteres que pueden parecer demasiado planos, sólo en función de la comicidad, pero que vistos en escena son mucho más reales. Porque este avaro tenía ecos de todos esos tacaños que nos han rodeado a todos, especialmente esos abuelos y tíos que vivieron sus épocas de penuria. Mi abuela, por ejemplo, a la que se le contraía la cara cada vez que uno de sus nietos se comía un plátano, esa cara y exótica fruta vinculada para ella más al placer que a la mera alimentación. (Claro, hoy en día, en vez de plátanos habrían sido petisuis, y ya directamente le habría dado un infarto).
Y sí, la creación de caracteres está bien, pero mejor aún está el ritmo de la dramaturgia, que se apoya en esas tres unidades de tiempo, espacio y acción, para hacerlo todo, en vez de más aburrido, más trepidante. Porque esa ruptura con las tres unidades tan denostadas por Lope sería en su momento una liberación, pero a día de hoy esas tres unidades siguen siendo la marca de fábrica de algunas de las mejores obras de enredo y de pelis basadas en textos teatrales (La soga, ¿Qué me pasa, doctor?, Los amigos de Peter, Gente con clase...).
Y además del ritmo, esa falta de vergüenza que tiene el propio Molière a la hora de presentar escenas de lo más ridículas, como el final de la obra, que para mí fue una auténtica parodia de los finales de Lope y Calderón. Porque si vas a culminar la historia de una manera tan forzada, al menos hazlo de verdad, sin miedo de caer en el ridículo, y conviértelo todo si hace falta en una pantomima, pero en un pantomima divertida, como ésta de Molière.
martes, 4 de mayo de 2010
Austen retroalimentada
Lo de que el audiovisual no suele hacer justicia a las novelas es un tópico que ya traté cuando hablé de Drácula. Y es verdad que a veces las pelis de libros que me han gustado me han decepcionado considerablemente (La casa de los espíritus, Entrevista con el vampiro). Pero ahora me acabo de zampar la serie de la BBC (1995) y la película (2005) de Orgullo y prejuicio, inmediatamente después de leerme la novela, y puedo decir que, si bien el texto ya era en sí completo, tanto la serie como (en menor medida) la película, no sólo no me han decepcionado, sino que me han encantado.
La serie, por la maravillosa interpretación de Jennifer Ehle, y por esa incidencia en el personaje de Darcy, genial Colin Firth, y por esa manera de mostar la contención inglesa de la época, en la que los sentimientos jamás eran expresados, no ya sólo en público, sino incluso en la intimidad. Pero esta contención multiplicaba el morbo de una historia que parece imposible que devenga en nada bueno, pero que al final, para respiro del espectador, se resuelve felizmente. Esa contención ya estaba en la propia Austen, que incluso llegaba a criticarla en boca de Charlotte, cuando advertía a Lizzie de que la timidez de su hermana podía perjudicarla. Pero en la serie se hacía patente, y le daba una fuerza increíble a la narración.
En cuanto a la peli, decir que Darcy empieza siendo un trasunto del propio Colin Firth en la serie. Pero es que claro, la interpretación de Firth había sentado cátedra, y ya no había otra manera de enfrentarse al papel. En cuanto a la contención, ésta es mucho menor, pero la peli, de una factura técnica preciosa, tiene algunos hallazgos visuales (como ese plano detalle de la mano de Darcy sosteniendo la de Lizzie para ayudarla a subir al coche) que también sirven para sumar puntos a la historia.
Qué gusto poderse leer una novela como ésta, y que luego el disfrute no termine en la propia novela, sino que tengas unas cuantas horas más de puro deleite frente al televisor, y que los avatares de Lizzie y Darcy en esa difícil Inglaterra de la Regencia entren en un bucle que parezca que no tenga fin. Aviso, se corre el peligro de quedarse atrapado en la historia, ¡pero merece la pena!
La serie, por la maravillosa interpretación de Jennifer Ehle, y por esa incidencia en el personaje de Darcy, genial Colin Firth, y por esa manera de mostar la contención inglesa de la época, en la que los sentimientos jamás eran expresados, no ya sólo en público, sino incluso en la intimidad. Pero esta contención multiplicaba el morbo de una historia que parece imposible que devenga en nada bueno, pero que al final, para respiro del espectador, se resuelve felizmente. Esa contención ya estaba en la propia Austen, que incluso llegaba a criticarla en boca de Charlotte, cuando advertía a Lizzie de que la timidez de su hermana podía perjudicarla. Pero en la serie se hacía patente, y le daba una fuerza increíble a la narración.
En cuanto a la peli, decir que Darcy empieza siendo un trasunto del propio Colin Firth en la serie. Pero es que claro, la interpretación de Firth había sentado cátedra, y ya no había otra manera de enfrentarse al papel. En cuanto a la contención, ésta es mucho menor, pero la peli, de una factura técnica preciosa, tiene algunos hallazgos visuales (como ese plano detalle de la mano de Darcy sosteniendo la de Lizzie para ayudarla a subir al coche) que también sirven para sumar puntos a la historia.
Qué gusto poderse leer una novela como ésta, y que luego el disfrute no termine en la propia novela, sino que tengas unas cuantas horas más de puro deleite frente al televisor, y que los avatares de Lizzie y Darcy en esa difícil Inglaterra de la Regencia entren en un bucle que parezca que no tenga fin. Aviso, se corre el peligro de quedarse atrapado en la historia, ¡pero merece la pena!
domingo, 2 de mayo de 2010
No tan ladrillos
Después de escribir sobre el Arcipreste de Hita y de lo bien que se lo pasan mis alumnos de la ESO leyéndolo, o de recordar cómo disfrutan los de 2º con el torneo que da fin al Poema de Mio Cid, o con el segundo capítulo del Quijote (el encuentro con las fulanas, el momento en que le tienen que dar de beber con una pajita), voy y me encuentro con este artículo de Rosa Montero, echando pestes del currículum actual de la literatura española en la ESO y el Bachillerato. Pinchen y léanlo.
¿Ya? Pues les comento lo que yo creo. La Montero en parte tiene razón, y en parte no. En 4º de la ESO, con La Regenta, tras leer los capítulos 27 y 28 y ver el mismo extracto en la serie, algunos chavales se quedan con ganas de saber más (si se "enrolla" con el cura o con Mesía). Yo los dejo con las ganas, pero les digo que no se les ocurra leerse el libro, porque además de ser "de mayores", pueden morir en el intento. Igualmente, cuando me planteé ponerles como lectura La busca de Baroja (por el rollo ese de que es una novela de iniciación, con un protagonista joven como ellos, y porque salen calles y lugares de Madrid que ellos conocen), deseché la idea. Si ni yo pude terminarme el libro, imagínate ellos. Como tampoco me parece de recibo hacerles leer a Galdós, u obligarlos a zamparse La vida es sueño entera.
Pero hay clásicos y clásicos. Está claro que el Quijote entero puede ser un ladrillo, pero ciertos capítulos escogidos, poniéndolos en antecedentes, y leídos en voz alta, te garantizan una o dos clases de lo más divertidas. Claro, antes hay que ponerlos en situación: imagínate, chaval, que mañana aparece en el instituto tu compañero Pepito con túnica, gafas redondas y una varita, y que me llama Dumbledore y que empieza a invocar patronus como un loco. Pues eso es el Quijote. "Mirad, mirad, cómo les habla a las "doncellas", ¡si son putas!". Claro, tienes que ser tú el que se lo leas por primera vez, y haber ensayado la lectura antes, porque ser profe de literatura es también ser actor, y porque las cosas se comprenden mejor cuando te las cuentan que cuando las tienes que leer, así en frío. Y entonces, chaval, las risas están aseguradas.
Y lo mismo con casi toda la literatura medieval. ¿Que les resulta extraña? No tanto: una vez que el castellano está adaptado, la literatura medieval les llega mucho mejor que muchas moderneces. ¡Si los niños son unos antiguos! E igual de básicos que ese público de los pueblos medievales, ansioso por ir a escuchar al juglar de turno. Pero claro, una vez más, el juglar tienes que serlo tú, como profesor. La derrota de los Condes de Carrión en el Cid les encanta, porque llega a ser gore gore ("con túnica y camisa la loriga se le entró en la carne; por la boca mucha sangre le salió"). Las guarrerías del Libro de Buen Amor, con esas serranas tan salidas, más todavía. O las putas de La Celestina poniendo verde a Melibea ("tetas tiene como si tres veces hobiese parido"). O el primer tratado de El Lazarillo, que los chavales de 2º y 3º de la ESO se zampan sin problemas, y no veas cómo disfrutan cuando el ciego se estampa contra el poste de piedra. O el monólogo de Neo/Segismundo, que es puro Matrix en versión barroca y con rimas. O La zapatera de Lorca, que en 1º de la ESO es un éxito seguro. O los poemas de Bécquer, que nada más leerlos copian en sus carpetas y cuadernos, y se pasan en notitas. Joder, a mí una niña hasta se me ha echado a llorar en clase con Bécquer. ¿Ladrillos los clásicos? Hombre, es que hay que saber escoger. Que para eso tenemos los profes libertad de cátedra. Y sí, hay un currículum, pero uno siempre puede obviar ciertas cosas y detenerse más en otras. ¿Que lloras con Bécquer? Pues te vas a enterar, tres semanas leyendo las Rimas. Y si hace falta, lloramos todos.
Luego están las lecturas obligatorias. Y ahí sí que no hay piedad ni respeto que valgan hacia los clásicos. Que para eso está la gran Laura Gallego y sus Memorias de Idhún (o Alas de fuego: genial), o Elvira Lindo con Manolito Gafotas y El otro Barrio, o La trilogía de Getafe de Lorenzo Silva. Pero ¡ojo! también Orgullo y prejucio (¡que yo me he leído por recomendación de una alumna!), o una buena adaptación de la Odisea, o de Romeo y Julieta (después de haber visto Shakespeare in love, claro), o de Las mil y una noches.
Al final, creo yo que el problema no es que los clásicos sean un ladrillo. El problema es que se les tiene demasiado respeto. Los clásicos suelen ser clásicos porque tienen muchas lecturas. Y con los chavales no hay por qué sentirse un blasfemo si nos quedamos en la capa superficial, si es la más divertida. No hay mayor pecado que la falsa trascendencia, una trascendencia que a esos clásicos les ha dado el tiempo y la crítica literaria, pero que creo yo que nunca fue pretendida por esos escritores que lo que querían era divertir a sus lectores, y poco más.
¿Ya? Pues les comento lo que yo creo. La Montero en parte tiene razón, y en parte no. En 4º de la ESO, con La Regenta, tras leer los capítulos 27 y 28 y ver el mismo extracto en la serie, algunos chavales se quedan con ganas de saber más (si se "enrolla" con el cura o con Mesía). Yo los dejo con las ganas, pero les digo que no se les ocurra leerse el libro, porque además de ser "de mayores", pueden morir en el intento. Igualmente, cuando me planteé ponerles como lectura La busca de Baroja (por el rollo ese de que es una novela de iniciación, con un protagonista joven como ellos, y porque salen calles y lugares de Madrid que ellos conocen), deseché la idea. Si ni yo pude terminarme el libro, imagínate ellos. Como tampoco me parece de recibo hacerles leer a Galdós, u obligarlos a zamparse La vida es sueño entera.
Pero hay clásicos y clásicos. Está claro que el Quijote entero puede ser un ladrillo, pero ciertos capítulos escogidos, poniéndolos en antecedentes, y leídos en voz alta, te garantizan una o dos clases de lo más divertidas. Claro, antes hay que ponerlos en situación: imagínate, chaval, que mañana aparece en el instituto tu compañero Pepito con túnica, gafas redondas y una varita, y que me llama Dumbledore y que empieza a invocar patronus como un loco. Pues eso es el Quijote. "Mirad, mirad, cómo les habla a las "doncellas", ¡si son putas!". Claro, tienes que ser tú el que se lo leas por primera vez, y haber ensayado la lectura antes, porque ser profe de literatura es también ser actor, y porque las cosas se comprenden mejor cuando te las cuentan que cuando las tienes que leer, así en frío. Y entonces, chaval, las risas están aseguradas.
Y lo mismo con casi toda la literatura medieval. ¿Que les resulta extraña? No tanto: una vez que el castellano está adaptado, la literatura medieval les llega mucho mejor que muchas moderneces. ¡Si los niños son unos antiguos! E igual de básicos que ese público de los pueblos medievales, ansioso por ir a escuchar al juglar de turno. Pero claro, una vez más, el juglar tienes que serlo tú, como profesor. La derrota de los Condes de Carrión en el Cid les encanta, porque llega a ser gore gore ("con túnica y camisa la loriga se le entró en la carne; por la boca mucha sangre le salió"). Las guarrerías del Libro de Buen Amor, con esas serranas tan salidas, más todavía. O las putas de La Celestina poniendo verde a Melibea ("tetas tiene como si tres veces hobiese parido"). O el primer tratado de El Lazarillo, que los chavales de 2º y 3º de la ESO se zampan sin problemas, y no veas cómo disfrutan cuando el ciego se estampa contra el poste de piedra. O el monólogo de Neo/Segismundo, que es puro Matrix en versión barroca y con rimas. O La zapatera de Lorca, que en 1º de la ESO es un éxito seguro. O los poemas de Bécquer, que nada más leerlos copian en sus carpetas y cuadernos, y se pasan en notitas. Joder, a mí una niña hasta se me ha echado a llorar en clase con Bécquer. ¿Ladrillos los clásicos? Hombre, es que hay que saber escoger. Que para eso tenemos los profes libertad de cátedra. Y sí, hay un currículum, pero uno siempre puede obviar ciertas cosas y detenerse más en otras. ¿Que lloras con Bécquer? Pues te vas a enterar, tres semanas leyendo las Rimas. Y si hace falta, lloramos todos.
Luego están las lecturas obligatorias. Y ahí sí que no hay piedad ni respeto que valgan hacia los clásicos. Que para eso está la gran Laura Gallego y sus Memorias de Idhún (o Alas de fuego: genial), o Elvira Lindo con Manolito Gafotas y El otro Barrio, o La trilogía de Getafe de Lorenzo Silva. Pero ¡ojo! también Orgullo y prejucio (¡que yo me he leído por recomendación de una alumna!), o una buena adaptación de la Odisea, o de Romeo y Julieta (después de haber visto Shakespeare in love, claro), o de Las mil y una noches.
Al final, creo yo que el problema no es que los clásicos sean un ladrillo. El problema es que se les tiene demasiado respeto. Los clásicos suelen ser clásicos porque tienen muchas lecturas. Y con los chavales no hay por qué sentirse un blasfemo si nos quedamos en la capa superficial, si es la más divertida. No hay mayor pecado que la falsa trascendencia, una trascendencia que a esos clásicos les ha dado el tiempo y la crítica literaria, pero que creo yo que nunca fue pretendida por esos escritores que lo que querían era divertir a sus lectores, y poco más.
sábado, 1 de mayo de 2010
Más sobre el pañuelito
"Esa menor estuvo varias horas en la sala de espera que también es parte del edificio. Dado que la norma dice en ninguna parte del edificio, ¿por qué se le hace estar en una sala de espera que también es parte del edificio?"
Iván Jiménez-Aybar, abogado de Najwa Malha
Iván Jiménez-Aybar, abogado de Najwa Malha
miércoles, 28 de abril de 2010
El dichoso pañuelito
Vaya por delante que este es un tema que me toca la fibra sensible, así que primero voy a tirar por lo emocional, y ya luego, trataré de ser más objetivo.
Para empezar, las normas están muy bien, pero en mis cuatro años de profesor en una de las zonas más desestructuradas de Madrid, de poco me han valido. Sin flexibilidad, poco se puede enseñar a niños como éstos. No sé, a lo mejor en un colegio privado, con niños pudientes, son útiles, pero donde yo estoy, si se aplican a la fuerza, no lo son.
En estos cuatro años he tenido el placer de dar clases a varias niñas marroquíes (una nacidas en Madrid, otras no, pero esto tampoco tenía nada que ver, porque son madrileñas igualmente, y siempre les he insistido en eso, en que no por ser españolas van a ser menos "moras", como ellas mismas dicen, y que tener dos nacionalidades es un tesoro que más quisiéramos muchos, y que sería una estupidez rechazar cualquiera de las dos). De todas estas niñas, ninguna ha traído pañuelo a clase, porque no lo usan. (Y aprovecho para adelantar que me niego a llamarlo yihad o hiyab o cómo coño sea, porque la denominación, que en un principio se acogió por políticamente correcta, ahora parece que se usa para producir extrañamiento, y ya está bien, coño. Además, que son las propias niñas marroquíes las que lo llaman así: pañuelo, porque es un pañuelo, ¡un pañuelo! ¡no un misil ni una bomba de destrucción masiva!). Como decía, las niñas a las que he dado clase nunca han llevado pañuelo, pero en mi instituto sí que que hay unas cuantas de los módulos profesionales que lo llevan y nunca ha pasado nada. (Y eso que lo de las gorras sí que está prohibido.)
Por eso he pensado más de una vez en lo que pasaría si de pronto, alguna de estas alumnas a las que llevo dando clase ya varios años, apareciera en clase con el pañuelo a la cabeza. Y lo que respondería si alguno me dijera que ya no les podría dar clase. Y lo tengo muy claro, los mandaría a todos a tomar por culo. A ver quién se atreve a decirme a mí que no puedo yo dar clase a esa niña. Repito: a ver quién se atreve.
Porque eso de que los que vengan de fuera se tienen que adaptar suena muy bien. Pero lo que es yo, nunca he creído en el proceso de adaptación, o en la educación, como algo de un día. Por más que me empeñe, por mucho que les quiera mostrar otros mundos a través de la literatura, mis alumnos no dejan de ser chonis, o barriobajeros, o quinquis, o machistas, o xenófobos, en un sólo día. Por mucho que yo trate de inculcarles un modelo laico, mis alumnos marroquíes no se dejan iluminar de un día para otro por el fulgor del agnosticismo. No, son creyentes. Muy creyentes. Y acatan las normas del Islam. Las que nos gustan y las que no (y eso siempre desde nuestro punto de vista).
Pero igual pasa con cualquier otra religión: hoy, una niña, española de toda la vida, me miraba ojiplática cuando le he dicho que lo de Adán y Eva es sólo una metáfora. ¿La he convencido? Probablemente no. Primero tendrá que saber qué es una metáfora. Después tendrá que aprender sobre la posición oficial del catolicosmo actual con respecto a nuestros "primitivos padres". Después tendrá que construirse su propio armazón crítico. Y eso, señores, es el proceso educativo. Un proceso que necesita algo más que un día de clase, y por supuesto algo más que una norma desvirtuada y aplicada sin sentido para alejar a aquéllos que nos producen incomodidad.
Un ejemplo. Una alumna marroquí pero nacida, como ella dice muy orgullosamente, en La Paz (el hospital de Madrid) y a la que llevo dando clase tres años seguidos, se negó a entrar en una iglesia en una excursión a Italia. Los profesores tuvieron que llamar por teléfono a la madre, y ésta, desde Madrid, fue la única que pudo convencerla de que entrara con sus compañeros. Que era una visita turística, y ya está. Eso fue hace dos años. Pues bien, la chica sigue incómoda con el tema, pero cada vez menos. ¡Pues anda que no he entrado yo en mezquitas!, le digo. Y ella se sonríe, porque en el fondo se da cuenta de que aquélla fue una actitud ridícula.
Pero nosotros no somos niños, somos adultos. Adultos que además presumimos de habernos criado en un ambiente laico, y con esas supuestas libertades que parece que el mundo occidental nos ha dado. Por eso no entiendo ese toniquete revanchista de que "si yo voy a sus países acato sus normas", "si yo los respeto que me respeten a mí", "si visito sus mezquitas yo sí que me pongo el pañuelo", "si estuviera en un colegio de Afganistán me obligarían a ponerme un burka". Pues muy bien. Como ellos son así, vamos a serlo también nosotros. Pero entonces ya no podremos presumir de ser personas más avanzadas o más abiertas o más lo que sea. Es como si cada vez que a los profesores un alumno les falta al respeto (y esto sucede cientos de veces cada día, os lo aseguro), nosotros pudiéramos (o incluso, según muchos, debiéramos) faltarles al respeto igualmente a ellos, devolviéndoles con la misma moneda. Menuda educación sería ésa. (Y por eso, que la prohibición del pañuelo se dé en un centro educativo, y no en un juzgado o en un hospital o en cualquier otro sitio público, me parece aún más alucinante, y una medida que echa por tierra todos los restos que día a día echamos en el proceso educativo.)
Si una niña mía aparece con pañuelo en clase, yo le seguiré enseñando literatura igual. Le seguiré intentando abrir los ojos a la vida y toda su gama de opciones (que desde mi perspectiva también será limitada), para que cuando toque, ella decida qué hacer sin que nadie le diga qué tiene que ponerse o en qué tiene que creer. Ni sus padres, ni sus profesores, ni una burocracia absurda.
Y como el post me ha salido muy largo, la perspectiva racional la dejo en manos de Mariano Fernández Enguita, con el que estoy de acuerdo en todo. Lean, lean.
Para empezar, las normas están muy bien, pero en mis cuatro años de profesor en una de las zonas más desestructuradas de Madrid, de poco me han valido. Sin flexibilidad, poco se puede enseñar a niños como éstos. No sé, a lo mejor en un colegio privado, con niños pudientes, son útiles, pero donde yo estoy, si se aplican a la fuerza, no lo son.
En estos cuatro años he tenido el placer de dar clases a varias niñas marroquíes (una nacidas en Madrid, otras no, pero esto tampoco tenía nada que ver, porque son madrileñas igualmente, y siempre les he insistido en eso, en que no por ser españolas van a ser menos "moras", como ellas mismas dicen, y que tener dos nacionalidades es un tesoro que más quisiéramos muchos, y que sería una estupidez rechazar cualquiera de las dos). De todas estas niñas, ninguna ha traído pañuelo a clase, porque no lo usan. (Y aprovecho para adelantar que me niego a llamarlo yihad o hiyab o cómo coño sea, porque la denominación, que en un principio se acogió por políticamente correcta, ahora parece que se usa para producir extrañamiento, y ya está bien, coño. Además, que son las propias niñas marroquíes las que lo llaman así: pañuelo, porque es un pañuelo, ¡un pañuelo! ¡no un misil ni una bomba de destrucción masiva!). Como decía, las niñas a las que he dado clase nunca han llevado pañuelo, pero en mi instituto sí que que hay unas cuantas de los módulos profesionales que lo llevan y nunca ha pasado nada. (Y eso que lo de las gorras sí que está prohibido.)
Por eso he pensado más de una vez en lo que pasaría si de pronto, alguna de estas alumnas a las que llevo dando clase ya varios años, apareciera en clase con el pañuelo a la cabeza. Y lo que respondería si alguno me dijera que ya no les podría dar clase. Y lo tengo muy claro, los mandaría a todos a tomar por culo. A ver quién se atreve a decirme a mí que no puedo yo dar clase a esa niña. Repito: a ver quién se atreve.
Porque eso de que los que vengan de fuera se tienen que adaptar suena muy bien. Pero lo que es yo, nunca he creído en el proceso de adaptación, o en la educación, como algo de un día. Por más que me empeñe, por mucho que les quiera mostrar otros mundos a través de la literatura, mis alumnos no dejan de ser chonis, o barriobajeros, o quinquis, o machistas, o xenófobos, en un sólo día. Por mucho que yo trate de inculcarles un modelo laico, mis alumnos marroquíes no se dejan iluminar de un día para otro por el fulgor del agnosticismo. No, son creyentes. Muy creyentes. Y acatan las normas del Islam. Las que nos gustan y las que no (y eso siempre desde nuestro punto de vista).
Pero igual pasa con cualquier otra religión: hoy, una niña, española de toda la vida, me miraba ojiplática cuando le he dicho que lo de Adán y Eva es sólo una metáfora. ¿La he convencido? Probablemente no. Primero tendrá que saber qué es una metáfora. Después tendrá que aprender sobre la posición oficial del catolicosmo actual con respecto a nuestros "primitivos padres". Después tendrá que construirse su propio armazón crítico. Y eso, señores, es el proceso educativo. Un proceso que necesita algo más que un día de clase, y por supuesto algo más que una norma desvirtuada y aplicada sin sentido para alejar a aquéllos que nos producen incomodidad.
Un ejemplo. Una alumna marroquí pero nacida, como ella dice muy orgullosamente, en La Paz (el hospital de Madrid) y a la que llevo dando clase tres años seguidos, se negó a entrar en una iglesia en una excursión a Italia. Los profesores tuvieron que llamar por teléfono a la madre, y ésta, desde Madrid, fue la única que pudo convencerla de que entrara con sus compañeros. Que era una visita turística, y ya está. Eso fue hace dos años. Pues bien, la chica sigue incómoda con el tema, pero cada vez menos. ¡Pues anda que no he entrado yo en mezquitas!, le digo. Y ella se sonríe, porque en el fondo se da cuenta de que aquélla fue una actitud ridícula.
Pero nosotros no somos niños, somos adultos. Adultos que además presumimos de habernos criado en un ambiente laico, y con esas supuestas libertades que parece que el mundo occidental nos ha dado. Por eso no entiendo ese toniquete revanchista de que "si yo voy a sus países acato sus normas", "si yo los respeto que me respeten a mí", "si visito sus mezquitas yo sí que me pongo el pañuelo", "si estuviera en un colegio de Afganistán me obligarían a ponerme un burka". Pues muy bien. Como ellos son así, vamos a serlo también nosotros. Pero entonces ya no podremos presumir de ser personas más avanzadas o más abiertas o más lo que sea. Es como si cada vez que a los profesores un alumno les falta al respeto (y esto sucede cientos de veces cada día, os lo aseguro), nosotros pudiéramos (o incluso, según muchos, debiéramos) faltarles al respeto igualmente a ellos, devolviéndoles con la misma moneda. Menuda educación sería ésa. (Y por eso, que la prohibición del pañuelo se dé en un centro educativo, y no en un juzgado o en un hospital o en cualquier otro sitio público, me parece aún más alucinante, y una medida que echa por tierra todos los restos que día a día echamos en el proceso educativo.)
Si una niña mía aparece con pañuelo en clase, yo le seguiré enseñando literatura igual. Le seguiré intentando abrir los ojos a la vida y toda su gama de opciones (que desde mi perspectiva también será limitada), para que cuando toque, ella decida qué hacer sin que nadie le diga qué tiene que ponerse o en qué tiene que creer. Ni sus padres, ni sus profesores, ni una burocracia absurda.
Y como el post me ha salido muy largo, la perspectiva racional la dejo en manos de Mariano Fernández Enguita, con el que estoy de acuerdo en todo. Lean, lean.
lunes, 19 de abril de 2010
Alien o el cine en familia
De pequeños, cuando mi madre nos llevaba al cine a mi hermana y a mí, su pericia para elegir películas resultaba de todo menos ortodoxa. Recuerdo que en mi comunión, después del ágape con la familia en casa (no eran tiempos de banquetes ni celebraciones en salones de restaurantes), nos fuimos los cuatro a ver Aliens, la segunda parte de Alien, que ninguno, por cierto, habíamos visto nunca. ¡Menuda peli para una comunión, diréis! El resultado fue que yo, con ocho años, y cuando salió el primer alien del pecho de un contagiado, me tuve que salir al bar del cine, y me quedé durante todo el resto de la proyección con la señora de las palomitas, porque la visión de ese lindo animalito abriéndose camino entre sangre y entrañas me superó. En cambio mi hermana, más pequeña y más inconsciente, se la tragó entera.
A mí, sin embargo, la cosa no me debió dejar muy traumatizado. O a lo mejor es que el trauma tuvo su propia catarsis, porque años después, cuando ya de preadolescente vi la primera parte, y luego ya entera la segunda, las dos pelis pasaron a formar parte de mis cintas de terror favoritas, junto con la saga de Tiburón. Las veía continuamente, hipnotizado por ese monstruo y esa Sigourney Weaver poderosa que tenía más cojones aún que el propio monstruo. Y cuando las ponían en la tele, la familia entera nos la volvíamos a tragar una y otra vez, como quienes ven un clásico de Disney.
Años después, con apenas 14 años, vi Alien 3 en el cine, y me dejó frío frío. Demasiado intelectual para el bagaje que yo tenía entonces. Me la compré, y la vi varias veces más, algunas de ellas en el sofá del salón con mis padres y hermana. Y aunque sólo fuera por ver de nuevo a Ripley en acción, nos la volvíamos a tragar todos juntos, cerrando los ojos cuando Ripley se suicidaba para finiquitar la saga y ese momento de conjunción astral familiar. Porque después de la muerte de Ripley también murió esa manera de ver pelis juntos todos en el salón: mi hermana y yo entrábamos en una edad en la que nos empezamos a refugiar, especialmente yo, en nuestros propios cuartos, de espaldas a nuestros padres.
Por eso el verdadero hito vino con la cuarta parte. Cuando ya parecía que la trilogía se iba a quedar en eso, en una trilogía, y cuando yo ya tenía 19 años, se estrenó Alien Resurrection. La que podía borrar de un plumazo toda la desazón producida por esa tercera parte rara rara, que aunque hoy se considere una peli de culto, no pegaba ni con cola con las otras dos. La peli en la que Ripley resucitaba, y la que hizo resucitar también un momento de comunión mística para toda mi familia.
Y no sé cómo nos pusimos de acuerdo ni por qué, pero aún nos recuerdo a los cuatro sentados en fila en el cine, a mi madre y a mi padre a un lado, a mi hermana al otro, viendo los títulos de crédito de una peli, la de Jean Pierre Jeunet, que no sólo no nos decepcionó, sino que nos hizo salir del cine, especialmente a mi madre y a mí, con un sabor de boca y un brillo en los ojos como muy pocas otras pelis han conseguido. La peli de Jeunet podía ser también visualmente diferente, en el mejor y en el peor sentido de la palabra, pero el guión estaba muy bien engranado, y aunque ahora, con perspectiva, sepa que no está a la altura de las dos primeras, y que nunca se convertirá en una peli de culto como la tercera, al menos sé que es una peli honesta que sigo viendo una y otra vez y que me catapulta a ese momento de comunión con toda mi familia, en una época, la de mis 19 años, en la que ya era muy difícil juntarnos, y mucho más ponernos de acuerdo, toda la familia.
A mí, sin embargo, la cosa no me debió dejar muy traumatizado. O a lo mejor es que el trauma tuvo su propia catarsis, porque años después, cuando ya de preadolescente vi la primera parte, y luego ya entera la segunda, las dos pelis pasaron a formar parte de mis cintas de terror favoritas, junto con la saga de Tiburón. Las veía continuamente, hipnotizado por ese monstruo y esa Sigourney Weaver poderosa que tenía más cojones aún que el propio monstruo. Y cuando las ponían en la tele, la familia entera nos la volvíamos a tragar una y otra vez, como quienes ven un clásico de Disney.
Años después, con apenas 14 años, vi Alien 3 en el cine, y me dejó frío frío. Demasiado intelectual para el bagaje que yo tenía entonces. Me la compré, y la vi varias veces más, algunas de ellas en el sofá del salón con mis padres y hermana. Y aunque sólo fuera por ver de nuevo a Ripley en acción, nos la volvíamos a tragar todos juntos, cerrando los ojos cuando Ripley se suicidaba para finiquitar la saga y ese momento de conjunción astral familiar. Porque después de la muerte de Ripley también murió esa manera de ver pelis juntos todos en el salón: mi hermana y yo entrábamos en una edad en la que nos empezamos a refugiar, especialmente yo, en nuestros propios cuartos, de espaldas a nuestros padres.
Por eso el verdadero hito vino con la cuarta parte. Cuando ya parecía que la trilogía se iba a quedar en eso, en una trilogía, y cuando yo ya tenía 19 años, se estrenó Alien Resurrection. La que podía borrar de un plumazo toda la desazón producida por esa tercera parte rara rara, que aunque hoy se considere una peli de culto, no pegaba ni con cola con las otras dos. La peli en la que Ripley resucitaba, y la que hizo resucitar también un momento de comunión mística para toda mi familia.
Y no sé cómo nos pusimos de acuerdo ni por qué, pero aún nos recuerdo a los cuatro sentados en fila en el cine, a mi madre y a mi padre a un lado, a mi hermana al otro, viendo los títulos de crédito de una peli, la de Jean Pierre Jeunet, que no sólo no nos decepcionó, sino que nos hizo salir del cine, especialmente a mi madre y a mí, con un sabor de boca y un brillo en los ojos como muy pocas otras pelis han conseguido. La peli de Jeunet podía ser también visualmente diferente, en el mejor y en el peor sentido de la palabra, pero el guión estaba muy bien engranado, y aunque ahora, con perspectiva, sepa que no está a la altura de las dos primeras, y que nunca se convertirá en una peli de culto como la tercera, al menos sé que es una peli honesta que sigo viendo una y otra vez y que me catapulta a ese momento de comunión con toda mi familia, en una época, la de mis 19 años, en la que ya era muy difícil juntarnos, y mucho más ponernos de acuerdo, toda la familia.
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